Por
Esteban Casañas Lostal
Las clases con ella son amenas y el tiempo se va volando,
unas veces son tan divertidas que nos quedamos con los
deseos de continuar cuando toca el timbre. Posee buena
técnica de enseñanza, no creo sea muy sencillo
evadir los temporales que se presentan allí, donde
el nivel educacional es tan variado y la gama de lenguas
maternales sobrepasa la media docena. En oportunidades
apela a la mímica cuando alguien no comprende algo
y la clase se trona más divertida.
Andará rondando los cincuenta y se aferra a mantener
su figura corporal a base de rígidas dietas. Es
de ojos celestes y su cabellera es un manojo de trigo
desordenado. Muy pequeña de estatura y su a rostro
se aferran rasgos de una lejana belleza. Muy ágil
para su edad, pienso, mientras la escucho y me obliga
a constantes cambios de su rumbo dentro del aula. Me recuerda
mucho a una vieja compañera de la Academia Naval,
ella llega casi siempre con algo para ofrecer a sus alumnos.
Un día llega con chocolates, caramelos, una tarta
hecha en su casa, manzanas, etc. Hoy se apareció
con una canasta de unas uvas muy pequeñas que apenas
se encuentran en el mercado. Había olvidado su
nombre y al preguntárselo solo me respondió
“noir”, me dijo que se usaban para fabricar vino. Busqué
en la computadora de mi memoria y no me perdoné
haberlas olvidado, eran “Pinot Noir” y se lo dije, años
atrás yo había trabajado en una fábrica
de vino. Esa acción repetida durante este tiempo,
me refiero a la de aparecer con algún obsequio,
me trajo a la mente una frase que me dijo mi hijo hace
muchos años y cuando aún vivía en
Cuba; “Somos como los animalitos del circo que meneamos
la colita cuando el domador nos brinda una golosina”.
Ese recuerdo surgió como un capricho de la mente,
no se ajusta para nada a la situación actual. Ella
disfruta con ese gesto tan gentil de su parte y nosotros
también, no media otro interés.
En las escuelas está prohibido hablar de política
y religiones, no saben cuánto me alegro de ello.
Existe verdadera libertad de expresión en este
país, pero se busca con esa medida, mantener la
armonía entre una gama tan variada de personas
de diferentes orígenes. Sin embargo, por deslices
cometidos cuando ha impartido las clases, se le han escapado
mensajes que la definen como a la mayoría de las
personas de esta provincia, aspiran a una separación
de Canadá y en muchos casos detestan a los norteamericanos.
Pocos se han percatado de ello, puede ser por desconocimiento
o por llevar poco tiempo en este país. Aún
así, y sospechando yo que ella pertenece a esa
generación influenciada por los maravillosos sueños
vendidos por aquella brigada llamada “Venceremos”, ella
es un encanto de mujer, tolerante como nadie y comprensible
por la situación de los demás. El tema Cuba
lo hemos tratado superficialmente y me ha demostrado estar
bastante informada sobre la situación de la isla,
gracias a Dios.
La clase con ella está dirigida a la práctica
de la expresión oral y cada día se presenta
con un tema de la vida cotidiana diferente. Aparte de
practicar la pronunciación del francés,
esas sesiones se tornan unas veces muy cómicas
por las entonaciones que le damos a la lengua en dependencia
de nuestro origen. No existe nada tan divertido como escuchar
a un chino o vietnamita hablando en este idioma, es para
orinarse de la risa y eso hacemos cada día, ellos
no se acomplejan y nos acompañan también.
Ganan importancia también esas clases, porque se
discute sobre un tema analizado desde diferentes ópticas
geográficas, políticas o religiosas. Hay
temas que se han vuelto candentes y son tratados con mucha
pasión, logrando a veces que los alumnos se expresen
con bastante fluidez. Otras ocasiones el efecto ha sido
contrario y a cualquiera se le traba el paraguas cuando
ha deseado decir algo. Ella sale en nuestra ayuda y nos
percatamos que falta mucho por aprender.
Al aula se habían sumado unos quince nuevos estudiantes
después de finalizado los recientes exámenes,
catorce de ellos son de diferentes regiones de Latinoamérica
y solo uno viene desde la lejana Turquía. No habíamos
tenido tiempo para conocernos, creo que esta clase de
hoy ayudó mucho a identificarnos. El tema traído
era candente por su título; ¿Cómo
son los norteamericanos, nosotros, y los quebecos? Teníamos
que hablar primero de su aspecto físico, luego
de sus relaciones interpersonales, alimentación,
régimen de vida, etc. Lo cierto es que los dos
primeros puntos consumieron la totalidad del tiempo de
clases y los restantes quedaron pendientes. Ella iría
preguntando a cada uno de los alumnos y escribía
las palabras claves en la pizarra.
