Recopilación
"El Veraz"
Lydia Cabrera nace el 20 de mayo de 1899 en Nueva York y desde
bien pequeña vive en Cuba
Sus
padres eran los cubanos Raimundo Cabrera y Bosch y Elisa Marcaida
y Casanova.
Lydia
Cabrera es la menor de ocho hermanos, por lo que siempre se
le consiente, sin olvidar que es una niña muy enfermiza,
lo que contribuye a que todos en la familia la mimen en extremo.
Por
otra parte, debido a esta naturaleza enfermiza, durante su niñez
no asiste a la escuela casi nunca, sino que más bien
estudia principalmente con tutores en su propia casa, lo que
contribuye a que su aprendizaje sea en cierta forma caprichoso
y no siga el rigor didáctico.
La
pequeña lee con avidez, y los escritores favoritos de
su infancia son Núñez de Arce, Bécquer,
el duque de Rivas, Campoamor, y Espronceda.
Muchos años más tarde Cabrera recuerda a su preferido:
"mi autor era Alejandro Dumas (...) Todas aquellas historias
de D'Artagnan, Athos, Portos y Aramis se me subieron a la cabeza
como a Don Quijote los libros de caballería (...) convirtiéndome
yo en D'Artagnan ... ¡en el duque D'Artagnan! -no en duquesa-,
que no hubiera sido lo mismo"
Desde
niña se sintió atraída por las leyendas
y creencias mágicas de los negros. Fue iniciada en el
folklore afrocubano por Fernando Ortiz.
En
1913 comenzó a escribir la crónica social de la
revista Cuba y América bajo el seudónimo de Nena.
Su
padre ha muerto en 1923, y en 1925 ella va a Santander, España
y sigue viaje a París, con su hermana Emma; allí
decide volver a Cuba a hacer "dinero propio" para
poder regresar a la Ville Lumière a estudiar pintura.
Y vuelve; a principios de 1927 regresa a París con su
madre para quedarse. Se instala en Montmartre, en el número
11 de la Avenue Junot, donde pasa dos años pintando,
como estudiante de L'Ecole du Louvre, de la cual se gradúa
en 1930; también se entrega al estudio de las culturas
y religiones orientales y pasa los veranos en Italia. En 1932
muere su madre.
En
1927 pasó a residir en París, en donde publicó,
traducidos al francés por Francis de Miomandre, sus Contes
nègres de Cuba (París, Gallimard, 1936), basados
en relatos oídos de viva voz, que constituyen tanto un
aporte al conocimiento del folclore negro como una recreación
poética.
Trayectoria
académica
En
su infancia no pudo ir a la escuela por problemas de enfermedad
y en la casa es educada libremente por tutores. El bachillerato
también transcurre en su hogar y posteriormente toma
cursos de postgrado.
En 1927 viaja a París, estudia en l'École du Louvre
en la que se gradúa tres años más tarde.
Lydia comienza a investigar para sus escritos en 1928 y después
de dos meses en Cuba regresa a París, y comienza a escribir
cuentos negros, que aparecen publicados en Cahiers du Sud, Revue
de Paris, y Les Nouvelles Littéraires
.
Estos son traducidos al francés, y la editoral Gallimard
los publica en París, en 1936, bajo el nombre de Contes
nègres de Cuba. En 1940, se publica a primera edición
en español de Cuentos negros de Cuba. En 1930, en una
visita que Federico García Lorca realizó a Cuba,
Lydia condujo al poeta a una ceremonia secreta afro-cubana,
fascinando a García Lorca.
Por su dedicación a su trabajo se ganó la confianza
de los afrocubanos, lo que le permitió en 1950 recorrer
todo el país y recopilar mucha información sobre
rituales y mitos que eran conocidos por pocos, pues eran guardados
como un gran tesoro por los ancianos negros.
Todo
esto contribuyó a lograr obras extraordinarios patrimonios
de la literatura. Su libro "El Monte" es considerado
por muchos una obra maestra, una especie de Biblia de las religiones
afrocubanas, en el cual según su propia autora su mérito
radica en que son los mismos negros de cuba los que hacen este
libro, sin mediar el filtro cientificista que pudo haber puesto
la autora, es un libro desde los mismos negros, quizás
en ello radique su importancia, la estructura a decir verdad
es un poco regada, pero sin dudas es un viaje por las costumbres
más arraigadas del pueblo cubano.
Sus relatos abordan diversos temas: el origen del universo africano,
animales personificados, los dioses africanos, los animales
y las plantas, su destino y quehacer en la vida.
