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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |

Antúnez: “El diamante negro de Placetas”

Jorge Luis García Pérez (Antúnez) es un hombre sin miedo, cuya estampa recuerda, lejanamente, la de un bailarín, por sus andares flexibles y felinos.

De ojos expresivos y voz de bajo, posee un agudo sentido del humor y es un lector infatigable. Anda, de prisión en prisión, con una saco de libros a cuestas, entre los que se pueden encontrar novelas, historias, poesía y ensayos.A sus 36 años ostenta una voluminosa hoja penal en las cárceles castristas, lo que había de su temple, su coraje y su sangre fría.

Lleva diez años preso, de penitenciaría en penitenciaría, y los golpes, las amenazas, y las nuevas causas que le han diseñado sus carceleros no le quitan el sueño. Es un negro alto, de buen carácter, y su forma de hablar y conducirse con sus compañeros hace olvidar su extraordinario arrojo y su desprecio por el peligro.Su primer encontronazo con las autoridades castristas lo tuvo cuando tenía 25 años. Fue en la Plaza XX Aniversario, en Placetas, el 15 de marzo de 1990.

Allí se encontraba durante la retransmisión de una alocución de Raúl Castro para convocar al IV Congreso del Partido Comunista. Antúnez aprovechó la oportunidad, para exclamar en alta voz: “No queremos comunismo, el comunismo es un error y una utopía, queremos y necesitamos reformas, como las que se efectúan en Europa oriental”. De inmediato los gendarmes del régimen le propinaron una salvaje golpiza y luego fue conducido a la estación de la policía más cercana y más tarde al Departamento de la Seguridad del Estado.

Por ese supuesto delito fue condenado en julio de ese mismo año a 5 años de privación de libertad, bajo la figura de “Propaganda enemiga”. Dos meses más tarde en la prisión de Manacas volvió a ser golpeado brutalmente por los carceleros al tildarlo de promotor y cabecilla de las actividades opositoras en el penal donde cumplía su condena.Cuando conocí personalmente a Antúnez, en las Alambradas de Manacas, ya me habían hablado mucho de él, Allí, un año antes de encontrarnos, Antúnez comenzó su casi suicida carrera hacia la gloria.

Estando en confinamiento solitario, lo que llamábamos “ir en guagua”, conoció a un preso llegado de la capital que, junto a otros jóvenes reclusos del Combinado del Este, la gran cárcel de La Habana, hallan creado el nuevo Presidio Político Plantado, prisioneros que desconocen todas las reglas carcelarias y por esa razón pasaban en ropa interior verano e invierno, plagas de mosquitos y lluvias torrenciales, encerrados en celdas tapiadas sin poder ver a sus familiares durante años, hasta que terminan la condena, cuando no son vueltos a condenar por su rebeldía.

Pues bien, Antúmez se sumó a las demandas del recién llegado.Veintidós guardianes, armados de garrotes, encabezados por el director del campo de concentración, capitán Mario Ramírez Santana, a quien Jorge Luis una vez casi estrangula, llegaron una tarde, esposaron a ambos protestantes, los hicieron perder el conocimiento a golpes y los vistieron de presos comunes. Al recuperarse de la paliza, volvieron a desnudarse y se declararon en huelga de hambre durante más de diez días, lo que preocupó al jefe de la Seguridad del Estado en la zona, pues gracias a una célula de activistas de derechos humanos la noticia circulaba ya por el exterior.

El alto oficial se entrevistó con ellos en la oficina de Mayito –Mario Ramírez– y les preguntó qué querían para desplantarse. El joven de La Habana pidió regresar con sus compañeros del Combinado. Antúnez dijo que é1 seguiría plantado hasta que lo creyera conveniente. Un año después llegó de vuelta a las Alambradas, con una fama que lo precedía en todas las cárceles de Las Villas, en las que declaraba extensos ayunos cada aniversario del Granma, asalto al cuartel Moncada o cumpleaños de Fidel Castro, haciéndole la vida un viacrucis a los oficiales y carceleros.

Estuvimos unos meses juntos y nos hicimos amigos. Una vez le preguntó por qué se había desplantado después de estar catorce o quince meses soportando media ración de bazofia, picadas de insectos y el confinamiento. Me miró socarrón y me dijo: “Voy a coger un aire para después seguir.”En otro espacio entre lecturas, –é1 es un lector voraz y yo recibía libros de las embajadas española e inglesa que luego les prestaba– curioso yo por sus planes futuros, me dijo que mejor no los supiera, porque a mí me quedaba poco, una condena de dos años se pasa debajo de una piedra.Cuando los presos políticos del Cubículo Nueve fuimos separados,

Antúnez, junto a Lenin Córdova, se declaró en huelga de hambre. Más de veinte días estuvieron ambos sin comer, hasta que mandaron a Antúnez a un campo abierto de trabajo, pero un pobre diablo que los acompañó en la huelga y que se rajó, llorando, denunció que ambos planeaban fugarse en un barco. Por eso retuvieron a Lenin, cuyos hermanos eran todos pescadores de Caibarién. El tenientico Boris, supervisor del Presidio Político, creyó muy inteligente dejar que Jorge Luis se fugase, para poder castigarlo cruelmente, después.

No obstante, el pánico se apoderó de la alta jerarquía del Ministerio del Interior cuando Antúnez desapareció del campo de trabajo abierto. A pesar de que habían movilizado al ejército para rastrearlo, el joven rebelde no aparecía ni en las misas espirituales. Boris, entonces, fue a Manacas a decirme que yo debía encontrar a Antúnez si quería seguir vivo.

Todavía estoy estupefacto. Pero si esto fue grotesco, lo siguiente fue peor. Boris visitó a la madre de Antúnez y, y blandiendo un arma le dijo: “Negra, dile a tu hijo que se entregue, porque lo voy a matar yo mismo con esta pistola.” La anciana cayó en coma y murió cuando Jorge ya había sido capturado. Él se enteró al ver que un preso, señalándolo, preguntó a otro si ese era “el famoso Antúnez, al que se le había muerto la madre”.

Por esa fuga recibió diez años más por sabotaje, pero siguió imperturbable. Cuando, al salir yo en libertad, me enteró que Antúnez había sido trasladado a la tenebrosa Prisión Especial de Camagüey, pensó: “Se le acabó la especialidad a esa cárcel: Antúnez no cree en eso.” Y así fue. En ese lugar donde los criminales lloraban debido a las terribles condiciones, Jorge Luis violaba todos los reglamentos, cosa impensable antes de su llegada a esa ergástula. No por gusto en Manacas le decíamos “El Diamante Negro de Placetas”.

Creo, realmente que Antúnez es como un personaje de leyenda, elegido para la gloria. Por sus convicciones, por su valor, por su obsesión por la libertad Jorge Luis García Pérez resulta hoy probablemente el más rebelde, tenaz y peligroso de los presos políticos cubanos.No me extrafiaría que el régimen comunista de La Habana intente, en cualquier momento, eliminarlo físicamente.

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Fernando Velázquez Medina, escritor y periodista. Fue el autor de “La carta de los intelectuales”, que un grupo de escritores y artistas firmaron y enviaron al gobierno de La Habana, en el verano de 1991. Velázquez fue condenado a dos años de prisión por sus actividades opositoras, que extinguió en la penitenciaria de Manacas, Santo Domingo, Villa Clara, donde conoció a Antúnez. Actualmente dirige la página de Opiniones del diario “Hoy”, de New York.


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