Por
Ramón Humberto Colás Castillo
El
miedo que se percibe con facilidad en el cubano es el resultado
de un sometimiento, avasallador, gradual y progresivo, y
que a lo largo de cuatro décadas ha intentado reducir
a la obediencia ciega y al dominio total a un pueblo de
reconocido valor y dignidad. Este proceso comenzó
en el momento mismo en que tuvo lugar la toma del poder
político por el gobierno actual, se dominaron los
medios de comunicación masivos y se politizaron todas
las esferas de la vida, para con ello, intentar promover
un camino de supuestas transformaciones esperanzadoras que
daría- según los ideólogos- el más
alto grado de libertad individual y bienestar social. Visto
así, era muy difícil descubrir el trasfondo
con que los nuevos gobernantes diezmarían el cauce
de la tradicional valentía del cubano. Es decir,
el miedo ha sido encausado por una imposición, que
va desde el terror abierto en los primeros años de
la revolución, hasta el método sutil de los
últimos tiempos y al total arbitrio del más
mínimo acto conductual de los cubanos. El gobierno
a su vez ha promovido el concepto mesiánico que se
basa en la falsedad de considerar al proyecto revolucionario
como la materialización de las ideas libertarias
de nuestros próceres, de modo que cualquier acción
contra este modelo se intenta justificar como una agresión
a la propia historia de
Cuba. La utilización intencionada del pueblo, lo
convirtió en víctima de las acciones que fueran
realizadas contra el nuevo poder revolucionario, cuando
el discurso retórico de la revolución cubana
promovía que se interpretara toda actividad contestataria
como un acto contra los supuestos derechos del ciudadano.
El
sentimiento de amenaza artificiosamente creado, no contra
el gobierno sino contra el pueblo, jugó un rol determinante
en la movilización de las grandes masas, que se movían
por las pasiones y la impulsividad irracional, llenando
las plazas, haciendo de cada persona una negación
de sí misma porque ésta renunciaba mediante
una aureola fluida de reacciones involuntarias, al adecuado
ejercicio de una conducta y comportamiento racional, medible
y moderado. Este hechizo que bajo las nuevas condiciones
históricas se puso en práctica en Cuba, movilizó
a su vez sentimientos e impulsos, desplazando la razón
por dominio de la masa congregada en el aplauso a la nueva
élite dominante. Ante tantas situaciones nuevas la
inteligencia del pueblo cubano envanecía y se encontraba
ante el explosivo rigor de las emociones, que hizo aparecer
una conducta superficial que adolecía de meditación
y buen juicio. Tómese en cuenta el siguiente ejemplo:
la turba revolucionaria, llenando los espacios que les ofrecía
el nuevo orden político, ya aplaudía apasionadamente
una medida como la primera Ley General de la Reforma Agraria,
que beneficiaría, supuestamente, al campesinado y
solicitaba a viva voz ¡Paredón!, medida que
sólo sembraría el odio, el dolor y el rencor
entre los cubanos.
En
los años de "Revolución", el pueblo
ha sido manipulado para perpetuar el gobierno en el poder,
sui generis modo de poner en práctica la psicología
de las masas, induciendo y proliferando el miedo y la apatía
a escala social. La desintegración lógica
de una respuesta conductual adecuada hacía negar
las potencialidades del intelecto de nuestro pueblo, cuando
aceptaba por unanimidad todo lo que se producía en
medio de la gran multitud. Absorbido por la férula,
perdía todo control individual y sus respuestas estaban
condicionadas por la acción contaminante de las masas.
Al perder su propia individualidad el ciudadano carecía
a la vez de toda responsabilidad y sin percatarse se sometía
a realizar acciones que nunca haría estando solo.
La
pérdida de esta racionalidad en las grandes conglomeraciones
de los primeros años de poder revolucionario se daba
por un contagio potenciado en el fluido de transmisiones
irreflexivas no previstas de antemano. Esto condicionó
a que el cubano perdiera las estructuras orgánicas
de su personalidad y de su propio grupo social. En los actos
resultaba muy difícil encontrar el mecanismo adecuado
que sirviera como defensa ante el arrastre de las masas,
ya que los participantes, por lo general, no tenían
organizados colectivos con estructuras sólidas que
resistieran el control y el dominio de las turbas. Un elemento
de primer orden que tomaron en cuenta los gobernantes de
ese momento, que son los mismos de hoy, fue el nivel relativamente
alto de uniformidad que existía en el pueblo, lo
que fácilmente se podía medir por el apoyo
que recibía de la gran mayoría de la población.
El
nivel de instrucción del cubano jugó su papel.
