"El
cubano-argentino Jorge Masetti -ex colaborador del Departamento
América de Fidel Castro y yerno de “Tony”
de la Guardia- repasa con franqueza los años en que trabajó
al servicio de los aparatos de seguridad cubanos, cumpliendo
arriesgadas misiones en el continente.
La
larga marcha del castrismo por América Latina ha encarnado
para gran parte de la intelectualidad progresista y un sector
del ala izquierda de nuestras sociedades una empresa épica
y romántica. La lucha de los desposeídos contra
los poderosos. Una guerra necesaria. Miles de jóvenes
latinoamericanos recibimos instrucción en unidades militares
cubanas para extranjeros; las míticas “Punto Cero”
y “Los Petis”. Fuimos los seguidores del “Che”
y de Fidel Castro. Cuba, con “generosidad revolucionaria”,
nos ofreció campos de entrenamiento e instructores.
Con
empeño aprendimos a fabricar explosivos, también
tiro de infantería, defensa y técnicas de atentados.
En las calles de La Habana desarrollamos las prácticas
operativas de enmascaramiento, chequeo, contrachequeo, carga
y descarga de buzones, pases rápidos, comunicaciones.
En fin, todas las prácticas necesarias para convertirnos
en verdaderos conspiradores, en los futuros comandantes de la
revolución latinoamericana.
En nombre del “pueblo”, y sin pedirle permiso, comenzamos
la guerra para su liberación. Mal aderezados con algunas
nociones de marxismo leninismo, el “Qué Hacer”
de Lenin y “La historia me absolverá” de
Fidel Castro bajo el brazo y, por supuesto, con pistola en la
sobaquera, comenzamos nuestra guerra.
Los
muertos fueron por miles. La reacción del enemigo no
se hizo esperar: las dictaduras militares ennegrecieron la geografía
de nuestro continente. Con salvajismo imperdonable, en nombre
de la Doctrina de Seguridad Nacional, los militares asesinaron,
secuestraron, desaparecieron a todo aquello que oliera a izquierda,
a militancia popular, a activismo obrero. La represión
fue total y destructiva.
También
en Cuba, aprendimos a ser firmes y severos; “ante la duda
mátalo” preconizaba el Che. Los compañeros
que planteaban dudas eran catalogados de inmediato como pusilánimes
pequeños burgueses, objetivamente aliados al enemigo.
Los disparos en la nuca, muchas veces, solucionaron de manera
tajante las discusiones políticas.
El asesinato en 1975 del poeta y revolucionario salvadoreño
Roque Dalton, por manos de sus propios camaradas, es ilustrativo
y nada excepcional. ¿Acaso no habían actuado del
mismo modo nuestros mayores, los cubanos, tanto en la Sierra
Maestra durante la lucha contra Batista, como después
de la toma del poder en 1959 con los pelotones de fusilamiento?
Eutimio Guerra, campesino y posible delator, fue ejecutado por
el propio Guevara en las montañas insurrectas cubanas.
Después vinieron otros, los que no entendieron que las
elecciones, la prensa libre y la democracia eran “patrañas”
del enemigo.
Así,
fue pasado por las armas en 1961 el comandante rebelde Sori
Marín. Así, fueron condenados a veinte y treinta
años de cárcel, respectivamente, el comandante
guerrillero Huber Matos y Mario Chanes de Armas. Este último
fue incluso compañero de Fidel Castro en el ataque al
cuartel Moncada, en el posterior presidio y más tarde
en el desembarco del Granma. Ambos pagaron hasta el último
día de condena. ¿Su delito? Haber renunciado públicamente
a la “hermosa tarea” de instaurar la dictadura del
proletariado, representada y ejercida por el máximo líder,
Fidel Castro.
A pesar de la derrota en nuestros países de origen, algunos
quedamos con vida y escapamos al exilio. Mientras tanto, en
Cuba nuevos reclutas se entrenaban como combatientes para enfrentar
las dictaduras. Incluso algunos, sobre todo chilenos, se graduaban
en escuelas como oficiales regulares de las Fuerzas Armadas.
A pesar de la derrota, persistimos, ya contábamos con
nuestro propio ejército; éramos los muchachos
de FIDEL.
En
Nicaragua, en 1979, nos pudimos medir con el enemigo. Chilenos,
argentinos, salvadoreños, uruguayos, incluso etarras
vascos y brigadistas italianos, asistimos a la convocatoria
de la revolución de Fidel. Allí estábamos
junto a nuestros hermanos sandinistas en los momentos finales
de la guerra contra Somoza. Con ellos festejamos el triunfo.
Juntos reprimimos y aniquilamos a lo que quedaba de las fuerzas
somocistas. En nombre del internacionalismo proletario, algunos
nos integramos a los nuevos y revolucionarios órganos
de la Seguridad del Estado Sandinista. Y no sólo combatimos
a la “Contra” de la ex Guardia Nacional, sino también
a aquellos burgueses que habían luchado contra Somoza
y que después del triunfo -creyéndose el cuento
de la democracia- exigían elecciones libres, pretendiendo
arrancarles con sufragio lo que los sandinistas, los revolucionarios,
habían conquistado a punta de fusil.
En
Cuba, los jefazos de Tropas Especiales nos recibían como
sus pares. Casas de protocolo o de descanso en la playa estaban
a disposición de los cansados guerreros.
Durante los años ‘80, las dictaduras del Cono Sur
fueron cayendo, pero no como queríamos nosotros ni Fidel,
pues los fusiles hacía rato se habían silenciado.
De cualquier modo, se combatía en El Salvador y en Guatemala.
Y en Chile, aún estaba Pinochet. Allí sería
distinto. El MIR era ya casi inexistente, pero los muchachos
del Frente, los jóvenes del PC, ya fogueados en Nicaragua
y en tierras africanas, eran verdaderos oficiales cubanos y
habían emprendido el camino de la lucha armada en su
país. Incluso Fidel los apoyaba.
Hasta
el propio general Alejandro Ronda, jefe de las Tropas Especiales
cubanas, se había embarcado en una operación para
entregarles toneladas de “fierros” en Carrizal Bajo.
Con esas armas, a bolina con las componendas burguesas para
lograr la democracia sin derramamiento de sangre. Allí
tomarían el poder los revolucionarios. Allí sí
se haría la revolución como en Cuba y Nicaragua.
Pero
no, a Chile también llegó la democracia después
de un plebiscito. La dictadura del proletariado debía
esperar. De cualquier modo los frentistas más duros,
con apoyo cubano y escindidos del PC, seguirían peleando,
golpeando a los burgueses. Y ese senador Guzmán, el que
se oponía a las relaciones con Cuba, desarmado y sin
escolta, fue abatido por el Frente en 1991.
También
el FPMR fue derrotado. En El Salvador y Guatemala se negoció
la paz. De los muchachos de Fidel, quedamos pocos. Los que no
murieron están en presidio, y los sobrevivientes con
sus vidas destrozadas. Otros se ocultan en la isla, pendientes
aún de una nueva misión del Comandante. El eterno
Comandante, envejecido y balbuciente, con 42 años en
el poder, y ni pensar de que se vaya.
Y
de verdad lo siento, pero por suerte, no ganamos.