GONZALO
GUILLEN / El Nuevo Herald
La vieja y aparentemente cada vez más confirmada denuncia
sobre los vínculos de Fidel Castro y de su hermano Raúl
con el narcotráfico internacional vuelve al ruedo de la
actualidad con la aparición de El gran engaño, último
libro del veterano periodista alemán-uruguayo José
Antonio Friedl, quien concluye que al gobierno cubano le cabe
el apelativo de Cartel de La Habana y agrega: nada tiene que envidiarle
a otros carteles de la droga.
Friedl
recuerda que Fidel Castro se encuentra entre las personas más
ricas del mundo, de acuerdo con la revista Forbes, con un patrimonio
estimado en $1,400 millones, y ocupa el décimo lugar entre
los 200 hombres más acaudalados de la Tierra.
Esa
fortuna de Castro, dice Friedl citando a Forbes, está representada
en depósitos en diferentes países y bancos a través
de testaferros.
Empero,
este libro, editado en Buenos Aires por Editorial Santiago Apóstol,
ofrece más evidencias y narraciones sobre vínculos
con el narcotráfico por parte de Raúl Castro que
del propio Fidel.
En
este sentido, la obra de Friedl, cuya distribución en Miami
estará a cargo de la Librería Universal, coincide
con el libro, también próximo a aparecer en una
coedición mexicano-argentina, de Jhon Jairo Velásquez
Vásquez, Popeye, quien fuera secretario privado y tenebroso
jefe de seguridad del extinto narcotraficante Pablo Escobar Gaviria.
En
mayo pasado Popeye anticipó que revelará cómo
Raúl Castro, vicepresidente cubano y hermano de Fidel Castro,
mantuvo estrechos y constantes contactos con el cartel de la cocaína
de Medellín y protegió durante años embarques
de droga que llegaron a Miami a través de Cuba.
El
que estaba enterado era Raúl, nunca se supo si Fidel sabía,
aclaró Popeye, quien tras un silencio de doce años
en prisión acaba de propiciar el arresto del ex senador
liberal colombiano Alberto Santofimio Botero al que acusa de haber
convenido con Pablo Escobar el asesinato, en 1989, del candidato
presidencial Luis Carlos Galán, magnicidio por el que el
propio Popeye está purgando una condena de 30 años
de prisión.
El
libro de Friedl es ante todo una meticulosa compilación
de publicaciones y de documentos oficiales dispersos y algunos
inéditos, en su mayor parte estadounidenses, que en diversas
épocas se han ocupado de recoger información sobre
el tráfico ilícito de drogas y el gobierno cubano.
El
gran engaño despierta el apetito del lector con un capítulo
de abrebocas en el que muestra cómo Fidel Castro y su régimen
se alimentó por primera vez en 1956 con dineros del tráfico
de marihuana.
Después
de haber sobrevivido al desastroso desembarco con el famoso yate
Granma, en el año 1956, Castro busca la protección
económica de un tal Crescencio Pérez, un poderoso
líder campesino que controlaba la comercialización
de la marihuana en varias regiones de la isla, relata Friedl.
En
los archivos del FBI, a partir de 1958 existe documentación
según la cual desde La Habana ya se articulaba por entonces
una primitiva red de narcotráfico que fue llamada Medellín-Habana-Conection,
presuntamente ligada a la desbordante causa revolucionaria cubana.
Un año más tarde (1959), con la orientación
del propio FBI, las autoridades colombianas encontraron en El
Poblado, cerca de Medellín, un laboratorio apropiado para
procesar morfina, heroína y cocaína.
La
obra de Friedl cita informes desclasificados de agencias de seguridad
estadounidenses, según los cuales desde los años
60 Fidel Castro comenzó a servirse del dinero de la cocaína,
cuando ese negocio era manejado a escala global por chilenos.
Los colombianos comenzaron a tomar el control en los años
70.
En
el verano de 1961, de acuerdo con uno de los informes desclasificados
funcionarios cubanos del más alto rango se encuentran con
el senador chileno Salvador Allende, para discutir el establecimiento
de una red de distribución de cocaína que ayude
a financiar la revolución en Chile y al mismo tiempo al
régimen cubano que ya tenía carencia de fondos,
revela Friedl.
