Por
Jorge Felix
Editor del Semanario "El Veraz"
Fragmentos de la Novela "Desde la Penumbra"
¿Que
hacia allí?, ¿Cómo era posible que
estuviera allí?.
Aquel
albergue con hamacas, no podía estar peor. No había
luz y cada 4 hamacas, había un mechero.
Todos
los días eran iguales, levantarse a las cinco de
la madrugada. Lavarse la cara con una lata de agua, desayunar
un poco de leche, que muchas veces olía a quemada
y rápidamente a formar. Se formaba los pelotones
y cada pelotón, salía de práctica,
la mayor parte del tiempo, se la pasaban abriendo trincheras,
corriendo de un lado para el otro y luchando ante un enemigo
invisible que venía todos los días.
La mayoría de los jefes, eran analfabetos, eran crueles,
debido a esa misma ignorancia. A veces no podía ni
dormir, porque a cualquier hora de la madrugada lo despertaban
y a formar. Ya llevaba un año en el servicio militar.
Había traído 50 libros, los que más
le gustaban. Papini, Sartre, Lezama Lima.
Pobre Lezama –pensó- un escritor como él,
el mejor escritor que ha dado este país, el escritor
hispanoamericano más importante de este siglo. Fidel
Castro lo había hecho añicos, y solo porque
fue jurado, de un Concurso Internacional de poesía,
en el que habían premiado ¨Fuera del Juego¨,
del cubano Padilla, un libro que hablaba mal de todo lo
que estaba sucediendo.
Eso
fue suficiente, para que Fidel Castro, armara una gran purga
en contra de los escritores. Surgió de esa purga,
otra consigna: Todo dentro de la revolución, fuera
de ella nada. Analizó bien la frase y le vino a la
mente: Todo tiene que ser como yo diga, nada fuera de eso.
Desgraciadamente,
ya no había buenos escritores en Cuba. Todos los
grandes escritores se habían formado, en el capitalismo.
Posterior a eso no existía un escritor, realmente
que pudiera nombrarse. Alejo Carpentier, Eliseo Diego, Guillen,
Lezama y muchos más, se habían formado literariamente,
en el capitalismo.
Todos
los escritores, formados en la revolución, eran oficialistas.
La censura era tan grande, que ya no hacía falta
censurarlos, ellos mismo se censuraban entre sí.
Se dedicaban ahora, a lanzar loas al gobierno o hacerles
el juego, a través de novelas policíacas,
donde los Comité de Defensa y la seguridad del estado
sencillamente, siempre tenían la razón y siempre
salían victorioso.
Comenzó la doble moralidad y la doble profesión,
Si se era médico, también se era chivato de
la policía, por ambas profesiones se obtenían,
reconocimiento, escalones. A lo que habían llegado
los cubanos, que ser chivato, era lo peor que se podía
ser en este país. Ahora los chivatos son héroes.
¡Que grande era la revolución!- Pensó
irónicamente.
¡Hijos de putas!- dijo para sí. Había
pasado por la casa de Lezama, cerca del Paseo del Prado,
estaba en la más cruel pobreza, lo liquidó
como persona.
Lo
vio parado, en la ventana de la casa, con el tabaco en la
boca, la camiseta, llena de huecos. Estaba destruido completamente,
la mirada perdida, estaba muriéndose. ¡Pobre
hombre!- se dijo. Trato de pensar en otra cosa.
Los libros, no podía leerlos aunque quisiera. Durante
todo el día, era corriendo de un lado para el otro,
con el fusil al hombro. Cuando llegaba la noche, estaba
agotadísimo, muchas veces trató de leer, bajo
la escasa luz del mechero y desgraciadamente, no podía,
le dolían los ojos, la cabeza. Y allí no había
ni aspirina.
Los libros, sus amados libros, tuvo que encerrarlo muy bien
en la maleta de madera. Le había puesto doble candado,
para que no se lo robaran, allí se robaba de todo.
No se lo robaban para leerlos, se lo robaban porque no había
papel sanitario. Se limpiaban con cualquier cosa que encontraban.
Él, al igual que sus libros, eran objetos anacrónicos
en aquel lugar. No tenían de que, hablar con ellos,
solo hablaban de lo mismo, de deportes y de mujeres. Los
cuentos de todos ellos, se los sabía de memoria,
de tanto que los repetían. La mayoría tenía
entre 20 y 21 años y no tenían ni nivel secundario.
Todos los días le pedía a Dios en el silencio
de la noche, que sucediera un milagro, que pasara el tiempo
lo antes posible, cualquier cosa.
