Por
Nelson Bocaranda
Han sido unos espectáculos que si no se ven no se creen.
Raúl Castro pidiendo respetar la democracia, pero en
Honduras y solicitando un embargo como respaldo a Zelaya.
Chávez denunciando unos tiros contra la casa de Zelaya
y acusando de gorilas y matones a los militares hondureños
olvidándose de los despiadados ataques a balazo limpio
contra la familia de Carlos Andrés Pérez en La
Casona y con tanquetas al palacio presidencial.
Pide
respetar los votos de Zelaya pero lanza a una cloaca los votos
de Ledezma como alcalde de Caracas y los de los gobernadores
que no le son afectos.
Denuncia
el maltrato policial a los periodistas de Telesur en Honduras
pero en Venezuela es norma diaria de su régimen atacarlos
con la fuerza pública o sus paramilitares rojitos.
Alerta
sobre represión a los manifestantes pero en Venezuela
llevan diez años sufriéndola con muchos heridos
y muertos.
Ya
no podrá acusar a nadie por intervencionismo en Venezuela
tras haberse tomado el caso Honduras como si fuera un levantamiento
en el estado Anzoátegui.
En
estos días las democracias latinoamericanas pasan por
una dura prueba, pues con los mismos mecanismos de competencia
electoral libre y plural, algunos líderes izquierdistas
que ganan elecciones se hacen del poder legítimo y desde
el día siguiente de su triunfo comienzan a ejecutar sus
proyectos de acabar con el sistema político mediante
los cuales accedieron su mando. La eliminación de las
normas que limitan el período presidencial es su primera
meta a conquistar.
Tienen la intención de eternizarse en el poder y, con
ello, reventar la democracia entendida como la rotación
permanente de proyectos políticos y de personas. Pretenden
excluir para siempre a todo el que no esté adherido a
su partido. Construyen dictaduras con fórmulas 'democráticas'
y, cuando se sienten fuertes y disponen de los medios, inician
el segundo plan: la exportación de su 'revolución'.
Internamente, su primera víctima es la Fuerza Armada,
de la cual se excluye a todo militar que no merezca la completa
confianza del nuevo único líder. Una purga general
despoja a la Fuerza Armada de los jefes y oficiales institucionalistas,
dejándola a cargo de "los leales". Después
arremete contra el Poder Judicial, realizando las mismas tareas
depuratorias para luego, ya con los principales resortes controlados,
iniciar el proceso de desmantelamiento de la prensa no alineada
y la supresión progresiva de la libertad de expresión.
El resultado final de este procedimiento es la anulación
completa, si no la supresión definitiva, de toda idea,
doctrina, orientación partidaria o movimiento contrario
a la ideología oficial de la nueva dictadura. Sucumbe
la libertad en todas sus formas tradicionales y lo que resta
es un pueblo indefenso sometido a sus nuevas cadenas. Se confía
en que el transcurso del tiempo borrará pronto el recuerdo
de la democracia anterior y el beneficio del goce de sus libertades
y, entonces, un pueblo atontado, obligado a trabajar para sobrevivir
y para alimentar al Partido, a reprimir sus dudas, inquietudes
y oposiciones, acabará convertido en un dócil
rebaño de borregos, como bien recordamos los paraguayos
que vivimos la era stronista.
Este es el proceso en marcha que vemos actualmente en el panorama
político de Venezuela, Bolivia y Ecuador. En particular
y más claramente en la primera, donde Hugo Chávez,
con ya una década de gobierno, se apresta a dar el golpe
final haciéndose coronar gobernante vitalicio e imponiendo
en el país una nefasta dictadura de corte marxista al
estilo del que triunfara y se impusiera en Rusia en 1917, desconociendo
el triste final que esos sangrientos regímenes tuvieron
después de seis décadas de explotar y oprimir
a sus pueblos, asesinar a sus adversarios y poner en grave riesgo
la paz mundial.
