Por
Jorge Felix
Editor del Semanario "El Veraz"
Fragmentos de la Novela "Desde la Penumbra"
Esas
vacaciones de 1969, la madre y el niño fueron a Manzanillo,
para ver a los familiares que tenían allá.
Julio
y agosto eran meses difíciles. El viaje fue una odisea,
un viaje que duraba desde la Habana aproximadamente 15 horas en
ómnibus, podía durar hasta 30, por toda la vía
se encontraban los transportes públicos paralizados en
el medio de la carretera, no había piezas para sustituirlas
y pasaban horas en poder repararse.
Para el viaje, se tenía que llevar cualquier cosa de comer,
hasta agua, no había nada en toda la carretera, apenas
cafeterías que servían agua caliente. A ambos bordes
de la carretera se veían carteles inmensos hechos por el
gobierno de las proezas
de la revolución, pero el hambre y la escasez eran sus
mejores aliadas, era paradójico para aquel niño,
ver los dibujos de la cara de Fidel Castro sonriente, con la mano
levantada y la miseria que veía a su paso, algo le decía
que había algo extraño en lo que veían sus
ojos y lo que se decía.
En
la parte occidental de la isla las personas habían tenido
que vender sus prendas más querida para poder comer, mientras
que en la parte oriental, tenían que vender la comida para
poder vestir. Todo se veía como un gran caos, el gobierno
que prometió y prometió durante los primeros años,
empezó a incumplir cada una de sus promesas.
Manzanillo, la bella ciudad con vista al mar, hermosa muy hermosa,
de gentes muy cordiales y hospitalaria, había impregnado
para siempre los sentidos de la familia. Cada año en los
meses de julio y agosto los muchachos, iban para esa ciudad, su
glorieta, su parque, sus
congas, carnavales y sobre todo el ambiente juvenil, era a pesar
de las limitaciones, de una alegría sin igual.
Alli
en Manzanillo, en las lomas de Caimary, repleta de casas, tenía
la familia su chalet, era hermoso, aun se conservaba, a pesar
del desastre que estaba ocurriendo en el país.
Allí conoció por primera vez a Alina, una niña
que vivía al lado de la casa, tenia 7 años, uno
más que él y se sentían tan bien el uno con
el otro, que la familia decían que eran novios. A él
le encantaba la forma en que hablaba, como cantando, a ella saber
que era habanero. Juntos pasaban horas y horas jugando en aquel
patio con árboles de tamarindos, almendras y mamonsillos.
Desde
el borde de la cerca del patio se podían ver la ciudad
como un abismo, se veían las azoteas de todas las casas,
la bahía azul. De hecho, juntos se pasaban horas y horas
sentados, al borde del abismo, admirándolo todo.
Uno
de esos medio dia, el niño salió semi desnudo por
el patio de la casa, se dirigió al árbol de almendras,
era como un pequeño bosque, podía ahora, cuando
todo el mundo dormía la siesta, comer lo que le gustaba,
el almuerzo había sido una sopa y no le había gustado,
buscó una piedra liza y se sentó. Era la rutina
de todos los días, siempre tenía a mano las piedras
especificas, para comenzar a machacar las almendras y lograr que
salieran completas, eran más ricas así.
De pronto sintió un ruido detrás, era Alina, gracias
a Dios no estaba durmiendo la siesta.
Por primera vez, Alina lo estaba mirando de una forma extraña,
sus ojos observaban todo el cuerpo del niño, su cuerpo
parecía el de un cupido, él sentía algo extraño,
sin saber lo que pasaba, Alina comenzó a acariciarle los
hombros, después sus labios rojos, él no sabia que
hacer, no había palabras, ella se acercó y lo besó
en la boca, un beso tierno.
El inocente sintió una amalgama de placeres, de temores,
Dios mío, el peligroso beso, ahora que puede pasar- se
decía él - ahora seguro que va a nacer un bebe.
Pero eso no era todo, Alina seguía explorando el cuerpo
de él, ya no eran solo los hombros, él veía
como crecía su sexo, nunca lo había visto así.
Ella lo tocaba, mientras él, estaba inerte, le gustaba,
pero no sabia que hacer. Ahora ella, se quitó su ropa infantil
y fue él quien la tocó, igual que le hizo ella,
tocó sus hombros, su espalda suave y linda.
