Por
el Brigadista Emilio Valdés Calderón
Parece
que fue ayer, pero no: hace 40 años que invadimos a Cuba
con el propósito de liberar a la patria del comunismo.
Por
tres días, del 17 al 19 de abril, etuvimos peleando hasta
que se nos acabaron las balas. Ya dispersos por la Ciénaga
de Zapata, fuimos hecho prisioneros por las tropas castristas.
Nos
llevaron a Girón, donde nos maltrataron, escupiendonos,
insultándonos, amenazándonos con el paredón.
El grupo nuestro fue llevado a una casa donde habían muchos
más prisioneros.
Tres
de éllos fueron fusilados después. Uno fue Pérez
Cruzata, quien había estado antes con Efigenio Amejeiras,
Jefe de la Policia.
En un cuarto habíamos 30 detenidos, y allí encontré
a un primo mío, quien estaba herido sin ser atendido.
Al
día siguiente, creo que era el 24 de abril, nos sacaron
de la habitación y afuera nos alinearon frente a una enorme
rastra. Alli estaba el Comandante Osmani Cienfuegos (hermano de
Camilo) dando órdenes.
Un individuo que después supe se llamaba Fernández
Vila, del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA) iba
llamando a muchos, incluyendo a heridos. En esa lista caímos
mi hermano Francisco, mi primo Humerto, y yo.
Cuando
ya habían 110 brigadistas dentro de la rastra, los que
eran vejados por el Comandante Cienfuegos, Fernández Vila
le advirtió que nos íbamos a morir asfixiados. Cienfuegos
comentó: "No importa. De todas formas los vamos a
fusilar. Traigan 50 cochinos más".
Nuestro
jefe, Ernedio Oliva, también estaba en la rastra. Cienfuegos
le preguntó que qué tenía que decir, a lo
que Oliva respondió con su nombre, rango, y número
de serie.
Esto
puso furioso a Cienfuegos, y ordenó que Oliva saliera del
vehículo. Esto posiblemente le salvó la vida.
Estimo que ya habíamos 161 brigadistas en esas circunstancias.
Más de 40 heridos fueron tirados adentro. Cerrada la puerta
lateral, la rastra fue puesta en marcha. Tratamos desesperadamente
de volcarla, lanzándonos contra los lados, pero inutilmente.
Las paredes interiores estaban cubiertas con madera "playwood"
y zinc.
Un
paracaidista que sabía karate rompió algunas tablas.
Estábamos muy apiñados, y el aire comenzaba a faltarnos.
Fue horrible. La oscuridad era total. Se produjo un caos. Muy
difícil de describir aquellas escenas. En la parte de atrás
de la rastra logramos hacer algunas hendiduras utilizando los
metales de nuestros cinturones y un pedazo de hierro que apareció
no se cómo. El infierno de Dante me lució entonces
un paseo por el Prado...
Logramos
hacer unos cuatro huequitos de más o menos una pulgada
y media cada uno, y claro, éramos muchos para todos poder
usarlos. Esas ranuras fueron hechas como a unos tres pies del
piso. En la parte del frente se produjo una gran agitación,
ya que allí no había respiración alguna.
Algunos
de esos hombres, ya casi desmayados, logramos cargarlos, pasarlos
para atrás y ponerlos junto a los huecos. Uno de éllos
fue Arteaga, vecino mío en Cuba, quien prácticamente
muerto, pudimos revivirlo. Mi hermano, el viejo Guerra y su hijo
estaban al lado opuesto. Guerra nos arengó para que estuviésemos
tranquilos, diciéndonos que nos íbamos a salvar.
Pusimos nuestras camisas en las paredes para absober la humedad
y el frío de la noche, y pasándolas por nuestros
cuerpos nos ayudaba a mantenernos vivos y alertas, pues si uno
caía al piso, no se levantaba más.Ya habían
algunos muertos. Y he aquí lo que más me impresionó
en aquel trágico viaje de ocho horas...Jose Millán
saltó del piso y me dio en la cara sin querer....Me dijo
que tenía esposa e hijas en Miami. Entonces me confesó
que se iba a morir en ese momento, que tenía a Jesucristo
delante de él, que nosotros seríamos salvados. A
los dos minutos cayó muerto. A mi lado.
Supimos
que la rastra había llegado al Castillo del Príncipe,
en La Habana, y que después siguió para el Palacio
de los Deportes, donde por primera vez fue abierta la puerta lateral.
Casi no podíamos levantarnos. Mi hermano y el viejo Guerra
me ayudaron a salir. Cuando miré hacia atrás, vi
a muchos cuerpos en el suelo. Después supimos que habían
muerto nueve, y otro que falleció poco después.
Entre éllos, un joven campesino de 20 años que no
era brigadista, y así y todo lo metieron en la rastra.
Fue
un espectáculo de horror. La culpabilidad directa fue de
Osmani Cienfuegos. Muchos militares castristas en el Palacio de
los Deportes hicieron gesto de desaprobación acerca de
aquella masacre e ignominia. Fue un verdadero acto de cobardía,
del que también fue responsable Fidel Castro por respaldar
a Cienfuegos. Cuando se escriba completa la historia de Bahía
de Cochinos, se van a saber muchas cosas más.
|