Por Claudia Márquez Linares, La Habana
Entre
las fiestas tradicionales que siempre formaron parte de
la cultura del pueblo cubana está la de los Reyes
Magos. En los últimos años, luego de décadas
de distorsión en las que varias generaciones de niños
crecieron sin que nada significara para ellos el 6 de enero,
se ha ido recuperando esta festividad.
Por
estos días es común ver en las tiendas que
venden en dólares a los padres y abuelos que acuden
para comprar el juguete que colocarán debajo de la
cama del niño o la niña en la madrugada del
Día de los Reyes. Claro está que tener dólares
es un privilegio que no está al alcance de gran parte
del pueblo. No obstante, muchas familias hacen sus ahorros
para que los pequeños no se queden sin ser visitados
en la fiesta de la Epifanía.
La
propaganda oficial afirma que en la sociedad actual no existen
diferencias de clases. Sin embargo, en la realidad, son
minoría las familias que pueden adquirir un juguete
sofisticado. Muchos deben conformarse con otros más
modestos. Otros ni siquiera pueden pensar en que el 6 de
enero es un día en que la ilusión alcanza
su máxima expresión.
Como
es común en esta tradición los niños
escriben sus cartas a los Reyes. Les piden los regalos de
su preferencia. No es difícil imaginar a esos padres
que tendrán que justificar a los Reyes por no haber
traído el juguete deseado.
Los
que hace algún tiempo dejamos de ser niños
recordamos que el día de los juguetes era por el
mes de julio. Nosotros no conocimos de la ilusión
infantil de la cartica. Todos estábamos pendientes
a las listas en las vidrieras para saber qué día
y qué número nos había tocado. Recordamos
la frustración cuando nos tocaba el tercero, el cuarto
o el quinto día. Al final, teníamos que conformarnos
con el básico, el no básico y el dirigido.
Estos eran los nombres con que la burocracia socialista
decidió bautizar a los tres Reyes Magos.
Básico,
era el juguete de mayor calidad y el más caro. No
básico, era uno más modesto y pequeño.
El dirigido era como le decimos aquí la última
carta de la baraja. Era cualquier cosa. Una pelotica, un
juego de yaquis, hasta un rompecabezas de cartón.
Y todo aquello desprovisto de ilusión y de sorpresas.
Más
allá de que aún tantos niños cubanos
no logren realizar sus sueños del Día de Reyes,
resulta positivo que regrese esta fiesta infantil. Que vuelvan
también los sueños, la ingenuidad y la fantasía.
Eso hace bien a los seres humanos, los ennoblece. A nuestros
abuelos no les hizo daño escribirles cartas a los
Reyes ni creer que a sus hermanitos los traía la
cigüeña. No olvidemos que un niño sin
fantasía será casi siempre un hombre sin esperanzas.
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