Por
Héctor Santiago
En 1935 en Alemania los nazis refuerzan el Párrafo 175
del Código Penal elevando el homosexualismo al nivel
de crimen nacional, donde junto con la cárcel y perdida
de derechos civiles se incluía además la castración,
a lo que siguió el menos conocido genocidio contra los
gitanos, negros, enfermos mentales y discapacitados, y el por
supuesto más conocido holocausto judío.
Poco
sabría la callada, cómplice y neutral población,
que después de eso las atrocidades se extenderían
a todos los que el nazismo señalara pues los que odian
pueden terminar odiados. Desgraciadamente todos los que apoyan
cualquier justificación para atropellar los derechos
humanos desconocen que la represión totalitaria siempre
comienza individualizada y termina colectiva.
Ese
mismo esquema repetido es el que sucedió en Cuba con
el callado genocidio que sufrió la comunidad homosexual
tan temprano como en 1959 en pleno 99.99% de apoyo de toda la
población a la revolución, con su secuela de cárceles,
“recogidas”, despidos de trabajos, depuración de universidades,
campos de concentración de la Unidades Militares de Apoyo
a la Producción, la parametración en el movimiento
teatral y la censura a conocidos creadores homosexuales como
Lezama Lima, Virgilio Piñera, Reinaldo Arenas, etc.,
el forzado exilio, y el kafkiano incidente de miles de hacinados
en unos pocos metros cuadrados en la embajada del Perú
que desencadenó el Exodo del Mariel; en muchos casos
quisieran o no abandonar el país, obligatorio para los
homosexuales con dossier en el Depto. de Lacra Social de la
policía o detectados a nivel de barrio por los Comité
de Defensa de la Revolución, y ¡Oh ironía!
Utilizado por la población masculina como disfraz para
ser catalogados como “escoria social” y poder abandonar el país.
Pero
esta comunidad al llegar a la “libertad” debía encontrarse
con tres enemigos. El primero sería un problema común
compartido por todas las comunidades hispanoparlantes de este
país; un sector del exilio cubano marcadamente homofóbico,
fundamentalista religioso y por prejuicios moralistas sin interés
en rescatar ese periodo negro de nuestra infame historia -y
entiéndase exilio como grupo consecuente con su lucha
política y no la cómoda ambigüedad de la
emigración económica-. El segundo la férrea
dictadura que ejerce la izquierda desde sus instituciones culturales,
universidades y prensa, su marcada complicidad y servilismo
con la utopía comunista cubana y su rechazo a darle voz
a la realidad histórica del exilio cubano. Y finalmente
la plaga del SIDA que con su devastación pudo lograr
en algo los proyectos genocidas de la UMAP y con el cartelito
de “enfermedad homosexual” alimentó el furibundo odio
del “castigo divino” de los fundamentalistas.
Viendo
que entre censuras, rechazos y muertes, pronto los testimonios
quedarían enterrados, sujetos al recurrido “olvido” y
justificados “errores del pasado”, me propuse asumir mi compromiso
con esa realidad vivida en carne propia por mi generación
y a través del arte al menos plasmarla aunque fuera para
el anonimato de la gaveta. Cuando comencé a ahondar la
investigación histórica para mi obra teatral “El
loco juego de las Locas” -Ediciones Libreta-os, The Prebyster’s
Peartree, Princeton, New Jersey 1995- y mi novela “Infernizando”
-en la gaveta ¡gracias!-, comencé a notar ciertas
constantes en todas las latitudes y épocas que han sufrido
el azote de los ambidiestros genocidios totalitarios.
