Por
Jorge Felix
Editor del Semanario "El Veraz"
Fragmentos de la Novela "Desde la Penumbra"
Corría
los años 70's y a Fidel Castro se le ocurrió, que
había que sembrar el café de la montaña en
el llano, en cada ciudad. De pronto, por todas partes empezaron
las movilizaciones voluntarias, con la agravante de que se podía
mal interpretar si no se iba. Se sembraba una mata de café,
en todas partes, decía que de esa forma, seriamos un país
tan cafetero como Colombia.
No
hubo pedazo de tierra sin sembrar, incluso los parques ya se adornaban,
con las matas de café. Unas semanas más tarde, todas
las matas de café se secaron, todas, el Comandante no podía
imaginarse, cómo no se había obtenido ni un solo
grano de café.
Unos meses más tarde se le ocurrió que había
que cortar toda la caña que hubiera en el país,
toda, no podía quedar una. Los precios del azúcar
habían mejorado en el mercado internacional y había
que vender todo el azúcar que se pudiera. Comenzó
la zafra de los 10 millones de toneladas.
Todas las empresas del país se paralizaron, no se producía
nada, ni pasta dental ni jabón. Había que lavarse
la boca con
sal y bañarte como se pudiera. Todos se habían ido
para los cañaverales, los estudiantes, camareros, obreros.
Después llegó el fracaso. Aquel fue la primera gran
ridiculez de Fidel Castro. Todo el mundo lo sintió así.
El padre de la familia regresó del cañaveral, parecido
a Santa Claus, después de haber salido de una chimenea,
pero sin regalos. La esposa había comprado un jabón
de lavar en la bolsa negra, con lo que le había costado
podía alimentar a la familia por 3 días, pero fueron
más de dos horas las que tuvo que bañarlo, para
sacarle toda la suciedad de meses.
Los hermanos habían llegado aquella semana por el estilo.
Llegaron flacos, con un hambre de meses de limitaciones.
Ahora estaban todos juntos de nuevo. En la casa, solo había
de comer, sopa de arroz, con un poquito de tomate y gracias a
Dios estaba caliente. El radio de la casa, se había roto
y solo quedaba el televisor americano, que estaba funcionando
a duras penas.
El televisor, - recordaba la madre- se lo había traído
la hermana de Miami, antes que llegara Fidel Castro y después
de eso no había sabido más de ella, de hecho no
había sabido de ninguna de sus hermanas que estaban en
Estados Unidos. No podía escribirle, se sabía que
revisaban las cartas y que a veces las rompían. La carta
que lograba llegar, se demoraba de cuatro a cinco meses. Si se
enteraban que escribía al extranjero, se podía considerar
a su familia como desafecta de la revolución. Y es que
si fuera solo un mero calificativo despectivo, se hubiera podido
hacer algo.
Pero la realidad era, que eso podía perjudicar a los hijos
en la escuela, en la universidad, en el trabajo.
La
delación se había incrementado, hacía ya
varios años que funcionaban los llamados Comité
de Defensa y metían las narices en todo. No se podía
hacer nada, si alguien compraba en la bolsa negra un jabón,
le acusaban de especulante, si no se iba a los trabajos voluntarios
se le acusaba de desafecto, no había paz, se sentía
uno constantemente vigilado. Todo el mundo hablaba bajito, para
que en la casa del vecino no se escuchara. Todo esto venía
del gobierno, adonde pararía todo esto – pensaba
la madre.
Ya tenía bastante problemas con la forma de pensar de sus
hijos. El mayor, era el más difícil, había
entrado en la escuela ¨Cepero Bonilla ¨ de los estudiantes
más superdotados de Cuba y venía con nuevas ideas,
tenia sus propias ideas, Papini se le había metido hasta
los huesos. Allí todo el mundo tenía que contar
con él, se había hecho popular entre sus amigos,
su conocimiento, la música de su guitarra había
hecho su parte.
Entró en la Universidad en la especialidad de Matemática
Aplicada, le iba bien hasta que pasó lo predecible. En
el segundo año de la carrera, el gobierno puso de moda
en las Universidades, hacer tribunales del pueblo acusando al
imperialismo.
