Por
Luis Manuel García
Orlando
Zapata Tamayo, activista del Proyecto Varela, condenado en 2003,
ha muerto tras 86 días de huelga de hambre. Ha muerto
a sus 42 años un hombre que había nacido dentro
de la llamada Revolución, mientras el Che moría
en Bolivia y el país se preparaba para su gran campaña
maoísta: la Zafra de los Diez Millones. No era un representante
del áncient régime, ni un latifundista ni un hacendado
criollo, ni siquiera apeló a la violencia contra el gobierno.
Orlando Zapata Tamayo era un humilde albañil, negro,
pero con un sentido de la justicia que lo impulsó, primero,
a disentir, y, más tarde, a reiterar su oposición
a los maltratos, vejaciones y torturas a los que era sometido
en prisión por sus verdugos. Ello le valió la
multiplicación por diez de su condena, desde los tres
años iniciales.
Esquivando
las verdaderas razones de su encarcelamiento, el gobierno de
la Isla jamás lo reconoció como prisionero político.
Con muchísimos más argumentos, Fidel Castro habría
podido ser condenado como asesino en serie tras el asalto al
Cuartel Moncada y confinado en compañía de homicidas
y violadores.
Tras
siete años de torturas, Orlando Zapata Tamayo ha sido
asesinado. Un gobierno que se dice defensor de los derechos
de los humildes, solidario con los oprimidos, reitera con este
acto un nivel de impiedad que rebasa cualquier excusa ideológica.
El
5 de diciembre de 1925, Julio Antonio Mella se declaró
en huelga de hambre en prisión. Nueve días después
fue trasladado a un hospital. A los 23 días, el dictador
Gerardo Machado aceptó que fuera liberado bajo fianza.
Después
del asalto al Cuartel Moncada, Fidel Castro fue condenado a
15 años de cárcel, que disfrutó junto a
sus compañeros, entregado a lecturas prácticamente
irrestrictas y preparando platos de camarones por cortesía
de sus carceleros. Fue amnistiado por el dictador Fulgencio
Batista 22 meses más tarde. Un mes por cada soldado muerto
en aquel ataque.
Los
peores dictadores del período republicano han sido infinitamente
más piadosos con sus enemigos políticos que los
actuales mandantes cubanos. Habría que remontarse a la
reconcentración decretada por Valeriano Weyler en el
siglo XIX para encontrar un nivel de deshumanización
semejante. Las cárceles de los hermanos Castro han llegado
a albergar hasta 70.000 presos políticos, condenados
a penas desproporcionadas y sometidos a humillaciones y maltratos
permanentes, enjaulados con los peores reos comunes y viviendo
en condiciones que sólo podrían equipararse a
las de la tristemente célebre Isla del Diablo. Por no
hablar de los miles de asesinatos legales y paralegales, o los
miles de cubanos cuyo único delito, intentar huir de
la Isla, mereció la muerte.
Los
23 días de huelga de hambre de Julio Antonio Mella fueron
ampliamente comentados por la prensa y generaron una campaña
por su liberación. Los 86 días de huelga de hambre
de Zapata Tamayo transcurrieron en silencio, salvo para un reducido
grupo de opositores que alertó repetidas veces a la comunidad
internacional sobre el inminente riesgo de asesinato encubierto.
Como
ha dicho Reina Luisa Tamayo en un video estremecedor, “mi hijo
perdió la vida por un asesinato premeditado. Mi hijo
ha sido torturado, objeto de sufrimiento, y aún cuando
lo trasladan lo tuvieron 18 días sin beber agua. Con
mi dolor pido al mundo que exija la libertad de los demás
presos, que no vuelva a ocurrir lo mismo con otros hermanos".
Pero una buena parte del mundo hace silencio.
Presidentes
latinoamericanos que se dicen próximos a los que sufren,
como Luis Ignacio Lula da Silva, hacen silencio. El presidente
brasileño viaja expresamente a la Isla para despedirse
de los Castro mientras se enfría el cuerpo de Orlando
Zapata Tamayo, asesinado por sus amigos. José Luis Rodríguez
Zapatero hace en Europa una alusión tan velada que sus
asesores tienen que descifrarla para el público. Hugo
Chávez, Arnaldo Correa, Daniel Ortega o Evo Morales ni
siquiera lo mencionan. El diputado de Izquierda Unida Gaspar
Llamazares califica la muerte de "lamentable", especialmente
“para alguien que se considera amigo de Cuba y del pueblo cubano”.
