Por
Claudia Márquez Linares
Fidel Castro y la Seguridad del Estado Cubana se han metido
en un gran lío. Nadie puede con las Damas de Blanco.
Ni el chantaje, ni el hambre, ni la falta de medicamentos, ni
la amenaza de la cárcel amedrentan a estas mujeres humildes
que han demostrado una valentía sin par.
Junto
a ellas se aprende a llorar y a reír en medio del miedo
y el terror. Lo viví en carne propia en casa de Laura
Pollan en Centro Habana una tarde de octubre del 2003 cuando
la Seguridad del Estado se empeñaba en una “conversación”
conmigo. Segura estoy que sin el apoyo de Blanca Reyes,
Laura Pollan, Yoli, Dolia Leal, Barbarita, Nancy, Julia, Dulce
–la lista seria interminable- yo nunca hubiese tenido fuerzas
para escribir ni una línea después del 18 de marzo
del 2003.
Entre
todas nos dábamos esa fuerza que se necesita cuando el
terror y el miedo acaban por sumirte en la desesperación.
Se vivían momentos de mucha tensión pues el solo
hecho de caminar por 5ta Avenida se convertía en una
decisión definitiva y personal y, a la vez, en un compromiso
entre todas las mujeres de apoyarnos unas a otras hasta las
últimas consecuencias.
No
todas soportamos hasta el final pero la mayoría si lo
lograron. Una muestra ha sido en que días atrás
se le haya otorgado a Las Damas de Blanco el Premio Sajarov.
Es un mensaje de aliento después de casi tres anos de
dolor, angustia y, por qué no, dudas, divisiones y mucha
incertidumbre sobre el futuro.
Pero
la contagiante risa de Dolia Leal así como su llanto
en momentos de desesperación, la fe, que mueve montanas,
de Nancy Alfaya, la paciencia y dulzura de Laura, la inteligencia
de Yolanda Huerga, la hospitalidad de Gisela Delgado, la valentía
de la madre de Arturo Suárez Ramos, los consejos de Elsa
Morejon y la experiencia de Marcela constituían, además
del amor por los presos, nuestra fuente para mantener la unión
y la perseverancia.
¿Por
qué la Seguridad del Estado y Fidel Castro no han podido
con ellas? Muy sencillo. Porque están dispuestas a morir.
Esa es la mejor muestra de amor contra la que no puede una dictadura.
Estar dispuestos a morir por los hombres inocentes que sufren
día a día detrás de las mazmorras. No es
cuestión de sentimentalismo barato. Se trata de “o lo
sueltan, o me meten presa”, “o lo sueltan, o me tienen que asesinar
en medio de 5ta Avenida”. Sin alternativas.
Con
estas dos últimas frases nos sentíamos llenas
de poder cuando había que caminar frente a un operativo
de miembros de la Seguridad del Estado y sin la prensa extranjera
presente. Es decir, desprotegidas y a merced de una orden del
tiranosaurio.
Juntar
nuestras manos ante la Virgen de Santa Rita, patrona de los
casos imposibles, era nuestro escudo contra los opresores. No
teniamos otra arma. Ver a las hijas de Gisela, una de cinco
anos y la otra de 14, rezando por su padre Tony, condenado a
20 anos, o a los cuatro pequeños del Doctor Paneque,
condenado a 25, nos hacia reflexionar sobre el presente de esos
niños y por cuantos años no verán a sus
padres.
¿Cómo
olvidar los ojos de Samuelito, 5, cuando estiraba con fuerza
y orgullo su pulóver y le mostraba a todos la foto de
su padre, Omar Ruiz (condenado a 20 anos) plasmada en el mismo?
Cuando
alguien llora las demás le dan aliento. Cuando alguien
grita de desesperación siempre la rodean voces de esperanza
en un futuro mejor. Cuando alguien duda y quiere abandonar la
lucha el ímpetu de las otras la estremece y la hace recapacitar.
Así son las Damas de Blanco.
Mujeres
sencillas que anhelan la libertad de sus hijos y esposos condenados
a penas de cárcel inhumanas propias de una dictadura
sin piedad con el que piensa diferente.