Por
WILFREDO CANCIO ISLA
El Nuevo Herald.
Derrotado
Batista, en 1959 entra Fidel Castro triunfante en La Habana.
Trae el propósito oculto de convertir al país
en un estado comunista, pero eso no lo dirá con
toda claridad hasta el 15 de abril de 1961, víspera
de la invasión de Playa Girón. Esa decisión
conlleva una concepción ideológica, un método
de gobierno y una lectura de la historia. La ideología,
ya se sabe, es la marxista, el método para implantar
el modelo de Estado es el leninismo, y la lectura de la
historia es muy sencilla: entre 1902 y 1959, afirman,
no hubo una verdadera república, sino una seudo
república "mediatizada" por la injerencia
norteamericana en el campo político y en el económico.
Esto
último es muy revelador, porque los males que Castro
y su grupo detectan en el país no son las violaciones
de la ley, la violencia institucional, el patrimonialismo,
el clientelismo o el caudillismo continuista, verdaderos
azotes de la república y origen de enormes descalabros,
sino la dependencia que la nación tenía
de los Estados Unidos, algo bastante notorio entre 1902
y 1933, pero poco perceptible tras la eliminación
de la enmienda Platt en 1934. Fidel Castro y sus acólitos,
en general gente bastante ignorante, no fueron capaces
de darse cuenta de que la injerencia norteamericana, aun
cuando violara la soberanía cubana, violentara
normas del derecho internacional y resultara humillante
para la administración de turno, estuvo encaminada
a tratar de imponer el orden y el buen gobierno y a pacificar
a los cubanos cuando las pasiones se convertían
en insurrecciones armadas.
Pero
mucho menos advirtieron que los Estados Unidos jamás
lograron implantar su voluntad en la pequeña isla
vecina. Las intenciones anexionistas de algunos políticos
del entorno al Presidente Mc Kinley fracasaron inmediatamente
que se inauguró la república. No pudieron
apoderarse de Isla de Pinos y en 1925 se vieron obligados
a admitir la soberanía cubana sobre este territorio.
Fueron incapaces de organizar la transmisión legal
de la autoridad de una manera tras la caída de
Machado. En 1952 no pudieron evitar el golpe contra Prío
ni en 1959 la llegada de Castro al poder. Luego fracasaron
en todos los intentos de liquidar el castrismo. Es evidente:
a lo largo de la accidentada relación entre los
dos países, Washington jamás ha cumplido
un solo objetivo político o diplomático
con relación a la Isla de Cuba, salvo, quizás,
la tenencia de una obsoleta base militar en Guantánamo
que ha terminado por desempeñar el extraño
destino de ser cárcel de balseros y talibanes.
Lo
curioso de la república comunista es que, lejos
de liquidar los vicios y los comportamientos nocivos de
las dos anteriores etapas, lo que ha hecho es potenciarlos
a su máxima expresión. Nunca antes el caudillismo
continuista ha sido tan prolongado y enfermizo como cuando
lo ha ejercido Fidel Castro. El pueblo cubano durante
más de cuarenta y tres años ha sufrido la
misma voz de mando de un mesías "insustituible"
que acapara la jefatura de todas las instituciones, acepta
el ridículo nombre de "Máximo líder",
y todo el país, resignado, espera su muerte con
impaciencia, pues existe el generalizado consenso de que,
mientras viva, seguirá mandando, como hasta ahora,
arbitraria, disparatadamente, y sin ningún tipo
de freno que lo contenga.
Nunca antes la violencia institucional y el terrorismo
de Estado han sido empleados contra la sociedad como durante
la república comunista. Miles de fusilados y decenas
de miles de presos y presas políticas son testigos
de esta aseveración. Machado, que organizó
a sus turbas y contó con porristas para atropellar
a sus opositores, cometió estas villanías
a una escala ridícula si se compara con el funcionamiento
atroz de los "actos de repudio" y de las Brigadas
de respuesta rápida. Pero hay también una
diferencia cualitativa que matiza el uso del terror castrista
cuando se contrasta con etapas anteriores: nunca antes,
como ha ocurrido durante el castrismo, la violencia contra
los enemigos políticos ha sido llevada al seno
de las familias, con órdenes expresas de retirarles
el saludo a hermanos, padres o hijos que manifestaran
su inconformidad con la revolución o el simple
deseo de marcharse del país. Esa sí es una
triste innovación traída por Castro a nuestro
reñidero tradicional.
Cierta
intolerancia frente al adversario, que fue un mal difuso
pero desgraciadamente presente en la historia anterior
a 1959, en la república comunista ha alcanzado
los niveles de una verdadera sicopatía nacional.
Adversario, para el castrismo, ha sido todo aquel que
escapaba de los estrechos límites señalados
por el arquetipo revolucionario: los practicantes de alguna
religión, los enamorados del rock, los lectores
de libros heterodoxos, los homosexuales, los que querían
tener el cabello de largo poco habitual o utilizar ropas
poco convencionales. Y frente a estas personas "diferentes"
el castrismo ha utilizado amenazas, campos de concentración,
ostracismo, golpizas y los ha condenado al desempleo y
la marginación.
Por otra parte, la degradación del sistema electoral
y del poder judicial, mal endémico en la etapa
precastrista, ha llegado a su más bajo nivel durante
la república comunista. Si antes, a veces, en algunos
lugares, se vulneraban los resultados electorales para
favorecer al candidato oficial, ahora el gobierno tiene
todos los controles en las manos para impedir que ningún
opositor siquiera pueda postularse para un cargo público.
No hay ya en Cuba un poder judicial independiente que
le sirva de contrapeso a los otros poderes, fundamento
institucional de la estructura republicana. Por el contrario:
el poder judicial se ha convertido en una mera correa
de transmisión del sistema de castigos ordenados
desde la cúpula que ejerce el poder político.
Y si uno de los peores vicios del pasado fue el patrimonialismo
y su contraparte, el clientelismo, esa corruptora utilización
de los recursos de la nación para favorecer a los
familiares y adeptos -falta que se les adjudicó
a Zayas y a Prío muy especialmente-, con la república
comunista este comportamiento se ha convertido en una
norma descaradamente exhibida. Los niveles altos y medios
de la estructura burocrática son propiedad de "el
Partido" -sólo hay uno-, que es el organismo
que asigna los puestos de trabajo con arreglo, claro,
al "nivel de integración". "La universidad
-ha dicho Fidel Castro mil veces- es sólo para
los revolucionarios". Y también les ha dicho
a los intelectuales que "fuera de la revolución,
nada", lo que quiere decir que quien desee expresar
opiniones verbalmente o por escrito deberá ajustarse
al guión dictado por el Partido.
Fidel Castro ha designado a Raúl como heredero,
su cuñada Vilma Espín hace cuarenta años
que maneja la Federación de Mujeres Cubanas, y
su sobrino político Marcos Portal es el Ministro
más influyente del gabinete. Por otra parte, una
gran porción de la riqueza nacional está
en manos de los altos jerarcas militares que manejan las
empresas de las fuerzas armadas, mientras los ex oficiales
retirados del Ministerio del Interior y del Ministerio
de las Fuerzas Armadas se han convertido en ejecutivos
y apoderados del gobierno en las empresas mixtas del "área
dólar" formadas con extranjeros. Si hay un
gobierno, en fin, que ha entendido que los recursos de
Cuba son un botín para disfrute de la clase dirigente
y de sus adeptos -casi la idea platónica de la
corrupción- es el que los cubanos han padecido
durante la república comunista |