Autor:
Carmelo Díaz Fernández
cutcuba@yahoo.com
La tarde del sábado pasado
decidí dar un paseo por una de las calles de La habana.
Luego de ponerme de acuerdo conmigo, elegí el Paseo de
martí, popularmente conocido como el Prado Habanero.
En
esta arteria vital de la capital, se erigen majestuosamente el
Capitolio Nacional de Cuba, otrora Palacio del Congreso de Cuba
Republicana y Democrática, pero no es precisamente el histórico
edificio parlamentario lo que ocupa nuestra atención en
el día de hoy, ese es tema para otro segmento.
Comencé
mi paseo por la Alameda del Prado, a la altura de la calle Neptuno,
famosa esquina inspiradora del conocido Cha-cha-chá "La
Engañadora", que vio la luz en la época de
la década del cincuenta.
Comencé
a caminar por la citada alameda Central del Prado. Al llegar a
la altura de la calle Virtudes, mis ojos vieron alo que significó
para mí una desagradable escena, pequeños niños,
menores de doce años, dado el tamaño de sus cuerpecitos
empecinados detrás de dos turistas extranjeros pidiéndoles
dinero, que es igual que pedir limosnas. Al fin, uno de ellos
-talvez compadeciéndose de los menores o para que no los
molestaran más- dejó caer al suelo unas monedas,
a las cuales los inquietos inocentes se lanzaron a recogerlas:
"Grieta en el espejo número uno".
Seguí
Prado abajo continuando mi paseo sin dejar de observar a mis conciudadanos
que se dirigían en una y otra dirección y más
que caminar parecían huir.
Así
las cosas por el Prado, llegué a la altura de la calle
Trocadero, donde se alza el famoso Hotel Sevilla. En los alrededores
del mismo, mi paseo se embargó en una mezcla de tristeza
e indignación al contemplar -aún siendo joven la
tarde- a varias jovencitas, algunas adolescentes, revoloteando
como mariposas en derredor del Hotel, en espera de algún
turista para venderles sus favores sexuales. Son las llamada "jineteras":
"Grieta en el espejo número dos".
Decidí
continuar el paseo con la esperanza de encontrar algo agradable,
por ello determiné conversar con algunos señores
de la tercera edad -como les dicen ahora- quienes se encontraban
sentados en uno de los bancos del Prado. A manera de reportaje
o de interrogatorio dialogué con ellos. Los mismos, entre
palabra y palabra, contaron sus cuitas. Todos eran jubilados.
Uno de ellos ganaba cien pesos de pensión, al mes, en el
cambio oficial 3,7 dólares; los otros devengaban 130 pesos
como pensionados, al cambio oficial 4,8 dólares uno tenía
una afección en la garganta que le producía una
tos continua, el mismo me expresó que con su pensión
no podía comprar las medicinas, cuando las había
en la farmacias, ya que el dinero no le alcanzaba ni para comer.
Otro me confesó haber sido miliciano y defender la Revolución
en Playa Girón y no tenía ni para comer. El último
de mis interlocutores era quien mejor la pasaba por tener hijos
y nietos en los Estados Unidos y recibir ayuda de estos familiares:
"Grieta en el espejo número tres".
Aunque
me encontraba afligido por lo visto y oído durante mi paseo,
seguí adelante. Al llegar a la esquina de la calle Colón
observé un flamante restaurante italiano cuyo consumo hay
que pagarlo en dólares, o sea, para turistas o personas
que posean los dólares. Nada para el cubano de a pie, nada
para los trabajadores que cobran sus salarios en moneda nacional:
"grieta en el espejo número cuatro".
Llegando
al final de mi paseo, donde parecen unirse la Alameda del Prado
y la Avenida de malecón, por ambas vías observé
muchos autos modernos, exclusivos para transportar a turistas,
o en el mejor de los casos, para personas portadoras de dólares.
Sin embargo pude contemplar, hacia mi mano izquierda, una enorme
cola (como doscientas personas) esperando uno de los ómnibus
llamados "camellos", para poder llegar a sus hogares
después de un día de duro bregar en sus faenas laborales:
"grieta en el espejo número cinco".
Esta
es la verdadera Cuba, la Cuba profunda que el gobierno cubano
trata de ocultar. En este espejo roto es donde se ve -todos los
días- la nación cubana
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