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| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |
Lydia Cabrera

Recopilación "El Veraz"


Lydia Cabrera nace el 20 de mayo de 1899 en Nueva York y desde bien pequeña vive en Cuba

Sus padres eran los cubanos Raimundo Cabrera y Bosch y Elisa Marcaida y Casanova.

Lydia Cabrera es la menor de ocho hermanos, por lo que siempre se le consiente, sin olvidar que es una niña muy enfermiza, lo que contribuye a que todos en la familia la mimen en extremo.

Por otra parte, debido a esta naturaleza enfermiza, durante su niñez no asiste a la escuela casi nunca, sino que más bien estudia principalmente con tutores en su propia casa, lo que contribuye a que su aprendizaje sea en cierta forma caprichoso y no siga el rigor didáctico.

La pequeña lee con avidez, y los escritores favoritos de su infancia son Núñez de Arce, Bécquer, el duque de Rivas, Campoamor, y Espronceda.

Muchos años más tarde Cabrera recuerda a su preferido: "mi autor era Alejandro Dumas (...) Todas aquellas historias de D'Artagnan, Athos, Portos y Aramis se me subieron a la cabeza como a Don Quijote los libros de caballería (...) convirtiéndome yo en D'Artagnan ... ¡en el duque D'Artagnan! -no en duquesa-, que no hubiera sido lo mismo"

Desde niña se sintió atraída por las leyendas y creencias mágicas de los negros. Fue iniciada en el folklore afrocubano por Fernando Ortiz.

En 1913 comenzó a escribir la crónica social de la revista Cuba y América bajo el seudónimo de Nena.

Su padre ha muerto en 1923, y en 1925 ella va a Santander, España y sigue viaje a París, con su hermana Emma; allí decide volver a Cuba a hacer "dinero propio" para poder regresar a la Ville Lumière a estudiar pintura. Y vuelve; a principios de 1927 regresa a París con su madre para quedarse. Se instala en Montmartre, en el número 11 de la Avenue Junot, donde pasa dos años pintando, como estudiante de L'Ecole du Louvre, de la cual se gradúa en 1930; también se entrega al estudio de las culturas y religiones orientales y pasa los veranos en Italia. En 1932 muere su madre.

En 1927 pasó a residir en París, en donde publicó, traducidos al francés por Francis de Miomandre, sus Contes nègres de Cuba (París, Gallimard, 1936), basados en relatos oídos de viva voz, que constituyen tanto un aporte al conocimiento del folclore negro como una recreación poética.

Trayectoria académica

En su infancia no pudo ir a la escuela por problemas de enfermedad y en la casa es educada libremente por tutores. El bachillerato también transcurre en su hogar y posteriormente toma cursos de postgrado.

En 1927 viaja a París, estudia en l'École du Louvre en la que se gradúa tres años más tarde. Lydia comienza a investigar para sus escritos en 1928 y después de dos meses en Cuba regresa a París, y comienza a escribir cuentos negros, que aparecen publicados en Cahiers du Sud, Revue de Paris, y Les Nouvelles Littéraires

. Estos son traducidos al francés, y la editoral Gallimard los publica en París, en 1936, bajo el nombre de Contes nègres de Cuba. En 1940, se publica a primera edición en español de Cuentos negros de Cuba. En 1930, en una visita que Federico García Lorca realizó a Cuba, Lydia condujo al poeta a una ceremonia secreta afro-cubana, fascinando a García Lorca.

Por su dedicación a su trabajo se ganó la confianza de los afrocubanos, lo que le permitió en 1950 recorrer todo el país y recopilar mucha información sobre rituales y mitos que eran conocidos por pocos, pues eran guardados como un gran tesoro por los ancianos negros.

Todo esto contribuyó a lograr obras extraordinarios patrimonios de la literatura. Su libro "El Monte" es considerado por muchos una obra maestra, una especie de Biblia de las religiones afrocubanas, en el cual según su propia autora su mérito radica en que son los mismos negros de cuba los que hacen este libro, sin mediar el filtro cientificista que pudo haber puesto la autora, es un libro desde los mismos negros, quizás en ello radique su importancia, la estructura a decir verdad es un poco regada, pero sin dudas es un viaje por las costumbres más arraigadas del pueblo cubano.