Aquel no era su lugar, no lo era. Todo lo echó a
perder, toda su vida, por hacerse el libre pensador, el
rebelde, el que todo lo podía. No se arrepentía
de lo que había hecho, en su interior estaba satisfecho,
dijo lo que quería. Pero total, que después,
todo el mundo le dio de lado, porque había caído
en desgracia. En el teatro, cuando fue el abogado del imperialismo,
todo el mundo lo había aplaudido. Pero cuando vieron
que lo cogió la seguridad y lo botaron de la Universidad,
nadie le había dado una mano. No tenía a nadie.
Nunca, ningunos de sus amigos lo volvió a ver. Incluso,
Leonor la novia que tenía y que estudiaba, en la
facultad de Historia del Arte. Incluso ella, que se hacía,
la libre pensadora, la civilizada, había terminado
la relación.
Recordó que había sido la envidia de todos
en la universidad, muchos se preguntaba como era posible
que Leonor, siendo una muchacha blanca, se hubiera enamorado
de un mulato, por muy inteligente y culto que fuera. Que
se murieran de rabia, pensaba entonces.
Leonor, verdad que estaba buena, la primera vez que estuvo
con ella fue en una posada de mala muerte, como todas –pensó.
Cuando se quitó la ropa, se quedó con la boca
abierta, era fenomenal. La verdad que, a los que no le gusten
las blancas, no quieren a su madre. Estuvieron todo el día
en eso. Y lo escandalosa que era. Los gritos se oían
en los otros cuartos. Pero la verdad que era para comérsela.
Le gustaban así, cultas, educadas, pero bien putas
en la cama. A veces no tenían dinero y lo tenían
que hacer en cualquier lugar.
Corrían cada riesgo, terribles. Pero estábamos
viciosos - pensó. No había Cine de la Habana,
en que no hubieran hecho el amor, al menos en los fundamentales.
El Yara, era el preferido, porque estaba cerca de la universidad.
Se iban para el último piso del cine y cuando apagaban
las luces, empezaba todo. Ella se sentaba en sus piernas,
y así, lentamente, sin que nadie se diera cuenta,
hacían el amor, varias veces en una misma película.
Perseguían las películas rusas, porque nadie
las veía y el cine estaba vacío. Leían
el periódico y donde estuvieran poniendo una película
rusa, allá iban. Lo mismo en el Payret, en el Rex,
en El Ideal, en el Yara, el Riviera. Muchas veces se reían
porque pensaban que el cine ruso era rentable, gracias a
ellos. Concentrarse, era difícil, porque las películas
eran de guerra. Pero realmente muchas veces coordinaban
el sexo con la película. Empezaban con los cañonazos
y gritos de ¡Hurra! Terminaban con las trompetas de
la rendición. Pero el día más arriesgado,
fue una noche que estaban sentados en el malecón,
bajaron por el muro y allí en los dientes de perros,
parados, pegados al muro, lo hicieron. Todo el mundo paseaba
con sus parejas, y como todo el mundo se sienta de espalda
al mar, todo fue más fácil.
La última vez que hicieron el amor, fue unos días
antes, que se brindó, para ser el abogado del imperialismo,
fueron a casa de la abuela. Por fin, una cama, una cama
limpia, un lugar bonito. Ella puso en el tocadiscos, una
canción de María Victoria, la novia de América,
como le gustaba a él, María Victoria, le gustaba
como cantante y como mujer. Qué boca, que manos tan
bellas, ¡qué voz!
... Si ya no me quieres, al menos no mientas...
Daba cualquier cosa, porque Leonor se llamara María
Victoria, que tuviera su misma voz, en fin que fuera María
Victoria. Hicieron el amor todo el día, con esa canción
de fondo.
Y después, cuando lo habían botado de la Universidad,
fue a buscarla, la esperó en la escalinata, hasta
que terminaron las clases. Bajaron hasta la misma esquina
del Habana Libre, frente al cine en que tantas veces hicieron
el amor. En lugar de eso le había pedido que bajaran
por todo 23, hasta el malecón. Allí había
terminado todo.
Aquel día se fue, a una barra de mala muerte, se
emborrachó hasta más no poder, las veces que
luchó por ella, se recordó de la vez que se
tuvo que fajar en el estadio de la universidad, con unos
tipos, que le dijeron a ella puta, por estar con un mulato.
Lo golpearon todo, pero se defendió como un león
herido. Ahora ya, el mulato culto e inteligente, no le servía
para nada- suspiró
Pero la verdad era que, sintió el racismo por primera
vez en la Habana. En Manzanillo, nunca había sentido
eso, pero en la Habana, si lo había sentido. Al punto
que muchas veces se arrepentía de como era, se preguntaba
como era posible que sus hermanos fueran blancos, rubios
y de ojos verdes y azules. Su madre, parecía una
india taina y su padre era hijo de gallegos, blanco como
la leche. Pero la cuenta no le daba. Incluso un día
se sentó a analizar los cálculos del ADN.
