Por
Nicolás Águila.
"...hallo
acertado el juicio... emitido por un bromista en un delicioso
soneto satírico: “Si ése es nuestro
mejor poeta vivo... me apunto al club de los poetas muertos”.
A
la poesía oficialista que se publicaba en la Cuba de los
años 70 le dio por utilizar la frase martiana sobre la
luz y las manchas de Bolívar: “los agradecidos hablan de
la luz”. La frasecita era como un izquierdazo directo al mentón
y buscaba frenar el menor amago de rebeldía, crítica
o inconformidad hacia el espanto totalitario que nos habían
impuesto.
Entre
los abanderados de aquella poesía militantemente inquisidora,
se hallaba en primera línea un joven poeta llamado Raúl
Rivero que se destacaba por su proverbial talento para el marketing
del futuro luminoso y
por el celo en la lucha contra los ingratos que sólo veían
las manchas del sol revolucionario. Como prueba al canto, cito
a continuación una estrofa de su poema “Por este
tiempo”, incluido en el cuaderno Poesía sobre la tierra
, ganador del Premio UNEAC Julián del Casal 1972:
"El
futuro llegará una mañana imperceptible como los
amaneceres
pero no podemos esperarlo
hay que salir a conquistar su plaza
para que no haya sitio para [........] el inevitable grupo de
inconformes
que buscan las manchas del sol que los alumbra". [subrayado
mío)
Lo más piadoso sería pasar por alto la cursilería
perceptible en esos amaneceres aplazados para un futuro hipotético
y esquivar así el análisis de ese anodino discurso
revolucionario que entre cubanos llamamos teque.
Se
trata simplemente de un poema y de un libro infame que sólo
se atreverían a premiar en un concurso auspiciado por una
unión de escritores estalinista, donde lo que realmente
cuenta es la adhesión babosa a la línea del Partido.
De ahí que agradar al amo sea la única y verdadera
intención estética que persigue RR en dicho poema
al subir la parada y tildar no ya de desagradecidos, sino de inconformes,
a los que hablan de las manchas de su gran revolución.
El
poeta no ignoraba que con el sambenito de inconformes marcaban
en primer lugar a los jóvenes y a los escritores o artistas
marginados por “problemas ideológicos”, como aquel vecino
mío que, apenas rebasada su adolescencia, tuvo que cumplir
años de cárcel por escribir un poema más
juvenil que contestatario... Los inconformes pagaban un alto precio
por señalar una mancha, mientras que un comecandela oportunista
los machacaba en sus versos por la mezquindad de alcanzar un premio
en un certamen literario con las cartas marcadas. Y total, al
cabo de poco tiempo aquella poesía conversacional o sermonera,
huracanada o telúrica, de la tierra o sobre la tierra,
quedó definitivamente enterrada bajo la avalancha de la
posmodernidad.
¿Por
qué entonces ocuparse de un libro intrascendente y ponerse
a escarbar en la osamenta fosilizada de un cadáver no precisamente
exquisito? Pues porque con la alharaca de los medios en torno
a la figura de Raúl Rivero, se está citando con
demasiada frecuencia dicho título. Es más, han llegado
al colmo de identificar a RR, por antonomasia, como el autor de
Poesía sobre la tierra , tal como por ejemplo suele nombrarse
a Darío como el poeta de Azul. Y a nadie parece darle vergüenza,
ni siquiera al propio Rivero, que no se ha retractado del contenido
de esa paparrucha oficialista.
No
se puede mencionar el santo tantas veces sin decir el milagro
aunque sea una sola vez, aunque tal vez se podría mostrar
más indulgencia hacia un joven llegado de provincias que
sólo buscaba un lugarcito bajo el sol y, como tantos otros,
cayó en lo que algunos han considerado un oportunismo de
supervivencia más bien inofensivo.
Dejemos
tranquilo, pues, a aquella joven promesa todavía en busca
de su voz definitiva, y seamos comprensivos con el Rastignac sarampionado
que ya antes se había enganchado al gremio de los poetas
comprometidos con el Premio David 1969, concedido en un concurso
de dudosa credibilidad a su poemario Papel de hombre. Un cuaderno
de pelo en pecho en cuya portada aparece un miliciano en zafarrancho
de combate tomando la historia por asalto. Muy a lo macho
Vamos
a ver entonces lo que escribía el poeta hecho y derecho,
a la edad de 35 años, en Cierta poesía. Se trata
igualmente de otro libro premiado, esta vez nada menos que en
el Concurso “26 de Julio”. ¿Verdad que sorprende la puntería
para los premiecitos que tiene el diligente coleccionista de lauros
revolucionarios? Pues más sorprendente resulta el siguiente
poema de dicho libro que por su brevedad cito íntegramente:
POEMA
PARA UNA CONSIGNA
En
el 20 aniversario del sabotaje al vapor «La Coubre»
Hoy
hace veinte años que tenemos
Patria para vivir y la muerte esperando.
