Por
Andrés Pérez
Soy
el producto de una reconciliación, el hijo de la búsqueda
del reverdecimiento de un amor que quizás se apagaba
entre dos personas que se habían querido y quizás
eso me marcó en cierto modo.
Cuando
mi madre descubrió que la querida de mi padre esperaba
un hijo parecía que todo iba a acabarse entre ellos e
incluso estuvieron separados. En ese entonces vivíamos,
o vivían, en lo que después fue conocido entre
nosotros como "la casa chiquita", allá en la
calle Tomás Barrero, cerca de la cañada y el Cementerio
viejo. Mi madre, enfadada al descubrir la infidelidad continuada
de mi padre, recogió sus cosas incluida la cama matrimonial
y tomando al primogénito se fue a la casa de la Loma
con el resto de las Capote abandonando al viejo en la casita
para que reflexionara o decidiera qué iba a hacer con
su vida.
No
sé qué promesas pudo hacer mi padre, no sé
qué artimañas usó, o si fue mi madre quien
creyó que podría recuperar el marido y la estabilidad
matrimonial con un nuevo hijo, lo cierto es que tiempo después
de nacer mi media hermana nací yo, asistido por Justa,
la comadrona, en aquella cama de caoba que aún hoy existe
en la casa que fue de mis padres y que mi madre trasladó
en aquel entonces a la casa de la Loma para que no pudiera ser
profanada por otras mujeres.
Cuando yo nací mis padres estaban separados y eso hizo
que mis tías le tuvieran mala voluntad al viejo, que
cuando aquello era joven, no sólo por haber sido infiel
sino por haber vuelto a embarazar a la benjamina de las Capote,
quizás pensando que con dos hijos le sería muy
difícil en aquella época rehacer su vida. La abuela
no podía ni verlo y este sentimiento de rechazo mutuo
se hizo reciproco durante toda la vida.
No
sé tampoco cual fue el arreglo a que llegaron, qué
prometió mi padre, o si de verdad había amor entre
ellos, pero a poco de nacer yo mi madre volvió a recoger
las cosas, embaló la cama matrimonial y tomando
de la mano al primogénito y cargando al recién
nacido regresó a "la casa chiquita" para descubrir
que mi padre había alquilado para nosotros la casa de
al lado, mucho más amplia y que luego conocimos como
"la casa grande".
Alrededor de un mes después de la reconciliación
celebraron mi bautizo.
El
tío Gongo, hermano de mi madre, fue el padrino y Luisa
Sánchez, la joven vecina de la casa del frente y amiga
de mi vieja, fue mi madrina.
Queda como testimonio la foto de dos jóvenes padres quizás
enamorados, ella vestida de blanco con un vestido de hilo que
tiempo después alcancé a ver, él igualmente
de blanco, con pajarita al cuello, el primogénito con
una chaqueta mirando a la cámara, todo serio él,
y el bebé, hoy un viejo, con su batita de bautizo bordada
como era preceptivo.
Resulta
imposible recordar cómo fue la vida en aquellos tiempos
y ya no hay nadie que me lo pueda decir, a menos que me reencuentre
con mi madrina que no se si vive y que siempre se refería
a mi padre como "un puñetero".
Lo
único cierto es que no vivimos más de año
y medio en "la casa grande", que el hermano que me
sigue nació también en la casa de la Loma, en
la misma cama que yo y asistido por la misma comadrona y que
poco tiempo después de su nacimiento mi padre alquiló
para la familia la que después conocimos como "la
casa de Fortuna", al lado de la de las Capote, quizás
para que le resultara menos gravoso trasladar la cama matrimonial
y en la que nació mi hermana Leo.
Es triste pensar que uno vino al mundo buscando una reconciliación
de pareja y que no sabe exactamente si lo logró. Mi padre
siguió con su amante y reconoció a la hija que
tuvo con ella, sin embargo mi madre siguió pariéndole
hijos a mi padre y la familia que iba aumentando pasó
etapas en que solo teníamos su figura masculina como
referente ocasional en medio de aquella casa de Bernarda Alba
que era la de las Capote y que hoy bebiendo un Rioja Comportillo
cosecha de 2009, mientras escucho a Libertad Lamarque que tanto
le gustaba a mis padres, me ha dado por recordar, pensando que
mis viejos vivieron después de aquello más de
cuarenta años juntos y que Paca se burlaba de los tangos
que cantaba Papi, recordándole como cantaba "Uno"
para mi madre, mientras le decía que era un gran embaucador
y un mentiroso, a pesar de vivir en nuestra casa. |