Hizo el análisis de los cromosomas, estuvo todo un
día en eso, la cuenta, no le daba. Tenía que
ser definitivamente, hijo de un tarro. Sería posible
que su madre hubiera hecho eso. Habló de eso con
Andrés, su hermano y el pragmático le dijo:
- Bueno chico, te digo que estás equivocado. Mami
no sería capaz de eso. Lo más probable es
que ya Mami te tenía, cuando conoció a papi
y que después, el te dio el apellido.
El no pudo mas que morirse de la risa, mientras su hermano,
se reía en forma maliciosa.
- ¡Que hijo de puta eres! – Le dijo, mientras se reían-
tremendo consuelo que me has dado.
- No, en serio chico. No puedes dudar de ti, no te acomplejes.
Saliste así, por obra y milagro de Dios. Si eso hubiera
sido así como tu dices, nos hubiéramos enterado,
con lo grande que es nuestra familia. Tu sabes que todos
te queremos mucho, eres el preferido de la familia. Sabes
una cosa, me acuerdo cuando éramos chiquitos, ¿te
acuerda las fiebres altas que te daban, que te duraban días?
El viejo no se movía de al lado de tu cama, poniéndote
paños fríos en la frente, incluso una noche
lo vi llorar. ¿Sabes una cosa? Tenia unos celos tremendos,
daba yo, cualquier cosa, para que me pegaras la fiebre.
De verdad, que lo querían mucho, todos contaban con
él, para cualquier cosa. Eran muy unidos y se querían
mucho.- suspiró. No tenía ningún sueño,
estaba desvelado. Eran las dos de la madrugada y nada más
se oían los grillos y los ronquidos de los salvajes.
Tenía que dormirse, al otro día tenía
que ir a una competencia de ajedrez. Había venido
el Coronel y preguntó si alguien, sabía jugar
ajedrez. El único que había levantado la mano
había sido él. Quizás era la oportunidad,
que tanto le había pedido a Dios. Mañana lo
sabría. Por fin se durmió.
La
competencia se celebraba en la Ciudad de Matanzas. Habían
como 50 tableros, 25 en cada banda. El público rodeaba
a los jugadores, todos observaban al Gran Maestro que había
venido de la Habana, a jugar esa simultanea. Se movía
con seguridad por todo el salón, intercambiando jugadas
con los 50 jugadores. En menos de media hora, los había
liquidado a todos. Ahora solo quedaba el recluta, como único
jugador, rodeado de la gran multitud. El Gran Maestro, ahora
podía concentrarse en él. El silencio era
absoluto, todo el mundo observaba, jugada a jugada.
Estaba perdiendo, maldita sea- se dijo para sí, el
recluta. Pidió permiso para ir al baño. Se
puso a orinar y se volvió a decir:
- Me cago en la hora en que nací, estoy perdiendo,
no puedo perder. No puedo volver a la mierda esa, tengo
que pensar con frialdad, no hago nada quejándome,
tengo que pensar, eso es lo que tengo que hacer.
Y así lo hizo, en el baño analizó,
jugada a jugada. Poco a poco fue haciéndose claro,
que no estaba, tan perdido del todo. El Gran Maestro tenía
ventaja en posición, pero eso podía recuperarlo.
Repasó todo el tablero por su mente.
Ya lo tenía, un tenedor, eso era, un tenedor, si
me hace esta le hago esta, si me hace esta otra, le hago
esta otra, sino esta. Salió decidido del baño.
Ahora sabía lo que tenía que hacer.
Y así lo hizo. Todo salía como lo había
pensado, eso era.
El Gran Maestro levantó la vista, lo miró
detenidamente un momento, se daba cuenta, lo que había
hecho aquel muchacho. Se podía oír caer a
una aguja. Pero no fue una aguja la que cayó, sino
el rey del Gran maestro. Se levantó y le dio la mano
al recluta, ante el aplauso de todo el público.
Al otro día, salió en el periódico
de Matanzas, la foto del recluta que había derrotado
al Gran maestro y una descripción completa de la
partida.
Fue así de grande, lo que había logrado, pero
más grande fue, que los restantes 2 años del
servicio militar, se los pasó compitiendo en el Hotel
Habana Libre o en diferentes zonas del país, en representación
del ejercito. Su nombre aparecía en los periódicos,
al lado de los Grandes Maestros de Cuba.
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