Recopilanción "El Veraz"
En
noviembre de 1992, apenas unos meses antes de su muerte, tuve
el privilegio de conversar varias horas con Mario Bauzá,
el más mítico, importante y sabio de los músicos cubanos
radicados en Nueva York. En la larga entrevista tocamos diversos
temas relacionados con su actividad musical, pero dedicamos especial
atención al fenómeno del llamado jazz latino o latin
jazz, también conocido como afrocuban jazz, un género
mestizo y trascendente cuya paternidad ha sido justamente atribuida
a Bauzá. En aquella ocasión, al pedirle la definición
más precisa sobre esta música de fusión,
"el padre de la criatura" me dio esta insuperable receta
de amor:
"Mira — me dijo—, es como un matrimonio perfecto: uno va arriba y otro
abajo, no importa quién. O como un árbol, que tiene
la misma raíz, el mismo tronco (que viene de Africa) y
dos ramas distintas, que fue lo
que yo uní: el son y el jazz…"
Encuentros
y noviazgo
Más
allá de las relaciones de origen —obviamente africanas—
existentes entre los ritmos cubanos y el jazz norteamericano,
la fusión previsible entre estos dos complejos musicales
—quizás los más trascendentes de todo el siglo—
ocurrió como un proceso lento y de mutuo reconocimiento
en el que cada cual parecía mirar con recelo al viejo pariente
que devendría futuro complemento matrimonial.
Ya
a fines de la segunda década del siglo, en pleno período
cubano de las "vacas gordas" creado por los altos precios
del azúcar, comienzan a viajar a La Habana agrupaciones
jazzísticas norteamericanas que dejan su semilla en la
isla, tocando en lo fundamental un jazz imitativo y «blanqueado»
—así siempre interpretado también acá por
músicos blancos— que tiene como escenario los grandes salones
de la sociedad de entreguerras. Surgía así un gusto
por el jazz que se adentraría en la memoria auditiva de
los cubanos, ya fueran músicos o bailadores.
Paralelamente, comienza un proceso inverso: en la década
del 20 varios músicos cubanos viajan EE.UU., en especial
a la magnética Nueva York, en busca de mejores condiciones
de trabajo, y allí integran orquestas y pequeñas
agrupaciones que van haciendo familiares los ritmos cubanos en
boga por entonces: el son, el danzón, el bolero...
Pero
no es hasta principios de los 30 que comienza, en Nueva York,
la relación definitoria entre estos dos universos sonoros,
a través de la personal relación de Mario Bauzá
con el jazz.
Aquel
joven que llega a la Gran Manzana en 1930, poco después
de cumplir los 19, llevaba ya una notable experiencia sonera y
danzonera adquirida en Cuba (donde tocó con las orquestas
de Felipe Valdés, Raimundo Valenzuela y Juanito Zequeira),
además de una sólida formación musical que
lo llevó a ejecutar el clarinete en la importante Orquesta
Filarmónica de La Habana, donde se codeó con figuras
como Pedro Sanjuán, Amadeo Roldán y Alejandro García
Caturla.
En Nueva York, el joven Bauzá ingresa en varias
agrupaciones cubanas —entre ellas el cuarteto de Antonio Machín—,
hasta que devenido trompetista, entra en la banda de Noble Sissle,
de donde pasará a la más importante agrupación
jazzística de negros de aquel momento: la orquesta de Chick
Webb, de la que en apenas un año, llegaría a ser
director musical. Este aprendizaje meteórico, luego continuado
en la magnífica bandade Cab Calloway —donde permanece hasta
1940, también como director musical—, permitió a
Mario Bauzá dos pasos indispensables en la concepción
de lo que luego se llamaría jazz latino: primero, familiarizarse
con la sonoridad del jazz y hacerlo con agrupaciones de vanguardia;
y, segundo, concluir que desde dentro del jazz era imposible realizar
la fusión que ya en su mente comenzaba a producirse.
