Por Nora Gámez Torres
En la noche del 6 de agosto de 1994, Fidel Castro apareció en la televisión estatal después del estallido de una insólita protesta contra el gobierno en La Habana. El país atravesaba lo peor de la grave crisis económica que siguió al fin de los subsidios de la colapsada Unión Soviética. Castro pidió a la población que tolerara todo tipo de escaseces en nombre de la revolución mientras él se resistía a las reformas económicas que se necesitaban desesperadamente. Esa noche tuvo una respuesta de dos palabras a la pregunta: “¿Cuál cree que es la razón fundamental detrás de los eventos recientes?”
Su respuesta: “El bloqueo”, la frase cubana para referirse al embargo económico de Estados Unidos.
Veintisiete años después, Castro está muerto, la economía está nuevamente en ruinas y, como era de esperar, el gobierno cubano una vez más culpó al embargo estadounidense por las recientes protestas que sacudieron la isla. Es una estrategia que los cubanos conocen bien. Durante décadas, el gobierno ha culpado al “bloqueo criminal asesino” de la mayoría de sus propias deficiencias: cualquier cosa desde la falta de alimentos hasta la falta de muebles en las bibliotecas y la falta de insulina para los diabéticos.
El embargo ha sido utilizado una y otra vez por el gobierno para ocultar lo que los cubanos en la isla, a su vez, llaman “el bloqueo interno”: las restricciones económicas y políticas impuestas por el Partido Comunista con el apoyo de un extenso aparato militar y de seguridad.
Después de las manifestaciones del 11 de julio, activistas a favor del gobierno cubano y organizaciones de izquierda como Black Lives Matter se han echo eco de la versión oficial de que el embargo estadounidense es la causa única o principal de las manifestaciones callejeras. Varios gobiernos de izquierda latinoamericanos como México y Bolivia se sumaron a las denuncias y enviaron ayuda humanitaria a la isla.
Pero la realidad es que, si bien el bloqueo tiene algún impacto en la economía y la población de la isla, no es la razón principal por la que la economía del país está en ruinas ni la razón por la que los cubanos salieron a las calles. Estaban, según ellos mismos, hartos de la falta de comida, los apagones eléctricos y “la miseria” en general, y pidieron “un cambio de sistema”. Fue el fracaso de la economía socialista centralizada de Cuba, décadas de mala gestión gubernamental y la falta de libertades civiles y políticas lo que empujó a miles de personas en toda la isla a gritar “abajo la dictadura” y la “libertad”.
Aunque sin precedentes, las protestas no fueron del todo sorprendentes, ya que la vida de los cubanos se ha deteriorado significativamente después de que Miguel Díaz-Canel fuera seleccionado por Raúl Castro para convertirse en su sucesor.
“Había señales claras de un creciente malestar social y las respuestas políticas de las élites cubanas a la creciente desigualdad fueron regresivas. Las protestas también fueron un grito de las familias cubanas que han tenido que soportar tanta escasez”, dijo la socióloga Elaine Acosta, investigadora del Centro de Investigaciones Cubanas de la Universidad Internacional de Florida.
El país ya estaba en recesión cuando la pandemia de coronavirus arrastró a la economía a su peor contracción desde el llamado “Período Especial” en la década de 1990, después del fin de los subsidios soviéticos. La disminución de la ayuda de Venezuela y las sanciones de la administración Trump para privar al régimen cubano de los ingresos vinculados a las remesas, los viajes y el turismo también contribuyeron a la crisis económica.
Pero lo que hace que la economía de Cuba sea tan sensible a las decisiones financieras y políticas que se toman en el extranjero es su crónica incapacidad de producir.
Después de seis décadas de centralización socialista, el país aún no produce lo suficiente para alimentar a su población. Los agricultores no pueden cultivar y vender libremente sus cosechas. Sus flotas pesqueras —y pescadores individuales— no pueden vender pescado, como recordó recientemente a los lectores el Centro por una Cuba Libre en su respuesta a un anuncio pagado que apareció en el New York Times con el título “¡Dejen vivir a Cuba!”. El Centro tituló su réplica: “¡Dejen que los cubanos pesquen!”