Ciertamente el infortunio de la comunidad homosexual cubana
era, entre otras por las razones apuntadas, intencionadamente
totalmente desconocido, pero durante largos años de estudio
y viajes, tuve la oportunidad de conocer de primera mano a presos
políticos chilenos cuando la infamia pinochista, que
habían organizado en los campos del desierto de Acatama
espectáculos teatrales, también una bailarina
cuando la Guerra Sucia argentina organizaba conciertos de danza
entre las torturas de las clandestinas cárceles militares,
en una cárcel maoísta un perseguido de la “Revolución
Cultural China” proyectaba sombras chinescas al pasillo de las
celdas mientras improvisaba los textos de las obras, un octogenario
ex travestí de Munich me contó su experiencia
de los triángulos rosados en el campo de Neuengamme y
qué decir del grupo de teatro del ghetto judío
de Vilnus en Lituania que perecieron en Awischuitz o el coro
de niños cantores en Treblinka. En estos lugares y en
otros el poder casi ritual del teatro emergía como un
elemento de resistencia, esperanza, sanidad, sobrevivencia,
y por supuesto que a esto no escapaban los homosexuales cubanos.
Los elementos universales de la infamia y las manifestaciones
teatrales se iban repitiendo casi de idéntica manera
en todos estos campos y cárceles, de algunos -sobre todo
de Awischuitz- quedan ejemplos, los
textos cubanos escritos entre otros por José Mario fueron
quemados por él ante el miedo por la constante vigilancia
de la Seguridad en la antesala de su exilio español,
los de Benigno Garbizo recientemente fallecido en New York,
parecen haber terminado en la basura, los de Jesucristo Castro
murieron con él al ser fusilado, otros como todos los
efímeros textos de ocasión fueron desechados,
los míos fueron incautados por la Seguridad en los periódicos
registros en mi casa, tirados en el toilet por miedosos amigos
a los que se les confié al exiliarme, algunos fueron
reconstruidos de memoria en mi obra y mi novela, y los incautados
en las requisas en los campamentos deben haber perecido cuando
se quemaron los expedientes de la UMAP en 1980.
Pero
la reciente censura de la experiencia homosexual en el libro
“La UMAP El Gulag Castrista” de Enrique Ros, me ha llevado a
tratar de dar a conocer la desconocida actividad teatral que
se llevó a cabo en sus campos de concentración,
rescatarla para darle voz a tantos muertos y censurados, porque
como dice Milan Kundera: “La lucha del hombre es contra el olvido”.
Todo
el que conozca los elementos culturales del cubano sabe que
la inescapable influencia africana es fácilmente detectable
en sus manifestaciones musicales-teatrales, qué sino
grandes pantomimas sensuales son el yambú y la rumba,
el cortejo del “zapateo guajiro” con su remedo fálico
del pañuelo rojo y el pisoteo del público sombrero
de yarey, además los plantes ñañigos son
teatro ritual bien desarrollados en actos y con presencia de
coros, la posesión del “caballo” por el oricha yoruba
es teatro dentro del teatro, así como el entorno de la
misa en escena de sus trajes y bailes, que gran teatralidad
domina la ofrenda en el río del iyawó y la “tumba
francesa” de los Congos Reales
de Santiago de Cuba remedan espectáculos para una corte
negra, hasta con el rito primaveral del “palo de Mayo” de las
danzas provenzales francesas.
Junto
a eso el ego exacerbado del individualismo isleño, el
barroquismo de nuestros excesos verbales, la improvisación
que a través del choteo todo lo rebautiza y hasta el
uso absurdista del idioma como en los mambos de Pérez
Prado y el Beny Moré, más el legado de la pompa
ritual de los actos católicos; y ya se tiene parte de
nuestro ajiaco del cómo somos, nos manifestamos, y el
germen del teatro de resistencia en los campos de concentración
cubanos. Claro que a esto hay que agregarles ciertas características
nacionales -¿o universales?- de la “loca”; el sentido
de insolencia ante la represiva heterosexualidad impuesta, rebeldía
ante el totalitarismo, destrucción del conformismo moral
burgués, la imaginería fantasiosa, el travestismo
teatral del remedo de la figura típica de la “feminidad
cubana”, la innata sensualidad criolla -¡No, no es un
cliché!- y la iconografía de la cultura popular
con múltiples elementos kitsch.