Sus relatos abordan diversos temas: el origen del universo africano, animales personificados, los dioses africanos, los animales y las plantas, su destino y quehacer en la vida.

Obras

• Cuentos negros de Cuba

Cuentos negros de Cuba

• El Monte
• Refranes de negros viejos
• Anagó, vocabulario lucumí
• Ayapá: Cuentos de Jicotea
• Yemayá y Ochún
• Páginas Sueltas
• La sociedad secreta Abakuá, narrada por viejos adeptos.
• Otán Iyebiyé, las piedras preciosas.
• La laguna sagrada de San Joaquín
• Anaforuana: ritual y símbolos de la iniciación en la sociedad secreta Abakuá
• Francisco y Francisca: chascarrillos de negros viejos
• Itinerarios del Insomnio: Trinidad de Cuba
• Reglas de Congo: Palo Monte Mayombe
• Koeko iyawó, aprende novicia: pequeño tratado de regla lucumí
• Cuentos para adultos, niños y retrasados mentales
• La Regla Kimbisa del Santo Cristo del Buen Viaje
• ¿Por qué? Cuentos negros de Cuba

Acercamiento a la cuentística de Lydia

Como a leyendas de antaño nos acercamos a la cuentística de la cubana Lydia Cabrera. El maravilloso encanto que exhalan las páginas de “Cuentos negros de Cuba”, “Por qué…” y “Ayapa: cuentos de jicotea” trasladan siempre a un mundo mágico, donde se desvanecen

Laguna Sagradaesas fronteras que, dentro del imaginario convencional de la sociedad occidental (espacio que denominaremos aquí, realidad ordinaria), permanecen infranqueables.

Se trata de un mundo en el que no sabe ser enteramente árbol un árbol, ni objeto la cosa, o animal el animal. No, han de ser lo vegetal, lo animal y lo inanimado también Hombre para que el ser humano se confunda en materia universal. Circulan las voces con los besos y los golpes en este universo, selva de significados inextricables, que vierte la Cabrera en su literatura de ficción.

Algo atrae sin embargo tanta magia hacia lo real, plantándola cabalmente en la cotidianidad. Y es que en esa orbe espesa de fantasías son protagonistas las aguas y maniguas, los vientos y caminos, los animales, los hombres y las mujeres de la Isla de Cuba. Universo poblado de misterios, litúrgico y negro, pero aún más, y por sobre todas las cosas, cubano.

Mujeres en los cuentos de Lydia

Sus mujeres irrumpen con la fuerza de los mitos que interpretan. Yemayá, Ochún, Oyá, Obba y otras diosas de la Regla de Ocha o Santería cubana, son con frecuencia contadasia Cabrera como madres y hembras : mitos de una cierta feminidad a quienes se les permite, en el universo representado en estos cuentos, comportamientos considerados por el resto de la sociedad como ilógicos, imposibles o immorales. Notablemente en su papel de hembras plenas y sensuales, llevan estos personajes vidas cubiertas de un simbolismo que no ilumina los senderos de la moral en uso, porque responden a otro Vocabulario Congo ordenamiento cósmico de la realidad.

Son mujeres míticas andando y desandando un mundo propio, el de los cuentos de Lydia Cabrera, el que captara la sensibilidad de la sagaz investigadora y trasmitiera la imaginación literaria de la prosista.

El mundo de estos personajes no es real pero no sabría ser tampoco enteramente irreal. Se contentaría tal vez en constituirse en una especie de entidad surreal, a la que se llega por el suave transporte de una mirada singular. En este espacio surreal vive cierta mujer cubana negra e intensamente mágica. La que ve Lydia Cabrera. Y que, como su ambiente, no llega a ser totalmente real o irreal.

Persiguiendo el halo fantástico que despiden estas particulares figuras femeninas, así como su gracia y su inmoralidad magnífica ; habrá en estas páginas un adentrarse en las construcciones éticas del universo cuentístico de Lydia Cabrera.

¿Quiénes son estas mujeres?

Aunque pululan numerosas, impregnando de resplandeciente belleza cubana la totalidad de la obra ficcional de Lydia Cabrera, ciño el estudio de la peculiar representación femenina desplegada por la narradora, a algunas piezas del libro “Cuentos negros de Cuba”.

Publicado originalmente en 1936 por la editorial parisina Gallimard, la versión castellana de este libro saldrá cuatro años más tarde de las prensas de la Imprenta La Verónica, en La Habana.