El gobierno se ha resistido a liberalizar la economía incluso cuando la mayoría de los indicadores económicos, incluida la producción industrial y agrícola y la zafra azucarera, principal exportación de Cuba durante siglos, se desplomaron. En cambio, el gobierno reforzó su control sobre la libertad de expresión a través de nuevos decretos y tomó medidas drásticas para recortar el gasto: eliminó los subsidios alimentarios, redujo la red de asistencia social y recortó el presupuesto del sistema de salud pública. También redujo drásticamente las importaciones, lo que provocó escasez de alimentos, medicinas y otras necesidades básicas.
Una cosa quedó clara en los cientos de videos del levantamiento contra el gobierno que circularon en las redes sociales: ni uno solo mostró a alguien protestando contra el embargo. La ira de los manifestantes estaba dirigida hacia el propio régimen y sus líderes, en particular, Díaz-Canel.
“No escuché a nadie marchar para eliminar el embargo. Pedían libertad ”, dijo Miriam Celaya, disidente y periodista independiente, en una entrevista telefónica desde La Habana. Partidaria del acercamiento entre los dos países, se sentó junto al presidente Barack Obama durante su histórica reunión con disidentes cubanos en La Habana en 2015.
“Históricamente, me he pronunciado en contra del embargo y en contra de que se utilice para encubrir todos los abusos contra los derechos humanos”, dijo. “Vincular el embargo a las protestas me parece de un tremendo oportunismo”.
No es que los cubanos no reconozcan que el bloqueo dificulta las cosas al gobierno cubano, y por ende también a ellos, ya que el Estado es dueño y administra todos los mercados de alimentos, hospitales, escuelas y muchos otros servicios como la luz y el agua. Pero critican cómo los líderes cubanos lo han utilizado como chivo expiatorio de todo lo que sale mal en la isla.
“El Embargo es real, pero el régimen lo ha usado con tanta vaguedad para justificar casi cualquier problema en Cuba, que lo ha vaciado de sentido,” tuiteó el joven actor cubano Daniel Triana. .
SIN PROHIBICIÓN SOBRE ALIMENTOS O MEDICINAS
El embargo tiene poco que ver con cómo el Partido Comunista elige administrar la economía centralizada de la isla o por qué restringe los derechos de sus ciudadanos. Y algunas de las afirmaciones hechas por el gobierno cubano y sus defensores, por ejemplo, que Cuba no puede comprar alimentos o medicinas a empresas estadounidenses, simplemente no son ciertas.
Lo que sí restringe el embargo, que ha durado ya seis décadas, son algunas transacciones comerciales, de viajes y financieras de Estados Unidos con Cuba. El embargo no está diseñado para durar para siempre: el presidente de Estados Unidos puede levantarlo cuando se elija un gobierno democrático en la isla.
Como regla general, el embargo prohíbe todas las transacciones estadounidenses que involucren al gobierno cubano o personas que viven en Cuba, a menos que estén explícitamente autorizadas por las regulaciones del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos o por la ley. Cuba tiene prohibido utilizar el sistema financiero de Estados Unidos y actualmente no existen relaciones bancarias directas entre los dos países. Otras restricciones dificultan que la isla adquiera bienes en el extranjero que tengan más del 10 por ciento de componentes fabricados en Estados Unidos.
Pero el embargo no impide a Cuba comerciar con otros países y, al igual que los estadounidenses, los cubanos podrían comprar televisores Samsung de Corea del Sur o Toyotas japoneses, pero los precios en las tiendas del gobierno están mucho más allá del alcance del trabajador promedio, lo cual no tiene nada que ver con el embargo. Un televisor Samsung de 65 pulgadas cuesta $1,139 y el automóvil $80,000, mientras que el salario estatal mínimo mensual del país es equivalente a $88.