Obras
•
Cuentos negros de Cuba
Cuentos negros de Cuba
• El Monte
• Refranes de negros viejos
• Anagó, vocabulario lucumí
• Ayapá: Cuentos de Jicotea
• Yemayá y Ochún
• Páginas Sueltas
• La sociedad secreta Abakuá, narrada por viejos
adeptos.
• Otán Iyebiyé, las piedras preciosas.
• La laguna sagrada de San Joaquín
• Anaforuana: ritual y símbolos de la iniciación
en la sociedad secreta Abakuá
• Francisco y Francisca: chascarrillos de negros viejos
• Itinerarios del Insomnio: Trinidad de Cuba
• Reglas de Congo: Palo Monte Mayombe
• Koeko iyawó, aprende novicia: pequeño
tratado de regla lucumí
• Cuentos para adultos, niños y retrasados mentales
• La Regla Kimbisa del Santo Cristo del Buen Viaje
• ¿Por qué? Cuentos negros de Cuba
Acercamiento a la cuentística de Lydia
Como a leyendas de antaño nos acercamos a la cuentística
de la cubana Lydia Cabrera. El maravilloso encanto que exhalan
las páginas de “Cuentos negros de Cuba”,
“Por qué…” y “Ayapa: cuentos
de jicotea” trasladan siempre a un mundo mágico,
donde se desvanecen
Laguna Sagradaesas fronteras que, dentro del imaginario convencional
de la sociedad occidental (espacio que denominaremos aquí,
realidad ordinaria), permanecen infranqueables.
Se trata de un mundo en el que no sabe ser enteramente árbol
un árbol, ni objeto la cosa, o animal el animal. No,
han de ser lo vegetal, lo animal y lo inanimado también
Hombre para que el ser humano se confunda en materia universal.
Circulan las voces con los besos y los golpes en este universo,
selva de significados inextricables, que vierte la Cabrera en
su literatura de ficción.
Algo
atrae sin embargo tanta magia hacia lo real, plantándola
cabalmente en la cotidianidad. Y es que en esa orbe espesa de
fantasías son protagonistas las aguas y maniguas, los
vientos y caminos, los animales, los hombres y las mujeres de
la Isla de Cuba. Universo poblado de misterios, litúrgico
y negro, pero aún más, y por sobre todas las cosas,
cubano.
Mujeres
en los cuentos de Lydia
Sus mujeres irrumpen con la fuerza de los mitos que interpretan.
Yemayá, Ochún, Oyá, Obba y otras diosas
de la Regla de Ocha o Santería cubana, son con frecuencia
contadasia Cabrera como madres y hembras : mitos de una cierta
feminidad a quienes se les permite, en el universo representado
en estos cuentos, comportamientos considerados por el resto
de la sociedad como ilógicos, imposibles o immorales.
Notablemente en su papel de hembras plenas y sensuales, llevan
estos personajes vidas cubiertas de un simbolismo que no ilumina
los senderos de la moral en uso, porque responden a otro Vocabulario
Congo ordenamiento cósmico de la realidad.
Son
mujeres míticas andando y desandando un mundo propio,
el de los cuentos de Lydia Cabrera, el que captara la sensibilidad
de la sagaz investigadora
y trasmitiera la imaginación literaria de la prosista.
El
mundo de estos personajes no es real pero no sabría ser
tampoco enteramente irreal. Se contentaría tal vez en
constituirse en una especie de entidad surreal, a la que se
llega por el suave transporte de una mirada singular. En este
espacio surreal vive cierta mujer cubana negra e intensamente
mágica. La que ve Lydia Cabrera. Y que, como su ambiente,
no llega a ser totalmente real o irreal.
Persiguiendo el halo fantástico que despiden estas particulares
figuras femeninas, así como su gracia y su inmoralidad
magnífica ; habrá en estas páginas un adentrarse
en las construcciones éticas del universo cuentístico
de Lydia Cabrera.
¿Quiénes
son estas mujeres?
Aunque pululan numerosas, impregnando de resplandeciente belleza
cubana la totalidad de la obra ficcional de Lydia Cabrera, ciño
el estudio de la peculiar representación femenina desplegada
por la narradora, a algunas piezas del libro “Cuentos negros
de Cuba”.
Publicado
originalmente en 1936 por la editorial parisina Gallimard, la
versión castellana de este libro saldrá cuatro
años más tarde de las prensas de la Imprenta La
Verónica, en La Habana.