Por
eso, en 1940, funda junto a su cuñado Frank Grillo, el
célebre Machito, una agrupación en la que, con toda
libertad, daría rienda suelta a sus experimentos y lograría,
al fin, el matrimonio perfecto del jazz y el son: así nace,
en 1940, Machito y sus Afrocubanos, la orquesta a la cual Bauzá
se suma un año después y donde
fungiría como director musical hasta 1975.
Una
boda en el cielo del jazz
Los
años iniciales de la década del 40 serán,
pues, los de la realización del acto de amor entre el jazz
y la música cubana, y el lecho donde se produce tal conjunción
fue la orquesta de Machito y sus Afrocubanos. Mario Bauzá,
ya conocedor del ámbito jazzístico, puede entonces
lograr el milagro de acercar dos sistemas musicales abiertos y
en plena evolución ascendente (el jazz y, fundamentalmente,
el son), que por sus propias características morfológicas
permitían diversas contaminaciones
sin que se afectara su célula originaria o, cuando más,
dando lugar a la semilla dicotiledónea que fue —y es— el
jazz latino.
A
lo largo de los 40 Bauzá y Machito propician el acercamiento
definitivo que daría origen al latin jazz, cuando la nueva
banda comienza a interpretar música cubana en la que, sabiamente,
se asimilan sonoridades del jazz. Es la época de piezas
como "Sopa de pichón", "El Niche",
o "Llora, timbero", pero sobre todo, de la creación
por Bauzá de la suite "Tanga" (1943), "…
primera pieza del jazz afrocubano o latino", al decir de
Leonardo Acosta.
La
importancia de este "matrimonio" sería decisiva
para el futuro del jazz y la música cubana, pues la conjunción
lograda por Mario Bauzá abría enormes brechas de
enriquecimiento para ambas escuelas musicales, que desde entonces
ya no serían las mismas. Para el jazz —y luego para el
rock, el pop y hasta la música disco— significaba la entrada
definitiva de la percusión cubana con toda su riqueza rítmica,
mientras que para los géneros cubanos la brillantez de
los metales del jazz traía cambios notables sin los cuales
hubiera sido imposible la creación de un híbrido
tan importante como el mambo de Dámaso Pérez Prado
o la sonoridad novedosa del son de Benny Moré.
Por
eso, ya en el ocaso de la vida de Bauzá, en uno de los
múltiples homenajes que se le rindiera por su labor de
tantos años, el entonces alcalde de Nueva York, Ed Koch,
sintetizó brillantemente
el aporte musical del cubano al afirmar: "Cuando la maraca
se encontró con el saxo tenor, fue un flechazo. Llámenlo
latino, llámenlo afrocubano, llámenlo como quieran.
Esa boda se celebró en el cielo del jazz. Y es un matrimonio
que se mantendrá a lo largo de los siglos".
El
hijo pródigo
En
aquella fructífera década del 40, el jazz habíase
adentrado ya en la tendencia del bebop, donde militaban figuras
tan connotadas como Charlie Parker o Dizzy Gillespie (al cual,
años antes, Bauzá hizo ingresar en la orquesta de
Calloway), quienes muy pronto descubren la importancia de los
experimentos de los Afrocubanos. A ellos se acercan con respeto
e interés y comienza a surgir así una serie de colaboraciones,
fusiones, mezclas y decantaciones que darían origen, incluso, a la vertiente del cubop —bebop a la cubana— que tendría
su más brillante culminación en 1947, cuando a la
banda de Gillespie entra el excepcional tamborero cubano Luciano
Pozo González, el inmortal Chano Pozo.
Esta
colaboración es, sin duda, la más célebre
de toda la crónica del jazz latino porque con ella, de
un solo golpe, alcanzó su máximo relumbrón
el experimento patentado unos años antes por Bauzá
y Machito. La breve unión de Chano Pozo con la orquesta
de Gillespie (propiciada ni más ni menos que por Mario
Bauzá y trágicamente cerrada con la muerte del tamborero
cubano), permitió la definitiva entrada de la percusión
cubana en el jazz.