Debido a la importancia del sistema financiero estadounidense a nivel mundial, las restricciones a las transacciones con Cuba también pueden afectar a las empresas extranjeras. Algunas empresas simplemente optan por no comerciar con Cuba, por temor a infringir la ley estadounidense.
Pero al mismo tiempo, el embargo se ha comparado con un bloque de queso suizo por sus numerosas agujeros.
Contrariamente a la propaganda del gobierno cubano, no hay prohibición de vender alimentos y medicinas o servicios de telecomunicaciones a Cuba. De hecho, la mayor parte del pollo que comen los cubanos, por ejemplo, proviene de Estados Unidos.
El embargo exige que Cuba pague por adelantado los alimentos, sin financiación de empresas estadounidenses. Sin embargo, el requisito no ha impedido que Cuba compre alimentos por valor de millones de dólares en Estados Unidos cada año. En 2020, Cuba compró $157 millones en pollo, granos e incluso papel higiénico y Estados Unidos ocupó el tercer lugar como socio comercial de la isla para las importaciones agrícolas, justo por debajo de la Unión Europea y Brasil y muy por delante de China, según un informe de mayo del Servicio de Investigación del Congreso.
El reglamento del embargo también autoriza transacciones relacionadas con necesidades humanitarias o que beneficien directamente al pueblo cubano, como proyectos en temas de salud, preparación para desastres o medioambientales, entre otros. Las empresas estadounidenses también pueden ayudar a mejorar la deteriorada infraestructura de Cuba en áreas clave como el transporte público, la gestión del agua, la vivienda, la salud y la educación, pero estas no son oportunidades que el gobierno de la isla reconozca públicamente.
Los estadounidenses pueden donar alimentos, medicinas y suministros médicos, dispositivos de comunicación y otros artículos a las personas en la isla, pero no es un proceso sencillo. El gobierno comunista tiene la última palabra sobre lo que realmente ingresa al país y generalmente bloquea la ayuda enviada por el gobierno de Estados Unidos o los exiliados cubanos. Y del lado estadounidense, organizaciones y activistas que envían ayuda a Cuba se quejan de la “burocracia” y la falta de una orientación clara.
El embargo permite la exportación de medicamentos y suministros médicos estadounidenses a la isla, pero el proceso puede ser engorroso, requiriendo licencias y garantías de que irán al pueblo cubano, no al gobierno. Esto podría explicar por qué, desde 2003, el gobierno cubano ha comprado la relativamente pequeña suma de $26.3 millones en productos de salud estadounidenses que incluyen insulina, penicilina, reactivos de laboratorio, equipos de ultrasonido, miembros artificiales y otros aparatos médicos, según datos recopilados por el US-Cuba Trade and Economic Council.
Si bien es posible vender o donar suministros médicos, varias organizaciones, incluido el Cuba Study Group y el Centro para la Democracia en las Américas, han solicitado a la administración de Joe Biden que suspenda los requisitos burocráticos para acelerar el proceso, citando la emergencia humanitaria causada por la pandemia de coronavirus en Cuba.
El gobierno cubano se ha quejado recientemente de que las sanciones de Estados Unidos han dificultado la compra de jeringuillas para su campaña de vacunación. Pero es difícil precisar exactamente si el problema principal es el embargo o simplemente las fuerzas del mercado, la reticencia de Cuba a pagar precios más altos o la incapacidad para encontrar fuentes de crédito.
Cuba finalmente recibió 1.7 millones de jeringuillas donadas a través de Global Health Partners, con sede en Nueva York, que coordinó una campaña para recaudar fondos para enviar al menos 6 millones de jeringuillas a la isla. Según el director ejecutivo Bob Schwartz, las sanciones de Estados Unidos crearon dificultades para obtener jeringuillas y encontrar una empresa de envío dispuesta a entregarlas.
Pero las fuerzas del mercado y la falta de suministro en todo el mundo también influyeron. Eso llevó a los fabricantes a favorecer los pedidos de países más grandes que no están sujetos a ninguna restricción impuesta por Estados Unidos, dijo Medea Benjamin, cofundadora de CODEPINK, una organización de izquierda que ha apoyado al gobierno cubano a lo largo de los años y que también coordinó la campaña Let Cuba Live!