Como
en todas nuestras cerradas y tradicionalistas sociedades lusitanas-hispanas-latinas,
el modelo de comportamiento social del homosexual es más
permisible -si no puede mantenerse en la mascarada del anonimato
del “closet”-, si se ajusta al patrón del homosexual
“gracioso” y “bufón”, y en el terreno de la sexualidad
si adopta el definido parámetro de la “pasividad” que
lo equipara con el inofensivo comportamiento débil e
inferior de la mujer -¡Eso sí es un cliché!-
Este homosexual siempre al margen de la sociedad, proveniente
de las urbanas clases medias bajas, provincianas o campesinas
pobres -relegados a trabajos de criados, en prostíbulos,
“oficios de loca” como peluqueros, costureros, etc.-, con poca
educación y cultura, con muy baja auto estima, en algunos
casos parte del mundo del hampa o producto del régimen
carcelario, constituyó parte del material humano de la
UMAP.
A
los que hay que unirles el sector educado de la homosexualidad
visto no sólo como elemento trasgresor, sino también
“rezago del pasado”, “incompatible con la moral socialista”,
“inutilizable para las campañas militares del internacionalismo
proletario” y potencial disidente por su independencia de criterio.
La mecánica de la UMAP era utilizar como mano de obra
esclava a los elementos no considerados utilizables dentro del
ejército y que formarían las ingerencistas guerrillas
latinoamericanas de los años 60 y los ejércitos
invasores de la aventura imperialista cubana en Africa, Asia
y otros lugares. Pero aun dentro de este elemento de la población
cubana segregado, el homosexual fue resegregado, dándose
casos en Unidas mixtas que las barracas de éstos estaban
separadas del resto por alambradas electrificadas, para después
ser recluidos únicamente en aislados campos de “locas”.
El
sector de alto nivel cultural estaba formado por artistas plásticos
-Justo Pérez y los integrantes
del grupo plástico que dirigía la pintora Loló
Soldevilla...-, actores -Rafael de Palet, Jorge Ronet, Amalio
Villalba...-, bailarines -Héctor Aldao…- Directores -Armando
Suárez del Villar…- Escritores -José Mario, Jesucristo
Castro…-, músicos, profesores, bibliotecarios, decoradores,
periodistas y toda una amplia gama de otras manifestaciones
de la cual se pretendía erradicar el “peligro” homosexual,
aunque en realidad otras figuras públicamente homosexuales
pero leales al Sistema escaparon a tal represión -Miguel
Barnet, Vicente Revueltas, Abelardo Estorino, Raúl Martínez,
Portocarrero, Alfredo Guevara…-, lo que evidencia su aspecto
de represión política-ideológica. En sus
comienzos la marcada separación entre estos dos grupos
dio pie a un ácido desprecio, burla y aislamiento de
los llamados “finas” por parte de los demás, sobre todo
del grupo de “las públicas” que usaban como un arma de
rebelión sus hiper exageradas maneras femeninas; las
llamadas “mariconerías”, pero pronto la interrelación
humana, necesidad de sobrevivir y común represión,
creó un clima más solidario y propicio para que
los artistas contribuyeran a que las manifestaciones culturales
formaran parte de la vida diaria de los siniestros campamentos.
En
medio del salvaje trabajo de la caña y la agricultura,
condiciones insalubres, torturas, suicidios, asesinatos, depresiones,
locuras, hambre, humillaciones, falta de cuidado médico
y el inseguro futuro, pronto la necesidad de buscar formas de
escapismo se hicieron evidentes. Las primeras manifestaciones
fueron: “Contar la película”, una forma de entretenimiento
traída por los prisioneros de las cárceles de
delitos comunes, tan magistralmente plasmada en “El beso de
la mujer araña” de Puig. Originalmente estas narraciones
verbales fueron convirtiéndose en largos monólogos
donde el que contaba se desdoblaba en tres niveles: a) los personajes,
b) el narrador de la acción, escenario, y musicalizador,
b) el comentarista “desde afuera” que criticaba o ensalzaba
el comportamiento de los caracteres, enfatizaba la moraleja
de la historia. Pronto la manera de aunar en un mismo acto a
diversos “conocedores” de las películas, dejó
lugar a verdaderas representaciones donde se improvisaban los
diálogos muy a la manera de la commedia dell’arte, pero
totalmente fieles al argumento de la película. Los modelos
de películas para contar siempre provenían de
la Epoca de Oro del cine mexicano de los 40-50 tan populares
en Cuba, algunos del cine melodramático argentino de
la misma época, del cine español tenían
mucho éxito las películas de zarzuelas y las de
cuplé de Sarita Montiel, muy en raras ocasiones el cine
norteamericano con “Casablanca” y “Jezabel” de Bette Davies
aunque sí algunas de cowboy y gansters.
