Esteban
Casañas Lostal.
Montreal..
Canadá
2004-08-21
Varios
remolinos adornaban la calle principal, enormes bocanadas
de polvo los alimentaban desde las bocacalles. Olas de hojas
resecas y basura danzaban dulcemente al compás de
una armónica ventisca obligando a cerrar los ojos.
No sé si algún instante los tuve abiertos.
Sentía que avanzaba desesperadamente, como esperando
el asalto de cualquier bache. Esquivaba con genial maestría
raíces fugitivas de la prisión a la cuales
durante mucho tiempo las sometiera el suelo. Las aceras
eran discontinuas, aún así, presentí
que aquel paisaje fuera conocido por mí y nada me
detuvo. Buscaba entre muros y columnas destruidas el origen
de muchos sueños, el aleteo y sonrisa fresca de muchas
golondrinas. Puede que el ensordecedor ruido producido por
el viento opacara aquellas risas que hoy imaginara una vez
existieron.
Nada detuvo mis pasos y me defendía de una densa
bruma cargada de polvorienta angustia, imágenes vagas
que hoy se van borrando entre gigantes helechos. El flamboyán
se encuentra allí, pero no está vivo, continúa
siendo el faro de entrada al pueblo. Muestra con vergüenza
todo su esqueleto, conserva en su tronco el eco de tantas
espaldas que una vez se acomodaron a su sombra. Me acerco
y veo varios corazones grabados a punta de cuchillas, reconozco
algunas firmas, otras sangran todavía. Cae una flor
a mis pies, busco en todo su universo y no encuentro otra,
pronto se desvanece entre amorosos susurros. ¿Habrán
pasado por aquí? Una lágrima corre por mi
mejilla, supongo que provocada por algún cuerpo extraño,
no puedo hacer nada, tengo las manos y el alma sucia.
Va pasando la tormenta, poco a poco se disipa aquella sinfonía
infernal y mi vista se levanta en busca del parque. El único
parque de mi pueblo, y dentro de ese parque busco un viejo
banco. Veo que existe también, algo inclinado, le
faltan tablas, anciana figura testigo de pocas palabras
y una promesa incumplida. Ella estaba allí sentada,
la pureza de su blanca palidez contrastaba con su entorno,
resaltaba su cabellera negra en medio de ese ambiente gris
de la tristeza. Aquellos ojos azules como el cielo en el
ocaso me miraron fijamente, y un fuerte temblor recorrió
cada rincón de mi cuerpo. Fue una mirada inquisidora
y no pude apartarme de ella, vestía de escolar, como
la última vez que la vi, con la misma edad, yo no
había envejecido. Luego se esfumó con una
ráfaga de viento.
A mis espaldas busqué una vieja estación de
trenes, solo el esqueleto de acero oxidado perteneciente
a una vieja fortaleza. Un vagón detenido junto al
andén no pudo partir en su último viaje, el
fantasma de un perro descendió por la escalerilla
delantera, inclinó su cabeza hacia el cielo, no me
llegaron huellas de su aullido. Los álamos del parque
reposaban su eterna siesta junto a la fuente, giré
mis pasos nuevamente hacia la calle principal hoy convertida
en guardarraya. Se calmaba el viento y aparecían
ante mi vista conocidos portales apuntalados por los años.
Rostros mutilados de rasgos humanos ocuparon en monótonos
movimientos sus asientos, se disponían a esperar
como siempre hicieron a la sombra de sus promiscuos espacios.
