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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |

El Hombre Nuevo

Por Jorge Felix
Editor del Semanario "El Veraz"
Fragmentos de la Novela "Desde la Penumbra"


Los maestros eran adolescentes, que pertenecían a la Brigada Makarenko, muchachos de nivel secundario, que daban clases en el nivel primario.

Los métodos de enseñanza no eran muy ortodoxos, y muchas veces había sentido los rigores de estos métodos. Los castigos oscilaban entre golpes, hasta el castigo de situarlo en una esquina del aula, arrodillados sobre chapas de botellas de cervezas.

La educación obligatoria, permitió que muchos muchachos, que tenían entre 12 y 14 años, estudiaran con niños de 8 años en una misma aula.

Pero detrás de eso, estaban los abusos que muchachos de tan avanzada edad, sometían a los más pequeños.

Muchos no tenían interés por aprender, pero allí estaban, pasando de grado sin saber sumar, restar o escribir. El gobierno, se había propuesto, por todos los medios, exportar el globo de la educación. Tal parecía que en Cuba no existía ya, el niño bruto.

Todo era un adoctrinamiento forzoso, hasta en los más mínimos detalles. El indio Hatuey que se reveló contra la dominación española, poco después del descubrimiento de América, parecía el primer comunista del mundo. Los americanos, eran salvajes y los rusos blancas palomas. Dos más dos, a veces podía dar cinco. Y al parecer José Martí solamente había escrito, los Versos Sencillos, La Edad de Oro y su único pensamiento había sido el de: Viví en el monstruo y le conozco las entrañas.

Ya para entonces, Jorge el más pequeño, había aprendido, como le enseñó su padre, a ser cauteloso. Se recordaba de todo lo que le había dicho. Pero su padre se había quedado corto. En la escuela le pusieron el distintivo de los pioneros, sin contar con él, ni con sus padres.

Las experiencias que sufrió en la primaria, habían sido peores de lo que el padre decía.

Muchas veces llegaba, golpeado, con la boca rota, a la casa. No quería que su padre lo viera y le preguntara:

- ¿Quién te hizo eso? Tu qué le hiciste, dime

- Nada, eran más grandes que yo, papá

- Pero no le hiciste nada ¿te dejaste dar y ya? Oye, tú todo los días llegas golpeado, la próxima vez, que llegues golpeado y no hagas nada, te la vas a ver conmigo. Yo te voy a enseñar a tener cojones.

En esa disyuntiva se las tenía que ver. Tenía miedo, mucho miedo, miedo del padre y miedo de aquellos muchachos, que eran puros delincuentes, sobre todo uno, que incluso había estado preso en la estación de policía, por meterse en una casa a robar.

Pero volvió a llegar golpeado.

- De nuevo llegaste golpeado, yo te voy a enseñar, tu vas a ver que yo te voy a enseñar - Fue al último cuarto, y buscó el cinto. Cuando venía con el cinto en la mano rojo de ira... el niño empezó a gritar entre llantos y sollozos:

- Papá, por favor no me pegue, no me pegues, yo les tengo mucho miedo papá, yo no soy igual que ellos, ellos son delincuentes, papá. Yo tengo miedo, ayúdame.

El padre bajó el cinto y no le pegó a su hijo, al ver como le temblaban las manos. Lo sentó en sus piernas.

- Hijo, no te preocupes, mañana yo voy a ir a tu escuela, con tu hermano Sergio. Mira vamos a hacer esto. Según parece, siempre te esperan a la hora de la salida, cuando terminan las clases. ¿Es o no es así?

- Si

- ¿Cuantos son?

- Son cuatro, papá. Tres negros y un blanco. El más grande, que es negro, tiene hasta bigotes.

- Tenían que ser negros cojones ¿Hay alguno que sea de tu mismo tamaño?

- Si, Juan, un negro que estuvo preso en la estación de policía, por meterse a robar en una casa. Tiene 13 años, pero es de mí mismo tamaño

- Entonces es un enano, Dios mío, como es probable que pongan a retrasados mentales, con niños en una misma aula. iQué grande es la revolución! - Miro al cielo resignadamente- tremenda mierda... bien mañana, harás lo siguiente: Cuando salgas, no sigas el camino recto, dobla en la esquina de la escuela y atraviesa el terreno del edificio que se cayó. Tu hermano y yo estaremos escondidos. Encárgate del Juan ese, que tu hermano se encargará de los otros tres.