De la veintena de relatos recogidos en dicho volumen, cuyo valor literario no ha dejado de ser elogiado desde que fuesen editados por vez primera, selecciono tres : “Los compadres”, “Apopoito Miamá” y “Suandénde”. En ellos, interpreta la mujer papeles protagónicos, donde aparece no solamente convertida en explosión de belleza y encanto, sino también de astucia e inteligencia que le sirven para imponer su voluntad y su deseo. La alegría de vivir vence en estos cuentos la fuerza inercial de las conveniencias morales. La imagen que aquí se ofrece de la mujer dista en grado sumo de aquella que se funde bajo el sol de la existencia ordinaria, entre las tenazas éticas de la sociedad contemporánea.

Desde las primeras líneas de “Los Compadres”, Lydia Cabrera nos recuerda que, en el mundo de sus cuentos, lo que por lo común es considerado un pecado, deja de serlo inclusive a los ojos de las divinidades que lo rigen. La autora explica, a través de dos graciosos patakíes de Ochún, el escaso rigor acusativo que se extiende sobre la infidelidad. “Todos somos hijos de los Santos, y lo de la malicia y el gusto de pecar ya le viene al hombre de los Santos” , sentencia la narradora. Es así que hace su entrada la bella Dolé, “que no era mala, pero no era fiel”. Placían a Dolé todos los hombres menos el suyo propio. Era esta una muy digna hija de Ochún, a quien, como se sabe, le gustaba seducir siempre nuevos amantes, dejando abandonado al marido, que este fuese Oggún o el poderosísimo Orula.

A punto de ser sorprendida por su marido Evaristo en brazos del amante, Dolé no tiene reparos en fingir dolores y enviar al confiado Evaristo en búsqueda de remedios que deshicieran el hechizo del que ella juraba ser víctima. La escena se repetía siempre, Dolé disfrutaba con su amante mientras el marido se marchaba al río a conseguir huevos de caimán. Hasta que llegó fatalmente el día en que Evaristo descubrió el engaño. Tras zurrar al intruso y regañar a la infiel, todo volvió a ser como antes :

Dolé juró un arrepentimiento que difícilmente sentía y Evaristo la perdonó. Fue luego el compadre y vecino de Evaristo, el estibador Capinche quien se prendara de la hermosa Dolé, siendo, como era de esperarse, correspondido por esta. Esperaron anhelantes la muerte, los funerales y el entierro de Evaristo. Pero el espíritu del difunto no les perdona la afrenta. A punto de consumir su pasión, Dolé enferma y muere y poco después la sigue el compadre Capinche. En el mundo de los muertos, Evaristo recibe a la recién llegada infiel y la recrimina, sobre todo por el hecho de ser Capinche su compadre. Si no hubiera sido él, tal vez podría haberse hecho el “de la vista gorda”, reflexionaba el espíritu de Evaristo. A lo cual, Dolé, magníficamente incorregible y no sabiendo, aún difunta, retener sus ansias, le responde : “Pero Evaristo… tampoco yo podía desairar a mi compadre. ¡Pónte en mi lugar !”

También al lector de “Apopoíto Miamá”, pide Lydia Cabrera que se ponga en el lugar de aquella mulata sandunguera y “retrechera”, cuyo pasatiempo preferido era seducir maridos ajenos, abandonándolos poco tiempo después que estos dejaban a sus esposas respectivas. “Sonsacadora de maridos y siempre soltera” son los epítetos que cubren a esta mujer orgullosa que “olía mejor que un cafetal” y a quien las casadas odiaban. Recién llegada al pueblo donde la mulata vivía, una mujer había jurado que si esta enamoraba a su marido, la condenaría a caminar hasta que encontrara al temido monstruo Apopoíto Miamá.

El Monte Estimulada por el reto, la atrevida mulata no pierde mucho tiempo en seducir al marido de la nueva vecina, aplicando lo mejor de sus artes y su encanto. Un año después comienza a manifestarse la ruina de la mulata que, como prometiera la vecina, no paró de andar los caminos, andrajosa y enferma, buscando a Apopoíto Miamá, verdugo final. Justo cuando la pecadora debía caer en sus fauces, el cangrejo vino en su ayuda, rescatándola y curando sus bubas y enfermedades. La mulata volvió a ser quien era, dechado de gracia y belleza.