De
la veintena de relatos recogidos en dicho volumen, cuyo valor
literario no ha dejado de ser elogiado desde que fuesen editados
por vez primera, selecciono tres : “Los compadres”,
“Apopoito Miamá” y “Suandénde”.
En ellos, interpreta la mujer papeles protagónicos, donde
aparece no solamente convertida en explosión de belleza
y encanto, sino también de astucia e inteligencia que
le sirven para imponer su voluntad y su deseo. La alegría
de vivir vence en estos cuentos la fuerza inercial de las conveniencias
morales. La imagen que aquí se ofrece de la mujer dista
en grado sumo de aquella que se funde bajo el sol de la existencia
ordinaria, entre las tenazas éticas de la sociedad contemporánea.
Desde
las primeras líneas de “Los Compadres”, Lydia
Cabrera nos recuerda que, en el mundo de sus cuentos, lo que
por lo común es considerado un pecado, deja de serlo
inclusive a los ojos de las divinidades que lo rigen. La autora
explica, a través de
dos graciosos patakíes de Ochún, el escaso rigor
acusativo que se extiende sobre la infidelidad. “Todos
somos hijos de los Santos, y lo de la malicia y el gusto de
pecar ya le viene al hombre de los Santos” , sentencia
la narradora. Es así que hace su entrada la bella Dolé,
“que no era mala, pero no era fiel”. Placían
a Dolé todos los hombres menos el suyo propio. Era esta
una muy digna hija de Ochún, a quien, como se sabe, le
gustaba seducir siempre nuevos amantes, dejando abandonado al
marido, que este fuese Oggún o el poderosísimo
Orula.
A
punto de ser sorprendida por su marido Evaristo en brazos del
amante, Dolé no tiene reparos en fingir dolores y enviar
al confiado Evaristo en búsqueda de remedios que deshicieran
el hechizo del que ella juraba ser víctima. La escena
se repetía siempre, Dolé disfrutaba con su amante
mientras el marido se marchaba al río a conseguir huevos
de caimán. Hasta que llegó fatalmente el día
en que Evaristo descubrió el engaño. Tras zurrar
al intruso y regañar a la infiel, todo volvió
a ser como antes :
Dolé
juró un arrepentimiento que difícilmente sentía
y Evaristo la perdonó. Fue luego el compadre y vecino
de Evaristo, el estibador Capinche quien se prendara de la hermosa
Dolé, siendo, como era de esperarse, correspondido por
esta. Esperaron anhelantes la muerte, los funerales y el entierro
de Evaristo. Pero el espíritu del difunto no les perdona
la afrenta. A punto de consumir
su pasión, Dolé enferma y muere y poco después
la sigue el compadre Capinche. En el mundo de los muertos, Evaristo
recibe a la recién llegada infiel y la recrimina, sobre
todo por el hecho de ser Capinche su compadre. Si no hubiera
sido él, tal vez podría haberse hecho el “de la
vista gorda”, reflexionaba el espíritu de Evaristo. A
lo cual, Dolé, magníficamente incorregible y no
sabiendo, aún difunta, retener sus ansias, le responde
: “Pero Evaristo… tampoco yo podía desairar a mi compadre.
¡Pónte en mi lugar !”
También
al lector de “Apopoíto Miamá”, pide Lydia Cabrera
que se ponga en el lugar de aquella mulata sandunguera y “retrechera”,
cuyo pasatiempo preferido era seducir maridos ajenos, abandonándolos
poco tiempo después que estos dejaban a sus esposas respectivas.
“Sonsacadora de maridos y siempre soltera” son los epítetos
que cubren a esta mujer orgullosa que “olía mejor que
un cafetal” y a quien las casadas odiaban. Recién llegada
al pueblo donde la mulata vivía, una mujer había
jurado que si esta enamoraba a su marido, la condenaría
a caminar hasta que encontrara al temido monstruo Apopoíto
Miamá.
El Monte Estimulada por el reto, la atrevida mulata no pierde
mucho tiempo en seducir al marido de la nueva vecina, aplicando
lo mejor de sus artes y su encanto. Un año después
comienza a manifestarse la ruina de la mulata que, como prometiera
la vecina, no paró de andar los caminos, andrajosa y
enferma, buscando a Apopoíto Miamá, verdugo final.
Justo cuando la pecadora debía caer en sus fauces, el
cangrejo vino en su ayuda, rescatándola y curando sus
bubas y enfermedades. La mulata volvió a ser quien era,
dechado de gracia y belleza.