Otra
forma marcadamente subversiva de teatralidad era la mofa ejecutada
muy seriamente de las “bodas” y sus participantes, copiadas
al calco del mundo heterosexual; en estas no faltaban los veraces
atributos de vestuario de la “novia”, el “novio”, “damas”, “invitados”,
el sacerdote, músicos
tocando la “Marcha Nupcial” y el cantor del “Ave María”,
además del entorno de adornos con flores silvestres,
cortinas, buffet con la comida enlatada que se daba en el campamento,
alcohol de la enfermería con melado o azúcar,
licores de frutas fermentadas o el aguardiente de caña
de los alambiques clandestinos, culminando con el “viaje de
luna de miel” a un supuesto país con el que se bautizaba
la “torre” o cama.
En
los campos el confinado perdía su identidad al ser deshumanizado
por un número y la respuesta era la subversiva “otraridad”
del “nombre de campamento”, casi siempre copiado de las actrices,
vedettes y cantantes famosas en estas películas o la
televisión cubana, al que se adicionaba el número;
“Rosita Fornés la 66” “María Félix el 2”
“Toña la Negra el 7”… Lo que se volvía en sí
un suceso de travestismo teatral al éstos adueñarse
de esas personalidades, convirtiéndose en verdaderos
dobles que podían imitarlas a la perfección, llegando
a tener la “exclusividad” de interpretarlas, dando lugar a festivales
de “competiciones”donde se adjudicaban premios a la mejor representación
-pues a veces en los traslados coincidían en un mismo
campamento dos “Ninón Sevilla”, tres “Tongolele” y hasta
cuatro “María Antonieta Pons”-, pero más que todo
sirvió para desarrollar la manifestación de los
“shows” de cabaret que llegaron a ser la forma más perfecta
del entretenimiento en los campamentos. Estos shows copiados
del mundo nocturno habanero, se anunciaban como producciones
de famosos cabarets como “Tropicana, Sans Souci, Montmartre,
los pintorescos de la playa de Marianao “El Chori, El Niche,
La Taberna de Pedro”, los capitalinos “Rumba Palace”, el televisivo
“Cabaret Regalías”, etc. Eran preparados con meses de
antelación, donde los teatreros servían de guionistas,
coreógrafos, diseñadores, directores musicales
y a veces de interpretes junto al resto, muchas veces estaban
a cargo de diversos grupos o “piñas” que trataban de
superar a las anteriores “producciones” y las mantenían
en el más absoluto secreto ensayando entre los surcos
de caña durante la hora del descanso, de noche en las
duchas, confeccionando las ropas escondidos bajo mosquiteros
o de madrugada cuando todos dormían. Apegados fielmente
al acto de variedades con un opening, cantantes, vedettes rumberas,
declamador, bailarines, coro de modelos, artista internacional
invitado y gran final. Básicamente eran compuestos en
su totalidad de música cubana, algún tango o mexicanada,
los más grandes se solían hacer para celebrar
fiestas nacionales como el “20 de mayo”, el fin de la zafra
azucarera, la Nochebuena y el Año Nuevo y aunque eran
severamente reprimidas, después con aires de “actos culturales”
burlaron al cerco de los espías y castigos, para con
una ironía que escapaba a los verdugos celebrar el “26
de julio” o “el aniversario de la revolución” -¡la
misma que los quería exterminar!- Junto con las “rumbas
de cajón”, “cumpleaños”, “toques de Santo”, y
la celebración el 6 y 7 de septiembre de la Virgen de
la Caridad y la Virgen de Regla las más famosas en el
santoral católico nacional y con grandes adeptos entre
los homosexuales en sus manifestaciones transculturales de Ochún
y Yemayá en la Santería. Solían celebrarse
los viernes o sábados pues al otro día no había
trabajo y siempre entre las 8 P.M. y el recuento a las 10 P.M.