Estos
vínculos primitivos de los hermanos Castro con el tráfico
de drogas se refrendarían de manera creciente a lo largo
del tiempo y harían que los líderes de la revolución
pudieran amasar capitales incalculables, muchos de ellos blanqueados
y atesorados a través de la oficina MC (abreviatura de
Moneda Convertible), apéndice del Ministerio del Interior.
En La Habana era una broma muy conocida el llamar al MC como las
siglas de marihuana y cocaína, apunta Friedl.
El
virtual itinerario del castrismo por entre el narcotráfico
tiene uno de los episodios más extendidos y vigorosos en
la relación con el narcotraficante estadounidense Robert
Vesco, a través del cual Fidel y Raúl habrían
articulado una intrincada red de movimiento de cocaína
colombiana con estaciones en Panamá, Nicaragua y Cuba.
Las ganancias cubanas fueron multimillonarias.
El
gran engaño abunda en informes y reseñas sobre las
ya conocidas relaciones entre el tristemente célebre narcotraficante
colombiano Carlos Lehder, los hermanos Castro, el ex dictador
panameño Manuel Antonio Noriega y el régimen sandinista
de Nicaragua.
Raúl
Castro aceptó implícitamente la utilización
del narcotráfico como venganza histórica frente
al imperio americano, sostiene Friedl y una amenazante trifulca
entre Noriega y los principales narcotraficantes colombianos por
el allanamiento policial de un productivo laboratorio de cocaína
en las selvas panameñas del Darién, en los años
80, fue dirimida directamente por Fidel Castro.
Entre
las principales bases que Raúl Castro puso en Cuba a disposición
del cartel de Medellín, a lo largo de los años 80,
figuran la de Cayo Largo y la del pueblo de Moa, provincia de
Oriente, donde funcionó una de las plantas de procesamiento
de droga más importantes del mundo, expone Friedl.
El
complejo de Moa estaba directamente bajo el control del Estado
Mayor del Ejército Comunista Cubano y estaba custodiado
por una guarnición especial al mando del general Fernando
Vecino Alegret. Con el transcurso del tiempo Moa se iba a convertir
en el paraíso para una serie de narcotraficantes internacionales
requeridos por las justicias de sus respectivos países,
asegura Friedl.
El
gran engaño también abunda en detalles sobre las
ligaduras de Pepe Abrantes, ministro cubano del Interior, con
activas rutas de tráfico de cocaína a través
de Cuba, Panamá, México y Nicaragua.
También
ofrece nuevos detalles y reflexiones sobre el infortunado general
Arnaldo Ochoa, quien tras un juicio sumario por narcotráfico
fue fusilado junto con el coronel Antonio La Guardia y los capitanes
Amado Padrón y Jorge Martínez Valdez. Con sus muertes
desaparecieron potenciales testigos sobre los vínculos
de los hermanos Castro con el cartel de Medellín y otras
organizaciones mafiosas.
La
droga llegaba directamente a Cuba. Lo hacían a veces a
través de Centroamérica o directamente a Cuba, en
aviones, y de ahí, en lanchas, a Miami, sostiene el colombiano
alias Popeye sobre su libro Sangre, Traición y Muerte,
que, por su parte, se pondrá coincidencialmente a circular
con capítulos que tocan los mismos temas del libro de Friedl.
José
Friedl, nació en Montevideo hace 62 años. Durante
más de tres décadas ha sido analista político
y periodista internacional para medios europeos e hispanoamericanos.
Tiene
más de 10 libros publicados, uno de ellos sobre la revolución
cubana y otro sobre Tania, la enigmática espía que
vivió a la sombra del Che Guevara.
Notas
del Editor: Es evidente la inmoralidad de
los Castro, ladrones de su propio pueblo, que han destrozado
el país y continuan tratandolo, como su patrimonio
personal.
Solo
hace falta preguntarse y que justificación le puede
dar Castro al pueblo cubano, al comprar un avion ruso
por mas 50 millones de dolares, un lujo para la economia
de cualquier país medianamente rico.
Qué
explicación puede darle a ese pueblo ese inmoral,
que justificación puede darle a ese pueblo en la
peor hambruna y pobresa que nunca se conoció en
la historia de la nacionalidad cubana.
Que
explicación pueden darle los que aún, contra
viento y marea a pesar del sufrimiento del pueblo cubano,
aun lo defienden en el exterior.
Ninguna
desde luego, lo hace y ya, peores cosas han hecho y continua
haciendo, abusando de ese pueblo que ya no es capaz de
defenderse.
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