En “Suandénde”, es el marido celoso quien es burlado
por la esposa joven con quien se retira a lo profundo del monte,
lejos del mirar de otros hombres. A la orilla del río
seduce esta al tímido Suandénde. La Cabrera trata
a su protagonista de “inocente e indecente”, pero como a la
mulata presuntuosa y a la infiel Dolé, no la condena.
Muy al contrario, la dota de una astucia tremenda : la mujer
consigue librarse del marido celoso, pidiéndole que buscase
en el río, su “cosa dulce” que había perdido.
Viéndole alejarse corriente abajo, ella remonta las aguas,
reencuentra al amante Suandénde entre las cañas
bravas y de su brazo regresa al pueblo, donde todos se burlaron
del marido celoso que yendose a la manigua con la muchacha quiso
poseerla enteramente, “como la yedra”.
Un
cosmos diferente
El comportamiento de estos tres personajes, bellísimas
y astutas mujeres, sería capaz de alarmar a espíritus
defensores de la moral dominante en la realidad ordinaria. La
autora presenta, sin embargo, su catauro de mujeres indecorosas
con una naturalidad asombrosa, burlándose inclusive de
quien
pretende enjuiciarlas, atar sus alas. Si a veces se les cuelga
el cilicio condenatorio, no tarda la Cabrera en conmutarles
falta, por el aquello de que, en definitiva, no es tan grave
el daño que ellas causan. Infidelidad, orgullo y seducción
son delitos bastante mínimos, casi travesuras que no
alteran la marcha de los días con sus noches en el cosmos
reproducido en sus cuentos. Gobierna en estos parajes una ética
muy otra, hacia la que se torna la imaginativa prosa de Lydia
Cabrera, dejando así a sus espaldas la ética de
la realidad ordinaria. La vida cotidiana, para Lydia Cabrera
como para la mayoría de los escritores de su época,
constituye un caos total en el que dominan leyes falsas, absolutamente
desprovistas de sentido. Es lo absurdo.
Y
frente a una tan absurda realidad ordinaria buscan los creadores
llaves que abran puertas y ventanas hacia un mundo más
coherente, en el que la cultura de los hombres no haya de oponerse
a su vitalidad esencial. Es el momento en que, huyendo la absurdidad
total, angustia y desespero de Kierkegaard, la locura a la que
conduce el no hallar salidas y permanecer prisioneros de un
orden caótico al que no pueden oponerse otras lógicas
posibles; José Lezama Lima y Virgilio Piñera,
por ejemplo, inventan mundos nuevos en los que el sentido último
y concatenante es otorgado a la Imagen, dictamina enchido de
energías el “Gordo”, y a la Nada, sentencia
fríamente el “Flaco”.
Pero se vislumbra aquí también el impulso de un
Alejo Carpentier que no creará ningún universo
nuevo pero que descubrirá, en el espacio mismo de la
realidad ordinaria, fluctuaciones y legados, ritmados siempre
por el perdurar del mito del Progreso humano. Entre los unos
y los otros, entre la concepción humanista del uno y
la visión trágica del mundo que alimentaban los
otros, deambula la perspectiva singular de Lydia Cabrera. La
cuentista no andará satisfecha con perseguir el Mito
fundamental de la sociedad occidental en cada acto humano, como
Alejo Carpentier. Tampoco se erigirá en artífice
supremo de nuevas mitologías, a la manera de un Lezama
o de un Piñera. En cambio, será ella la exploradora
tenaz de zonas ocultas de la realidad. Indaga pues Lydia Cabrera
en el casi virgen terreno de las religiones cubanas de origen
africano y descubre un mundo maravilloso, del cual se prende
y donde halla soluciones a la insensatez cotidiana.
Pero
de este mundo “negro”, como ella le llamaba, no
descubre su vista otra cosa que lo que su espíritu persigue
: un cosmos de coherencia perfecta. Queda pues la escritora
entre las redes de la religión practicada con brío
entre los negros de su Isla, y no ve más. Cerrados están
sus sentidos y su prosa a los conflictos existenciales, económicos,
políticos y sociales de un sector secularmente humillado
de la población cubana. A veces, un manto idílico
se extiende sobre la situación de estos seres, en quienes
Cabrera no consigue distinguir la intensa discriminación
de la que fueran víctimas durante la República.
Aferrándose
concientemente a un objeto único de investigación,
se cerraba Lydia Cabrera accesos hacia otros aspectos de la
vida de los negros cubanos. Bien lo había ya precisado
ella misma : “en mis cuentos no hay protestas ni reivindicaciones…
no tienen razón en un mundo de fantasía.”