En la Unidad de Malesar era fama que se organizaban carnavales
que coincidían con los de La Habana y en otra en Chambas
existía una escuela de ballet que montó “El Lago
de los Patos” y “Gisela en Camaguey”.
Pronto
para tratar de mejorar el nivel cultural, los artistas profesionales
organizaron lecturas de poetas universales que dieron paso a
“noches de declamaciones”, pero aunque Lorca logró adeptos
debo confesar que el kitsch de Amado Nervo, J. Ángel
Buesa, Alfonsina Storni… fue insuperable, y proveyeron los modelos
a seguir entre los que comenzaron a escribir poesía o
las que junto con las cartas encargaban a “las finas” previo
pago en dinero o mercancías; las de “amor” a los reclutas
y los “hombres” de los campamentos cercanos eran muy populares.
También se daban lecturas de novelas rosa con los mismos
elementos de “Contar la Película” donde Corín
Tellado fue la reina absoluta. Tomados de los “juguetes cómicos”
de las carpas populares y los sketchs del “Noticiero Nacional”
de Manolo Alonso, se escribieron pequeños textos bufos
montados al estilo de Pototo, Filomeno y Mimí Cal o Garrido
y Piñero, donde en la mejor tradición del choteo
sainetero, junto con otros escribimos unos hilarantes “Desfile
de Modas de la UMAP” y parodias del programa televisivo de cocina
de Nitza Villapol que en pleno racionamiento hacía recetas
de “asados sin carne” “tortilla sin huevo” “sopas de cáscaras
de viandas”… y recuerdo uno escrito por Cristóbal Pérez
que era una joya ionesquiana de cómo cortar un boniato
para que durara un mes y que literalmente hizo a todos orinarse
de la risa -los que reconstruidos incluí en “El loco
juego de las Locas”-. También se hicieron mini versiones
de obras teatrales donde recuerdo “Sayonara” y “Romeo y Julieto”
y algunas alusivas a la vida del campamento así como
sátiras a los verdugos. Otra forma teatral era la obligada
“Instrucción Política” donde se estudiaban los
textos revolucionarios, marxistas, noticias de la prensa oficial
y los discursos de… Y digo teatral porque la aparente lectura
pronto se convirtió en una forma de actuación,
donde el tono burlón, la imitación, el lenguaje
corporal, expresiones faciales y la copia de…, se entremezclaban
con la aparente inofensiva lectura, lo que provocaba una “segunda
realidad” y mensajes subliminales comprendidos por todos bajo
las mismas narices de los komisarios políticos y con
no pocas carcajadas o buenos momentos para recordar e imitar
en la dura estancia en el campo del trabajo obligatorio. Quizás
si estiramos mucho el concepto también eran “formas teatrales”
el actuar falsas enfermedades y fingir locuras, buscando el
licenciamiento, los cuales eran preparados con absoluta meticulosidad,
perfección y apego a los síntomas -que incluía
con plena conciencia comer excrementos-. También cuando
comenzaron los experimentos pavlovianos de “reconversión
sexual” con choques de insulina, vomitivos y electros, muchos
fingían para los team de psicólogos, sexólogos
y psiquiatras, un acordado tipo de representación “masculina”
del “otro”, que evidenciara el progreso de los “tratamientos”
convirtiéndolos en heterosexuales, lo que acortaba las
sesiones y eran previamente ensayados en su expresión
corporal, tonos de voz, gestos “masculinos”, “capacidad revolucionaria”
y “total abandono de la iconografía de la loca”, finalmente
“representados” para el visto bueno, crítica y corrección
de los espectadores para su “veracidad”.
