Por Andrés Pérez
Cuando
aquel 21 de noviembre de 1998 el hedor se hizo insoportable,
los vecinos del edificio de Linea y F en La Habana se decidieron
a avisar a la policía, quienes guiados por el olor se
decidieron a derribar la puerta del único apartamento
del piso 18 cuyos ocupantes no se encontraban en aquel momento.
Dentro, en medio del olor a muerte y descomposición humana,
encontraron muerta a quien había sido una leyenda viva.
Ante sus ojos estaba el cuerpo sin vida de quien había
sido “La reina del Guaguancó”, la mismísima Celeste
Mendoza, sola en la soledad imperturbable de la muerte rodeada
de sus discos, sus santos y los testimonios gráficos
y musicales de una de las estrellas más rutilantes de
todos los tiempos en el firmamento musical de Cuba.
Celeste Mendoza fue una intérprete singular de la música
cubana, destacando en el bolero, los ritmos guapachosos que
hoy llamarían salsa y sobre todo en el guaguancó.
Oriunda
de Santiago de Cuba, donde había nacido en 1930, destacaba
por su alegría proverbial, su simpatía y sus curvas
espectaculares que le hacían ser una "mulata de
fuego", que a nadie dejaba indiferente y la llevaron a
ser modelo del legendario Cabaret Tropicana. Una carcajada estrepitosa
solía romper el dialogo que establecía con sus
oyentes y al que seguía un trago largo de ron antes del
siguiente número musical y así hasta el final
del espectáculo una y otra vez, un día y otro,
mes tras mes y año tras año.
La
mulata guapachosa paseó su música y sabrosura
por escenarios de varios países de tres continentes y
hasta hizo incursiones en el cine, pero lo suyo era el espectáculo
en directo, en un bis a bis con su público, aunque se
prodigaba en radio y televisión, pero para ella no era
lo mismo, no interactuaba ni ella imponía las reglas
Pero
los años no perdonan, ni el alcohol tampoco y Celeste
comenzó a ser solo una leyenda que se paseaba por La
Habana con su turbante y el recuerdo de lo que años antes
fue un cuerpo de escándalo. Los que la descubrían
corrían a demostrarle su reconocimiento y cariño,
se armaba el alboroto y la artista sonreía a todos, repartiendo
besos y abrazos, aunque por dentro la consumiera la soledad
en que pasó sus últimos años y todo no
fuera más que otra actuación para el respetable.
Celeste
Mendoza, la Reina del Guaguancó, al final de su vida
reinaba sólo en su público, en el que la escuchó
y la vió actuar, porque la siguiente generación
la había olvidado. Celeste Mendoza era en esos momentos
sierva de los recuerdos, la soledad y el alcohol, que en aquel
apartamento del Vedado, rodeada de imágenes de santos
que la protegían, la volvían a la vida que se
le había ido y que al parecer le ayudaban a huir del
olvido con el que no se conformaba.
El
forense, en el informe de la autopsia, certificó que
La Reina del Guaguancó había fallecido cinco días
antes de que la encontraran y duele saber que era tan grande
su soledad que solo supieron que faltaba cuando el hedor proveniente
del apartamento se hizo insoportable.
Celeste
Mendoza: Reina entre las Reina
Celeste
Mendoza Beltrán (1930-1998). Intérprete emblemática
del guaguancó que supo transmitir en la voz y el movimiento
corporal, la sensualidad, picardía y emotividad que demanda
el género.
Celeste
Mendoza nació en la ciudad de Santiago de Cuba, el 6
de abril de 1930, en el popular barrio de Los Hoyos. A los trece
años de edad la trasladaron para La Habana donde se dio
a conocer en un programa radial de
aficionados por su interpretación de El marañón,
una creación de Julio Cuevas.
Recibió lecciones de baile, impartidas por su primo Jorge
Beltrán, con quien posteriormente formó pareja
y se presentó en el Cabaret Mi Bohío ubicado en
la zona playera de la barriada de Marianao.
En 1950 se presentó en el Teatro Martí en calidad
de bailarina de la Compañía Batamú.
En 1951 integró el cuerpo de baile que dirigía
el coreógrafo Roderico (Rodney) Neyra en el famoso Cabaret
Tropicana, donde la Mendoza, durante la visita de las cantantes
Josephine Baker y Carmen Miranda, hizo geniales imitaciones
de éstas, con las que ganó el aplauso y la admiración
del público presente. Ese mismo año formó
un cuarteto con Omara Portuondo, Gladis León y con su
hermana Isaura Mendoza, bajo la dirección del pianista
Facundo Rivero.
En 1952 se inició como cantante solista y se presentó
en el programa Alegrías de Hatuey transmitido por Radio
Progreso, con el acompañamiento de la orquesta conducida
por el Maestro Ernesto Duarte.
En 1953 debutó ante las cámaras de televisión
invitada por Joaquín M. Condall al programa Esta noche
en CMQ, donde cantó a dúo con Miguel de Gonzalo.
Realizó presentaciones en el Teatro Blanquita y tuvo
contratos en diversos centros nocturnos de La Habana en los
que popularizó canciones al estilo de Soy tan feliz,
de José Antonio Méndez y Que me castigue Dios,
de Marcelo Salazar.
Su
personalísima interpretación se convirtió
en un éxito de la difusión.
Siguieron giras artísticas por países de Europa
y Latinoamérica y una intensa actividad en programas
radiales y espectáculos donde tuvo la oportunidad de
compartir el escenario con figuras tan famosas como Benny Moré,
Ignacio Villa (Bola de Nieve), Edith Piaf, Ninón Sevilla,
Carmen Miranda, Josephine Baker y Pedro Infante.
Participó en los festivales de música popular
de 1962 y 1963. Tomó parte en la filmación del
documental Nosotros la música de Rogelio París
e integró el elenco del Music Hall que se presentó
en la capital francesa, con el atractivo de agrupaciones y figuras
como la Orquesta Aragón, Los Papines y Elena Burke, en
1964.
Firmó
contratos con la televisión francesa y se presentó
ante el público de Berlín, Moscú y Leningrado.
A su regreso a Cuba fue ovacionada en teatros y espectáculos
de cabarets
y se convirtió en la protagonista de otros cuatro documentales.
Actuó,
igualmente, en una película con Tin Tan, Tin Tan en La
Habana, y un corto musical para la televisión francesa.
En sus discos, reeditados en Venezuela, Francia y Canadá,
la rumba ocupa un lugar muy destacado, así como otros
géneros y autores de la cancionística cubana y
latinoamericana.
En su larga carrera artística recibió numerosos
reconocimientos.
En
la Feria Internacional CUBADISCO 1998 fue galardonada, junto
al grupo musical Los Papines, por el disco El reino de la rumba.
El pueblo de Cuba recuerda las interpretaciones que hizo de
obras como Échame a mi la culpa, Que me castigue Dios
y Papá Oggún pero, sobre todo, su destreza para
manejar el guaguancó, la guaracha, o para asumir combinaciones
genéricas en las que boleros o rancheras incrementaban
su interés musical y danzario a partir de estructuras
rítmicas propias del mambo y de la rumba.
Ella será por siempre, como dijera la singularísima
Rita Montaner: ¡La reina del Guaguancó!
|