Napoleón Lizardo
A
estas horas ya los habrán lanzado al desmayo, morirse
hasta que les griten a las 4: 30 am: “vaya, bótate
pa’l baño”, y se despertarán …
La mayoría sorprendidos de amanecer a la próxima
tanda de vejaciones. A estas horas cunde con más pánico
que nunca la muerte, ella siempre buscando por entre los pasillos
de las prisiones cubanas. Y cada quien dejado caer, postrado
en su litera, desvanecido por el hambre continuada, yendo y
regresándole a cada cual esos desmayos de los que nadie
sabe si regresar.
“Bótate
!”, y saltarán famélicos, se arrastrarán
a mojarse el rostro a como dé lugar frente a los huecos
de la defecación, y otra vez los bahos pestilentes les
abofetearán sin apelación, y algunas ratas cuasi
gatos, demoradas por el tamaño correrán a sumergirse
en esos huecos putrefactos; mientras algunos deberán
amarrarse en dirección a la flacuencia, el short que
les guinda por artes del milagro.
Volverán
esos infelices a desandar el pasillo en regreso a la litera,
maldiciendo la hora de haber nacido en esa pesadilla surreal
del asco castrista; quizás Pedro, o tal vez Julio, ya
no recuerden los punzonasos que le clavaron al de al lado por
no pagar a tiempo el vaso de azúcar que debían
de un mes atrás.
Y
cada cual tratará de acercar lo más posible la
propia espalda a la pared más cercana a por si otro punzón
se desata en el aborrecible amanecer cubano, muchos orando porque
la luz no pestañee ni un segundo, para que los enemigos
desviados del blanco de su desgracia no vuelvan a la cacería
y los tropelajes en la oscuridad ninja.
“Vaya
tú, bótate pa’l pasillo” … gritará
el jefe de galera, y los fantasmas en pena haciendo otro esfuerzo
por levantarse de donde se dejaron caer en el entretanto. Y
se formará la cola de hombres todos siempre vigilando
por el rabo del ojo por si alguien viniera en ataque desde atrás.
A alguno se le doblará las rodillas, por llevar días
pagando con su desayuno los cigarros que alguna vez pidiera
en empeño; y el otro le clavará la vista para
que deje la “firmadera” y vaya sin más hacia
el “boquete” a recoger lo que debe.
“Vaya,
bótate pa’l boquete desfuacatá’”;
y los aludidos, los que venden el alma por un vaso de agua de
azúcar, los que alguna vez dieron hasta los intestinos
al depredador, bajarán la cabeza enfebrecidos por la
demencial hambruna que les olvida pensar.
Y
se inicia el viaje mortuorio hacia el boquete, otro de los que
conforman el conjunto de huecos de la jerga presidiaria; e imagino
a los de larga condena que conocimos, sentando la pauta, el
ritmo, el modo de colocarse las manos a la espalda; los sargentos-combatientes
con el bastón de las palizas, el piso pulcro por quienes
tienen la dicha de limpiarlo para escapar de la ración
misérrima del comer al que acceden los demás …
Y otra vez hombres cayendo en desplome definitivo sobre la loza,
exámines, otros suplicando a porque se les conduzca por
un tiempo al lugar que llaman enfermería, quizás
la última oportunidad de escapar de la muerte prometida
por otro para ese día, quizás con la esperanza
de durar “otro poco” de días y/o hundiéndose
más en el sin futuro de avisar a los combatientes sobre
el último escondite del banco de cigarros, para que estos
últimos puedan revenderlos en la calle y pagar en algo
el chivatazo … Aunque nada detenga el camino fantasmal
hacia el boquete.
Y
allá les saldrá una mano ágil que lanzará
a la velocidad del rayo una masa informe con nombre de pan,
algo para lastimar al estómago con los ingredientes que
se le ocurrieren a última hora al único Pensador
en Jefe … pero la mano volverá al acto de lanzar
al siguiente otro pedazo de ese algo maloliente, y el golpe
en la maldita bandeja sera el termómetro, la balanza
de cálculo del peso específico, y el mutante de
atrás con su dentadura sosteniendo al rostro, esbozará
la mueca que desde las mesas podrá ser considerada sonrisa
o frustración, o cosa de combinación retorcida
de ambas sensaciones …
Y
al recipiente plástico usado para todo desde años
atrás, le caerá un chorro de baba de agua-azúcar
y correrá un infeliz tras otro a desplomarse en el asiento
que le toque, y todos seguirán sin hablarse a apurar
el bodrio antes que el próximo “bótate”
los tire a un patio enrejado, mientras que de alguna parte les
llega los gritos desesperados de otro recibiendo una paliza,
mientras que las desgarradadoras súplicas les avisan
la cercanía, los destellos de una mañana más
bajo los dictados de un asesino con tennis en la plenitud del
morbo de tenerlos a todos machucados …
Napoleón Lizardo
Director de Literatura Cubana en el Exilio
NapoleonLizardo@yahoo.com
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