Autor:
Elizabeth Burgos
Plutarco,
en la introducción a la vida de Alejandro, establece una
diferencia entre biografía y narración de la vida.
Admite que en sus Vidas paralelas en lugar de Historias optó
por escribir Vidas, pues "no es en las acciones ilustres
que se da a la luz la virtud o el vicio; un acto pequeño,
una palabra, una bagatela, expresan mejor un carácter que
los combates mortales, los enfrentamientos importantes o el sitio
de ciudades".
No es de extrañar que Serge Raffy se haya inspirado en
la máxima del ilustre clásico, en su recién
publicada biografía de Fidel Castro. Castro l'infidèle
(Editorial Fayard, 2003) reconstruye el proceso de cómo
se forja un autócrata. El autor se adentra en las facetas
primigenias, en los orígenes que determinaron la infancia
del hombre que rige los destinos de Cuba, y en gran medida, los
de América latina desde hace más de cuatro decenios.
El
autor no se apoya en las grandes gestas de la historiografía
oficial, sino en la intimidad de los hechos, en el contexto que
rodea las pequeñas facetas de una vida que según
las circunstancias y el imaginario de quien las vive, oscilan
luego entre miseria y grandeza. Comprender la personalidad transgresora
de Fidel Castro, exige remontarse al origen de su nacimiento.
Circunstancias en las que germinará el resentimiento que
le llega de la mano de la humillación por las heridas que
un niño sufre, cuando aún no alcanza a comprender
los determinismos sociales. De allí se origina el aliciente
que lo ha guiado en su propósito de resarcimiento de su
origen bastardo. Desde entonces, toda su vida se ha orientado
hacia una búsqueda sin tregua de compensación; proceso
que propició en él una verdadera vocación:
llegará a ser el escultor de su propia estatua: y el poder
absoluto, la materia sobre la cual modelará las formas
de su obra.
Domador
de su propia voluntad, la dirigirá exclusivamente a la
realización de la idea única que lo habitó
desde siempre: su realización personal en el horizonte
del poder. La suerte del mundo lo tiene sin cuidado, los seres
humanos son figurantes, necesarios como público, como carne
de cañón, como palmas para al aplauso. El goce del
poder por el poder: el poder únicamente para él,
sin visión alguna de futuro, ni de la perennidad a través
de otro. Todo comenzó con él y terminará
con él: nadie le sucederá. Ese ha sido su único
proyecto. Un caso único de modalidad de narcisismo.
Los
autócratas siempre han legitimado su acción apoyándose
en un proyecto, bien sea de conquista o de imposición de
un credo. Si vamos a los casos más recientes: sin las instituciones
fundadas por Napoleón, Francia no sería hoy lo que
es, ni tampoco Europa; el proyecto de Hitler era el de imponer
el poderío de la raza aria exterminando pertenencias étnicas;
el de Stalin, forjar un imperio comunista para vencer el capitalismo;
Franco, pese a haberle fallado en el modelo ideológico
que se propuso para perennizarlo, fue gracias a su iniciativa
de organizar su sucesión que se abrió la vía
a la España de hoy; hasta Bin Laden, con su terrorismo,
aboga por imponer un Califato Universal.
La última justificación que les queda a los aún
admiradores del caudillo caribeño, como proyecto que justifique
la dictadura cubana, es el manido derecho a la salud y a la educación,
que son logros vigentes en todos los países democráticos,
alcanzados mediante la aplicación de normas administrativas,
sin necesidad de recurrir a gestas heroicas ni a la "justicia
revolucionaria".
Y en cuanto a política internacional, la suya ha consistido
en mantener un estado de guerra latente, sin que nunca se haya
llegado a un desenlace que merezca el esfuerzo. De Fidel Castro
quedará una manera de imponerse y la tan peculiar de ejercer
el poder, pues si algún proyecto político tuvo,
fue rebasado por su voluntarismo cegador, que vuelve incoherente
todo lo que emprende. En lugar de competencia, lo suyo es el ejercicio
de un poder de seducción inigualable, que ha despertado
la fascinación del mundo.
