Por
Jorge A. Sanguinetty
La reciente presentación televisada de Fidel Castro
sobre las ollas arroceras y de presión nos brinda
una oportunidad de analizar el estilo de gobierno que sufre
Cuba y el estado de miseria en que vive el cubano. Primeramente
hay que señalar lo insólito que resulta que
el jefe de gobierno de una nación de once millones
de habitantes, que supuestamente alcanzó un cierto
grado de civilización pero que sufre una aguda crisis
crónica tanto en lo económico como en lo político
y social, le dedique cinco horas a dar consejos culinarios
a la población y al uso y distribución de
ollas de cocina. Esto solamente puede ocurrir en una nación
organizada en torno a instituciones primitivas, casi tribales,
donde un solo hombre centraliza un grado exagerado de poder
y donde el resto de la ciudadanía, desde sus colaboradores
más cercanos hasta los ciudadanos más humildes,
está sometida a una humillante indigencia y una abyecta
servidumbre. Esa comparecencia posiblemente represente el
nivel más bajo en que ha caído la nación
cubana y su pueblo en toda su historia.
En segundo lugar debo indicar que esta forma personal de
dirección, lo que en inglés se denomina micro
management y que
pudiéramos traducir como micro dirección,
ha sido el estilo de administración de este gobierno
desde sus comienzos. Es el estilo que predomina en las organizaciones
deficientes, unas veces por pura incompetencia administrativa,
otras como resultado de una centralización excesiva
de poder. La característica esencial del micro director
es que desconfía de sus subalternos y no les da suficientes
grados de libertad para ejercer sus funciones con la mayor
eficiencia. El resultado es siempre el mismo: todo se hace
con menos eficiencia, cuesta más y a veces ni siquiera
se logra terminar lo que se comienza, o sea, además
de sacrificarse la eficiencia, se sacrifica la eficacia.
El derrumbe de la economía cubana es la consecuencia
lógica de dicho sistema de dirección administrativa.
El
tercer punto que hay que mencionar es el estado de deterioro
mental en que compareció Castro ante las cámaras.
Aquí tenemos que plantearnos una interrogantes: ¿Por
qué va él en persona ante las cámaras
en ese estado a hablar de ollas y de un posible mejoramiento
de los niveles de consumo de la población? Alguna
razón de estado tiene que haber para dedicar cinco
horas a disertar sobre ollas y métodos culinarios.
El dictador puede parecer decrépito en la forma de
expresión, pero yo dudo que también esté
decrépito en formular el objetivo general de una
comparecencia como ésta. Sabemos que el gobierno
cubano lleva a cabo regularmente encuestas de sentimiento
político entre la población (por supuesto,
no son de opinión, no pudieran serlo) cuyos resultados
son reportados al jefe máximo. También sabemos
que los niveles de consumo del cubano sufrieron una caída
catastrófica con la desaparición del bloque
soviético. Esos niveles de consumo parecen haberse
recuperado parcialmente gracias a los nuevos subsidios ofrecidos
por segmentos del exilio cubano y a los ingresos provenientes
del turismo y otras fuentes. Sin embargo, la información
fragmentada pero que fluye sistemáticamente desde
Cuba indica que una gran proporción de la población
vive en una constante zozobra sobre la alimentación
diaria de sus familias.
Con
base en estas consideraciones yo me atrevo a especular que
la comparecencia de Fidel Castro y sus promesas de un mejoramiento
de los niveles de alimentación popular son muestras
de una gran preocupación oficial sobre el descontento
del pueblo y las posibilidades reales de una explosión
social en el país. Todos estos años nos hemos
venido preguntando, ¿hasta cuándo van a resistir
los cubanos semejante régimen? Los avances que han
ido logrando hasta ahora los dos grandes movimientos opositores
del país, el de la Convocatoria del 20 de mayo y
el del Diálogo Nacional, a pesar de las diferencias
entre ellos, indican claramente que hay muestras serias
de descontento y efervescencia en la ciudadanía.
No
nos dejemos distraer por las payasadas y fallas seniles
de Fidel ante las cámaras. El régimen puede
estar necesitando usar la ascendencia que al dictador aun
le queda sobre el segmento de población que todavía
se deja impresionar por él, para enviar un mensaje
de esperanza a esos infelices que al fin y al cabo están
sufriendo las mismas carencias que los demás cubanos.
Perder el apoyo de ese segmento marginal, pero importante,
puede quebrar el equilibrio precario sobre el cual el totalitarismo
sobrevive. Irónicamente, Castro está tratando
de meter el vapor reprimido y la presión del pueblo
en unas ollas. Es una carrera contra el tiempo. ¿Qué
llegará antes, el fin de su vida o la explosión
del pueblo?
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