Luis
Cino
Dicen que en Cuba no hay racismo. El socialismo lo eliminó
de un plumazo. Es un problema resuelto. Otro de los logros de
la revolución.
Ese
es un asunto que no se discute. Menos aún entre cubanos
blancos. Un escobazo ocultó bajo la cama el polvo que había
en el piso. A buen recaudo de las miradas indiscretas.
Desde
la Independencia, los cubanos nos hemos negado testarudamente
a aceptar la existencia del problema racial.
También
bajo la cama fueron a parar los casi tres mil negros masacrados
en 1912. Allí ya habían ocultado el cadáver
de un inconveniente general mambí que casualmente era negro,
Quintín Banderas.
En
la bola negra que alguien impuso a Fulgencio Batista para vetar
su ingreso al Miramar Yacht Club, más que su origen de
clase y su ilegitimidad como presidente de facto, pesó
el color de su piel. La tez rubicunda del falso Mesías
que lo derrocó pareció una bendición del
cielo a la burguesía criolla.
Al
triunfo de la revolución, exclusivos playas y hoteles segregados
fueron eliminados. Nicolás Guillén cantaba en su
poema Tengo:
Tengo,
vamos a ver
Que siendo un negro
Nadie me puede detener
A la puerta de un dancing o de un bar.
En
los primeros años era inconcebible que un negro fuera desafecto
al régimen revolucionario. ¿Cómo era posible
semejante abominación?
La
revolución había "bajado a los negros de los
árboles y les había cortado la cola". Así,
como lo oyen. La frase, paternalistamente cruel e intrínsecamente
racista, se repitió hasta la saciedad. No se sabe quién
la acuñó. No fue el Comandante en Jefe. No por anónima
dejó de ser reiterada, como si para los negros no existieran
opciones que no pasaran por el marxismo leninismo.
¿Les
digo la verdad? En Cuba, la discriminación racial no se
acabó. Pregunte a los negros si no lo cree.
El
racismo siempre ha estado prendido a la vida cubana. Como una
mala hierba. Bien arraigado en los prejuicios. Acuñado
en estereotipos comunes del imaginario colectivo.
Los
negros sólo sirven para la música y los deportes.
Fuera de ahí, búsquelos en juergas, borracheras
y rumbantelas. Son vagos, escandalosos, incompetentes y ladrones.
Además
del deporte y la música, para algo tenían que servir.
Hay toda una mitología sexual en torno a ellos. Las negras
son calientes. Los negros son desmesurados atletas eróticos.
De
la famosa película Fresa y Chocolate trascribo un bocadillo
que no tiene desperdicio. Lo dice Diego, el protagonista gay,
a David. Escuchando a María Callas, toman té hindú
en tazas de porcelana de Cebres que una vez pertenecieron a la
familia Loynaz del Castillo:
"¿Racista
yo? ¡Niño! Yo sé muy bien lo que vale un negro.
Pero no son para tomar té. Es una lástima. Das un
pestañazo y zas, desapareció el negro y la porcelana
de Cebres".
Elementos
de origen africano han devenido en símbolos de la nacionalidad:
la música, los bailes, expresiones del habla popular, los
cultos sincréticos.
Los
jerarcas culturales descubrieron el filón. Para ellos,
los negros eran poco más que folklore y brujería.
Ahora los convirtieron en carnada para atraer turistas. Sus dólares
salvarían al comunismo cubano. Para ello, inventaron los
diplobabalaos, los collares de santería sin aché
y las letras del año de utilería de la Asociación
Cultural Yoruba.
Negros
y mulatos conforman, según cifras oficiales, el 63% de
la población cubana. Los no blancos pueden ser muchos más.
En el censo nacional de población, a los cubanos les es
posible escoger su raza. Los que no tienen pronunciados rasgos
negroides suelen declararse blancos.
El
abigarrado mestizaje cubano crea una amplia categoría intermedia
de personas que no son blancas ni negras. "Pasan por blancos".
Su identidad racial neutralizada promueve la discriminación
a la vez que niega su existencia.
En
la Cuba para turistas, apartando los ojos del escenario y la pista
de baile, uno pudiera acabar preguntándose donde están
los negros.
No
los busque en los puestos vinculados al turismo o a las corporaciones
con capital extranjero. En ellos se exige "buena presencia",
al parecer, casi según los patrones hollywoodenses de los
años 40.
Tampoco
están en las altas esferas de poder. El 85 % de los miembros
del Politburó son blancos. Entre los demás dirigentes
del Estado y el partido único los negros y mulatos se pueden
contar con los dedos. Son las excepciones que confirman la regla.
En
el cine y la televisión, raramente los negros son protagonistas.
Ellos tienen reservados los papeles de esclavos.
Sin
embargo, son la mayoría de la población penal en
las más de 200 prisiones diseminadas por el país.
Históricamente,
ha sido un aberrante círculo vicioso. Los negros han sido
relegados. Les han negado oportunidades. Las estrategias de supervivencia
de los más desafortunados han sido interpretadas como pruebas
adicionales de su pretendida inferioridad. Se creó el axioma
de su supuesta propensión a delinquir.
Despiertan
la suspicacia de las rondas policiales. Son las principales víctimas
de redadas y operativos de la PNR.
"Es
como si no hubiera jineteras blancas. Como si los blancos no robaran
ni fumaran marihuana", me dijo un desolado amigo rasta de
Mantilla que ha optado por encerrarse en su casa a oír
reggae. El sabe de registros en la vía pública,
de calabozos y de actas de peligrosidad.
En
Cuba, no hable con los blancos (o los que lo parezcan) de discriminación
racial. Los hará sentir incómodos. Le dirán
que el racismo no es un problema aquí. No faltará
quien le diga que hablar de eso trae divisiones que sólo
benefician al enemigo imperialista.
Si
quiere saber, recorra las calles habaneras. Hágalo sin
ideas preconcebidas ni aires de solidaridad tercermundista. Siéntese
en la esquina, entre en los solares. Tal vez así descubra
donde están los negros. |