Jinetear
en Cuba, más que laborar en el oscuro mundo de
la prostitución, es un arte en hacer un despliegue
colorido de las habilidades que se encuentran muy por
encima de la inventiva humana y si los cubanos son insuperables
maestros en esos menesteres, nosotras las mujeres cubanas
no nos quedamos atrás, muchas veces les cuento
las peripecias de esa profesión a José y
aparte de las sonrisas que le arranco de cuando en vez,
asiente o niega con la cabeza y no como un reproche a
mis palabras, más lo hace por las incomprensiones
de un mundo que puede ser observado por muchos extranjeros,
pero incomprendido por los que no lleven dentro de sus
pechos un corazón noble.
La
puta moderna cubana es el reverso de la meretriz aventurera
de los países donde residimos ahora.
Deduzco
que a casi todas nos gustan los cubanos, somos nacionalistas
hasta en la cama, pero en Cuba, los valientes, simpáticos
y caballerosos hombres cubanos no llevan fulas (dolares)
en sus maltratados bolsillos y los yumas si.
Dígase
yuma y se entenderá como extranjero, el yuma representa
billetes verdes con patriotas desconocidos en el altar
de los mártires criollos, pero por ironías
de un gobierno dictatorial, son más apreciados
que los martises (pesos con el retrato de Marti) de a
uno, los cheses (pesis con el retrato del Che) de a tres,
los maceos (pesos con el retrato de Maceo) de a cinco,
los máximos (Maximo Gomez) de a diez, los cienfuegos
(Camilo Cienfuegos) de a veinte y los calixtos (Calixto
Garcia) de cincuenta, los de a cien cubanos nunca los
he visto y no se quien viene en ellos, lo de nosotras
las jineteras son los billetes del Federal Reserve, de
los que imprime el enemigo.
Una
no nace puta, ni la putería se trae como una tara
genética, muy por el contrario, los padres tratan
de educar a los hijos dentro de los parámetros
de la decencia humana y los niños y las niñas
de la tierra los primeros juegos en los que participan
son los "jueguitos de las casitas",
así manifestamos nuestros deseos de imitar a los
mayores y cuando pasen los años de la infancia
y la adolescencia formar un hogar bajo los augurios de
la felicidad matrimonial y de la fidelidad a un solo hombre,
pero los sueños, por una desgracia inherente a
los seres humanos, muchas veces se trocan en dolorosas
pesadillas.
Nací
en 1972, hija de un matrimonio con tres hijos, dos varones
y una hembra, nuestros padres muy honrados y trabajadores,
el viejo trabajaba como mecánico de tractores en
una empresa campesina y mi madre como cocinera de un merendero
saturado de moscas, él ganaba 218 pesos cubanos
al mes y ella 128 pesos en el mismo espacio de tiempo,
que saquen cuentas esos que creen en las bondades de un
sistema como el castrismo.
Viviamos
en un pueblo de campo muy cerca de Cienfuegos, éramos
guajiros de esos del arique en el tobillo, como dicen
los habaneros, mi primer choque con la realidad cubana
fue a los doce años, la familia del "compañero"
Quintanilla, un vecino nuestro, que residía en
la Yuma fue de visita a Cuba, las hijas de Quintanilla
recibieron muchos regalos que yo no soñaba que
existían, caramelos envueltos en papel celofán
con fruticas pintadas, chupijalas de todos los colores
y sabores, lindas muñecas y ropas jamás
soñadas y todos los niños y niñas
querían ser amigos de las niñitas Quintanillas.
Cuando
les pregunté a mis padres el por qué de
lo que estaba sucediendo, se manifestó la ingenuidad
humilde campesina extraviada por la dirigida propaganda
gubernamental: "los familiares de esos niñitos
vivían en un país muy malo enemigo del nuestro
y esas cosas casi podían considerarse endemoniadas
para los sagrados principios de la Revolución",
no dije más nada y decidí que no iba a seguir
montada en ese tren, terminé la secundaria, el
preuniversitario y fuí a la universidad a estudiar
economía y desde esos años de estudiante
"revolucionaria" me hice prostituta, no estoy
diciendo protestante, simple y llanamente me metí
a puta.