Luisito se encontraba balanceándose al lado de su
madre, hoy resultaba más bajo de estatura, tuvo que
ser la obesidad manifiesta. Parecía una vieja morsa
encanecida, su rostro conservaba ese brillo sucio del trópico,
el del cuerpo que ha vencido días sin contacto con
el agua. Llegué a saludarlo con la esperanza de que
me reconociera y se levantó ayudado de un bastón
al verme. Me ofreció aquella mano tan sucia como
la mía y su aliento era infernal, hubiera sido preferible
que hablara por señas. Salió a la luz todo
el alcohol ingerido por siglos y el olor de su cuerpo era
rancio, como el de cualquier producto vencido, no podía
distinguirse si se encontraba vivo, era asquerosa y repulsiva
su presencia, pero agradable al trato. Su madre continuó
sentada en otro sillón, conservaba los mismos espejuelos
con cristales fondo de botella de los ochenta, pero estaba
totalmente cubierta de polvo. La mujer de Luisito la sacudía
con un plumero de la misma manera que hiciera con cualquier
adorno, parece que nunca la movían de allí
cuando llegaban esas tormentas de polvo. Su aspecto era
deplorable, costras agrietadas de tierra cubrían
todo su rostro y sus pies no llegaban al suelo. Conservaba
el mismo
vientre inflamado de siempre y aquella mirada escurridiza
cargada de rencor. La mujer de Luisito le limpiaba en esos
instantes los anteojos, su primer movimiento fue un giro
de cabeza en un recorrido de ciento ochenta grados, se detuvo
por segundos en portales vecinos, luego repetía aquellos
movimientos con exactitud cronométrica, era un reflejo
condicionado.
-¿Esa
es la pura?- Fue una pregunta formal, Luisito giró
sobre sí y la recorrió de pies a cabeza.
-La
misma que viste y calza manón, ¿Todavía
te acuerdas de ella?
-¡Claro!
¿Quién pudiera olvidarla con tus cuentos?
-¿Cuáles,
de cuando era chivata? Aún lo es, aquí permanece
las veinticuatro horas del día, en ese sillón
come y caga. Me contestó sonriente, siempre habló
así de la vieja.
-¡Ya!
Recuerdo perfectamente todos los líos de cuando era
presidenta del comité.
-¿Era?
Te equivocas manón, la vieja lo sigue siendo. A ésta
la van a arrastrar cuando caiga esto.
-Pero
si esto ya cayó Luisón, mira a tu alrededor.
-¡Ni
se te ocurra decirle eso! ¡Mira! Mejor habla bajito,
habla de pelota.
-¿Qué
es de la vida de tus hijas?
-¡Escaparon
asere! ¡Libraron!
-No
lo sabía! ¿Para dónde?
-Una
vive en México y la otra en España.
-Que
distantes, ¿y la vieja que dice de todo esto?
-Lo
de siempre, que son gusanas, pero luego se calla cuando
le digo que las chamas son las que mandan el dinero y por
eso ella está viva.
-¿Y
qué puede chivatear ahora? No veo razones por ninguna
parte, todo es destrucción.
-Quién
sabe, puede que por oír, porque de hablar, eso no
lo hace nadie. ¡Mira el silencio que hay! Comenzó
a oírse fuertes martillazos en una de las casas de
la acera contraria. Involuntariamente desvié la mirada
hacia aquel punto y me encontré con una anciana sentada
en su portal.
-Parece
que están reparando los vecinos, esa es buena señal.
Dije por simple cumplido.
-Allí
no reparan nada, esos martillazos se repiten desde finales
de los ochenta. Me explicó con mucha tranquilidad.
-¿Y
aquella vieja quién es? Razones me sobraban para
expresarme así de aquella triste figura. Eran los
residuos de lo que un día fuera una mujer, aún
persistían rasgos en su cuerpo que delataran fuera
bien formado mucho antes.
-¿Vieja?
Esa mujer es muchísimo menor que tú. Aún
no me explico cómo te conservas tan joven.
-¿Quién
es?
-Es
la hija de Ramoncito, ¿te acuerdas de ella? Me obligó
a un esfuerzo sobrehumano, el nombre del padre resultaba
familiar a mis oídos.
-¿Ramoncito
el del bote?
-¡Exacto!
El mismo que viste y calza, veo que tienes buena memoria.
-Pero
la hija es un desastre, ¿ésta es aquella rubia
riquísima?
-Teñida
manón, teñida, que de rubios no tienen ni
una comilla.
