Por
Jorge Felix
Editor del Semanario "El Veraz"
Quizás
una de las pocas cosas que recuerdo con ternura de mi niñez,
era el Día de Reyes... solo uno... porque solo pude disfrutar
de uno cuando tuve uso de razón, porque al siguiente año
ya no existían, el gobierno cubano los había prohibido.
Recuerdo con ternura como la noche antes, sin saber escribir,
ni haber nunca ido a la escuela, intentaba escribirle una carta
a los reyes magos, naturalmente imitaba la letra corrida de mis
hermanos.
Puse un montón de letras junta... Teatitu
miatu tuli... casi hice dos párrafos, estaba seguro que
los reyes me entenderían, le pedía tantas cosas,
tantas que mi padre trató de controlarme.
Entonces me dijo que
debía de pedir quizás un poco menos para que otros
niños del mundo pudieran también tener sus juguetes.
Estuve de acuerdo y el empezó a escribirme la carta. Me dijo entonces:
- Bueno mijo, los Reyes Magos solo traen 3 juguetes para cada
niño que se porte bien
Le pregunte entonces: - Pero
papi, ¿los Reyes Magos no son magos? ¿No pueden
inventar muchos juguetes?
Él me explicó entonces
que si, pero que eran para todos los niños del mundo
y si todos pidieran mas de tres juguetes, se les acabaría
la magia.
Pobres magos - pensé - lo que tienen que hacer para llevarle
a cada niño tres juguetes.
Me dijo entonces:
- ¿Qué te parece si les pedimos
una ambulancia que suene, que sea roja y que corra sola?
La idea me pareció fantástica, la verdad que mi papá
si sabía qué pedirle a los Reyes Magos. Me gusto tanto lo que pidió.
que dejé que siguiera pidiendo, porque el sí sabía
de Reyes Magos.
Me dice entonces: - ¿Qué te parece si le pedimos un traje
de Vikingo con escudo, casco y una espada?
Aquello me pareció buenísimo... buenísimo.
Me imaginaba con mi casco y mi espada, peleando contra todos
los muchachos del barrio.
Me dice finalmente:
- Y por último le pediremos los soldaditos,
con indios y soldados.
Orgulloso me senti de mi padre - La verdad que mi papá sabía,
¡tenía un gusto! - pensé
Aquella noche me acosté temprano, pero no dormía.
Quería quedarme despierto debajo del mosquitero y disimuladamente
levantar el mosquitero por una esquinita y ver a los Reyes Magos.
Me los imaginaba con vestidos relucientes, brillantes, con barbas, Bien mágicos. Si tenia que verlos, hablar con ellos, decirles que quería darle la mano, darle las gracias.
No pude verlos, el sueño me venció, pero a las 6
de la mañana me levanté de un susto.
De un brinco me
incorporé de la cama, alcé el mosquitero y levanté la sabana de
la cama.
Allí debajo de la cama, los Reyes Magos me
habían dejado exactamente lo que habíamos pedido
mi papá y yo.'
Una ambulancia roja, que andaba sola, mis padres se despertaron con mi alegría y corrieron a mi cuarto.
Yo estaba
loco de contento... loco de contento... no sabía si ponerme el
traje de Vikingo, con aquella espada y escudo, jugar con los soldaditos
o con la ambulancia.
Le decía loco de contento a mi padre: - Papá mira,
lo que pedimos... Mira...
Al año siguiente ya sabía escribir en letra de molde. Cuando me sentaba la noche antes para hacer mi carta, mi padre
me dice:
- Hijo, al parecer este año los Reyes Magos
no vendrán para esta fecha... quizás en julio...
Aquello me entristeció a punto de llorar. Me fui para
mi cuarto y me puse a escribir mi carta.
Pensaba - Ellos se acordarían
de mí, yo me había portado bien.
Le escribí
entonces una carta en la que le pedía una sola cosa, no
quería abusar, pedí que me trajera otra ambulancia, porque la
mía se había roto.
Me dormí. Esta vez no me quedaría despierto para
verlos. Seguro que estarían apurados.
A las 6 de la mañana me desperté de un sobresalto,
me tiré al piso y debajo de la cama... No había nada.
No sé cuantos sentimientos pasaron por dentro de mí,
sentimientos de tristeza, de abandono, de desolación.
Aquel día quizás lo recuerde como mi primer día
triste...
Me fui al portal de la casa, no había un alma en la calle,
me senté en el piso, miraba al cielo... quizás
se habían retrazado.
Quizás habían dicho
eso, pero era una sorpresa y se aparecerían de pronto y todos los niños del barrio nos volveríamos locos
de contentos.
Algo me picó en la mano... era una hormiga, de cabeza grande,
la solté.
La seguí con la vista y había
miles de ellas luchando entre sí.
Cogí un palito
y las separe, pero siguieron luchando, la batalla era dura.
Había
una que tenia alas, parecía el jefe, era la mas valiente,
se trepaba por encima del palo y seguía luchando.
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