En
el empleo de la astucia en lugar de la inteligencia, ha radicado
la clave de su éxito: elemento bastante pobre como para
asegurarle la perennidad en la memoria de los siglos. Si hubiese
optado por el teatro, tal vez se hubiese convertido en un verdadero
monstruo sagrado. Desafortunadamente escogió por escenario
el mundo, y a los cubanos, como súbditos de la sed desmedida
de imponer su voluntad.
Narrar la historia de una seducción requiere herramientas
históricas que se confunden con la psicología y
la ficción. Fue hurgando en lo que suele desechar la historia,
que Serge Raffy encontró hechos claves que ayudan a explicar
el fenómeno de una personalidad orientada hacia un propósito
desmedido de legitimidad, dotándose de una capacidad excepcional
para la creación de imágenes. En ese sentido, debemos
reconocer que Castro inauguró la era del vasallaje de la
política ante la imagen. Pero su fuerza radica en su capacidad
de perform: él es carnal; nunca llegará a convertirse
en mito. Cuando ya su presencia se haya esfumado, su imagen será
simplemente eso: imagen, fotografías sin vida, de alguien
que alguna vez vivió. Sueños de grandeza ¿Qué
sueños de grandeza remotos arrastraba consigo, inscritos
en una suerte de memoria anterior, aquel niño que para
alcanzar la certidumbre de sí mismo necesitó realizarse,
no como ser humano, sino como ser único, excepcional, convirtiendo
su ansia de poder en su sustancia vital?
Todo
comenzó en un ambiente similar al de la célebre
novela radiofónica de Felix B. Caignet, El derecho de nacer.
El nacimiento en un bohío de un niño bastardo, hijo
de una de las criadas, engendrado por el patrón, no es
nada excepcional en América
latina; pero el niño vino predestinado y dotado del poder
de doblegar voluntades, que puso al servicio de vengarse de las
élites que lo excluían.
Ángel
Castro, español, gallego, quien según la costumbre,
mediante pago reemplazó a un señorito y así
hizo su servicio militar en la Isla durante la guerra de independencia,
regresa a España llevando a cuestas la derrota del imperio
español vencido por el norteamericano, que ya despuntaba
como tal. Luego regresa a la Isla para hacer fortuna.
Su ambición de salir de la pobreza lo lleva a ejercer toda
clase de oficios. Gracias a un colón canario, Fidel Pino
Santos, logra alquilarle parcelas a la United Fruit. Va adquiriendo
tierras hasta llegar a convertirse en terrateniente y comienzan
a llamarlo don Ángel. Se convierte en un patrón
implacable y violento.
Su amigo y cómplice, Fidel Pino Santos, le sugiere que
ya es tiempo de que aprenda a leer y a escribir, y le presenta
a la maestra María Luisa Argota, quien se encarga de l
a tarea. Como en las novelas, el analfabeto se casa con la maestra
de la escuela americana a la que asistían los hijos de
la alta sociedad de Banes; la pareja se instala en la propiedad
que tiene Ángel Castro
en Birán (No es difícil imaginar de dónde
proviene la obsesión de alfabetizar de Fidel Castro).
Dos hijos nacen de esa unión. Un día llega una mulata
con una hija de la misma edad que su hija Lidia, Lina Ruz, de
14 años, y la emplea como criada. Al primer embarazo de
Lina, la maestra cierra los ojos. Nace una niña, Ángela,
que es llevada al bohío que ocupa la madre de Lina. Nace
un segundo hijo, Ramón, que también va a acompañar
a su hermana al bohío. El asunto debe permanecer en secreto,
pero María Argota no acepta más la situación:
abandona la casa de Birán perdida en las montañas
y se instala en Santiago de Cuba con sus dos hijos.
Lina se impone como la nueva patrona y da a luz a un tercer hijo,
al que don Ángel da el nombre de su mejor amigo y cómplice:
Fidel. María Argota exige una separación legal.
La posición jurídica de don Ángel es difícil:
adúltero, y además mantiene una familia clandestina.
Corre el riesgo de perder gran parte de su patrimonio. Simula
la ruina y le traspasa legalmente sus bienes a su amigo Fidel
Pino Santos.
Oficialmente arruinado es jurídicamente intocable. Pero
la situación de los hijos ilegítimos sigue en suspenso.
