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| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |
Los Cuartos de Tula

Por Andrés Pérez

Cuando cansada de que no hiciera nada en casa, su tía echó a Tula de la misma, diciéndole que se buscara un chino que le pusiera un cuarto, nunca pensó que estuviera anticipándose a la realidad de lo que ya estaba incubándose en la vida de la mulatita más jacarandosa de La Habana Vieja.

Hacía más de año y medio que había llegado de Santiago para intentar colocarse en alguna casa y hasta la fecha sólo se había colocado en la de la tía, que ni clasificaba como tal, sin disparar un chícharo desde el día que llegó, pero siempre alebrestada para cuanta fiesta hubiera en cualquier solar o baile en la Tropical y había que reconocer que bailaba como nadie.

Fue precisamente en uno de esos bailes de solar hacía algo más de un año cuando se encontró al chino Moisés, que no lo era completo sino sólo la mitad porque era hijo de mulata, y sus miradas se cruzaron y vio que no era un mal partido. A partir de ese día no hubo ocasión en que no usara alguna zalamería con él cuando iba a la bodega, porque sabía que se había quedado prendado de ella y que a los de su raza había que sacarle las palabras con tenedor.

Sus gestiones no fueron en vano. Al poco tiempo ya el chino le fiaba y tenía cuenta abierta en la bodega. No le faltaba un regalito según las fechas o deseos del narra, hasta que un día el chino se le declaró y Tula que si, que no, que llueva a chaparrón y el chino que frito fue y mal se cocinó, hasta que picó el anzuelo envenenado de la mulata quien le exigió que le pusiera un cuarto y el fin de semana siguiente estrenaban un cuartito en una accesoria de la calle Zanja.

Tula se esmeró y a cuenta de la cuenta del chino y de sus cuentos almibarados arregló el cuartito a su gusto. Puso cortinas, compró adornos, ropa de cama nueva y muchas cosas para ella "porque yo te quiero mucho papi y quiero que te sientas bien". Y el chino babeando por Tula le compró un radio para que su cuchicuchi oyera las novelas y la música que le gustaba mientras lo esperaba y creía que era feliz ahora que había aprendido lo que era amor de mulata.

Pero de la suerte y de la muerte nadie se libra y una tarde en que Tula iba caminando rumbo al malecón con su constante baile de caderas, pa ti, pa mi, pa ti, pa mi, escuchó el clásico Mamiiii, si cocina como camina me como hasta la raspita y cuando volteó la cabeza para ver al dueño de aquella voz y decirle alguna barbaridad tropezó de manos a boca con un portento de hombre que la dejó de una pieza y supo sin que nadie se lo dijera que estaba condenada a ser suya y lo más terrible fue que él también lo supo solo de mirarla.

Un poco de conversación picante por aqui, unas risas por alla, el mire usted que estoy comprometida, un yo no soy celoso, luego el me voy pero me quedo indispensable seguido por el te acompaño, el no que me perjudica, la invitación a verse al otro día y el non queiro échamelo en el sombreiro, bueno, pero sin compromiso, dejaron la situación a punto de caramelo.

Y así fue como mientras el chino se mataba en su bodega para mantener a Tula, ella comenzó a verse con Tobías el mulato lindo como le llamaba y aunque insistía en que yo soy una mujer decente y usted está casado acabaron en una casa de citas donde se desfogaron que rico mami hasta decir ya está bien y no quisieron desprenderse a la hora en que les tocaron a la puerta. Repitieron al día siguiente y al siguiente, me matas papi, no me dejes marcas, y al otro y al otro hasta que pensando en que le resultaba más barato Tobías le alquiló un cuarto interior por allá por La Cachimba y le robó la mujer al chino quien se enteró cuando llegó a la casa por la noche y no la encontró ni a ella ni sus cosas.

El chino quiso morirse cuando descubrió que le faltaba su droga de cada noche y le montó vigilancia a la casa de la tía hasta que averiguó el paradero de Tula a la que asedió con peticiones de que volviera con él, que yo te perdono y la culpa es mía y todo va a ser igual mi vida, y su vida, enviciada ahora con su mulatón, lo mandó a freír tusas con una sonora carcajada cuando él le aseguró llorando que cuando quisiera volver la estaría esperando en el cuartito, que está igualito que como cuando te fuiste y sólo faltó que le dijera que con la luz a medio tono y la cortina bajita como tú la pusiste para que ella pensara que estaba imitando a Panchito Riset.

Pero Dios castiga sin palo y sin piedra y ultimamente Tobias permanecia cada vez menos con ella, como si se le hubiera pasado el furor de los inicios. Un mal día después que Tobías se fuera para su casa, Tula comenzó a hacer el trabajo que le había indicado una santera para amarrar al mulato y que dejara a su mujer para quedarse con ella. Fueron los baños con yerbas, los tragos de ron, la santiguación, las unturas de miel y la vela encendida toda la noche a Eleggua que abre los caminos y el viento traicionero que entró por la ventana abierta por el calor para poder dormir y la llama que prende la cortina y el fuego que se extiende por toda la accesoria.

Y fue también el ruido de los vecinos, la corredera y las sirenas de los bomberos que rescataron a la mulata desnuda y embadurnada de miel a la que cubrieron con una manta después de recrearse la vista y la condujeron a donde les dijo, al cuartito de la calle Zanja donde un amoroso chino le abrió la puerta y Tula pudo descubrir que era cierto lo que le había dicho Moisés aquella vez, porque el cuartito estaba igualito que cuando se fue, con la cortina bajita, la luz a medio tono y el radio en el sitio en que ella lo había puesto.

Casi como en la canción. Entonces decidio quedarse para siempre con el narra por aquello de que mas vale chino en mano que cien mulatos volando y segun se cuenta, aunque no comieron perdices fueron felices.


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