Todas
estas cosas eran calificadas como “delitos” “ofensa militar”
“contrarrevolución” “Delitos contra la Propiedad del
Estado” y podían conllevar desde supresiones de pases,
visitas de familiares, a ser enviado a la Seguridad del Estado
o ser juzgados en los Tribunales Populares para al termino del
“servicio militar” cumplir la condena carcelaria, las sádicas
torturas como “El Palo” “El Trapecio” “El Ladrillo” “La Soga”
“El Hoyo” o las temibles mini celdas de castigo llamadas “Vietnamitas”,
pero nada de esto lograba desaparecerlas ya formando parte de
la sobrevivencia de la vida en los campos y arma de desgaste
de la victima en perpetuo juego para vencer al verdugo.
Y
nada provocaba una mayor histérica impotencia en los
jefes de “unidades”, con torturas y castigos muchas veces colectivos,
que el “montaje” del entorno teatral de estos espectáculos.
¿Cómo era posible que con una elaborada red de
informantes, constantes requisas, el cateo diario antes de entrar
al campamento proveniente del campo y los castigos, jamás
faltaron “vestidos de novias”, bikinis de rumberas, vestidos
de vedettes, etc., y hasta escenografías? Represión
obliga; la propensa fantasía del homosexual para escapar
a la aplastante realidad, su deseo o capacidad para embellecerse
el entorno y la vida, quizás su capacidad artística
-¡No, no es un cliché!-, comenzó adornando
la rigidez militar de las barracas con cortinitas en las camas,
sabanas bordadas, recortes de fotos de artistas tomados de revistas,
botellas de sodas tornadas floreros con flores de papel, etc.,
así que cuando aparecieron las manifestaciones teatrales
ya el camino estaba iniciado. Los materiales se encontraron
en mosquiteros, sabanas, toallas, gasas de las vendas médicas,
sacos blancos de harina, sacos de yute del azúcar y los
de nylon de los fertilizantes, teñidos con violeta genciana,
mercurio cromo, azul de metileno, bijol, borra de café,
óxido de hierros, zumos vegetales, deshilados con la
técnica del macramé, a los que se cocían,
pegaban con cola o almidón pedazos de espejos o botellas
de colores trituradas sustituyendo lentejuelas; material encontrado
en el campo, vendido en bolsa negra, robado de la enfermería,
almacenes de la cocina, que se metían en el campamento
de miles de ingeniosas maneras, junto con sogas deshilachadas
y teñidas para pelucas y adornos de flecos, el caky de
los uniformes militares verde olivo que se desteñían
con lejía, cal viva, o la potasa de los jabones amarillos
hervidos con fertilizantes, para transformarlos en telas amarillas
que se recosían a mano, lo mismo se decoloraba la mezclilla
azul de los uniformes de los confinados. Las gorras militares
y medias se transformaban en sombreros cabareteros con ayuda
de papeles metálicos, celofán, nylon, papel de
china, plumas de aves encontradas en el campo, hojas secas de
la hermosa yagruma, algodón de ceiba, el yarey de las
palmas, flores silvestres, cristal de espejos y botellas, las
inmensas hojas de plátano servían de abanicos,
junto con las de la caña y otras para escenografía
“tropical”. También se hacían collares de flores
silvestres -a la hawiana-, y junto con manillas los de semillas
del campo como Santa Juana -estas por ser blancas podían
teñirse y usarse cociéndolas como aplicaciones
adornando los vestidos-, mate, peonías, ojo de buey,
etc., y ristras de frijoles; todos horadados con clavos al rojo.
