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| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |
Los reformistas no se ven venir

Por Luis Cino

Los retranqueros de línea dura se han reforzado dentro del régimen cubano. La situación en Venezuela y el endurecimiento de la política norteamericana hacia Cuba, con sus repercusiones en la economía, han hecho que se atrincheren asustados y endurezcan su discurso.

No en balde el término “comunismo”, que había sido sacado del anteproyecto, regresó, “cual torna la cigüeña al campanario”, al texto definitivo de la nueva Constitución. Y también se amenaza con las armas y el más severo castigo a quienes se opongan al socialismo irrevocable y el partido único.

Han cesado los forcejeos que se percibían en las alturas. No es buen momento para que asomen los moderados y reformistas. Solo se escucha el monólogo continuista, monótono, reiterativativo, que siempre apela al pasado.

Algún que otro secretario provincial del Partido Comunista muestra, a veces, alguna preocupación por el mejoramiento de las condiciones de vida de la población, especialmente si ocurre un desastre, como el reciente tornado. Pero a esos pocos los sobrepasan, en número e influencia, los funcionarios indolentes e incapaces y los corruptos.

Los ministros, luego de que Díaz-Canel les ordenara que tuvieran cuentas en Twiter, no hacen otra cosa que repetir consignas y “teques” pésimamente redactados y hasta con faltas de ortografía. En vez de interactuar con la población y responder a sus inquietudes, como se supone que hicieran, dan muestras de su soberbia y prepotencia al bloquear a quienes los cuestionan.

Los moderados y reformistas no se ven venir. Y los que estamos por la democracia y no por un pobre remedo de ella, debemos alegrarnos de que no aparezcan.

Los cambios de estos regímenes, cuando son conducidos por personajes emanados del orden comunista, no suelen traer buenos resultados. Derivan fácilmente en gobiernos autoritarios y poco apegados a la legalidad. Lo demuestra la experiencia de Europa Oriental. Las transiciones más exitosas ocurrieron en Alemania y Checoslovaquia, donde los exfuncionarios del régimen comunista y sus servidores de la policía política fueron apartados totalmente del poder. Por el contrario, en los países donde los excomunistas y los antiguos represores retuvieron cuotas de poder, entorpecieron los cambios, continuaron la corruptela y llegaron a chantajear a los demócratas.

La Rusia de Putin, Bielorrusia y algunas repúblicas exsoviéticas de Asia Central, son los casos extremos de transiciones fallidas. Algo así pudiera ocurrir en Cuba si los cambios, como en esos países, son protagonizados por personajes de la nomenclatura comunista.

Para frenar a los reciclados de la nomenclatura y los exsegurosos y evitar que entorpezcan y mediaticen los cambios, haría falta un liderazgo opositor fuerte, coherente, decidido, seguro de hacia dónde encamina sus pasos.

Ustedes me perdonan la franqueza y el pesimismo, pero ese momento de definiciones, todavía, por muy crítica que sea la situación del régimen, parece lejano.

Los opositores, más allá de su valentía al enfrentar la represión, no acaban de conformar un frente unido, sólido y coherente. Y la población, por mucho descontento que haya, no logra salir del marasmo de miedo, apatía e inercia conseguido por 60 años de dictadura. Quedó demostrado en el reciente referendo constitucional. Sabemos que el régimen manipuló los resultados, que las irregularidades estuvieron a tutiplén, que deben ser más de dos millones los que no votaron, optaron por el No o anularon las boletas. ¿Cuántos pudieron ser? ¿Treinta y pico, 40%? Pobre consuelo conformarnos con eso. A estas alturas, con tanta insatisfacción, a juzgar por lo que se escucha comentar a la gente en la calle, es para que los centros de votación hubiesen estado vacíos, o para que el No hubiese sido aplastantemente mayoritario. Pero no fue así. No nos engañemos: el voto por el Sí no habrá sido lo contundente que dicen los medios oficialistas, habrá sido menor que lo anunciado, pero no hay duda de que fue mayoría.

Cuando todas esas personas que votaron por el Sí por temor, por inercia, por la imbécil falta de miras de que “les da lo mismo”, decidan romper la inercia, salir de la mentira y la simulación, exigir sus derechos y negarse a aceptar mansamente las imposiciones del régimen, entonces vendrá, de una forma u otra, el momento del cambio.

No solo entre la población hay hipocresía y simulación, también la hay entre muchos funcionarios gubernamentales y del Partido Comunista, que están conscientes del desastre, pero que permanecen agazapados y sin dejar de aplaudir, en espera del momento -más oportunista que oportuno- para sacar la cabeza del parapeto, pasar por reformistas y salvar lo que puedan de su poder y sus privilegios. Ojala que, para entonces, los verdaderos demócratas estén preparados para parales la jaca y no permitirles los trucos y la engañifa.


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