Lina, para sacarlos del ambiente hostil que los rodea, y para
hacerlos olvidar como prueba de delito -pues la esposa legítima
exige la mitad de las tierras- decide enviar a sus hijos a casa
de un amigo en Santiago. El pequeño Fidel apenas tiene
4 años. Luis Hipólito Alcides Hibbert, cónsul
de Haití, suerte de negrero proveedor de mano de obra haitiana
para los hacendados de la región, y su esposa, Emerciana
Feliú, toman los niños a su cargo. Fidel Pino Santos,
por agradecimiento, porque don Ángel financió su
campaña electoral para diputado, remunera a Luis Hipólito
por el cuidado de los niños. El pequeño vive entonces
la experiencia de la humillación en el colegio La Salle,
donde está interno, y tiene que soportar el mote de "judío"
por no estar bautizado. En aquel medio de niños burgueses,
su bastardía y el analfabetismo de su madre constituyen
una lastra.
Cuando
cumple 8 años, Fidel Pino Santos¹
convence a un sacerdote que le debe favores para que bautice al
niño. Los tutores haitianos son los padrinos. En el acta
de bautismo el chico aparece bajo el nombre de Fidel Hipólito,
hijo de Lina Ruz: el nombre de Ángel Castro no aparece
mencionado, pero no importa, lo que cuenta es poder volver al
internado y seguir estudiando. No será sino hasta 1940
que Ángel Castro y Lina Ruz podrán regularizar su
unión.
Fidel Ruz ya podrá llamarse Fidel Castro. Ángel
Castro lo reconoce como hijo suyo el 11 de diciembre de 1943 y
"se
le puso por nombre Fidel Alejandro", reza el documento. Que
no quepa la menor duda que a los 17 años, el adolescente,
apasionado de lectura, sabía perfectamente quien era Alejandro
Magno, y que la decisión de descartar el Hipólito
del padrino haitiano y tomar el del guerrero macedonio, fue suya.
Ahora ya puede acceder a Belén, el prestigioso colegio
jesuita de La Habana, en donde comienza la irresistible ascensión
del joven rural, quien ya revela sus ansias desmedidas de éxito.
Allí coincide con un conocido de Banes, el joven Rafael
Díaz-Balart, de quien se hace amigo y con cuya hermana
se casa, llegando así a formar parte de la familia. Rafael
Díaz-Balart es aliado político de Batista y tras
el golpe de Estado, llega a formar parte de su gobierno. De Banes
son los personajes que van a decidir la historia de Cuba en la
segunda mitad del siglo XX. De Banes es oriundo Fulgencio Batista,
que como Ángel Castro, de familia muy pobre, le debe todo
a la United Fruit. De Banes también son los Díaz-Balart,
familia a la cual accede por alianza Fidel Castro, tras el matrimonio
con Mirta Díaz-Balart, hermana de Rafael. Y hoy, desde
el Senado de Estados Unidos, un Díaz-Balart es uno de los
opositores más sistemáticos de Fidel Castro.
Las
modalidades de la irrupción del joven Fidel Castro en el
panorama político de la Isla, eran las que reinaban en
la época: violencia, y gangsterismo político. Un
hecho excepcional que determinará el futuro político
de Fidel Castro, según Serge Raffy, es el encuentro con
Fabio Grobart.
Según el biógrafo, la colaboración de Fidel
Castro con el horizonte soviético dataría de esa
época. Corre el año 1948. Fabio Grobart, judío
polaco, cuyo nombre verdadero es Abraham Semjovitch, como jefe
de la "red del Caribe" suplente del Komintern, ha recibido
la orden de Moscú para reclutar "hombres nuestros",
agitadores antiimperialistas, cuya particularidad es que no militen
en los partidos comunistas; antes por el contrario, deben aparecer
como visceralmente anticomunistas. El KGB precisa de hombres de
acción y no de militantes.
Fidel
Castro corresponde al perfil requerido: "de reputación
'gangsteril', sus métodos brutales, su activismo impetuoso,
su aventurerismo", hacen de él el candidato perfecto.