En
este mundo donde las contradicciones y angustias de la vida
cotidiana se resuelven en un constante fluir de magias, no había
pues cabida para la problemática racial ni tampoco sexual.
Así como Cabrera ve armonía en la vida social
de “sus negros”, serán las mujeres de este
universo ajenas a la definición del pecado del que son
víctimas comúnmente, y su afán seductor
no podrá entonces ser juzgado. Se trata pues de un paraíso
infinito, enteramente sometido a la fuerza del aché.
Es esta, materia divina que todo lo relaciona armoniosamente.
Aliento mágico. Único principio que debe ser observado
en las relaciones entre hombres, animales, plantas y objetos
que aquí se ponen en contacto. El resto, no es ya tan
importante y puede resultar, sin consecuencias, objeto de mofa
por parte de los personajes y de la narradora.
Viene
a ser este aché la sustancia vital garante de la armonía
universal, ansia del ser humano desde los lejanos tiempos en
que el Edén se cerrara a su paso por mandato divino.
En el aché reside, según las religiones cubanas
de origen africano que Lydia Cabrera estudiara, el vector de
la trascendencia
fundamental.
Aquella
que impide la finitud de las acciones, que establece revelancias
y aporta una espesura de especial significación a los
espacios que aparentemente separan las cosas. “Un hombre
cree que una mujer es realmente una mujer. Una mujer está
segura que un hombre no es más que un hombre. ¡Y
nadie sabe lo que se esconde en un disfraz humano… !”
, concluía enigmática la Cabrera uno de sus cuentos,
apuntando al profundo misterio que yace en todo lo humano e
inhumano de los universos que ella recreaba. Es la misma trascendencia,
secreta, lezámicamente hipertélica, que fascinara
a los poetas de “Grupo Orígenes”, a quienes
se les diera el apelativo de trascendentalistas. Cuando sobre
los llamados trascendentalistas se extiende el crítico
Roberto Fernández Retamar , no falta a incluir al muy
díscolo Piñera, quien buscaba también cierta
trascendencia, pero por los caminos de la negación y
la ausencia, en un “intrascendentalismo esencial”
muy suyo. A su modo, podemos decir que también inquieta
la trascendencia existencial
a Alejo Carpentier, quien la encuentra feliz en los instersticios
de la Historia.
Y
es que es en fin la poesía quien los une a todos. Es
de esencia poética la riada en la que se embarcan estos
autores cubanos rumbo al descubrimiento de las esencias últimas
del universo. Ya al ser interrogada sobre aquello que la atrayese
en un principio hacia las culturas de origen africano, había
contestado Lydia Cabrera sin titubear : “su poesía”
No
habrá que olvidar que fue ella quien tradujera por primera
vez al castellano “Retorno al país natal”
del poeta martiniqueño Aimé Césaire. Esta
obra aparece en La Habana en 1943, acompañada de las
ilustraciones de Wifredo Lam y prologada por el poeta surrealista
francés Benjamin Péret.
Ciertamente,
pudo llegar la autora de los “Cuentos negros de Cuba”al
umbral de las prácticas culturales y del mundo ético
que recrea en sus obras, tras su paso por las diferentes escuelas
artísticas que conociera en París, donde permaneció
entre 1927 y 1938 (aproximadamente durante los mismos años
en los que vive Carpentier en París). El contacto con
las corrientes intelectuales de la época se sitúa
indiscutiblemente en los orígenes de la pasión
investigativa de la narradora. Pero, una vez frente al hecho
(la realidad de los negros de Cuba) muchas miradas son posibles.
De ello rinde testimonio ese amplio abanico expresivo que incluye
desde obras mayores hasta otras ya francamente mediocres, aportada
por el “negrismo literario” tan en boga durante
los años 30. En esta corriente, lidereada en Cuba por
el Poeta nacional Nicolás Guillén, la autora se
instala con fuerza para luego sobrepasar sus lindes y convertir
su prosa en poética creación de valor universal.
Mas, aún cuando el mundo que recrea sea en cierto modo
“surrealista”, en el sentido en que este constituye
un universo oculto bajo la realidad, al cual sólo ha
de accederse gracias a una mirada especial, poética ;
su arte es más que un simple reflejo surrealista. A semejanza
de su compatriota Alejo Carpentier, esta narradora no hecha
mano a los artificios del grupo de André Breton para
encontrar lo surreal, porque se trata de un mundo que, al decir
de Hilda Pereda, especialista de su obra, es “inocentemente
surrealista” .