“La demanda era tan grande que los fabricantes no querían molestarse con un pedido relativamente pequeño para Cuba, además de tener que navegar por el sistema bancario y enfrentar el riesgo de represalias por parte de Estados Unidos”, dijo.
SEPARANDO LA REALIDAD DE LA FICCIÓN
La complejidad de las regulaciones del embargo hace que sea difícil separar los hechos de la propaganda, y el debate político está lleno de verdades a medias.
Algunas de las afirmaciones hechas por el gobierno cubano sobre los efectos del embargo a lo largo de los años se basan en la realidad, por ejemplo, que las sanciones han impedido que Cuba adquiera nuevos aviones. Pero otras afirmaciones se basan en cálculos dudosos sobre cuánto dinero Cuba habría ahorrado si pudiera comerciar libremente con Estados Unidos. Una tercera clase de reclamaciones se basan en cálculos ficticios de “pérdidas” porque Cuba no puede vender, por ejemplo, sus producciones de alimentos orgánicos o de software en el mercado estadounidense. Muchas otras afirmaciones son manipulaciones de los hechos o falsedades, como decir que el embargo no permite que el país compre semillas de granos en Estados Unidos. Sí lo permite, y Cuba las ha comprado a lo largo de los años.
En última instancia, el gobierno de la isla ha logrado encontrar formas de evitar el embargo y comprar productos estadounidenses, eludiendo las restricciones financieras, mediante la construcción de una extensa red de empresas offshore en Panamá, Luxemburgo y Liechtenstein, como han descubierto las investigaciones del Miami Herald y McClatchy.
En la isla, el embargo no es una política popular. No ha conducido a una transición democrática. Muchos cubanos quieren que se levante porque privaría al gobierno cubano de su excusa favorita para la escasez de todo. Otros dicen que empeora las cosas para los cubanos, ya que el gobierno, que posee y administra casi todo, desde tiendas hasta hospitales, transfiere su costo a la población mientras mantiene intactas las estructuras políticas y militares que mantienen al régimen.
En Estados Unidos, las recientes protestas en la isla han vuelto a poner en primer plano el debate político sobre el embargo. Una encuesta nacional reciente de Echelon Insights muestra que los estadounidenses no creen que el embargo sea la razón principal detrás de las manifestaciones. Pero los activistas a favor del acercamiento entre ambos países están utilizando esos sucesos para pedir al presidente Biden que levante todas las sanciones. Citan la actual crisis humanitaria agravada por la pandemia de COVID.
También argumentan que las sanciones dificultan el empoderamiento de los cubanos en la isla para que se independicen del estado.
Pero muchos cubanos en la isla y cubanoamericanos en Estados Unidos están frustrados por cómo del debate sobre el embargo está acaparando la atención de la situación en la isla y ayudando al régimen comunista a desviar su responsabilidad.
“Siguen trayendo a colación el embargo. Podríamos haber hablado sobre el embargo la semana pasada, el mes pasado. Estoy de acuerdo con ustedes, el embargo no tiene sentido, debe terminar ”, dijo la cubanoamericana de Miami Elina Barredo en un video publicado en las redes sociales. “Pero esa es la misma narrativa que los opresores están usando allí. Culpan de todo al embargo. Dejen de hablar del embargo ”.
Echarle la culpa de las protestas al embargo es una “simplificación y una respuesta politizada que niega la agencia de los cubanos en la isla ”, dijo Acosta, la socióloga.
“El embargo ha estado en vigor durante 60 años y las élites cubanas han retrasado o dado marcha atrás a las medidas que podrían ayudar a aminorar su impacto”, dijo. “Tienen una gran responsabilidad en la actual crisis estructural de la sociedad cubana”
“No se trata del embargo”, dijo Acosta. “Se trata del agotamiento de un modelo de 62 años”.
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