Los nuevos gobernantes desarrollaron la idea de un desorden
crítico que sólo el elitismo podía
organizar. Esto originó que el pueblo creara su propio
mito con los "rebeldes" en el poder, otorgándole
un exagerado valor a todo lo que hacían y proponían,
sin llegar a percatarse de antemano de la naturaleza extraña
de su proyecto. Fuera de este círculo quedaron aquellos
grupos que pudieron pobremente defenderse, resistiendo la
cruzada comunista mediante el silencio no participativo,
mediante el exilio y una gran parte yendo a las prisiones.
El pueblo aparecía como el protagonista que asumía,
sin plena conciencia de ello, todos los decretos. En su
nombre se juzgaba, en su nombre se confiscaba sin indemnización,
se fusilaba y se neutralizaba todo intento de oposición,
alistándose al juego de las manipulaciones que el
joven poder aprovechó para sembrar el miedo. El ciudadano
de este país fue fácilmente apresado y los
elementos susceptibles de su psicología abrieron
las puertas a la poderosa maquinaria que controlaba el poder.
El manejo sugestionable del discurso permitió a los
gobernantes de entonces, que siguen siendo los de hoy, llevar
al pueblo al lado de sus intereses. El pueblo cubano no
tenía la capacidad para hacer una percepción
lúcida y consciente de un nuevo fenómeno impredecible
en cuanto al rumbo a tomar y no había un espacio
alternativo de opinión que pudiera orientar al cubano
sobre la naturaleza de aquella revolución. El modo
en que la conducta de la población se manifestaba
partía de la necesidad que tenía de mejorar
su nivel de vida y restaurar una democracia perdida tras
la aparición de Batista y los militares en el escenario
político en marzo de 1952.
Las ansias de democracia y participación tomaron
dimensiones no calculadas, lo cual propició que con
los nuevos acontecimientos apareciera un fenómeno
nuevo con la forma total de gobierno. Esto dio lugar a la
marginación política de un importante sector,
que ante el terror abandona el país. Otra es silenciada
o va a la cárcel por la bárbara cruzada de
la revolución cubana.
Aquí
están parte de los antecedentes del miedo cerval
de hoy. El cubano no es cobarde pero tiene miedo. Esta contradicción
se explica con cierta facilidad: el valor ha estado asociado
a los propósitos o fines a los que el Estado ha infundido
una connotación patriótica, solidaria y humana.
En las controvertidas misiones internacionalistas en el
Africa se dieron muestras de gallardía, heroicidad
e intrepidez por los cubanos que asistieron a esas misiones,
donde varios miles de ellos perdieron sus vidas. La manipulación
del temple de los hombres y mujeres de este país
ha sido esgrimida por el régimen para su beneficio,
ya que a lo largo de la historia de Cuba se han descrito
innumerables páginas que demuestran el tesón,
el arrojo y entrega del cubano en defensa de causas justas
y de extraordinaria magnitud. No por conocido debe dejarse
de mencionar el ejemplo que dio al mundo el ejército
Mambí, que semidesnudo, descalzo, pobremente alimentado,
y prácticamente desarmado, se enfrentó a las
huestes españolas, una de las fuerzas militares mejor
organizadas y armadas de su época. La Revolución
del 33 que derrotó a Machado dio muestras de la voluntad
popular y del coraje de los cubanos, así como la
participación de voluntarios en la Guerra Civil española
que dio la posibilidad de demostrar la osadía de
los hombres nacidos aquí. El miedo de hoy se deriva
también de la propia valentía de los cubanos,
no en lo individual, sí en lo social. De modo que
un hombre valiente se ve reducido a la nada cuando a la
mayoría de sus compatriotas, tan bravos como él,
les cierran el camino. El miedo ha provocado sufrimiento
y escasez de valores morales en una nación de rica
historia. Da la impresión que ha existido una ruptura
con los antecedentes históricos de este país,
ante el excesivo conformismo que deja este proyecto anacrónico
e insuficiente que es la revolución, pero que al
disfrazarse de bondadoso esconde sus aristas cercenantes
y dogmáticas. Lo absurdo de esto radica en que el
miedo que aún las multitudes tienen inoculado en
su estrecho espacio de vida, les ha hecho perder el sentido
de la libertad, por la incapacidad interna para descubrirse
la falta de autenticidad y libre personalidad que las ha
convertido en un estrado moderno de la sociedad y de sí
mismas, mientras persiste en un número cada vez más
creciente de cubanos la necesidad de libertad de pensamiento
y conciencia. Esta regularidad, condicionada por la inseguridad
material y la falta de espiritualidad, dicotomiza al cubano
y le condena a vivir sin paz en una realidad que lo hace
sumergirse en la mentira y la doble moral. Carente de esa
esperanza, se duerme al acecho de un salvador que no sea
él mismo, sino otro cualquiera que le permita algún
espacio de vida y libertad.
