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| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |
El socialismo en su peor variante

Por Luis Cino

Hace unos años, cuando se iniciaba la crisis económica, Jörn Schütrumpf, un editor alemán, al ver el aumento en las ventas de literatura comunista en Europa, comentaba que “una sociedad que siente nuevamente la necesidad de leer a Karl Marx es una sociedad que se siente mal”.

Así, de creer a Schütrumpf, el marxismo, más que una herramienta para el estudio de la historia, sería algo así como un purgante. Y tendría razón. ¡Si lo sabremos los cubanos mayores de 50 años! Solo que nosotros no sentimos la necesidad de leer sobre marxismo, sino que nos obligaron a estudiarlo como una asignatura más, bastante aburrida, por cierto, que nos provocó entre otros males, un desordenado amontonamiento de supercherías.

A mí, que siempre fui un pésimo estudiante de marxismo en aquellos tiempos en que nos repetían que “el futuro pertenecía al socialismo”, me consolaba saber que ni siquiera los dirigentes, que alardeaban de ser marxistas, y por añadidura, leninistas, llegaron a entender alguna vez a cabalidad el marxismo.

Recuerdo cuando Fidel Castro abochornó públicamente a los diputados de la Asamblea Nacional al recriminarlos porque ninguno supo responderle qué era el Programa de Gotha. Era pedir demasiado a los afinados parlamentarios de la unanimidad eterna. Algunos hasta pensaron que lo del tal Gotha era algún deformante show de la televisión yanqui.

El Comandante, luego del regaño y de exhortarlos a leer más, les explicó qué era, pero lo más probable es que tampoco él lo haya leído. Si no lo hizo en su celda del Presidio Modelo, no debe haber tenido tiempo ni paciencia para leerlo después. Y menos aún El Capital. Ni falta que le hizo. Total, si tenía los manuales soviéticos…

A través de aquellos dogmáticos manuales de la época estalinista pretendieron enseñarnos el marxismo. Y no sirvió. Fue como leer Romeo y Julieta a través de una versión condensada de Selecciones del Reader’s Digest. O escuchar la música de Beethoven a través de las versiones de Frank Pourcel o Kostelanetz por Radio Enciclopedia. Con la diferencia de que no podíamos, simplemente, apagar el radio y ya, porque había que ir a exámenes…

No creo que, aparte de Carlos Rafael Rodríguez y un puñadito de eruditos masoquistas, muchos cubanos hayan leído, lo que se dice leer, a Marx. El caso es que, en cuanto a Economía Política, por un motivo u otro, Marx, complementado y distorsionado por Lenin, Che Guevara, Nikitin y los caprichos del Comandante, nos enseñó muy poco a los cubanos. Quizás esa sea una de las causas del desastre que es el socialismo castrista.

Ocupados siempre en apretarnos más el cinturón, de la ofensiva revolucionaria de 1968 a la reforma raulista que no es tal reforma sino actualización, pasando por la rectificación de errores y tendencias negativas —cuando según el Comandante, sí íbamos a construir el socialismo— y el Período Especial, no atinamos a utilizar el marxismo para deducir cuándo estuvimos peor. Y no era fácil saberlo, porque el hambre y la miseria, siempre han estado al lado nuestro, como los más fieles de los perros.

Así y todo, aprensivos que nos hemos vuelto, los cubanos hemos desarrollado extrañas supersticiones sobre la economía y el mercado. Debiéramos estar curados de espantos y supercherías, pero 57 años de adoctrinamiento no pasan en vano. Algo tenía que quedar de lo que estudiamos —o simulamos que estudiábamos— en los manuales marxistas que enviaban los camaradas de Moscú.

A pesar de los timbiriches y las habilidades para los negocios que no sospechábamos que tenían algunos luego de tantos años de estricta tutela estatal, no podemos evitar que un erizamiento nos recorra el espinazo cuando oímos hablar del futuro dejado en manos de las leyes de la oferta y la demanda y del capitalismo salvaje según lo cuenta el periódico Granma. ¡Como si hubiera algo más escalofriante que llevar décadas, amordazados y atados de pies y manos, inmersos en el sálvese el que pueda del socialismo que naufraga pero no acaba de hundirse!

Cuando se derrumbó el bloque soviético, lo más parecido posible a la dolarización y las terapias de choque llegó de sopetón a Cuba, sin Escuela de Chicago y sin que lo solicitara el FMI. Para “salvar los logros del socialismo”, los mandantes verde olivo implementaron lo más riguroso del capitalismo. ¿El espíritu de Karl Marx les habrá soplado la fórmula a sus oídos?

Según Darwin, sólo los más aptos y fuertes sobreviven. Los cubanos demostramos serlo. No sólo la camarilla y la élite sobrevivieron al Periodo Especial y mantuvieron el poder absoluto. Los cubanos de a pie, entre chozas, escombros, cientos de cárceles dantescas, calderos vacíos, cucarachas, mosquitos, marabú, prohibiciones, y mucho policía en la calle, hemos sobrevivido a la mezcla del socialismo con lo peor del capitalismo. Sólo que mucho más flacos, tristes y descreídos que cuando estudiábamos los manuales marxistas.

Gracias a Marx o a pesar de él, el régimen castrista, pese a ciertas interesadas aventuras con el capitalismo internacional, sigue casado con el socialismo en su peor variante. Un socialismo chato, gris, ineficiente y miserable, que se juega su suerte a cualquier charada y hace pagar caro al pueblo por sus apuestas, lo mismo por el Partido único que por la planificación centralizada de la economía. Solo que ya ni en los congresos del Partido Comunista se habla de marxismo. Ni siquiera como purgante para los ancianos dirigentes con cara de padecer de estreñimiento crónico y la consiguiente acumulación fecal en sus cerebros.


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