¿Qué significa ser amigo de Cuba? ¿De las
palmas, el tocororo, la playa de Varadero y el clima? Me temo
que Llamazares usurpa el nombre de Cuba para mencionar a su
gobierno. Y sobran pruebas para demostrar que no se puede ser
hoy, al mismo tiempo, amigo del pueblo de Cuba y de su gobierno.
De Zapata Tamayo y de sus carceleros.
En
el puerto del Mariel, Raúl Castro, en compañía
de Lula, lamenta la muerte pero afirma que en la Isla sólo
se tortura en la Base Naval de Guantánamo, propiedad
de Estados Unidos, y culpa a ese país de la muerte como
consecuencia de algún misterioso “efecto mariposa”. Si
la nariz de Cleopatra fue la culpable de la caída del
Imperio Romano, según Pascal, ¿qué nos
impide considerar a Estados Unidos el culpable de la muerte
de Orlando Zapata Tamayo y de todos los desastres de la Isla?
Recientemente,
la activista saharaui Aminatu Haidar, permaneció 32 días
en huelga de hambre en el aeropuerto de Lanzarote, exigiendo
que el gobierno de Marruecos admitiera su retorno con todas
las garantías. En las mejores condiciones higiénicas
y con asistencia médica permanente, la activista, convertida
en noticia de portada en todo el planeta, recibió en
Lanzarote a ministros, personalidades de la cultura y comités
de solidaridad. La huelga de Zapata Tamayo transcurrió
en oscuras mazmorras, sometido a pésimas condiciones
higiénicas, silenciada por el gobierno, y ante la indiferencia
internacional. Ninguna personalidad de la cultura, ministro
o comité de ayuda acudió a visitarlo. Al final,
el gobierno marroquí cedió a la presión
internacional. Al final, el gobierno cubano, tan cuidadoso con
las apariencias y las estadísticas, menospreció
la voluntad del opositor cubano, intentó doblegarlo hasta
el último minuto y lo dejó morir. En sus manos
estuvo evitarlo. No se trata de negligencia criminal. Cualquier
tribunal lo consideraría asesinato.
Al
gobierno cubano no le ha bastado reprimir a Zapata Tamayo durante
los últimos siete años de su vida. Reprime a su
cadáver. Primero, demoró la entrega del cuerpo,
una prisión post mortem que sólo se le podría
ocurrir a una mente enferma, intentando que se cumplieran 24
horas, plazo habitual en Cuba entre la muerte y el entierro.
Después, intentó que la familia lo enterrara de
inmediato, el mismo miércoles a las 15:00 horas, para
eludir cualquier manifestación de duelo al disponer de
apenas una hora de velorio. Cuando por fin el cuerpo es trasladado
a Banes, su ciudad natal, a unos 750 kilómetros al este
de La Habana, los militares toman los accesos a la ciudad portando
listas de personas a las que niegan el acceso, y custodian los
alrededores del cementerio. Desatan una nueva oleada represiva,
encarcelan a una treintena de disidentes que, presuntamente,
podrían asistir al velorio, y condenan a otros tantos
a arresto domiciliario, que dejaría de ser domiciliario
si se arriesgaran a acudir al entierro.
Cuán
ilegítimo y débil debe sentirse un gobierno que
necesita reprimir a los muertos, vigilar entierros y ocultar
a sus ciudadanos un suceso que ha dado la vuelta al mundo. Los
titulares de la prensa cubana destacan hoy la visita del presidente
Lula, el proceso eleccionario y la producción de alimentos
para el ganado en Villa Clara.
Si
algo positivo ha suscitado este hecho ha sido la condena universal
casi unánime, aunque me temo que se apagará a
la velocidad de los nuevos titulares en la prensa. Y, sobre
todo, la respuesta unánime de la comunidad cubana y de
la disidencia. Las amenazas no han conseguido acallar sus voces,
ni el cerco policial en torno a la residencia de Laura Pollán,
en Centro Habana, ha podido impedir la vigilia de medio centenar
de activistas. La unanimidad que suscita esta muerte no debería
ser excepcional. Un gobierno que se comporta como un sindicato
mafioso, imponiendo su particular omertá a todos los
cubanos, sólo puede ser contrarrestado por la unanimidad
esencial de todos los que aspiramos a una Cuba mejor.
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