Otras
mujeres, otro mundo, otra eticidad
En resumen, su mundo es y no hay por qué inventarlo,
y en él, lo más importante, es no interrumpir
la libre circulación de ese aché
que todo lo rige obedeciendo a los misteriosos designios de
un equilibrio planificado por un Dios siempre oculto y todopoderoso
: Olofi en la Regla de Ocha. Si la supuesta “mala acción”
de alguno que otro de los personajes femeninos de los “Cuentos
negros de Cuba”no atenta contra este orden, no hay por
qué castigar a la “pecadora”, a quien basta
con dirigir un cierto regaño. Es así que la infiel
Dolé no se arrepiente ni después de muerta de
sus andanzas, que la mulata “sonsacadora de maridos”
es salvada, sí, pero debe antes sufrir su poco y llegar
desahuciada hasta el terrible Apopoíto Miamá,
y que, cuando la joven esposa logra burlar al marido celoso
y parte con el amante Suandénde, la narradora no puede
más que agregar un levemente irónico : “Es
triste” . Porque, es así, y así está
bien.
En
estos cuentos, la moraleja se tambalea indecisa entre el bien
y el mal. Y es que, en fin de cuentas, en tal cosmos dominado
por las fuerzas divinas del aché, ¿qué
puede ser el mal y qué puede ser el bien? ¿Cuál
ser podría la gran disyuntiva de estos seres, cuando
la sola exigencia que se les hace es el indolente estar en medio
de un gran equilibrio universal, sin osar inquietarlo?
Elogia pues sin cortapisas Lydia Cabrera el gozo físico,
porque en ello va mucha de la gracia y de la alegría
que también mueven al mundo. Se siente, al retratar a
sus muchas negras y mulatas que desfilan por entre las páginas
de sus libros, el alborozo, el canto a la vida y a la belleza
exhuberante que no para mientes en absurdos preceptos morales.
Las protagonistas de “Los compadres”, “Apopoíto
Miamá” y “Suandénde” son modelos
de esta voluntad sostenida por la autora a través de
todas sus obras, de ficción o documentales. Heroínas
de cuerpo entero, estos tres personajes no son más que
imágenes ficcionales de aquellas magníficas orishas
a quienes Lydia Cabrera dedicase todo un libro : “Yemayá
y Ochún» el entusiasmo vital, la ternura y la disposición
permanente al amor. Madres de las aguas, regalando miel y perlas,
risa y contoneo cadencioso. Mujeres eternamente vigilantes,
desde las profundidades misteriosas de su universo mágico,
sobre la alegría del pueblo de Cuba.
Fue
asesora de la Junta del Instituto Nacional de Cultura bajo el
gobierno de Batista.
Trabajos suyos fueron publicados en las revistas francesas Cahiers
du Sud, Revue de Paris y Les Nouvelles Litteraires, y en las
cubanas Revista Orígenes (1945-1954), Revista Bimestre
Cubana (1947), Lyceum (1949), Lunes de Revolución, Bohemia.
Su
libro Por qué... cuentos negros de Cuba fue también
traducido al francés por Francis de Miomandre (París,
Gallimard, 1954). En El Monte (1954) se dedica por completo
a estudiar los orígenes de la Santería, nacida
de la mezcla de las deidades de Yoruba con los santos católicos.
Anago:Vocabulario Lucumi , es un estudio del lenguaje Lucumi
y su adaptación al español.
En
1955 publicó su recopilación de Refranes de
negros viejos (La Habana, Eds. CR, 1955). Al triunfo de la Revolución
se marchó del país.
En
1960 Lydia Cabrera abandona Cuba por que no está de acuerdo
con las ideas socialistas del regimen castrista que acaba de
tomar el poder un año antes.
Su
tristeza al abandonar la patria amada se refleja en un largo
período de silencio, diez años, en los cuales
la autora no escribe, no puede escribir.
Finalmente se rompe el silencio en 1970 cuando publica desde
el exilio su libro Otán Iyebiyé, las piedras preciosas.
En 1971 aparece su hermosa colección de cuentos negros,
Ayapá: cuentos de Jicotea,
Lydia Cabrera deja de existir el 19 de septiembre de 1991, a
los noventa y dos años de edad dejando un legado incalculable
e impercedero de cincuenta y cinco años de investigación
de la riqueza folklórica del universo afrocubano.
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