En “Suandénde”, es el marido celoso quien es burlado por la esposa joven con quien se retira a lo profundo del monte, lejos del mirar de otros hombres. A la orilla del río seduce esta al tímido Suandénde. La Cabrera trata a su protagonista de “inocente e indecente”, pero como a la mulata presuntuosa y a la infiel Dolé, no la condena. Muy al contrario, la dota de una astucia tremenda : la mujer consigue librarse del marido celoso, pidiéndole que buscase en el río, su “cosa dulce” que había perdido. Viéndole alejarse corriente abajo, ella remonta las aguas, reencuentra al amante Suandénde entre las cañas bravas y de su brazo regresa al pueblo, donde todos se burlaron del marido celoso que yendose a la manigua con la muchacha quiso poseerla enteramente, “como la yedra”.

Un cosmos diferente

El comportamiento de estos tres personajes, bellísimas y astutas mujeres, sería capaz de alarmar a espíritus defensores de la moral dominante en la realidad ordinaria. La autora presenta, sin embargo, su catauro de mujeres indecorosas con una naturalidad asombrosa, burlándose inclusive de quien pretende enjuiciarlas, atar sus alas. Si a veces se les cuelga el cilicio condenatorio, no tarda la Cabrera en conmutarles falta, por el aquello de que, en definitiva, no es tan grave el daño que ellas causan. Infidelidad, orgullo y seducción son delitos bastante mínimos, casi travesuras que no alteran la marcha de los días con sus noches en el cosmos reproducido en sus cuentos. Gobierna en estos parajes una ética muy otra, hacia la que se torna la imaginativa prosa de Lydia Cabrera, dejando así a sus espaldas la ética de la realidad ordinaria. La vida cotidiana, para Lydia Cabrera como para la mayoría de los escritores de su época, constituye un caos total en el que dominan leyes falsas, absolutamente desprovistas de sentido. Es lo absurdo.

Y frente a una tan absurda realidad ordinaria buscan los creadores llaves que abran puertas y ventanas hacia un mundo más coherente, en el que la cultura de los hombres no haya de oponerse a su vitalidad esencial. Es el momento en que, huyendo la absurdidad total, angustia y desespero de Kierkegaard, la locura a la que conduce el no hallar salidas y permanecer prisioneros de un orden caótico al que no pueden oponerse otras lógicas posibles; José Lezama Lima y Virgilio Piñera, por ejemplo, inventan mundos nuevos en los que el sentido último y concatenante es otorgado a la Imagen, dictamina enchido de energías el “Gordo”, y a la Nada, sentencia fríamente el “Flaco”.

Pero se vislumbra aquí también el impulso de un Alejo Carpentier que no creará ningún universo nuevo pero que descubrirá, en el espacio mismo de la realidad ordinaria, fluctuaciones y legados, ritmados siempre por el perdurar del mito del Progreso humano. Entre los unos y los otros, entre la concepción humanista del uno y la visión trágica del mundo que alimentaban los otros, deambula la perspectiva singular de Lydia Cabrera. La cuentista no andará satisfecha con perseguir el Mito fundamental de la sociedad occidental en cada acto humano, como Alejo Carpentier. Tampoco se erigirá en artífice supremo de nuevas mitologías, a la manera de un Lezama o de un Piñera. En cambio, será ella la exploradora tenaz de zonas ocultas de la realidad. Indaga pues Lydia Cabrera en el casi virgen terreno de las religiones cubanas de origen africano y descubre un mundo maravilloso, del cual se prende y donde halla soluciones a la insensatez cotidiana.

Pero de este mundo “negro”, como ella le llamaba, no descubre su vista otra cosa que lo que su espíritu persigue : un cosmos de coherencia perfecta. Queda pues la escritora entre las redes de la religión practicada con brío entre los negros de su Isla, y no ve más. Cerrados están sus sentidos y su prosa a los conflictos existenciales, económicos, políticos y sociales de un sector secularmente humillado de la población cubana. A veces, un manto idílico se extiende sobre la situación de estos seres, en quienes Cabrera no consigue distinguir la intensa discriminación de la que fueran víctimas durante la República.