-¿Y
Ramoncito está vivo?
-¿Pero
no te enteraste?
-No
sé nada de él desde hace mucho tiempo.
-Pues
esa es la causa de esos martillazos, el chamaco de él
se volvió loco y con mucha razón, ¿te
acuerdas de la lancha que él tenía?
-¡Claro
que me acuerdo perfectamente!
-Yo
lo sabía, muchas veces que se fueron a pescar juntos.
Pues un día lo chivatearon y le decomisaron la embarcación.
-¿Y
qué relación guarda con el chama?
-Pues
Ramoncito hizo una balsa con un socio y un día volaron
por el espigoncito, ¿te acuerdas de él?, ya
no existe, ya nada existe, solo lo que puedes ver.
-Entonces
el chama se volvió loco porque el padre lo dejó.-
-Nada
de eso que imaginas, embarcaron los tres. Cuando ya se encontraban
fuera del alcance de la costa fueron sorprendidos por un
temporal. En ese mal tiempo cayó Ramoncito al mar
y fue devorado por los tiburones ante la mirada impotente
de su hijo. Más tarde cayó su amigo y corrió
la misma suerte. Después, el mal tiempo regresó
la balsa a la costa con el chama de Ramoncito a bordo, ya
debes imaginar el trauma. Desde entonces se encuentra construyendo
otra balsa, pero si te llegas al patio comprobarás
que solo posee cuatro tablas. Mucha gente se largó
después, pero nadie quiso cargar con el fiñe.
Ya sabes, mala suerte.
Un largo silencio acompaño la terminación
de aquel breve relato, viajé con los años
y nos sentamos en la sala de la casa a ver la novela brasileña
antes de salir a pescar. Una botella de ron siempre se erguía
en la mesa de la sala, pero no sugirieras partir antes,
la novela era sagrada, aún para los hombres cuando
vencieron aquella batalla contra el machismo. Al principio
me encabroné, pero luego, con aquella acción
repetida tantos días y años, me convertí
en novelero más. Después de terminado aquel
sagrado horario solo violado por un discurso, solo así
salíamos caminando cargados de avíos a lo
largo de la acera del vivero. Cruzábamos el río
y burlábamos mangles hasta llegar a su embarcación.
La arrancada era todo un homenaje a la desconfianza, vencer
la telaraña de cadenas y candados tomaba su tiempo,
y luego, quién pudiera explicarlo, no podíamos
alejarnos del alcance del reflector del cuartel. En el área
de oscuridad podían dispararnos y casi siempre llevábamos
a nuestros hijos, al mío y al que hoy martillaba
esquizofrénicamente, aquella noticia me partía
el alma. A Ramoncito se le escapaban los ojos frente a mi
televisor a color, casi nadie los tenía en la isla,
la puerta del balcón abierta y la botella de ron
sobre la mesa.
-¡Claro!
Mala suerte. Se me escaparon esas palabras, puede que haya
sido un simple cumplido para ocupar espacio.
-Ya
sabes, la gente es muy creyente.
-¿Creyente?
Pero si nunca creyeron ni en las madres que los parió.
-Pero
los tiempos cambian manón, y el chama podía
traer mala suerte.
-¿Y
la tuya es buena?
-No
tan buena, pero escapo.
-¿Se
ha mudado la gente?
-No
se han mudado asere, han volado, que no se escribe igual
y suena diferente.
-¿Juanito
sigue viviendo en la misma casa?
-¿Juanito?
Voló detrás de ti, allí vive su chamaca,
¿te acuerdas de ella?, está cargada de hijos.
-Esa
fiñe era divina, ¿y la mujer de Juanito?
-Voló
también, pero no con él. El socio se olvidó
de toda la familia, la mujer se volvió a casar sin
divorciar con un ex preso político, y ya ves, es
una mujer de éxito. La chamaca sobrevive gracias
a eso.
-¿Y
Armando, no ha volado?
