Por Andrés Pérez
Este
domingo he despertado en la madrugada, tarareando mentalmente
una de esas canciones pegadizas de hace más de cuarenta
años cuando uno era joven, indocumentado y casi iletrado,
y al no poder quitármela de la mente quise combatirla
con más de lo mismo, por aquello de que un clavo saca
a otro, y ha sido peor el remedio que la enfermedad.
He estado horas sentado frente al monitor, audífono en
los oídos y tazón de café humeante en la
mano, cenicero y paquete de tabaco negro en la mesa, ojos cerrados
y mente abierta, para de la mano de aquellas bandas de mi juventud
perderme en la bruma de los recuerdos.
Vuelven las fiestas caseras y los bailes ridículos de
la época, vistos con el prisma del tiempo pasado. Vuelven
las melenas, los bigotes y las patillas largas, las camisas
ampulosas y los pantalones campana o patas de elefante, los
ponches de alquimistas domésticos y los intentos de colarse
en guateques a los que no fuimos invitados, si lográbamos
identificar a alguien conocido.
Vuelven Formula V y Los Bravos, en un mano a mano con Los Brincos
y Los Pasos, que interrumpen Los Mitos y Los Javaloyas, cuando
no son Los Diablos, Los Mustangs y Los Payos los que intentan
evitar que escuche a Los Canarios y Los Trébol, o a Los
Gritos y Los Ángeles y en esa batalla el que pierde soy
yo, porque una canción me sugiere otras y estas otras
más, y el tiempo no me alcanza para escucharlas todas
sin saber cual elegir.
Y vuelve el joven pobre y soñador, el que intenta llegar
y no puede, el que usa ropa heredada y adaptada, o zapatos compartidos,
para que parezca que está a la última, el que
se cree un trompo, bailando aquellas nuevas cosas, y no lo logra.
Vuelven
Violeta, Mara y Marisol en esa tricotomía (palabra que
no me gusta por aquello de que trico es pelo y tomos corte y
en ese tiempo nadie quería cortárselo), que tantos
quebraderos de cabeza me produjo por la indecisión de
a cual dedicarle toda mi atención y que me llevó
al fracaso con las tres.
Vuelven las ilusiones, los desengaños, las muchachas
y las esperanzas. Vuelven los anhelos, vuelven las penas y la
pobreza agobiante y viene el recuerdo del cambio de rumbo y
de la lucha por conseguir otra vida. Y viene aquel día
del verano de 1965, en que con la decisión tomada, salí
de casa con mi amigo Carlitos Mas, para buscar mi futuro y solo
regresar de cuando en cuando.
Ya amanece, el café está frío como la habitación,
que llena de humo de tabaco obliga a abrir la ventana. Alguien
trastea en una cocina cercana y por la ventana, a través
de la cual se escucha un niño que llora, se van los fantasmas
de los sesenta, que han venido de la mano de aquellas bandas
de mi juventud, que también se escapan.
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