El maquillaje se negociaba en bolsa negra por útiles
del campamento; toallas, sabanas, latas de comida rusa, etc.,
por los pintalabios y otras cosas que traían escondidos
las visitas, se traían de pase o compraban a sobreprecio
en las Tiendas del Pueblo de los pueblecitos cercanos, pero
en los primeros tiempos un ladrillo molido proveía un
polvo naranja, alguna tierra o arcilla ligada con aceite y talco
con bijol servía de base, el jugo de algunas flores silvestres
daba el rojo de los labios y el colorete, la mascara se hacía
de betún de zapatos, hollín de vela y del fondo
de las cazuelas ligado con manteca o sebo, las sombras para
los ojos se obtenía del óxido verde del cobre,
y las de brillo metálico se lograban raspando los espejos
y la limalla de los machetes al ser afilados, los que se aplicaban
ligados con grasa, los rostros de geishas de “Sayonara” se lograron
con locidn de calamina y polvos de zinc.
El
“respaldo musical” se apoyaba básicamente en la percusión
tocando cajas de madera, bidones de petróleo o latas
de manteca, cucharas, guatacas, quijadas de vaca encontradas
en el campo, latas de leche condensada o güiros secos rellenos
de piedritas, algún cencerro, unas claves hechas de palos
de escoba, palmadas y por supuesto la voz humana. Las barracas
variaban en cada campamento; estaban las que habían sido
vaquerías de elementos de cemento prefabricado y las
más comunes de madera con o sin ventanas, con una sola
puerta de entrada y todas con el techo de las infernales planchas
de zinc que de día alcanzaban más de cien grados
de calor y por la noche sudaban por el frío de la campiña
cubana. Las “torres” de dos o tres camas una encima de la otra,
estaban pegadas a las paredes, divididas por un pasillo central,
al fondo se establecía una soga entre las camas donde
las sabanas o sacos de yute cosidos hacían de telón,
convirtiéndose las camas en los “camerinos” y de fondo
con plantas o el cartón de las cajas pintados se hacía
la escenografía y frente a esta se colocaban los “músicos”
y ante el espacio de la “pista-escenario” el público
se sentaba en el piso. En las puertas y ventanas se colocaban
los vigilantes para dar la voz de “¡Los guardias!” o “¡Requisa”,
pues denunciados por la red de informantes la guarnición
solía irrumpir armada con bayonetas, palos o cadenas,
destruyéndolo todo, golpeando y encarcelando a los intérpretes.
Pero pronto la tenacidad invencible de los confinados y el desgaste
cotidiano hizo que la promiscuidad sexual alcanzara a la baja
oficialidad y los reclutas -también cumpliendo sus castigos
del Servicio Militar Obligatorio en la UMAP-, y cuando los Jefes
de Unidades y Komisarios políticos estaban ausentes,
se hacían públicamente mini shows en los terraplenes
que hacían de polígono militar ante las barracas
con la complicidad y asistencia de éstos.
Robándole
el termino a la izquierda este “teatro de los oprimidos” fue
una eficaz forma de mantener la sanidad psicológica,
balanceó el desespero, ayudó en la espera de lo
desconocido y alteró la monotonía codificada de
los campamentos. Si le quitamos todos los elementos sui generis
de la iconografía de la “loca
cubana”, veremos que son las mismas manifestaciones y formas
que han aflorado en cualquier época y pueblos donde el
ser humano ha sido sometido a la salvajada de que son capaces
otros, no importa si justificadas en nombre de la política,
religión, moral, la patria, etc. Y ciertamente cuando
ante la denuncia internacional se cerró en 1968 el último
campamento tras tres años de espanto, tanto “finas”,
“públicas” y a los “en el closet”, aun les esperaba el
Congreso de Cultura en 1970 con su “parametración” del
movimiento teatral cubano, el ser “escorias” en el Mariel, y
parece que en el eterno circulo concéntrico de la inescapable
represión del totalitarismo, todavía aun hoy a
casi cuarenta años de los “errores del pasado”, se les
está aplicando en Cuba la “Ley de Peligrosidad Social”
¡Heil Hitler!, con condenas de cuatro años de cárcel
a los travestís, por el sólo hecho de exigir respeto
a su razón de Ser, sin que se encuentre una sola voz
de solidaridad y denuncia en el exilio cubano… Esta visto que
perro huevero aunque le quemen el hocico.
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