-No,
si supieras, ¿te acuerdas que la mujer estaba loca
por irse al carajo?, pues el tipo nunca tuvo huevos de hacerlo,
sabes a qué me refiero, a eso de comenzar desde cero.
-¿Y
su hija?
-¿Magdalena?
Ahí está, hecha una vieja. Me partió
el alma oír a Luisito, me picó muy cerca.
Me trajo a la memoria la primera discusión con mi
hija y mi esposa, ellas estaban acabadas de salir de la
isla, era como si todo se hubiera embrujado por allá,
hasta la mente de los seres humanos, ¿pero de millones?
Nunca podré olvidar aquella discusión.
-¿Y
qué es de la vida de Magdalena? Pregunté con
la misma curiosidad mostrada por todos, nada especial, bueno,
si tenía de especial que era la hija de mi mejor
amiga.
-Magdalena
está de lo mejor, es novia de un español que
la atiende muy bien. Me respondió mi hija sin maldad
alguna.
-¿Un
español? Cuanto me alegro, ¿y los padres están
de acuerdo con esa relación?
-¡Claro
que si pipo! Están escapando, el tipo es chévere
y hasta duerme en la casa.
-¿Y
que edad tiene el gallego? No sé, siempre me ha picado
la curiosidad por todo lo que ocurre entre mi gente.
-¿El
gallego? –Hubo un espacio de tiempo antes de recibir
la respuesta.- Yo creo que el gallego anda muy cerca de
los setenta años, pero si supieras, se conserva muy
bien y dice que va a sacar a Magdalena de Cuba. No sé
hasta que punto me invadió la ira, ellas tampoco
se daban cuenta de lo que decían, les observé
tanta ingenuidad al decirme aquellas palabras que no pude
contenerme, exploté.
-¡Cojones!
Eso es prostitución, Magdalena es jinetera, ¿cómo
carajo me van a decir que a una chamaca de 19 años
le va bien con un viejo de setenta? Ambas enmudecieron y
guardaron silencio ante tan repentina y violenta reacción
de mi parte.
-Andrés
es buena gente pipo….. No la dejé terminar,
nadie puede imaginar la indignación que se siente
al oír aquello. La mentalidad de mi familia se encontraba
afectada también por los cambios de tiempo.
-¡Buena
gente ni cojones! Ese viejo es un hijo de puta que se está
aprovechando de la miseria en que están viviendo,
y el padre de Magdalena es un maricón coño,
métanselo en la cabeza. ¿Cómo carajo
voy a permitir que un tipo de esos viva en mi casa con mi
hija? Hubo un silencio profundo y ellas nunca se atrevieron
a tocar nuevamente el tema en mi presencia. Pasarían
dos años cuando el padre de Magdalena se reunió
con nosotros en Montreal, nunca le propuse que desertara
porque el que tiene ideas de hacerlo ya lo ha pensado miles
de veces antes de abandonar la isla. Sabía perfectamente
que yo le daría albergue y que no pasaría
ninguna de las calamidades que me tocó vivir. Pero
le faltaron huevos, claro que hay que tener huevos para
abandonarlo todo y comenzar desde cero. Me contó
con más ingenuidad que la mostrada por mi mujer e
hija que, andaba con la foto de Magdalena enseñándosela
a los estibadores de los puertos donde atracaron. El padre
de Magdalena aspiraba escapar de la isla al precio de la
venta de su hija, sentí verdadero asco con su presencia,
y les digo algo, he omitido los nombres de los personajes,
pero estoy convencido que en un futuro, su esposa e hija
se verán identificadas en este trabajo y me darán
toda la razón.
-Magdalena
es hoy una vieja, nunca pudo volar, no tuvo suerte con ninguno
de los extranjeros que vivió en su casa. ¡Ya
sabes! Esos gallegos se estaban jamando un caramelo, ¿no
vas a pasar por su casa?
-Por
supuesto que no Luisito, no tengo cara para llegarme hasta
ellos, no a ellos, a su mujer que era como una hermana para
mí.
-Solo
puedo decirte que es una ancianita.