El
miedo es humano, pertenece al hombre más que a cualquier
animal, por el alto grado de desarrollo de su cerebro. Se
expresa en momentos de alta tensión emocional y afectiva
que conduce a una reducción estrecha de los procesos
mentales, incapacitando el poder de defensa del organismo
ante la fuerza, no importa su intensidad, que lo ataca.
El miedo vence las potencialidades del individuo en toda
su magnitud, y se funda en hechos reales o inexistentes.
Cuando se teme se congelan las vías de búsqueda
de solución a un problema y cuando se tiene conciencia
de ello, perdura en forma de conflicto interno. El miedo
es un desinterés, un vago sentimiento de inseguridad
hacia las cosas, una debilidad hacia la nada y un vacío
incoherente desde el interior que brota hacia el mundo exterior,
con lentitud y desgano. Agarra al hombre como una minúscula
partícula fácil de vencer y dominar por la
madurez de un sujeto viril, agudo y autoritario que se impone
por la fuerza de su poder. El apático se encamina
ciegamente al otro, le teme, obedece sin miramientos, abjura
a cualquier intento de desobediencia y acumula en su psiquis
una debilidad hacia la persona que le manda. La historia
de los regímenes totalitarios muestra que han logrado
extender su poder, con el engendro del miedo, a escala social.
Esta poderosa estrategia ha determinado la duración
de estos sistemas políticos los que, al manejar todos
los medios de control represivo, de comunicación,
económico, político y sociales, condicionan
la conducta individual de la persona a la obediencia y a
las normas de sus leyes obligatorias.
El
peligro mayor cuando se teme radica en que el individuo,
contra su voluntad, se pone a disposición del poder
actuante y del terror arbitrario que reduce todo espacio
de libertad. El temor es el arma que se enfila contra el
propio hombre. El sistema al sembrar el miedo se beneficia
porque destaca sus esfuerzos en el combate contra los que
salen del círculo de la obediencia. Es por ello que
los disidentes en Cuba son víctimas del odio del
gobierno porque al perder el miedo e intentar una vida independiente
se insta al pueblo a odiarlos y repudiarlos, convirtiéndolos
en enemigos, desacreditándolos moral y socialmente
por el peligro que significa desenmascarar la mentira y
dar a conocer la versión de su verdad. El recelo
es impotencia y a la vez falta de reafirmación del
individuo ante los demás. Es una opción sin
originalidad que persiste en denigrar aquello que tiene
un significado para el hombre. Para comprender la naturaleza
dogmática de este sistema debe tenerse en cuenta
que estos métodos para infundir miedo se ponen a
descubierto como mecanismo que sirve para perpetuar el poder.
A través del sobresalto que vive la persona surge
la desconfianza entre los miembros de la sociedad y la duda
de que puedan colaborar con los tenebrosos artificios represivos
del Estado. Estos temores hacen del hombre una marioneta
y a la vez un satélite de la mentira y de la miseria
así como de la locura, en el desenfrenado afán
del sistema socialista por mantener su control. Esto ha
provocado que en Cuba se debilite todo al no aparecer con
el paso de los años una opción concreta que
derive en un progreso material que favorezca al pueblo.
El
miedo es el factor que ha hecho perdurar al sistema político
cubano. La falta de una cultura integral, el aislamiento
y la desinformación con relación al mundo
y a la democracia, limitan el avance hacia nuevas formas
de poder. El pueblo no tiene claro cuál debe ser
su destino, y se sume por la incertidumbre en la pasividad.
Estos fundamentos son sensibles para que, en un enfoque
direccional, los gobernantes estimulen la inseguridad y
el temor a un cambio al modelo actual. Por ello, el poderoso
aparato propagandístico del Estado se empeña
en divulgar con críticas mordaces los proyectos de
algunos gobiernos de América Latina, el neoliberalismo
y la globalización, así como el "desastre"
en los países de la Europa del Este. En lo interno
se infunde temor, intentando demostrar que la oposición
está compuesta por contrarrevolucionarios al servicio
de los Estados Unidos, lo que facilita la interpretación
como espías de la CIA, asesinos, terroristas y antisociales
de la peor calaña. Por otra parte se presenta a los
gobiernos anteriores a 1959 como seudorepublicanos, hiperbolizando
los vicios, lacras y las deficiencias de aquella sociedad
que aún está cerca de los recuerdos de muchas
personas. A los que no conocieron aquel pasado se les crea
la duda de cuál sería lo mejor para nuestro
país.
