Cantar,
lo que se dice cantar, no cantaba. Lo suyo era más
bien un susurro ronco que cualquier crítico envanecido
habría descalificado.
Pero
con él, con José Antonio Méndez, con
El King —como le decíamos compañeros y amigos—
ocurría algo semejante que con el mexicano Agustín
Lara, que quizás no cantaba, pero encantaba.
Sería
cómodo acotar, bajo el amparo de sus muchas otras
virtudes artísticas, que a José Antonio podía
perdonársele timbre tan inusual. Pero lo cierto es
que al Ronco, como también le llamábamos ya
se sabe por qué, nada había que perdonarle
en el decir: aquella voz, áspera como lija, no hacía
otra cosa que pulir hasta la saciedad cada canción
a fuerza de sentimiento y calidad interpretativa.
Pero
incluso quienes se empeñen en no "perdonarle"
la voz tendrán que absolverlo por los siglos de los
siglos merced a aquella otra faceta suya que lo universalizó:
José
Antonio Méndez enriqueció el cancionero popular
cubano con verdaderas obras maestras que conquistaron y
siguen conquistando mundo en las gargantas de las más
disímiles nacionalidades. "Novia mía"
y "La gloria eres tú", por sólo
mencionar dos de las más conocidas, habrían
bastado para eximir de "culpas" a quien sólo
cargaba con la de poseer una voz encantadoramente ronca.
Conocí
bien al King. Era un mulato de baja estatura, pero de pinta
firme y mirada penetrante. Las palabras le brotaban enrarecidas,
sí, pero trasmitían criterios diáfanos,
firmes, directos… Era un tipo singular de bohemio: vestía
con sencillez, pero siempre pulcro y atildado. Los tragos
que consumía "para aclarar la voz" poco
lograban en ese sentido, pero tampoco le cambiaban su conducta
intachable de siempre, su corrección y afabilidad.
José
Antonio fue de esos autores que vuelcan o no vivencias propias
al escribir sus obras. Pero fue de esos otros, tan escasos,
que cuando lo hacen lo entregan todo, que no represan vivencias
ni sentimientos. No podía ser egoísta él
con eso que fue lo mejor en su vida, con la música.
El
texto y los trazados melódico-armónicos de
las canciones de José Antonio eran propios y constituían
una unidad indivisible, reveladora del creador y del hombre.
Su inquieta brújula emocional no le impidió
expresar de forma vertical su pensamiento, como quedó
reflejado en "La gloria eres tú", una de
cuyas partes decía: "…desmiento a Dios porque
teniéndote en vida/ no necesito ir al cielo tisu/
si alma mía, la gloria eres tú…", en
lugar del "…bendito Dios…" que hoy conocemos y
que cierta casa disquera le pidió como enmienda.
La
contribución de José Antonio al movimiento
del filin, del cual fue fundador, requiere de un espacio
mayor del que hoy dispongo. Pero en ninguna antología
del movimiento pueden faltar títulos como los mencionados
o como "Quiéreme y verás", "Ayer
la vi llorar", "Si me comprendieras", "Sufre
más", "Soy tan feliz", "Me faltabas
tú", "Mi mejor canción", "Por
nuestra cobardía", "Ese sentimiento que
se llama amor" y otros muchos más.
Los
últimos años de José Antonio Méndez
están indisolublemente asociados a la terraza del
hotel Saint Johns, donde cada noche su voz cortejaba con
melódica ronquera a una Habana que no se consuela
con su pérdida. A veces, en los intermedios o entre
canción y canción, al King se le notaba abstraído,
ajeno al entorno más o menos bullicioso de la velada.
Es posible que en el pentagrama de su corazón trovador
y bohemio estuviese naciendo una nueva canción cuya
ausencia, eso sí, es lo único que jamás
podremos perdonarle.
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