Los
hijos de los dirigentes iban a la universidad con ropas
importadas, bien maquilladas y despidiendo aromas de perfumes
desconocidos y yo, hija de obreros y campesinos, tenía
que bañarme con un pedazo de jabón amarillo
que me dejaba una peste a amoniaco, que más que
atraer hombres podía llamar a alguna mofeta. Los
fines de semana me iba en botellas a Varadero, la botella
es pararte en una carretera y que un chofer te recoja
y casi todos te quieren montar en las cabinas de sus destartalados
camiones, aun no habían entrado a Cuba los chorros
de camiones que se anunciaron a bombos y platillos, esos
choferes te montan con ellos para ver si pueden coger
un calentón contigo o aunque sea tocarte las nalgas,
las putas se conocen en Cuba por la forma de vestirnos
y por las maneras que vamos adquiriendo en el oficio,
allá se le decía: "la cultura de las
perras".
Llegaba
a Varadero y allí estaba obligada a desarrollar
todas mis habilidades para cazar un Yuma, no
en una cafetería, hasta en una funeraria si fuera
necesario, tenías que encadenarlo, porque la competencia
era mucha. No podían importarme las nacionalidades,
la cultura o estado físico y de verdad amigos míos
que tuve que jamarme cada esperpento que para que decirles,
si a las palabras siempre les faltarán el asco
que quisiera imprimirles para confesarlo.
Unos
viejos salidos como piezas de museos de sus países
de orígenes y que iban a rememorar sus perdidas
dotes juveniles en las macizos cuerpos de jóvenes
cubanas, mi sueño dorado era atrapar a uno que
me diera un boleto de avión con destino a Yuma,
¿ recuerdan la película un tren con destino
a Yuma ?, esa era mi meta, aunque la Yuma fueran los mismísimos
infiernos, de todas formas estaba tan aclimatada al averno,
que Satanás y su corte de demonios semejaban novelitas
de Corín Tellado, quería dejar atrás
todos aquellos sufrimientos y poder ayudar a mis pobres
viejos, que ni siquiera sabían que existía
un teléfono que podía llevarse en el bolsillo
o la cartera y la primera Pepsi Cola que tomaron fue una
que les compré con fulas y la latica se vino a
botar no hace mucho, porque continuaba puesta de adorno
en una repisa, como la sencilla y desconocida propaganda
de una familia campesina de un país comunista,
a un producto que es uno de los símbolos del Imperio.
Mi
vida comenzó a cambiar en todos los sentidos mientras
aguardaba por mi Yuma desconocido aunque fuera un negro
de Burundi, nunca fuí racista y de puta menos lo
iba a ser. Me detuvieron varias veces, me encerraron por
días, me dieron como tres cartas de advertencias
y el CDR de mi cuadra, amen de otras instituciones gubernamentales
me llevaban de la mano y corriendo, por suerte ya me había
graduado, los come candelas del pueblito campesino advertían
a sus hijas que no podían ni respirar el aire cerca
de mí, me convertí en una apestada dentro
de mí mismo país y al mismo tiempo me habían
empujado a que se me arrebatara el derecho a ser amada
por un hombre decente.
Si
les cuento las cosas que debemos hacer las jineteras cubanas
para satisfacer a un bando de hijos de putas libinidosos,
que solo superan a los hombres de Cuba, en los billetes
verdes que llevaban en sus bolsillos, no me iban a creer
y sería una negra mancha sobre esta hoja que ustedes
leen, no quiero acudir a los sentimentalismos baratos,
ni a esas escenitas de decencias y humanitarismos de a
tres por quilos que recurren los que en Cuba, en el mundo
defienden la indecencia de un sistema podrido hasta la
médula.
Al
menos tuve la satisfacción medievalista que mi
virginidad se la entregué a un cubano en un platanal
de la escuela al campo y no a unos de esos cerdos llamados
turistas que abusan de la pobreza y no meto en mismo saco
a todos los turistas.
Muchas
cubanas que hoy caminan emperifolladas y vueltas de espaldas
a las realidades de Cuba, fueron sencillas y llanamente
putas, es decir jineteras y lo lindo, lo divertido es
que aquí se han transformado en monjas defensoras
del castrismo, a veces José se ríe, porque
le dije que la única jinetera que salió
de Cuba le tocó a él por esposa, a pesar
de que fue él el que me sacó, las demás
conocieron a sus Yumas de casualidad y se casaron enamoradisimas
y señoritas con ellos, puros cuentos de caminos.
Nunca,
ni ahora que soy una mujer decente y fiel a su esposo
negaré que fuí una puta, porque esa condición
de jinetera es una denuncia viva en contra de un sistema.
Aquellos que impedían que sus hijas se acercaran
a mi, hoy me reciben con los brazos abiertos y me saludan
con las más sentidas muestras de cariños,
EL PODER DEL DOLAR ESE SI ES PODER y
es la fuerza que más atrae y respetan los comunistas.