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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
Habana Blues y adiós Cubita de mi vida

Por Nicolás Águila, Madrid

No se pierdan la película Habana blues. Esta producción hispano-franco-cubana, con guión y dirección del español Benito Zambrano, aborda con notable acierto la espantosa situación actual de la isla de Cuba desde la perspectiva de un subgrupo social formado por músicos y artistas marginales.

Siguiendo las pautas de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, Zambrano se vale de los recursos convencionales del melodrama para montar lo que ya se conoce como una "comedia a la cubana". Te logra divertir con esa comicidad por reducción al absurdo que provocan las situaciones tope a que están sometidos los cubanos en medio de una realidad que va de lo picaresco a lo kafkiano. Pero al tiempo que te atrapa con la música rockera que inunda la banda sonora, se te parte el alma viendo esos amplios paneos de una Habana literalmente en ruinas. Lo que un día fuera una ciudad de singular belleza es hoy demostración clamorosa del poder destructivo de un sistema universalmente fracasado. Habana blues, con la fuerza de la verdad 24 veces por segundo, es un fiel y minucioso testimonio de ese habanicidio cometido con saña y alevosía.

El filme de Zambrano, sin embargo, va más allá del regodeo de la cámara en el deterioro del entorno urbano para adentrarse en la sórdida vida detrás de la fachada. Aparte de arrancarnos algunos lagrimones cuando pone el dedo en la llaga de la separación familiar, queda pormenorizada durante casi dos horas la insoportable carga de frustraciones y angustias que marcan el día a día del cubano de hoy. Una vida en que "luchar el fula" significa buscarse el dólar como sea, lo mismo en el mercado negro que en el ligue de turistas extranjeros, particularmente los que en el submundo marginal de los años 90 eran conocidos como pepes, o sea los españoles que van a la Isla en plan de turismo sexual.

Ruy y Tito (interpretados respectivamente por los actores cubanos hasta ahora desconocidos, Alberto Joel García y Roberto Sanmartín) son dos músicos alternativos de una banda underground que anhelan el reconocimiento y la fama. Sólo que carecen de los recursos mínimos para conseguir los equipos de audio y no disponen de un local adecuado para ensayar o dar un concierto, ni tampoco la cultura oficial se los proporciona. Pero he aquí que de repente encuentran el filón de la divisa fuerte y el viajecito al exterior, luego de conocer a una empresaria española que les propone un contrato de grabación y gira por España. La historia entonces toma un giro previsible.

Comienza el jineteo de los dos músicos con la pepa de la discográfica, uno de ellos (Ruy) en calidad de amante; el otro (Tito), en un sentido si se quiere social. Pues ser jinetero en Cuba no es sólo practicar la prostitución carnal con el extranjero como forma de sobrevivencia inmediata. Abarca también un conjunto de prácticas y actitudes, incluyendo o no el sexo, que a la larga persiguen abrir una brecha y salir de la isla del espanto, ya sea mediante invitación personal, matrimonio o contrato profesional.

Al final, y ya a punto de darse el viaje, Ruy cambia de idea y decide quedarse porque considera inaceptable la propuesta que le ofrecen. La culpa de los términos desfavorables del contrato se la achacan nada menos que a una supuesta disquera radicada en Miami, la ciudad demonizada por la izquierda procastrista. Lo que constituye un burdo escamoteo de la verdad, ya que mientras las remesas del exilio cubano han sido la tabla de salvación de sus familiares en la Isla (como incluso se puede apreciar a lo largo de la película), son precisamente las empresas españolas las que explotan salvajemente a los trabajadores cubanos pagándoles menos del cinco por ciento del salario que les corresponde.

Salvo esa concesión desafortunada a aquellos que se empeñan en hacer pasar por ayuda a Cuba la rapacidad de ciertos capitalistas de la Madre Patria, empezando por la cadena hotelera Sol-Meliá, hay que darle créditos a Zambrano por no usar el tema del embargo norteamericano como justificación simplona de la miseria y la brutal represión imperantes en la mayor de las Antillas. Y porque, comoquiera que se mire, Habana blues nos entrega una demoledora visión crítica de un paraíso socialista del que todo el mundo se quiere marchar.

Por eso, y tomando en cuenta los salarios ridículos del socialismo cubano, suena muy extraño que un joven músico como Ruy, marginado por el sistema, pierda su gran oportunidad porque no le hagan una oferta especialmente atractiva. Máxime en momentos en que se le derrumba todo su mundo afectivo y se queda sin los hijos, que huyen con la madre en un bote rumbo a Estados Unidos, en tanto que su inseparable amigo y compañero en la banda parte para España al aceptar encantado las condiciones del contrato.


Pero si no es convincente el rechazo de un viaje al exterior por el que tantos cubanos suspiran, eso tampoco invalida al personaje del mulato simpático, mal marido y padre cariñoso, que todavía no se atreve a soltar las amarras. La duda y el temor a lo desconocido son actitudes en definitiva muy humanas y pueden dar pie a situaciones de alta tensión dramática. En Habana Blues llevan además a un final de probada eficacia que el cine nos ha vendido románticamente con la marca registrada del héroe solitario: la desolación del protagonista que termina abandonado a su suerte.

En la vida real, por otro lado, no han sido pocos los que alguna vez se han inventado pretextos triviales para desaprovechar magníficas oportunidades de salir de Cuba. Tener uno que abandonar su Isla porque se la hayan vuelto absolutamente inhabitable es siempre una decisión traumática. Así que no resulta difícil entender a Ruy y comprarlo como personaje, con sus inconsecuencias y vacilaciones. E incluso con ese nombre que le pusieron, tan atípico para un cubanazo jodedor.

Por lo demás, estoy convencido de que al cabo del mes, cuando empiece a echar de menos a sus niños y tenga todas las noches que lavarse él mismo a mano el calzoncillo único, se arrepentirá del ataque de dignidad que le hizo echarse atrás después de haber mostrado tan buen desempeño como chulo jinetero. Y en vez de quedarse en la pasividad de su rebeldía en blues, saldrá del infierno castrista entonando una habanera de despedida a modo de liberación. Algo así como "Adiós, Cubita de mi vida". Pero eso ya sería la continuación de la película y nunca segundas partes fueron buenas.


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