Aferrándose concientemente a un objeto único de investigación, se cerraba Lydia Cabrera accesos hacia otros aspectos de la vida de los negros cubanos. Bien lo había ya precisado ella misma : “en mis cuentos no hay protestas ni reivindicaciones… no tienen razón en un mundo de fantasía.”

En este mundo donde las contradicciones y angustias de la vida cotidiana se resuelven en un constante fluir de magias, no había pues cabida para la problemática racial ni tampoco sexual. Así como Cabrera ve armonía en la vida social de “sus negros”, serán las mujeres de este universo ajenas a la definición del pecado del que son víctimas comúnmente, y su afán seductor no podrá entonces ser juzgado. Se trata pues de un paraíso infinito, enteramente sometido a la fuerza del aché. Es esta, materia divina que todo lo relaciona armoniosamente. Aliento mágico. Único principio que debe ser observado en las relaciones entre hombres, animales, plantas y objetos que aquí se ponen en contacto. El resto, no es ya tan importante y puede resultar, sin consecuencias, objeto de mofa por parte de los personajes y de la narradora.

Viene a ser este aché la sustancia vital garante de la armonía universal, ansia del ser humano desde los lejanos tiempos en que el Edén se cerrara a su paso por mandato divino. En el aché reside, según las religiones cubanas de origen africano que Lydia Cabrera estudiara, el vector de la trascendencia fundamental.

Aquella que impide la finitud de las acciones, que establece revelancias y aporta una espesura de especial significación a los espacios que aparentemente separan las cosas. “Un hombre cree que una mujer es realmente una mujer. Una mujer está segura que un hombre no es más que un hombre. ¡Y nadie sabe lo que se esconde en un disfraz humano… !” , concluía enigmática la Cabrera uno de sus cuentos, apuntando al profundo misterio que yace en todo lo humano e inhumano de los universos que ella recreaba. Es la misma trascendencia, secreta, lezámicamente hipertélica, que fascinara a los poetas de “Grupo Orígenes”, a quienes se les diera el apelativo de trascendentalistas. Cuando sobre los llamados trascendentalistas se extiende el crítico Roberto Fernández Retamar , no falta a incluir al muy díscolo Piñera, quien buscaba también cierta trascendencia, pero por los caminos de la negación y la ausencia, en un “intrascendentalismo esencial” muy suyo. A su modo, podemos decir que también inquieta la trascendencia existencial a Alejo Carpentier, quien la encuentra feliz en los instersticios de la Historia.

Y es que es en fin la poesía quien los une a todos. Es de esencia poética la riada en la que se embarcan estos autores cubanos rumbo al descubrimiento de las esencias últimas del universo. Ya al ser interrogada sobre aquello que la atrayese en un principio hacia las culturas de origen africano, había contestado Lydia Cabrera sin titubear : “su poesía”

No habrá que olvidar que fue ella quien tradujera por primera vez al castellano “Retorno al país natal” del poeta martiniqueño Aimé Césaire. Esta obra aparece en La Habana en 1943, acompañada de las ilustraciones de Wifredo Lam y prologada por el poeta surrealista francés Benjamin Péret.

Ciertamente, pudo llegar la autora de los “Cuentos negros de Cuba”al umbral de las prácticas culturales y del mundo ético que recrea en sus obras, tras su paso por las diferentes escuelas artísticas que conociera en París, donde permaneció entre 1927 y 1938 (aproximadamente durante los mismos años en los que vive Carpentier en París). El contacto con las corrientes intelectuales de la época se sitúa indiscutiblemente en los orígenes de la pasión investigativa de la narradora. Pero, una vez frente al hecho (la realidad de los negros de Cuba) muchas miradas son posibles. De ello rinde testimonio ese amplio abanico expresivo que incluye desde obras mayores hasta otras ya francamente mediocres, aportada por el “negrismo literario” tan en boga durante los años 30. En esta corriente, lidereada en Cuba por el Poeta nacional Nicolás Guillén, la autora se instala con fuerza para luego sobrepasar sus lindes y convertir su prosa en poética creación de valor universal. Mas, aún cuando el mundo que recrea sea en cierto modo “surrealista”, en el sentido en que este constituye un universo oculto bajo la realidad, al cual sólo ha de accederse gracias a una mirada especial, poética ; su arte es más que un simple reflejo surrealista. A semejanza de su compatriota Alejo Carpentier, esta narradora no hecha mano a los artificios del grupo de André Breton para encontrar lo surreal, porque se trata de un mundo que, al decir de Hilda Pereda, especialista de su obra, es “inocentemente surrealista” .