¿Cómo
es el aspecto físico de los norteamericanos? Fue
su primera pregunta, tampoco sé por cual razón
me dejó para lo último de la cola cuando
la costumbre era ir rotando las preguntas por el orden
de los asientos. Las respuestas fueron casi todas coincidentes,
son rubios, altos, fuertes, de ojos azules, bien parecidos,
etc. En este punto no me preguntó absolutamente
nada.
¿Cómo
somos nosotros? Lanzó la pregunta y realizo el
mismo recorrido saltando el orden cuando pasaba por mi
fila, creo que me tenía censurado. Las respuestas
fueron casi todas coincidentes, somos bajitos, trigueños,
de ojos negros, piel bronceada, algo gorditos, menos fuertes,
etc. Ya no podía soportar estar tan tranquilo en
el asiento y la sangre fluía como nunca desde los
pies a la cabeza. Un muchacho salvadoreño que siempre
se pasa el día jodiendo conmigo se dio cuenta de
la situación y se reía. Levanté la
mano pidiendo la palabra y la profesora con un gesto de
la cabeza me dijo que no. Tenía deseos de preguntarle
por los negros, ¿Dónde coño habían
metido a los negros norteamericanos y a los cubanos que
suman un sesenta por ciento de su población? ¿Dónde
estaban los negros de Jamaica, Haití, Dominicana,
Panamá, Venezuela, Brasil, etc? Tenía deseos
de gritarles que somos de todo, culones, bembones, zambos,
enanos, sin cuello, ñatos, blancos, indios, mulatos,
negros, con pelo, con pasas, rubios, trigueños,
bonitos y feos. Pero no, la profesora no me dio la oportunidad
y quedamos así como ellos nos describieron, y los
americanos se quedaron rubios. Los quebecos son tan lindos
como los gringos, manifestó la mayoría de
ellos, casi todos son rubios y de Francia no se importó
a ningún trigueño. Pero esto no es nada,
lo peor vino después.
¿Cómo
son las relaciones interpersonales de los norteamericanos?
Con las respuestas obtenidas pude conocer en el nuevo
terreno que me encontraba. Las preguntas fueron dirigidas
como antes y cuando pasaban por mi mesa ella saltaba mi
turno, continuaba escribiendo en la pizarra. Los norteamericanos
son arrogantes, distantes, fríos, agresivos, pretenciosos,
racistas, estúpidos, individualistas, de mal carácter,
orgullosos, envidiosos, hipócritas, superficiales,
vanidosos, detestables, etc. Hice un recorrido visual
por el aula en busca de posibles aliados y observé
que la china no se encontraba, ella y yo hemos conversado
mucho sobre la etapa de Mao. Los rusos se encontraban
ausentes también, la camboyana solo asiste a clases
en horas de la mañana. Solo contaba con el apoyo
de un búlgaro y posiblemente de un sirio contra
toda una pandilla superior a la veintena.
Cuando mencionaron todos esos defectos de los norteamericanos
me vinieron a la mente toda mi familia, mis primos nacidos
allí desde hace más de cuarenta años,
sus hijos y nietos. Seres que en muchos casos hablan con
dificultad el español, no gustan de nuestras comidas,
y son indiferentes a nuestra cultura. Me acordé
de infinidad de amigos en igualdad de condición,
seres nobles que no llevan consigo esa carga de odio por
algo que desconocen.
¿Cómo
somos nosotros? Las respuestas no se hicieron esperar,
somos sencillos, sociables, generosos, sinceros, hospitalarios,
familiares, abiertos, divertidos, brillantes, inteligentes,
adorables, interesantes, trabajadores, imaginativos, solidarios,
optimistas, etc. Mientras la profesora escribía
en la pizarra yo iba pensando, no comprendía como
era posible que ante tanto derroche de virtudes nuestro
continente estuviera tan jodido. Menos entendía
aún ese anhelo de todos estos célebres personajes
por vivir en ese infierno de seres tan despreciables,
nunca podré comprender ese extraño comportamiento
de la especie humana. De todas maneras ya los he conocido
muy bien, les regalo cuantas virtudes posean. No recuerdo
cuando, pero una vez manifesté que prefería
ser esclavo de un esquimal que trabajar para uno de esos
virtuosos personajes. Solo uno de los presentes había
vivido en el área de New York, el resto se manifestaba
por lo que había oído o leído.