Se
pegaron y sintieron un calor profundo en todo el cuerpo, ahora
estaban abrazados, no sabían que hacer, no sabían
que era aquello, ahora ella, lo haló para sí y rozaron
sus sexos, el placer era más intenso, solo rozando, solo
rozando, ambos estaban colorados, un vapor caliente abrazaba todo
sus cuerpos. Estaban de pie, ya los besos eran mucho más
extensos e intenso, Alina se acostó y lo atrajo hacia ella,
su pelo largo se confundió con la hierba. No se sabía,
cómo y cuando iba a terminar todo aquello, todo era hermoso,
único, inolvidable para ambos. Ahora eran movimiento menos
infantiles, era deseo, pasión, lujuria. Los besos en toda
la cara, el cuello, todo.
Pero de pronto Jorge sintió el correazo más grandes
que nunca había sentido en sus nalgas. Era la madre de
Alina roja de ira sin poder contenerse. Corrió por todo
el patio y la madre de ella detrás.
Alina
corría en sentido contrario, con las ropas en las manos.
Por fin él logró llegar sano y salvo, entró
por la puerta de la cocina, sin parar hasta el ultimo cuarto,
mientras que todos al verlo pasar como una flecha sospecharon
que había hecho algo muy malo.
La madre de ella muy mal humorada le contó a la madre de
el, todo lo que había pasado. La sorprendida madre no sabía
dónde meter la cara. En el fondo se sentía aliviada
por las inclinaciones sexuales de su hijo más pequeño,
pero que diablos era muy temprano para esas cosas. Después
de tanto buscarlo, por fin lo encontró debajo de la cama.
No le pegó pero le explicó que era muy pequeño
para pensar y hacer esas cosas, que eso sé hacia cuando
se era grande. Jorge apenado, pálido hasta mas no poder,
se sentía aliviado de que la madre no le hubiera pegado,
en lugar de eso lo castigaron una semana sin salir de la casa.
Jorge
pensó que estaba loco por hacerse grande, lo antes posible.
La
semana de castigo, fue una verdadera desgracia, cuando había
luz, el televisor americano del año 56 se veía muy
mal, pero además no había nada que ver, solo ponían
discursos de Fidel Castro, a toda hora. Por ese solo hecho, el
barbudo aquel no le gustaba mucho. Solo se preguntaba, si alguna
vez iba al baño.
En
fin que todo estaba aburrido. A toda hora, miraba a través
de la ventana para la casa de Alina. Ni sombra de ella. Sentía
lo que nunca había sentido, no sabia lo que le pasaba,
se sentía sumamente extraño, era una combinación
de sensaciones, cada vez que se acordaba de lo que había
pasado, sentía deseo, añoranza, quería empezar
a morirse y que ella se enterara y viniera corriendo con la madre,
a ver el moribundo por última vez. Pero la idea de la muerte
no le gustó mucho, le gustaba mejor la idea, de pasar por
delante de la casa en un caballo y juntos escapar. Pero de pronto
se acordó que tampoco tenia caballo. En fin que las vacaciones
se habían echado a perder y todo por un beso.
Al cuarto día, ya no podía más, rogó,
lloró, hizo algunas pataletas de esas, que asustan tanto
a los mayores y por fin se ganó otro buen correazo, después
de llorar tan lastimeramente durante media hora más, lo
dejaron en libertad.
Por fin el patio, la libertad, el sol, los tamarindos, los mamonsillos.
Pero sobre todo, no estaba Alina, se arriesgó y subió
por la cerca del patio de su casa. Allí estaba ella sentada
en el suelo, preparándole la comida a su muñeca
tuerta. La llamó bajito, muy bajito, tan bajito que ella
no escuchó, por fin después de varios fallidos intentos,
ella levantó la vista.
Su cara se le alumbró toda, su sonrisa, dejó ver
el blanco de sus dientes. ¡Que linda era! Ella disimuladamente,
se acercó y se sentó pegada a la enredadera de la
cerca. Le preguntó si sería su novia toda la vida.
Ella le contestó que para siempre y el se sintió
el niño más feliz del mundo, era el zorro enmascarado,
Superman,
el bárbaro de la película.
Por fin varios días después, de nuevo los padres,
le permitieron jugar juntos, pero con la supervisión de
un familiar. Según decían, no podían dejarlos
solos, porque eran un peligro.
De todas manera, habían sentido, por primera vez, a esa
edad tan temprana, el amor y todo lo que este trae. De hecho,
se contentaban, con mirarse, con saberse al lado el uno del otro.
Y llegó la hora de la despedida. Aquel día fue el
más difícil de todos, prometió que volvería
y entonces ella lloró, él le regaló su lagartija
seca, que siempre llevaba colgada en el cuello. Entonces pudo
besarla delante todo el mundo, pegado, muy pegado a los labios.
En el camino de regreso, Jorge, virando la cara hacia la ventanilla,
había llorado por primera vez de forma diferente, no quería
que nadie lo viera, ahora era un llanto callado, desde el fondo
de su pecho. |