El encuentro se da por intermedio de Flavio Bravo al regreso de
Fidel Castro de Bogotá, a donde había ido para participar
en un encuentro latinoamericano de estudiantes auspiciado por
Perón. Al mismo tiempo se realizaba la Novena Conferencia
Panamericana de Cancilleres que debía inaugurarse el 9
de abril, de no haberlo impedido el asesinato de Jorge Eliécer
Gaitán, líder del partido liberal, provocando la
revuelta y el incendio de Bogotá.
Sin embargo, existen testimonios que afirman que cuando Fidel
Castro viajó a Bogotá, en compañía
de Rafael del Pino Siero (ex miembro del ejército norteamericano,
muy cercano a Castro, con quien rompió en México
en vísperas del desembarco del Granma. Detenido en 1959,
condenado a 30 años de cárcel, al cabo de 17 apareció
ahorcado en su celda), iba con una misión de la CIA para
la que colaboraban ambos.
La misión asignada era la infiltración de los movimientos
estudiantiles latinoamericanos. Tal vez, el que fuera colaborador
de la CIA lo dotaba ante Grobart de una cualidad mayor. Esa condición
de "agente doble" era para el joven Castro terreno conocido.
No nos referimos a la práctica de la denegación,
traición o virajes, propios del juego político,
sino a una verdadera estructura psicológica derivada de
los avatares del origen de su biografía: la propensión
a ser simultáneamente dos personas; a jugar en dos campos
al mismo tiempo. Opuestos a la idea del personaje íntegro
e impetuoso que representa, ciertos hechos nos hacen entrever
su personalidad doble. El doble le fue dado como un sustrato de
identidad desde su nacimiento: doble hogar, doble nombre, doble
identidad, doble pertenencia familiar.
Esa
estructura de lo doble aparece en todas las acciones que él
emprende, ocasionando crisis, pues es una conducta que aplica
el "doble bind", que como se sabe, es el origen de muchas
perturbaciones psíquicas. La inclinación a crear
situaciones dobles es una constante en él. Su capacidad
de infidelidad en las relaciones políticas, el hecho de
que desde 1959 el gobierno real lo detentó primero un gobierno
secreto, y luego en el aparato de gobierno tienen preeminencia
absoluta los servicios de inteligencia y de control policial.
También fue bajo el signo del doble que organizaba los
grupos revolucionarios que debían provocar el estallido
de la revolución en América Latina.
De hecho, el castrismo pone término al tradicional militante
bolchevique, íntegro, austero, discreto, consciente de
su heroicidad anónima. El castrismo dio cabida a un combatiente
mitad agente secreto, mitad cowboy --doble agente-- de heroicidad
escandalosa. En cuanto a la cooperación que practica con
los gobiernos, en particular los latinoamericanos, la modalidad
es la captación de agentes dentro de aparatos e instituciones
del Estado, y a su vez, infiltración de agentes cubanos
bajo fachada de médicos, técnicos deportivos...;
y cuando la relación se vuelve complicidad, integrará
directamente agentes del aparato de seguridad cubanos al aparato
del Estado receptor, como sucedió en Chile y sucede hoy
en Venezuela. Su capacidad de cambiar de registro, la maleabilidad
de su personalidad, impide que ningún tipo de negociación
concluya con él en algo tangible, pues nunca se estará
tratando con el verdadero, sino con el otro. Y él mismo
no se sentirá concernido, pues siempre será el otro
quien actúe, de allí que la trasgresión sea
el ambiente que mejor le acomode. La ley será siempre la
de su voluntad.
Cierre
de un período. Resulta imposible bosquejar lo íntegro
de una obra de tanta sutileza y detalles, pero conviene señalar,
entre otras cualidades, el significado que tiene dar a conocer
una versión despojada del aura mítica que siempre
ha rodeado a la figura del caudillo caribeño dentro del
panorama político francés. No fue sino hasta abril,
cuando el personal de seguridad de la embajada cubana, dirigido
por el propio embajador, arremetió con barras de hierro
contra la pequeña manifestación organizada por Reporteros
Sin Fronteras para protestar contra la ola represiva que se abatió
contra periodistas independientes y disidentes, que la opinión
pública francesa comenzó a abrir los ojos ante la
anomalía que representa hoy el régimen de la Isla.
Si en Francia actuaban así, ¿cómo será
entonces en Cuba?, comenzaron a preguntarse en Francia.