-No
te imaginas cuánto dolor siento. Hubo otra pausa
de silencio y sentí más que nunca el olor
acre que escapaba de su cuerpo.
-Pero
eso no es nada, ¿quieres que te hable de la suerte
de José y su familia? ¿te acuerdas de él,
el que se quedó en Holanda? ¿O te hablo de
Eddy, el que se quedó en Francia? ¿O de Amarilis,
la que se casó y vive en Japón? ¿O
de Mercedes, la que voló hasta Namibia? ¿Y
ya sabes que Laura vive en Bolivia? Volaron manón,
se fueron todas las golondrinas, nadie sabe cuándo
regresarán. ¿Te hablo de Gise? En ese momento
lo miré fijo a los ojos y se detuvo en su resumen.
-De
Gise puedo hablarte yo y no guarda relación con nadie
de los que has mencionado, son otros tiempos. Diferentes
vientos soplaron entonces, y en esta calle no se formaban
estos remolinos, ni los padres aceptaban que las hijas vendieran
sus cuerpos bajo el mismo techo. ¡Alto ahí
manón! Hay abismos que esas nubes de polvo te impiden
ver y distinguir. Ni se te ocurra abrir la boca para hablar
de ella, ¿qué puedes saber de sus angustias,
de tantas trampas y dinero perdido, qué pudieras
saber de los sacrificios de su esposo, de las millas y fronteras
vencidas hasta lograr ese encuentro? ¡Por favor! Creo
que es mejor guardes silencio, no todos los casos son iguales,
hay muchos que son dignos de admirar y pagaron un precio
muy alto por su libertad, tanto, que esa libertad tuvo el
valor de sus vidas.
Luisito guardó silencio y ayudado del bastón
se dirigió hasta el sillón, se sentó
junto a su madre que ahora realizaba giros con el cuello
superiores a los ciento ochenta grados, parecía una
lechuza gigante. No sentimos ninguna alegría por
nuestro encuentro.
Una manga de viento se apoderó de nuevo de los restos
mortales de aquella calle, se levantó de inmediato
otra nube de polvo, la misma que se sucedía cada
día de todos los años. Luisito permaneció
inmóvil en su sillón junto a la vieja, apenas
se le distinguían los ojos y continuaba con el rítmico
movimiento de la cabeza, tuvo que ser un reflejo condicionado.
Una mueca macabra se observó en sus labios desfigurados,
quien pudiera adivinar si expresaron alguna consigna maravillosa,
de aquellas futuristas y prometedoras que sumieron a la
gente a ese profundo e infinito letargo, quién pudiera
adivinarlo. Pudieron estar cargadas de maleficios, solo
la vieja lo sabía, pero allí estaba, condenada
a su sillón con aquellos horribles espejuelos con
cristales de fondo de botellas, y su lengua cuarteada y
reseca que nunca se detenía.
Sentí espanto y escapé sobre mis pasos, llegué
hasta el flamboyán que sirvió alguna vez de
faro. Ha sido la única vez que he sentido terror,
ese miedo indiscutible que se siente cuando se regresa al
pasado y no encuentras huellas de él. Es como si
nunca hubieras existido en el espacio y todo se convierte
en una inmensa nube de polvo y mierda. Porque esa ha sido
nuestras vidas, lo compruebas en esos regresos fortuitos
que solo brinda la memoria. Pasé junto al parque
y no me detuve, allí se encontraba el banco y Gise
sentada esperando. Entré a la vieja estación
y encontré entre sus restos que solo permanecía
intacto su baño, ironías del destino, pensé
cuando entré a su interior. En una de sus paredes
colgaba un viejo espejo, y cuando la invasión del
miedo se detuvo me acerqué a él. Yo era un
viejo, el tiempo había pasado y solo me conservaba
joven en la memoria de Luisito, nunca había recibido
una fotografía mía. Permanecí con la
mirada fija al techo en busca de un nido quizás,
no lo encontré, pero me dormí pensando que
un día las golondrinas regresarán.
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