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| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |
Calvert Casey: Un narrador que no debemos olvidar

Por Luis Cino

La cultura oficial, tan presta a las efemérides siempre que sean de su conveniencia, dejó pasar de largo, sin siquiera un minúsculo recordatorio, el aniversario número 50 de la muerte en Roma, el 16 de mayo de 1969, de Calvert Casey, uno de los más interesantes autores de la narrativa cubana de los años sesenta.

En Cuba apenas se menciona a Calvert Casey. En el año 2009, cuando se cumplían 40 años de su muerte, habló sobre él, para la revista La Gaceta de Cuba, Antón Arrufat, que fue su amigo. Y excepcional fue la publicación en el año 2012, por la Editorial Letras Cubanas, del muy interesante ensayo “Diseminaciones de Calvert Casey”, de Jamila Medina.

Calvert Casey es uno de los escritores cubanos que los decisores de la cultura oficial prefieren soslayar, mantener discretamente oculto, a ver si consiguen que sea olvidado. Les resulta incómodo, raro, inquietante, este escritor de origen norteamericano, fascinado por la muerte, que no ocultaba su homosexualidad y que para colmo de males, terminó exiliándose.

Demasiado perturbador alguien capaz de escribir algo como “En San Isidro”, un poema en prosa con nombre de barrio habanero: “En la última hora, madre mía, padre San Isidro, sublime maricón desdentado, deposítame tumefacto y podrido en las aguas que te han asignado en la vieja bahía, para poder lamer mucho tiempo tu viejo costado purulento, con los detritus y con los peces muertos.”

Los que lo conocieron recuerdan a Casey como un tipo muy inteligente, tímido, flaco, pálido, medio calvo, tartamudo (según Cabrera Infante, algunos de sus amigos lo apodaban La Gaguita), con gruesos espejuelos de miope y varios tics nerviosos.

Cuentan que vivía en la calle Oficios, en la Habana Vieja, con un amante negro que lo inició en la santería, y que le gustaba pasear por los cementerios de Colón y Guanabacoa.

Nacido en Baltimore en 1924, Calvert Casey se radicó en Cuba en 1957. Fue colaborador habitual de la revista Ciclón, que dirigían Virgilio Piñera y José Rodríguez Feo, y a partir de 1959 de Lunes de Revolución. Cuando ordenaron su cierre, en junio de 1961, fue a parar a la Casa de las Américas.

La Habana, donde alguna vez pretendió ser feliz, luego de ser sometida a la purificación moralista revolucionaria, era mal sitio para gente como Calvert Casey. Se fue a Europa en 1966, huyendo de la homofobia castrista, aterrado por la instauración de los campamentos de trabajo forzado de las UMAP, antes de que lo acusaran de ser “un gusano maricón”.

Su obra fue corta, pero intensa. Influido por Henry Miller y sobre todo, por Kafka, nunca se sintió satisfecho y seguro con los cuentos, poemas y ensayos que escribió. En Cuba solo publicó, en Ediciones R, el libro de relatos “El regreso”. Terminó a trancos, ya exiliado, una novela, “Notas de un simulador”. De “Gianni, Gianni”, su último libro, sólo quedó un capítulo, el final, Piazza Morgana, porque lanzó a las aguas del Tíber el manuscrito inconcluso de la novela tras una pelea pasional con Gianni, su tormentoso amante italiano.

En Piazza Morgana, que según Antón Arrufat, es “uno de los grandes textos que un cubano ha escrito sobre el amor”, Calvert Casey describe su viaje por el interior del cuerpo de Gianni.

En el primer párrafo, luego de anunciar “ya he entrado en tu corriente sanguínea”, aseguraba: “He venido a quedarme. Nunca me marcharé. Desde este punto de observación, donde finalmente he logrado la dicha suprema, veo el mundo a través de tus ojos, oigo por tus oídos los sonidos más aterradores y los más deliciosos, saboreo todos los sabores con tu lengua, tanteo todas las formas con tus manos. ¿Qué otra cosa podría desear un hombre?”

Y concluía: “Pudiera escribir interminablemente acerca de mi paseo…Las más extrañas criaturas, mitad animal, mitad vegetales, que se abren y se cierran, degeneran y regeneran, se destripan en suicidios masivos sólo para trocar sus fragmentos y reunirse segundos más tarde…Me dejo abrazar por el billón de criaturas que pululan a través de mí, que se aglomeran en el espeso jugo por el que nado en silencio. Escogí una al azar, tal vez la más atractiva, tal vez la más horrenda y dejé que me atrapara y me tragara, como un corpúsculo devorado por un glóbulo blanco. Qué infinita quietud, que paz…No hay otra palabra. La he encontrado en lo más hondo. Esto anula y borra años de exhaustiva e inútil búsqueda. Soy feliz. ¡Al fin!”

Cuando Gianni, como la revolución de Fidel Castro, también traicionó la confianza de Casey y lo decepcionó, decidió suicidarse -o “autoasesinarse”, como sentenció Cabrera Infante en el capítulo de Mea Cuba dedicado a Calvert Casey. Lo encontraron muerto por una sobredosis de barbitúricos, el sábado 17 de mayo de 1969, en su apartamento de la calle Gesú e María, en Roma. Llevaba casi 24 horas muerto.

Los restos del escritor descansan en un osario del cementerio Campo Verano, en las afueras de la capital italiana.

Desde Italia, Calvert Casey envió cartas a Cuba a escritores que fueron amigos suyos. Algunos de ellos vendieron dichas cartas a la universidad de Princeton en los difíciles años 70, cuando estaban parametrados, sometidos al ostracismo, porque necesitaban dinero para poder comer. ¿Quién iba a imaginar que un día, muchos años después, a algunos de los represaliados los rehabilitarían y hasta les otorgarían el Premio Nacional de Literatura? En definitiva, las cartas de Calvert Casey eran demasiado tristes, comprometedoras y removían algunas malas conciencias: en Princeton están mejor guardadas…


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