Esteban, ¿qué puedes decirnos de los norteamericanos?
Me sorprendió su pregunta cuando pensaba que se
había terminado de debatir el tema, pero al parecer
me tenía reservado para hacer el resumen. Ella
era una profesora experta y sabía que decir una
palabra despertaría las pasiones de los presentes.
-¿En
qué aspecto? Le pregunté con fingida ingenuidad.
-En
el físico. Me sugirió.
-No
creo que tenga nada por aportar, ya lo han dicho los muchachos.
Los norteamericanos son bellos, rubios y de ojos azules.
-No
creo que esa sea tu respuesta. Replicó ella.
-Yo
tampoco sé dónde rayos han dejado ocultos
a los negros, a los descendientes de italianos, chinos,
indios, latinos.
-Pero
los americanos son los rubios solamente. Respondió
uno desde el fondo del aula.
-Me
desayuno con eso, porque si vamos a analizar quienes son
los verdaderos norteamericanos, arribaríamos a
las tribus de indios que habitaban este país antes
de ser descubierto y colonizado. Ni los mismos quebecos
serían tampoco canadienses, la misma profesora,
ella no desciende de los Inuits, ni tiene sangre de la
Primera Nación, tampoco es Metis.
-Mejor
vamos a pasar al siguiente punto. Intervino la profesora
cuando observó el cariz que estaba tomando el asunto.
Me apoyaron el búlgaro y el sirio como supuse.
Acudió a mi mente la idea de que aquellos adorables
primos no eran nada, no son considerados norteamericanos
y menos aún cubanos, debe ser lastimosa esa situación.
-¿Cómo
son las relaciones interpersonales de los norteamericanos?
Preguntó mientras ordenaba guardar silencio.
-¿Hablamos
de los norteamericanos o del odio y desprecio que se sienta
por su gobierno? Le pregunté antes de continuar.
-Hablamos
del norteamericano común, ese ha sido el tema de
la clase.
-Pues
parece que no, se ha vertido mucho odio en contra de un
pueblo y una inmensa nación.
-Vamos
a la pregunta y olvidemos las inclinaciones políticas.
Sugirió ella.
-¿Los
norteamericanos? No me explico cómo rayos se puede
hablar con tanta superficialidad de trescientos millones
de seres. ¿Han recorrido todos los estados de la
unión? ¿Saben como son las costumbres de
cada estado? Porque es muy diferente el americano de New
York, al de Texas, Florida, California, etc. No puedo
comprender como se puede hablar de un pueblo sin haberlo
visitado, sin saber sus costumbres, sin tratar con él.
Para mí los americanos son un pueblo como otro,
con virtudes y defectos, porque nadie es perfecto en esta
vida. No creo que trescientos millones de seres sean merecedores
de esos adjetivos escritos en la pizarra, porque para
empezar, creo que nosotros también tenemos una
gran parte de ellos. Han hablado sin tener en cuenta que
en nuestro continente tenemos varias culturas con sus
peculiaridades, y que en muchos casos son totalmente distantes
entre si. Yo no puedo hablar en nombre de la región
del Caribe porque no somos iguales los cubanos a los de
Jamaica, ni a los haitianos, ni a los dominicanos. No
entiendo que personas del continente nos incluyan en sus
definiciones, cuando en realidad nos parecemos muy poco
en nuestras costumbres. ¿Cómo es posible
entonces que se atrevan a juzgar a un pueblo tan numeroso?
Reinó por unos instantes un profundo silencio,
mientras el salvadoreño se reía cuando yo
hablaba. La profesora hizo un breve resumen donde me daba
en algo la razón, luego probó el sabor de
esas expresiones, cuando pretendieron meter en el mismo
saco a todos los quebecos.
Al sonar el timbre ya estaba definido el terreno donde
me movería por unos cuantos meses. Era una extensa
ciénaga saturada de un odio irracional hacia la
gente, un sentimiento y comportamiento enigmático.
Nunca he podido comprender por qué vienen hacia
aquí, si en nuestras tierras todo es tan armonioso
y perfecto. ¿Por qué no marchan hacia Cuba?
Acomodé mis libros en la mochila y mientras viajaba
a mi casa me invadía un solo pensamiento, debo
decirle hijos de putas a todos mis primos en el próximo
viaje a la Florida.