A el, le tocó hacer de abogado del imperialismo, el teatro
estaba lleno, el jurado, los jueces, el fiscal.
Aquel
muchacho, paso a paso, punto por punto fue rebatiendo cada uno
de los argumentos,
hasta destruir a la fiscalía. Convenció con su basta
cultura a todo el mundo, dominó el salón, su voz
fluida, su pensamiento profundo lograban lo que quería.
Finalmente el jurado decidió absolver al imperialismo.
Aquello
fue un escándalo, famoso por derecho propio. En un país,
donde la represión era lo único que se podía
garantizar, aquello era un verdadero suicidio. Automáticamente
fueron expulsados de la Universidad, el abogado defensor del imperialismo,
el fiscal, los miembros del jurado y el Juez. Todos muchachos
jóvenes, que el único delito cometido era el intentar
jugar a la democracia.
Ahora, el muchacho tenia que esperar un año para ver, si
lo dejaban matricular de nuevo en la Universidad. El segundo,
Andrés, estudiaba medicina y si no se metía en problema
podía ser el primer graduado de la familia. El tercero,
Sergio quería estudiar medicina también, era el
más tranquilo no le daba problemas.
La
niña que ya tenía trece años desgraciadamente,
la expulsaron de la escuela, mira que la madre le había
tratado de quitar esas ideas de la cabeza, era rebelde, muy rebelde.
Todo los días le mentaba la madre a Fidel Castro, sobre
todo, cuando se iba la luz o no tenía nada que hacer.
El
viejo logró comprarle un radio en la bolsa negra, por el
que casi pierde un ojo. Ella se pasaba las madrugadas, oyendo
en su cuarto, las estaciones extranjeras, Radio Caracol, Radio
Internacional de España.
Vivía
según decían todos, en un mundo de sueños,
sintonizaba las estaciones de onda corta y escribía a los
programas para que le mandaran fotos de sus artistas preferidos,
recibía las cartas por una dirección de su tía
que según decían todos, era la gusana más
descarada que habían visto, al fin y al cabo que daño
podían hacerle ya a la pobre vieja.
A
finales de 1959, la tia había venido de los Estados Unidos
con un grupo idealista que retornaban a la patria. Bajó
del avión aguantando una de las esquinas de la bandera
cubana, salió por el noticiero nacional, contenta orgullosa
de lo que había hecho. Desgraciadamente, la alegría
le duró poco. A los tres meses estaba loca por irse de
nuevo. Nunca más pudo irse.
Ahora se había refugiado en la iglesia, al punto que iba
dos o tres veces por semana. Allí en la iglesia de las
Mercedes
en la Habana Vieja, se quedaba horas y horas, solo podía
estar allí, a pesar que las iglesias se habían quedado
vacías por la represión, ella continuaba asistiendo.
Era
triste muy triste todo aquello, no había un alma en la
iglesia, solo dos o tres viejitos al igual que ella. Las personas
tenían miedo entrar. En los trabajos, en la Universidad,
uno de los requisitos para entrar era, que no se fuera religioso
y que no tuvieran relaciones con las personas que vivieran fuera
del país.
Por
eso la mayoría de las personas, cuando iban a una entrevista
de trabajo, tenían que negarlo todo. Muchos habían
escondidos sus santos en el último cuarto de la casa. Allí
rezaban, escondidos.
El
gobierno había quitado las fiestas religiosas, la noche
buena, hasta el día de reyes. En su lugar había
declarado como fiesta, el 26 de julio, cuando Fidel atacó
el Cuartel Moncada y el primero de enero cuando tomó el
poder. Nadie en el pueblo se podía imaginar las desgracias
que traerían esas dos fechas.
Todo
estaba claro para muchos cubanos, dentro y fuera. Pero para el
mundo entero, Cuba era una postal, el país de las causas
justas. Las familias estaban siendo divididas en su propia esencia.
Uno de los casos más sonado que ella se había enterado,
era el caso de una mujer que orgullosamente, había denunciado
a su esposo, al padre de sus cinco hijos, por este querer luchar
en contra del gobierno. El hombre fue fusilado en el acto. A ella
le dieron una medalla por aquella proeza. ¡Qué Dios
la perdone! se persignó la madre.
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