Y así lo hizo. Al terminar las clases, cogió por el terreno del edificio, que se había caído. Inmediatamente después, aparecieron corriendo hacia él, los cuatro muchachos. Lo rodearon y el se lanzó sobre Juan, le dio un golpe en el medio de la cara, entonces los otros le gritaban:

- Eh se volvió loco, dale duro al blanquito de mierda este, dale duro Juan, duro

Mientras Jorge, sentía sobre su cara, los golpes rápidos y certeros de Juan. Por cada golpe que lograba darle, recibía cuatro. Los otros, lo empujaban, lo que le hacia perder el equilibrio y eso Juan, sabía aprovecharlo, muy bien. Era la primera pelea de Jorge, mientras Juan había perdido la cuenta.

Jorge sentía la pérdida de fuerza en el golpeo, los músculos de los brazos no le respondía, la falta de aire era total.

Por fin, se abalanzó sobre su oponente, trató de cogerlo por la cabeza, pero su mano se deslizó infructuosamente, sobre la superficie de la cabeza de Juan que era lisa por completo. Lo intentó de nuevo, y su brazo derecho logró, atrapar el cuello de su oponente, hasta hacerle perder el equilibrio y caer encima de el

Fue entonces, que logró golpear de forma más efectiva. Su peso, había inmovilizado el cuerpo de Juan, ahora era él, el que le daba directamente a los ojos, respiraba para coger fuerza al levantar el puño y botaba el aire al golpear. Pero hubo algo, con lo que no contó y era, con las uñas de Juan, que eran tan largas como garras.

En forma rápida, sintió sobre su rostro, como su oponente, con ambas manos, deslizaba sus garras sobre su cara infantil. Se las enterraba, hasta sacarle sangre, por todo el rostro, eran como tenedores desgarradores.

Con la cara ensangrentada, sacó fuerza para darle un ultimo golpe a Juan y en ese mismo momento, sintió la fuerza del mayor de la pandilla, sobre su cuello. Dónde, estaban su padre y su hermano –pensaba- mientras sentía su respiración desaparecer.

Sintió un ruido, como de un golpe sobre su espalda y que el brazo que antes lo sujetaba, aflojó por completo. Cayó al suelo, pero al virarse, vio como su hermano Sergio, golpeaba en forma efectiva el rostro del grande, que se encontraba enormemente sorprendido. Los otros dos habían desaparecido, mientras Juan se había quedado sentado en el suelo, tratando de recuperarse, de su falta de aire.

El grande reaccionó y con un brazo apretó el cuello de Sergio, hasta pegarlo cerca de la tetilla, fue entonces que los gritos del grande se oían, en toda la calle. Su hermano, rápido como un relámpago, mordió la tetilla de su oponente hasta sacarle sangre, no lo soltaba y el grande ya había aflojado sus dos brazos, hasta ponerlo como Cristo en la cruz.

De pronto no se sabe como apareció el padre del grande, fuerte como un roble e intentaba, zafar la boca de la tetilla de su hijo. Con la palma de la mano, empezó a golpear fuertemente, entre la carne de su hijo y la boca de Sergio.

Tan duró lo golpeó que Sergio se llevó la tetilla en su boca y la escupio en el cemento.

Al ver aquello el padre del grande, se abalanzó sobre Sergio, pero no le dio tiempo a nada. El padre de Jorge, salió de la nada y lo golpeó fuertemente en el ojo derecho haciéndolo caer sobre las piedras. Cuando el padre del grande intentó levantarse, ya para entonces acudieron varios vecinos del lugar y lograron interponerse, en aquel infierno.

El padre del grande, solo decía:

- Esto, no se va a quedar así.

- Claro que no, ese ojo suyo se hincha – le dijo el padre de Jorge.

Los padres de Jorge, no le permitieron ir a la escuela, en una semana. Su rostro estaba desfigurado por completo, producto de los arañazos que había recibido. Grandes surcos cubrían, toda su cara. Las curas eran horribles, pero gracias a Dios, los médicos le habían asegurado, que no quedarían marcas.

Después de eso, Jorge fue mucho más feliz. No tenía que vivir con el miedo a las golpizas a la hora de la salida.


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