En
Cuba se han cometido y se cometen a diario violaciones de
todo tipo. Las víctimas, al no tener marco legal
para exigir derechos, se preñan de una impotencia
interior que evoluciona en odio, la conciencia de esta injusticia
origina animadversión, que tiene sus bases en la
pobreza y perversidad de los que
impulsan un orden social sin responsabilidad y conducen
al cubano al hechizo de la inmoralidad, a lo vulgar y a
la falta de comprensión humana. El cubano, a pesar
de su manifiesta inmovilidad actual, no deja de ser un hombre
noble, bondadoso, optimista y emprendedor. Estos elementos
de su psicología lo han hecho presa del engaño,
al ser cautivo de una falsa confianza en una esperanzadora
prosperidad, ante los conceptos timbrados de humanidad,
solidaridad y hermandad de que hace gala el sistema. La
pobreza cultural de una parte importante de la población
ha dormitado el deseo de independencia, autoridad y libertad
de la gran mayoría, y ha creado una uniformidad que
ha provisto de escasez e inseguridad interior al pueblo
y paralizado su ambición. La inconformidad del pueblo
es conocida por el gobierno, pero de ella hace también
un manejo psicológico, al intentar y de hecho lograr,
convocar al individuo a un compromiso que bien puede estar
dado por el falso concepto de patriotismo que se esgrime.
El pueblo se lamenta, pero lo expresa en un reducido espacio
o en el lugar donde no puede ser reconocido ni censurado
por represión alguna. Busca el anonimato de su opinión,
porque sabe el nivel de respuesta que ésta pudiera
provocar en otros individuos que aún, compartiendo
sus mismos puntos de vista, el medio los obliga a una manifestación
diferente ante un debate público.
Roman
Stanley ha considerado en su estudio sobre "La Entidad
del Silencio" que "el relativo poder de la mayoría
y la minoría durante una controversia, es percibido
por la población de forma distorsionada, es decir,
desde los puntos de vista de los medios dominantes (ignorancia
pluralística)". Este ejemplo explica cómo
se reducen las opiniones de los cubanos inconformes, que
saben que el hablar los lleva al aislamiento y la marginación.
La falta de un conocimiento amplio sobre las particularidades
de luchar en el marco de la legalidad es un sinónimo
de miedo, de apatía y una manifestación de
incultura política. La inconformidad no es manifiesta
públicamente en el sentido real de las cosas; es
decir, ningún individuo con sentido de responsabilidad
acusa ante el "ojo público" a la máxima
dirección del país y al sistema dominante.
En el análisis de su inconformidad, las personas
buscan a un culpable inmediato que esté cerca de
sus cotidianidades, que puede ser cualquiera que detente
una posibilidad de resolución a su problema. La indiferencia
puede ser útil cuando se orienta al debilitamiento
del estado absolutista, mediante una posición ingenua
que se introduzca en las entrañas del sistema. Ese
importante factor no ha sido explotado y tiene su valor
de crédito en la medida que desde una posición
disidente, se insista en utilizar una postura racional que
promueva diálogo, discusión y respuesta.
Reconocer
que al cubano le falta algo esencial es importante, porque
da una clara idea de lo que esto puede significar o desencadenar
cuando se gana el espacio del valor y la dignidad. El miedo
que hoy se percibe en el país está acompañado
de odio. Es peligroso que en el cubano exista la ausencia
de amor, humanidad, fraternidad y solidaridad. De ese modo
no será posible ganar los corazones de los que se
necesitan para incorporarse al camino de la verdad. El odio
es pobreza del espíritu y escasez de inteligencia,
es la negación de la capacidad de la persona de perdonar
y amar. Miedo y odio dan lugar a la revancha y el resentimiento,
a la actuación desmedida por las pasiones ciegas
y pueriles que pueden originar comportamientos crueles e
inhumanos. El temor se manifiesta de muchas formas. Existe
uno especial al que le llamaría sensorial, que es
el pavor a sentirse traicionado por su propio sentido. Es
un miedo especial que puede provocarse por muchas razones.
El oído puede escuchar lo que no debía, y
por ello la persona puede ser detenida para saber qué
escuchó. Los ojos pueden observar algo que no podían
ver, y por esa razón la persona puede ser interrogada
por varias horas por las autoridades para que reconozca
qué vio. Estos órganos de los sentidos pueden
convocar a la indiscreción, generando temor a la
represalia. Es necesario curarse del miedo. El primer paso
es que cada cubano viva su propia libertad. Eso conlleva
a la creación ética de un sistema de defensa
en la persona inmersa en la búsqueda de un proyecto
humano de vida. Cuando se logra se manifiesta el descubrimiento
de una paz interna que dignifica y promueva la felicidad.
Al comenzarse a vivir en el marco existencial de la libertad,
eso sólo se puede alcanzar renunciando a la mentira.
El miedo es una angustiosa enfermedad. Vivir con ella es
difícil porque el hombre, sin darse cuenta, niega
su condición de activo transformador de la sociedad.
Eliminando
el miedo hará posible, con mayor rapidez, andar por
el camino hacia la democracia. Hacer uso de la verdad libera
pero a la vez confina. Por lo tanto la postura cívica
que se debe asumir es defender los valores de la nación,
no atacando a los hombres sino al sistema, de forma tal
que se genere una sociedad y una patria nueva.