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| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |
¡Suerte de vivir en una potencia médica!

Por Luis Cino

Recientemente, la directora de la Organización Mundial, doctora Margaret Chang, luego de alabar los logros de la medicina cubana y exhortar a que no se alentara el consumo de comida chatarra, encomió la rápida respuesta cubana al pedido de la ONU de enviar médicos a África para enfrentar la epidemia de ébola.

Los elogios de la doctora Chang, en momentos en que el dengue, el chikunguña y el cólera se extienden por varias regiones del país, y los hospitales y policlínicos cubanos, de tan sucios y abandonados, dan grima, me hacen sospechar que ciertos oligofrénicos atribuyen características sobrenaturales a la salud los cubanos.

Recuerdo un estudio aparecido el año pasado en el British Medical Journal aseguraba que la hambruna del Periodo Especial tuvo efectos beneficiosos para la salud de los cubanos.

Según dicho estudio, en aquellos años, debido a la drástica disminución en la ingestión de calorías y la consiguiente disminución del peso corporal de las personas, se redujo considerablemente entre los cubanos la mortalidad por diabetes y enfermedades cardiovasculares.

También aseguraba el estudio que fue muy beneficioso para los cubanos que la dieta forzosa se viera complementada por las largas caminatas y los viajes en bicicleta a los que nos vimos obligados, no precisamente porque estuviéramos conscientes de la importancia de combatir el sedentarismo, sino porque la falta de combustible hizo que colapsara el transporte público.

Parece un chiste de humor negro. Los que vivimos aquellos duros años 90, cuando parecíamos zombis, a los que de tan flacos las raídas ropas se nos caían del cuerpo, no sabemos si reírnos o indignarnos ante la desfachatez de estos doctores.

¿Serán adoradores de Joseph Mengele? Hacer experimentos con las dietas de los campos de concentración debe ser su más cara fantasía profesional.

Tan interesados como estaban por la diabetes y las enfermedades cardiovasculares, pasaron por alto esos doctores el aumento de la mortalidad por otras causas, como los suicidios, los balseros ahogados o devorados por los tiburones en el estrecho de la Florida, los ciclistas fallecidos en accidentes de tránsito o asesinados por maleantes para robarles sus bicicletas.

No se refirieron tampoco en el estudio a las enfermedades propias de campo de concentración, como la polineuritis que padecieron millares de cubanos y que el régimen atribuía al alcoholismo y el hábito de fumar para no admitir que se debía a la desnutrición. Tanto lo quisieron ocultar que hasta fue destituido un ministro de Salud que se atrevió a insinuarlo.

Pero ese tema no debe interesar mucho a los autores del estudio. Después de todo, se trata de habitantes de un país del Tercer Mundo

Los cubanos, que se iban para el trabajo con solo un vaso de agua con azúcar o un cocimiento de jengibre, hojas de naranja o caña santa como desayuno, se desmayaban en las guaguas, en la calle, los niños en las aulas, los presos en las cárceles. Así y todos, resistentes y duros de pelar que somos, es posible que no hayan sido demasiados los cubanos muertos de inanición durante el Periodo Especial.

Según el estudio, en los primeros años de la década del 90, la dieta de los cubanos se redujo de 3 000 calorías diarias por persona a 2 200. Era poco, pero bastaba para no morir de hambre.

En 1946, la doctora austriaca Adelheid Wawerka concluyó que una dieta de sólo 1 500 calorías diarias, “aunque muy pequeña, es demasiado grande para morir”. Los cubanos, siempre tan excepcionales, tuvimos a nuestro favor, 700 calorías de más para sobrevivir. O al menos las tuvimos, si no en la vida real, en el estudio del British Medical Journal…

En realidad, estuvimos más cerca de la “inanición científica” de que hablaba la doctora Wawerka que de las 2 200 calorías del estudio del British Medical Journal y que aun hoy son pocos los cubanos que pueden ingerir.

Los tiempos del picadillo de cáscaras de plátano y las pizzas con goma de condones derretidos en vez de queso, afortunadamente pasaron, pero la dieta de los cubanos de a pie (por supuesto que no hablo de la elite privilegiada y de los ricos que ya hay) sigue bien distante de las ideales 2 500 calorías que debe consumir diariamente un adulto.

Se calcula que la dieta diaria de un cubano promedio -de los que comen arroz y frijoles y de vez en cuando, con suerte y sobre todo mucho dinero, vegetales, huevo y alguna carne- está por debajo de las 1 500 calorías.

Así y todo, el estudio del British Medical Journal, que a ratos parece confundirnos con cobayas, o lo que es peor, con números, considera que éramos un pueblo más saludable en el Periodo Especial.

Pero sucede que en vez de quedarnos como estábamos, frugales, bien flacos y dándole a los pedales de las bicicletas chinas, nos dio por recuperar libras, y de colmo, para horror de la doctora Margaret Chang, osamos alimentarnos de la comida chatarra, las fritangas y croquetas de claria que expenden en los timbiriches particulares, en vez de girarnos para la sana moringa que recomienda el Comandante. ¡Y todavía no queremos que hayan diabéticos e infartados!

Afortunadamente todavía no han exportado a todos los médicos a Venezuela, Brasil, Ecuador o África, donde más necesarios son y más dinero aportan a la economía nacional. Aun quedan algunos miles en la isla, y con los salarios mejorados hasta que llegue su turno de marchar tras la pacotilla. Ellos se dedican a atender, como pueden, con las medicinas y el equipamiento de que dispongan, a esos majaderos que han descuidado los buenos hábitos que aprendieron durante el Periodo Especial. ¡Y va y hasta los curan! ¡Suerte de vivir en una potencia médica!

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