Juntos,
en 1947, Chano y Gillespie montan la "Afro-Cuban Drum Suite"
en el Carnegie Hall e interpretan piezas que serían clásicas
del nuevo estilo cubop. Obras de Chano como la célebre
"Manteca" y "Tin tin Deo"; de Pozo y Gillespie
como "Algo bueno"; o la no menos extraordinaria "Cubana
Be, Cubana Bop", orquestada por George Rusell, son claro
testimonio de una fecundidad musical que alcanza por esta fecha
uno de sus puntos culminantes y provoca la mirada definitivamente
interesada de los cultores del jazz que aún se mantenían
distantes de "la criatura" fecundada en Nueva York.
No
es casual que apenas un año después de este providencial
encuentro se concreten importantes colaboraciones
entre el más grande músico del bebop, Charlie Parker,
y la agrupación de Machito, para grabar piezas como "Okidoke",
"No Noise" o "Mango Mangüé", que
conducirían hacia otra cima de madurez con la "Afro-Cuban
Suite", del arreglista Chico O’Farril.
Tras
el éxito de Chano Pozo y de los Afrocubanos de Machito
y Bauzá, vendría el también importante influjo
de Dámaso Pérez Prado, quien pese a no triunfar
en Nueva York como le correspondía —allí Machito
detentaría la corona de Mambo King—, lleva a la música
norteamericana la moda del mambo y lo introduce en el jazz, que
a su vez, previamente, había enriquecido la concepción
original del mambo. Piezas históricas como "Viva Prado",
de Stan Kenton, o "Mambo a la Kenton", del cubano Armando
Romeu, son testimonio de esta interinfluencia que provocaría
un verdadero furor en el Nueva York de los 50, cuando el famoso
Palladium es tomado por los ritmos cubanos (afrocubanos) y se crea el imperio de las tres grandes jazz band latinas del momento:
la de Machito y
sus Afrocubanos, con su impresionante permanencia; la de Tito
Puente, el hombre que había iniciado su carrera en los
40 bajo la égida de Bauzá y que ya era el Rey del
Timbal; y la de boricua Tito Rodríguez, uno de los grandes
cantantes de la música latina.
El
hijo cubano
Pero
mientras en Nueva York los experimentos de fusión continuaban
y nuevos nombres importantes se agregaban
a la lista de cubanos vinculados al latin jazz (Chico O’Farril,
Chano Pozo, René Hernández…), en La Habana de los
50, con más discreción pero no menos creatividad,
un músico formado en orquestas danzoneras daba otra vuelta
de tuerca al matrimonio cubano-jazzístico y dejaba una
estela que después seguirían agrupaciones y figuras
tan importantes (de acá y de allá) como Irakere,
Chick Corea, Dave Valetín o el propio Tito Puente… Me refiero,
por supuesto al gran Cachao, Israel López, que organiza
una serie de "descargas" jazzísticas en los clubes
habaneros de la época, con músicos de diversas agrupaciones
que comparten con él similares inquietudes por el jazz.
Afortunadamente, parte de estas improvisadas descargas jazzísticas
de los músicos habaneros fueron grabadas y se conservan
en discos como "Cachao y su ritmo caliente" (de la Panart),
en la que el rey del contrabajo comparte pista con Gustavo Tamayo,
el Negro Vivar, Rogelio Iglesias, y uno de los grandes percusionistas
cubanos de todos los tiempos: Guillermo Barreto.
A
partir de aquí la historia se diversifica, para llegar
hasta hoy. El latín jazz se convierte, definitivamente,
en parte integrante de las músicas cubana y norteamericana,
donde convive con una privilegiada doble ciudadanía heredada
de sus padres, y gozando de una salud que hace válida la
frase de Ed Koch, pues todo parece indicar que el jazz latino
es "un matrimonio que se mantendrá a lo largo de los
siglos"
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