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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
Mis Raíces están en Vuestra Música

Por Zamora Cespedes

Más de una vez intenté conversar con él a mi paso por Madrid, pero tuvo que ser La Habana, la que me brindara el regalo: traer a mi puerta de la parte más vieja de La Habana a Pedro Almodóvar. Él buscaba la voz de una negra gorda, ya perdida entre las brumas del Vedado de los años 50, y yo no había desistido de hacerle unas cuantas preguntas sobre las razones de su cercanía a nuestra música.

—¿Cómo se produce tu primera relación con la música?

—Las de mi niñez, son canciones que oía en el patio de la casa cuando alguien ponía la radio. Había por aquellos años en España —hablo de los 50 y principios de los 60— una fuerte presencia de la música latinoamericana. Eran muy populares los boleros en voz de Olga Guillot y de Los Panchos. Pero fue en mi madurez cuando entré en complicidad con vuestra música, y sobre todo con esas canciones tan poco pudorosas con los sentimientos, en algún momento allí consideradas kitsch. Al hablar de mis contactos iniciales con la música no puede faltar Antonio Machín. Él es en realidad nuestra primera referencia al bolero. De pequeño pensaba que era español. Luego advertí su condición de cubano y que sólo nos pertenecía por sensibilidad. Después, durante la década del 70, se produce un vacío de la música latinoamericana, como si hubiera pasado de moda. La música popular española experimenta la furia de los cantautores, casi siempre unos señores con barba, que no hablaban de la vida, sino de ideas. Una actitud militante válida, pero estéticamente no tanto. Se muere Franco y se desata la movida madrileña, que tuvo sus principales manifestaciones precisamente en la música: el underground americano de esa época, el pop inglés, el punk... Se agota la década del 70 y todavía por snobismo o lo que sea, la salsa y cualquier otro ritmo caribeño no interesan.

¿Cómo se reacepta la música latina?

—Ya en plenos 80 surgimos personas mucho más eclécticas que empezamos a reivindicarla. El español descubre que todos esos ritmos, la salsa, y la vertiente más afrocubana, que es lo más interesante para mí, es algo muy afín a su espíritu. Allí gusta salir, bailar. Y aunque no movemos el culo, las caderas y las manos como ustedes, bailamos. Mis paisanos no distinguen mucho entre salsa o son, cumbia o merengue, pero ante la proliferación de sitios con estas músicas, las consumen cada vez más. A mí me interesa más el bolero. Ligado a ello siento una enorme predilección por los tríos. Mexicanos, puertorriqueños, cubanos... Disfruto mucho la bachata, la original. Me interesa también la versión pop de estas músicas. Esto lo he ido reafirmando en mi madurez, cuando no escucho la música de modo pasivo, sino que forma parte de la experiencia de mi vida, sobre todo como elemento narrativo.

—¿Hasta donde la música de acá integra tu experiencia vital?

En el momento de arrancar yo a hacer cine, la música se me revela como un elemento esencial. Entonces empiezo a ser más consciente de mis gustos, mis tendencias, los géneros que más me emocionan. Justo a mitad de mi carrera, años 84 u 85, empiezo a visitar Estados Unidos. Allí compro los primeros discos de la Fania, de Celia Cruz acompañada por la Sonora Matancera —la más auténtica para mí—, Benny Moré, a quien sí ya había escuchado en España... A partir de estas experiencias me aseguro de que es música esencialmente capaz de tocar el corazón y la identifico como parte de mis raíces.

—¿Cómo tuviste noticias de La Lupe, esa cantante cubana a quienes muchos consideran mexicana?

—Fue en un bar de travestis cubanos en Nueva York. Uno de ellos cantaba, imitándola, "La tirana", del puertorriqueño Tite Curet. Cuando oí a la verdadera, me pareció una nueva Piaff, con ese timbre insólito y una expresión tan desgarrada, tan difícil de encarnar. La Lupe se me convirtió en una obsesión. Luego supe que había debutado aquí en el club La Red y luego en el (hotel) Capri. Fue en América del Norte donde la conocí. Más tarde, la interpretación que ella hace de otra pieza de Curet, "Puro teatro", culminó mi película "Mujeres al borde de un ataque de nervios".

—Pero no fue ella la primera figura cubana que formó parte de la banda sonora de tus películas...

—Hay otro personaje clave en mi formación sentimental. Para descubrirme, para descubrir lo que me ha producido felicidad y dolor, no he acudido al psiquiatra, sino a Bola de Nieve, otro de los genios que habéis engendrado aquí. Él aparece en "La ley del deseo", una de mis películas más dolorosas.

—¿Bajo qué concepto elegiste la música de "Kika"?

—Mezclando varios elementos, pero el mambo es el protagonista. Después de mucha búsqueda, recuperamos "Concierto para bongó", de Pérez Prado, una pieza trascendente y prácticamente desconocida de él. Por cierto, ¿de dónde era Pérez Prado?

Cuando le aseguro que aunque triunfó en México, nació en la ciudad cubana de Matanzas, se sonríe, contento de este otro feliz encuentro con nuestra música.

—Es increíble lo de Cuba. A mí me parece que con él les nació aquí uno de los grandes compositores del siglo...

—Si te privan de la música, ¿no podrías hacer cine?

—No podría. Para mí la música no es sólo un elemento narrativo, sino también una parte física de las historias. La Habana, por ejemplo, tiene un sonido especial. Ni siquiera viene sólo de la gente, sino de las cosas naturales o construidas. Me sería imposible hablar de la vida de las personas aquí sin la aparición de la música. Es parte considerable de vuestro diálogo.


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