Otras mujeres, otro mundo, otra eticidad

En resumen, su mundo es y no hay por qué inventarlo, y en él, lo más importante, es no interrumpir la libre circulación de ese aché que todo lo rige obedeciendo a los misteriosos designios de un equilibrio planificado por un Dios siempre oculto y todopoderoso : Olofi en la Regla de Ocha. Si la supuesta “mala acción” de alguno que otro de los personajes femeninos de los “Cuentos negros de Cuba”no atenta contra este orden, no hay por qué castigar a la “pecadora”, a quien basta con dirigir un cierto regaño. Es así que la infiel Dolé no se arrepiente ni después de muerta de sus andanzas, que la mulata “sonsacadora de maridos” es salvada, sí, pero debe antes sufrir su poco y llegar desahuciada hasta el terrible Apopoíto Miamá, y que, cuando la joven esposa logra burlar al marido celoso y parte con el amante Suandénde, la narradora no puede más que agregar un levemente irónico : “Es triste” . Porque, es así, y así está bien.

En estos cuentos, la moraleja se tambalea indecisa entre el bien y el mal. Y es que, en fin de cuentas, en tal cosmos dominado por las fuerzas divinas del aché, ¿qué puede ser el mal y qué puede ser el bien? ¿Cuál ser podría la gran disyuntiva de estos seres, cuando la sola exigencia que se les hace es el indolente estar en medio de un gran equilibrio universal, sin osar inquietarlo?

Elogia pues sin cortapisas Lydia Cabrera el gozo físico, porque en ello va mucha de la gracia y de la alegría que también mueven al mundo. Se siente, al retratar a sus muchas negras y mulatas que desfilan por entre las páginas de sus libros, el alborozo, el canto a la vida y a la belleza exhuberante que no para mientes en absurdos preceptos morales.

Las protagonistas de “Los compadres”, “Apopoíto Miamá” y “Suandénde” son modelos de esta voluntad sostenida por la autora a través de todas sus obras, de ficción o documentales. Heroínas de cuerpo entero, estos tres personajes no son más que imágenes ficcionales de aquellas magníficas orishas a quienes Lydia Cabrera dedicase todo un libro : “Yemayá y Ochún» el entusiasmo vital, la ternura y la disposición permanente al amor. Madres de las aguas, regalando miel y perlas, risa y contoneo cadencioso. Mujeres eternamente vigilantes, desde las profundidades misteriosas de su universo mágico, sobre la alegría del pueblo de Cuba.

Fue asesora de la Junta del Instituto Nacional de Cultura bajo el gobierno de Batista.

Trabajos suyos fueron publicados en las revistas francesas Cahiers du Sud, Revue de Paris y Les Nouvelles Litteraires, y en las cubanas Revista Orígenes (1945-1954), Revista Bimestre Cubana (1947), Lyceum (1949), Lunes de Revolución, Bohemia.

Su libro Por qué... cuentos negros de Cuba fue también traducido al francés por Francis de Miomandre (París, Gallimard, 1954). En El Monte (1954) se dedica por completo a estudiar los orígenes de la Santería, nacida de la mezcla de las deidades de Yoruba con los santos católicos. Anago:Vocabulario Lucumi , es un estudio del lenguaje Lucumi y su adaptación al español.

En 1955 publicó su recopilación de Refranes de negros viejos (La Habana, Eds. CR, 1955). Al triunfo de la Revolución se marchó del país.

En 1960 Lydia Cabrera abandona Cuba por que no está de acuerdo con las ideas socialistas del regimen castrista que acaba de tomar el poder un año antes.

Su tristeza al abandonar la patria amada se refleja en un largo período de silencio, diez años, en los cuales la autora no escribe, no puede escribir.

Finalmente se rompe el silencio en 1970 cuando publica desde el exilio su libro Otán Iyebiyé, las piedras preciosas.

En 1971 aparece su hermosa colección de cuentos negros, Ayapá: cuentos de Jicotea,

Lydia Cabrera deja de existir el 19 de septiembre de 1991, a los noventa y dos años de edad dejando un legado incalculable e impercedero de cincuenta y cinco años de investigación de la riqueza folklórica del universo afrocubano.


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