Castro
l'infidèle cierra un período. Es el divorcio consumado
de las élites políticas francesas --de izquierda
y de derecha-- con el mito castrista. El idilio de más
de cuarenta años de los franceses con el castrismo: uno
de los más persistentes del panorama europeo. Pese a las
crisis surgidas a lo largo de más de cuatro decenios, entre
las cuales el Caso Padilla significó la primera gran decepción,
la fidelidad al mito persistía, salvo contadas excepciones.
Muchos soportaban infracciones flagrantes a principios inviolables
en Europa, so pretexto de que el régimen cubano le había
otorgado la "dignidad" a su pueblo: de ello se infería
que el resto de los pueblos de América Latina vivían
en estado de indignidad.
Siempre
alerta a los cambios y a las especificidades locales, el gobierno
de La Habana le otorgó un mínimo espacio al espíritu
crítico de sus incondicionales franceses a condición
de que lo expresaran a sotto voce, en la intimidad de la embajada.
Ello tenía la ventaja de afianzar más la complicidad:
el criticado consolaba al mismo tiempo al crítico por lo
irrealizable de la revolución ideal. Así se mantenía
una situación de afecto-dependencia.
Uno
que otro se ha atrevido a emitir, públicamente, alguna
crítica de orden económico; pero las mismas que
se admiten en la propia isla. A lo que no se arriesgaban era a
tocar el ámbito de los derechos humanos. Ese rubro quedaba
cubierto con las campañas contra las dictaduras de Chile,
Argentina, Uruguay, Guatemala...
Jamás nadie cuestionó el intervencionismo militar
cubano, ni los métodos empleados por la policía,
ni las parodias de juicio. Y a los aquí militantes contra
la pena de muerte, no les molestaba que en Cuba se aplicara como
método de gobierno.
En cuanto a los balseros, no había de qué ofuscarse,
¿acaso no los había también que huían
de Haití, Santo Domingo? Todos los argumentos son válidos
para justificar lo injustificable: hasta llegar a pretender que
todas las islas del Caribe se valen o son intercambiables. De
Cuba y de su historia se ignora hasta lo más elemental:
la versión oficial será acatada como dogma absoluto.
Cualquier
texto que pretendiera dar una imagen más acorde con el
contexto real del régimen cubano, se enfrentaba a los guardianes
del mito, que detentaban el monopolio del tema en las gacetas
más prestigiosas y leídas del país. Castro
l'infidèle marca un antes y un después. Ya nadie
puede escudarse en la ignorancia o pretender ingenuamente, todavía
hoy, que "la isla de nuestros sueños de juventud se
volvió la isla de las pesadillas", como si esas pesadillas
fuesen recientes.
Pero
sería
injusto adjudicar sólo a los franceses el monopolio de
la ceguera en cuanto a Cuba. América Latina no se queda
atrás en la materia y ello reviste una gravedad mayor,
pues son víctimas de la criminalización de los derechos
humanos, y valoran negativa o positivamente los crímenes,
según la simpatía o antipatía que se le profese
a quienes los ordenan, como lo demostró Rigoberta Menchú
al acudir a La Habana para expresar su solidaridad al dictador
cubano.
Cuesta
admitir la indiferencia de una persona tan profundamente identificada
con la cuestión étnica, ante los fusilamientos de
tres jóvenes negros por el simple hecho de haber intentado
huir de la Isla. Cuesta aún más admitirlo de quien
se ha ganado ante la opinión pública internacional
el título de paladín de los derechos humanos. Es
la misma persona que ha hecho llorar a millones de personas con
el testimonio de la muerte de sus padres y hermano a manos de
los militares guatemaltecos. Creo necesario acotar, sin buscarles
circunstancias atenuantes a esos crímenes, que fueron cometidos
en Guatemala en un contexto de guerra revolucionaria,
lo que no es el caso de los jóvenes fusilados en Cuba,
pese a lo que afirme Fidel Castro. Solidarizarse con un gobierno
criminal, le quita toda legitimidad a su acción. En el
mismo caso se sitúa el otro Premio Nobel de la Paz, Adolfo
Pérez Esquivel; como también el sector de las Madres
de la Plaza de Mayo, cuya presidenta Hebe Bonafini, es ya un esperpento
lastimoso.
