Por
Eduardo Cancio González
El
pasado 28 de Septiembre cumplió 44 años una
de las organizaciones de más oscuro proceder en la
triste historia de la revolución cubana: Los Comités
de Defensa de la Revolución. Cuando en igual fecha
de 1961, Fidel Castro llamaba a su fundación, no
sabía el pueblo cubano, en su embriaguez de verde
olivo y barbas, que asistía al nacimiento de un diabólico
mecanismo de persecución y vigilancia que con el
pasar de los años se convertiría en el pilar
fundamental del régimen.
A
la temprana edad de 14 años, es invitado al convite.
Negarse a participar, es cuando menos, invalidar por siempre
la maldita casilla de las organizaciones de masas, que cual
pesadilla, valora su escalafón de entrega al sistema,
para cualquier formulario o planilla que usted procure,
en la búsqueda de estudio o trabajo. Ser miembro
garantiza además el beneficio de la integración
revolucionaria o la legitimidad de la máscara. La
filosofía de la organización es simple: conjugar
el verbo vigilar en cada persona (más eficientes
las del plural) para despojarlo de su dignidad e intimidad.
De hecho, uno termina espiándose a sí mismo
y reprochándose día a día, al amparo
de un miedo bien fundado, el no asistir a una reunión,
no ir a un trabajo voluntario o haber faltado a una guardia
cederista.
Los
CDR esconden, bajo una fachada humanista y supuestamente
solidaria, de donaciones de sangre, recogida de materia
prima y campañas de vacunación, un proceder
al servicio de la policía política, que pone
su futuro o su suerte en manos de incontables verificaciones
y chequeos para mantener actualizado el archivo de los traidores.
El presidente de la cuadra decide incluso si usted esta
apto o no para salir del país, amén de que
se convierte en guardián de sus miserias para poder
arrebatárselas una vez se apropian de su domicilio.
No por gusto el mal llamado Alcalde de La Habana de hoy
fue por varios años Coordinador Nacional de la organización.
Habría
que reconocer, en aras de la objetividad, lo efectivo del
invento, copiado muy bien de las prácticas hitlerianas.
Miles de cubanos han pagado cárcel, recibido humillaciones,
actos de repudio y golpizas por parte de las turbas enardecidas.
Lo verdaderamente condenable es haberse aprovechado del
sentimiento solidario de nuestro pueblo para convertir en
chivatos al viejito jubilado, el ama de casa o el bodeguero
de la esquina. No por gusto cada 27 en la noche se espera
un aniversario más de la gloriosa efeméride.
Curiosamente el festejo es una muestra palpable del desastre.
Al son de dos botellas de ron barato y una olla común,
donde se cocina el pobre aporte de cada uno y la contribución
del gobierno (curiosamente se reparte un hueso pelado de
ternilla de res para cada CDR, que supone la matanza y la
duda por la falta de la fibra) se reúne la pobre
gente a celebrar o quizás, dar gracias al padre por
permitir llevar una vasija del mejunje para el almuerzo
familiar de mañana. Y entre la pálida concurrencia
al festín se escurre el desagradable olor de la leña
quemada en pleno centro de la calle, preludio del discurso
clausura del 28, donde se nos recordará a todos cuan
estúpidos fuimos 44 años atrás.
Mucho
habrá que hacer por la Cuba de mañana. Entre
lo primero, desbaratar esta organización represiva,
para devolverle al cubano la noble mirada del vecino sin
el doblez moral que representa el veneno de unos ojos y
oídos que le puede cercenar el mañana. |