Como
muchas prostitutas que practican su profesión en los bares
oscuros y las discotecas cercanas a los hoteles turísticos
de aquí, María dice que ella no sale todas las noches.
Pero cuando el dinero escasea y su hijo de 12 años tiene
hambre, ella se pone una minifalda roja, se maquilla y se va para
el bar El Conejito, un punto de encuentro no precisamente discreto.
''La
mayoría de los turistas vienen buscando muchachas, tabaco,
cosas que no se consiguen igual en sus países'', dice ella.
``Ellos dicen que las mujeres cubanas son muy ardientes''.
María
tiene 36 años e insistió en que no se publicara
su nombre, y dijo que le preocupa contraer el sida, de modo que
ella obliga a los clientes a que utilicen siempre condones. Está
bien informada sobre la enfermedad, el año pasado le hicieron
el análisis dos veces cuando estuvo detenida por prostitución.
Desde entonces dice que se somete al análisis con regularidad,
voluntariamente, en las clínicas donde se hace gratis.
Una
década después de que el colapso económico
obligó a miles de jóvenes de ambos sexos a prostituirse,
Cuba se ha convertido en una especie de anomalía en Latinoamérica:
un destino para el sexo turístico donde el sida no se ha
convertido aún en una pandemia descontrolada.
Cuba
tiene el nivel de infección más bajo del hemisferio
occidental, menos del 0.1 por ciento de la población, según
dice la Organización Mundial de la Salud (OMS). El nivel
de infección en Estados Unidos es seis veces mayor, y el
nivel en Cuba está muy por debajo del de muchos países
vecinos en el Caribe y en Centroamérica.
No
es que eso quiera decir que la enfermedad no se esté propagando
allí también, y algunas personas ajenas al gobierno
afirman que la próspera industria del sexo ha contribuido
a ello. El 3 de julio de 1998, el gobierno cubano dijo que 1,980
personas habían tenido análisis de VIH con resultados
positivos de 1986 en adelante. Después de 1998 salieron
a relucir 3,879 casos más, según las estadísticas
oficiales reveladas por funcionarios de salubridad. En sólo
seis años, la cifra casi se ha duplicado.
''Creo
que la epidemia ha seguido creciendo'', dice el reverendo Fernando
de la Vega, un sacerdote católico que administra un programa
para personas con sida en la iglesia de Montserrat, en la Habana
Vieja. ``Tenemos que confrontar los hechos. Hay una porción
de turistas, en su mayoría europeos, que vienen a Cuba
a pasar un buen rato, y ese buen rato incluye actividad sexual''.
A
principios de los años 90, en Cuba se ponía en cuarentena
a las personas que tuvieran el virus, y todavía aquéllos
que dan análisis positivos tienen que pasarse de tres a
seis meses en uno de los 13 sanatorios de sida del gobierno cubano,
donde reciben tratamiento y asesoramiento sobre cómo sobrevivir
con el virus y cómo evitar transmitirlo. Los funcionarios
del gobierno dicen que una vez que salen de esos hospitales, hay
trabajadores sociales que siguen manteniendo una estricta información
sobre estas personas.
Los
bajos niveles de VIH en Cuba y lo barato que es el sexo comparado
con otros lugares han convertido a la isla en un punto turístico
ideal para turistas hombres en busca de mujeres.
En
La Habana, el comercio sexual se hace obvio después del
crepúsculo. Alrededor de las 10 p.m., mujeres jóvenes
en reveladores atuendos empiezan a reunirse cerca de los principales
hoteles turísticos, preguntándoles a los hombres
si quisieran ir a algún cabaret, donde generalmente tendrá
lugar alguna proposición de sexo por dinero.
Las
''trabajadoras sexuales'', conocidas como ''jineteras'', que andan
en busca de clientes, también se pueden observar en ciertas
discotecas y barras o buscando autos que las recojan en el Malecón,
la principal autopista que separa a La Habana del mar.
El
gobierno persigue periódicamente a la prostitución,
según dicen. En los clubes hay policías encubiertos
buscando prostitutas y un arresto puede dar lugar a una condena
de dos años.
Pero
algunas mujeres dicen que mantienen relaciones con ''chulos'',
para que les paguen a la policía. Esos individuos acechan
frente a los hoteles y guían a turistas a las barras donde
las mujeres esperan. En una noche reciente, un chulo estaba trabajando
en el perímetro del Hotel Meliá Cohíba, tratando
de persuadir hombres a que fueran al Copa Room, una discoteca
del cercano Hotel Riviera.
''Si
usted ve adentro a una chica que le guste, me dice si ella puede
dirigirse a su habitación'', dice el individuo, que sólo
dijo llamarse Carlos. ''Los hoteles generalmente no permiten que
las jineteras suban a los cuartos'', añadió guiñando
un ojo. ``Pero con dinero, todo es posible''.
En
su mayor parte, las mujeres que trabajan como prostitutas dicen
que están tratando de conectarse con alguien que las saque
de Cuba o les pueda brindar ingresos fijos. Muchas son sólo
prostitutas parte del tiempo, que sólo se prostituyen cuando
sus miserables salarios gubernamentales se les acaban.
Hace
poco, Hermita, de 28 años, secretaria en una escuela en
la que gana unos $8 al mes, paseaba por la noche en busca de turistas
cerca del Hotel Inglaterra, en la Habana Vieja. Tiene una hija
de dos años de un matrimonio que no duró y dijo
que necesitaba el dinero para comprar alimentos, ropa y zapatos.
''Cuando
estoy con un turista, trato de estar con ellos todo el tiempo
que estén aquí'', explicó. ''Más que
nada es por el dinero''. Sin embargo, idealmente no le importaría
``conocer uno, casarme con él y poder viajar sin tener
que irme del país para siempre''.
María
A., de 23 años, dijo que dejó de trabajar como peluquera
y comenzó a tener relaciones con turistas hace dos años.
Comentó que casi llega a ser ''rica'' cuando un italiano,
varios años mayor que ella, aceptó pagar por un
apartamento. Pero agregó que en otra visita pelearon y
ahora está de nuevo en la búsqueda. Mientras tanto,
recibe de $40 a $70 por noche por cualquier turista que pueda
llevar a una casa de huéspedes con la que tiene un arreglo
mutuamente beneficioso.
''Nadie
hace esto porque le gusta'', dijo, fumando un cigarrillo. ``Me
gustaría casarme para salir de esto''.
Al
preguntarle sobre el sida, María se encogió de hombros.
''Nos cuidamos, nos protegemos, usamos condones'', dijo. ``Cada
seis meses me hago una prueba con el médico''.
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