Es
de desear que la repercusión de Castro l'infidèle
se haga sentir en América Latina, donde todavía
Francia goza de una influencia innegable, y cesen de continuar
midiendo los derechos humanos con el doble rasero de los crímenes
buenos y los crímenes malos. Que por fin se comprenda que
Castro el infiel es el hombre que se interpuso en el camino, cuando
Cuba andaba en la búsqueda de un cauce.
¹
Existen muchas conjeturas, misterios y rumores con relación
al padre real de Fidel y Raúl Castro. Muchas de ellas,
surgidas en Cuba y que más tarde se han publicado
en diferentes libros con relación a este tema...
como es en el caso del libro de Georgie Anne Geyer, “El
Patriarca de la Guerrillas: La Historia Oculta de Fidel
Castro”
En
este libro por ejemplo, plantea la tesis de que ninguno
de los dos, ni Raúl ni Fidel Castro son hijos de
Ángel Castro. Se sospecha que el padre real de Fidel
Castro es el renombrado Fidel Pino Santos, supuesto padrino
que le pagó el Colegio ¨La Salle¨ de los
Jesuitas en Santiago de Cuba... según cuentan las
infidelidades de Lina Ruz eran notables en aquella región...
al parecer, después de haber sido abandonado por
su esposa, ya mayor Ángel Castro aguantó varias
infidelidades. Esto quizás se hace más notable
en el caso de Raúl, que no se parece a ninguno en
su familia. Si bien Fidel y Ramón, tienen un parecido
increíble con la madre, no con el padre... Raúl
Castro no se parece a nadie. Existe una historia que se
recoge dentro de Cuba y que apareció después
en este libro... aparentemente Raúl Castro es hijo
del General de carrera del ejercito de Batista... Gilberto
Carrillo, que a la llegada al poder de Fidel Castro... y
que se estaban fusilando a la mayoría de los generales
del ejercito... Lina Ruz evita el fusilamiento alegando
la paternidad de Gilberto Carrillo con Raúl.
Nada que Lina era de ¨armas tomar¨, como
quiera que sea... después de la liberación
solo sabremos la verdad, con una prueba de ADN. Habrá
que esperar. Notas del Editor |
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¿Quién
es?
El
curriculum de Elizabeth Burgos explica la importancia de
su análisis sobre el castrismo. Nacida en Caracas,
en el seno de una familia de alcurnia, dejó la comodidades
para unirse a los movimientos de izquierda en los años
sesenta. En esos avatares conoció a su futuro esposo,
el filosofo francés Régis Debray, autor del
libro Revolución en la revolución (obra obligada
de la insurrección en Latinoamérica) y quien
llegó a Venezuela para entrevistar a Douglas Bravo.
Sus
avatares por Latinoamérica la llevaron a Colombia,
Ecuador, Perú (donde fue detenida, por sus supuestas
vinculaciones con movimientos de izquierda) y Chile, donde
trabajó de cerca con Salvador Allende. Participó
en la famosa Conferencia Tricontinental de La Habana (1966)
y recibió, junto a Debray, entrenamiento militar
en Cuba. A los pocos años encabezó una campaña
internacional que logró la liberación de su
esposo, quien fue detenido y condenado en Bolivia a 30 años
de cárcel después de –según la
versión de Jhon Lee Anderson– delatar la ubicación
del Che Guevara. Posteriormente dejó la agitada vida
de revolucionaria y se radicó en Francia.
En
1982 lanzó a la fama a una joven indígena
guatemalteca con un libro nacido de una entrevista: Me llamo
Rigoberta Menchú: así despertó mi consciencia
(Siglo XXI - 1982); obra que jugaría un papel fundamental
en el Premio Nóbel de la Paz que ganó la centroamericana.
Años después repitió el ejercicio con
Daniel “Benigno” Alarcón Ramírez,
compañero de Castro y el Che Guevara en la Sierra
Maestra: Memorias de un soldado cubano (Tusquets –
1997). Hace poco su firma apareció junto a la de
Isabel Allende y Costantin Costa-Gravas en un proclama exigiendo
a las FARC la liberación de Ingrid Betancourt.
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