Hugo Chávez, un dinosaurio que surgió de las cavernas
más oscuras de la historia, está a punto de convertirse
en amo y señor definitivo de la suerte de su pueblo y
de los cuantiosos recursos económicos de su país,
excluyéndose de toda competencia real y suprimiendo todo
obstáculo que pueda interponerse entre él y su
proyecto de vitaliciado. Tiene, además, el dinero necesario
para comprar voluntades y pagar el precio de 'lealtades', dentro
y fuera de su país.
Chávez es un dictador, pero UN DICTADOR MUY RICO; dispone
hoy del poder absoluto de hacer con el dinero producido por
el petróleo lo que se le antoje; ya no tiene encima ninguna
contraloría, nadie a quien deba rendir cuentas. Con su
gruesa petrobilletera recorre ahora América Latina y
financia partidos, movimientos, organizaciones sociales y campañas
electorales. Lo que no puede comprar, lo alquila o neutraliza.
Al gobierno argentino le compra bonos del tesoro de Kirchner
que nadie quiere y así puede exhibir sus sonrisas de
complicidad, aplausos y abrazos, pasear libremente por ese país
pronunciando encendidos discursos llamando a la 'revolución
popular' y haciendo otros teatros para exportar su dictadura.
Entre
los cuales figura en lugar prioritario su desesperada intención
de introducirse en el Mercosur para, una vez dentro de él,
agilizar su intervencionismo en la política interna de
los países miembros, con los cuales ya no tiene ninguna
afinidad, porque mal que bien, en Argentina, Brasil, Paraguay
y Uruguay continúan rigiendo principios básicos
del estado de derecho, del régimen democrático
y de libertades públicas. Chávez va a pagar en
efectivo por su ingreso y tiene billetes a patadas. Quiere comprarle
a Brasil y Argentina, lo más barato posible, la legitimidad
internacional que su pertenencia del Mercosur cree le va a proporcionar.
La
pregunta que continuaremos formulando una y otra vez es: ¿para
qué sirve el Protocolo de Ushuaia, que pretendió
establecer un compromiso para todos sus estados miembros de
conservar intactas las instituciones democráticas? En
este documento, Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay
y Uruguay declaran que "La plena vigencia de las instituciones
democráticas es esencial para el desarrollo de los procesos
de integración entre los Estados Parte del presente Protocolo"
(Art. 1), y se comprometen formalmente a que "toda ruptura
del orden democrático en uno de los Estados Parte del
presente Protocolo dará lugar a la aplicación
de los procedimientos previstos en los artículos siguientes"
(Art. 3).
¿Van a admitir a Venezuela, cuyo dictador por anticipado
ya se excluyó de dichas cláusulas? ¿O lo
van a admitir primero para luego aplicarle la 'Cláusula
Democrática'? El absurdo y el ridículo rodean
a esta intención de prostituir al Mercosur, pero está
en marcha y solamente los parlamentarios brasileños y
paraguayos tienen en sus manos la posibilidad de impedir esta
vergonzosa deserción de los principios fundamentales
declarados en nuestras cartas fundamentales y tratados de integración.
A los gobernantes actuales de nuestros países, que tanto
cacarean su apego a la democracia y a las libertades fundamentales,
y que ciertamente gracias a ellas alcanzaron el poder, ahora
les tiemblan las rodillas y se les afilan los dientes a la vista
de la deslumbrante petrobilletera abierta de un rústico
dictador inescrupuloso, dispuesto a todo, incluyendo el soborno
de los 'demócratas'.
Si
nuestros presidentes del Mercosur, aun sabiendo cuál
es su obligación histórica con la defensa de los
principios y valores políticos que iluminan nuestros
pueblos, son capaces de venderse o de liarse en una relación
adúltera con un dictador megalómano surgido de
las catacumbas de un pasado siniestro, tendremos que convenir
que nuestras democracias se venden como auténticas putas.
No cabe ya una calificación más dura para describirlas.
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