Junto al mar
en medio del peligro y la amenaza
Fidel se la arrancó del corazón
para entregarla.
Patria o Muerte dijimos cada día
salimos al teléfono gritando Patria o Muerte
al pie de un documento
en las paredes
Patria o Muerte en los libros que aprendimos a leer.
Patria o Muerte
en cartas y poemas
la palabra final de un hombre que moría
Patria o Muerte en el momento duro
también en la victoria Patria o Muerte.
Hoy hace veinte años que tenemos Patria para decir
y la vida esperando.
Huelgan
los comentarios sobre este poema pujado con la voz cavernosa de
un ventrílocuo circense, donde tal vez el único
acierto esté en el cierre del dístico inicial (“y
la muerte esperando”), y eso porque escapa a la intención
original del autor. Por lo demás, el disco rayado del “patria
o muerte” hasta hablando por teléfono, lo mismo que esa
adulación tan cursilona al Tirano, rebasan todas las medidas
históricas de la abyección cortesana.
Pero
lo peor de lo peor en esos versos desafortunados es que fueron
escritos cuando la sociedad cubana se estremecía de horror
ante los actos de repudio a raíz de los sucesos de la embajada
del Perú, seguidos por el éxodo del Mariel en 1980.
¿Dónde estaba el poeta inteligente y sensible mientras
las turbas hostigaban y golpeaban a indefensos ciudadanos en los
pogromos fascistas organizados por el régimen?
El
autor de Papel de hombre se relamía entonces en el papelazo
del homo castratus repitiendo las consignas del momento, muy orgulloso
de ser un alto exponente de la peor poesía panfletaria
que se haya escrito en Cuba y de pertenecer a una promoción
literaria conocida sotto voce como la “generación del descaro
poético”.
Llegados
a este punto, me dirán que toda persona tiene el derecho
a cambiar de opinión y reorientar su vida. Y más
en el caso de RR, que se desmarcó honrosamente del pasado
con su posterior actitud como disidente, periodista independiente
y preso político. Muy bien, de acuerdo. Pero es que al
aterrizar en España con la cantaleta del diálogo
y la fatuidad pretenciosa de quien se cree un intelectual fuera
de serie, se ha visto rondarle de nuevo el fantasma de aquella
literatura de teques y consignas.
“El
embargo es una aberración”, ha espetado a los cuatro vientos
como quien dice la última palabra sobre la política
cubana. Y es que no se le ocurre, ni por aquello de la duda metódica,
que lo que sería una verdadera aberración es levantar
las sanciones económicas norteamericanas a cambio de nada,
sin siquiera exigir una amnistía para los presos políticos
que se pudren en las cárceles cubanas.
¿Y
cómo es que un hombre que estuvo equivocado tanto tiempo
respaldando al régimen castrista durante sus primeros 30
años, ahora tiene la completa seguridad de que los equivocados
son precisamente los que desde el principio tuvieron la razón
histórica en cuanto a la problemática cubana?
¿Y
cómo no se lo piensa dos veces, al menos por discreción
y pudor, antes de mostrarse ante el mundo como infalible cruzado
de la tolerancia frente a los intolerantes del Exilio?
¿No
estará siguiendo el guión que le han asignado los
socialistas españoles cuando aboga tan entusiastamente
por el diálogo de besugos? ¿No estará reincidiendo
el inflado poeta en aquellos mismos viejos y sucios oportunismos?
Su
rol como preso y disidente ya va siendo también cosa del
pasado, aunque en realidad es a eso a lo que debe su celebridad,
y no a la escasa calidad de sus poemitas ñángaras.
De manera que cuando se demandaba la libertad del poeta RR, a
quien se le tendía la mano era al disidente encarcelado,
no a quien fuera escritor orgánico del régimen y
autor de una obra en que reiteradamente se llama bandidos y agentes
de la CIA a los campesinos del Escambray que se alzaron contra
la Tiranía a inicios de los años 60.
Por
otro lado, teniendo en cuenta que su producción literaria
de los últimos años era desconocida (exceptuando
las crónicas de El Nuevo Herald y algún poema suyo
colocado en la Internet), con Raúl Rivero se da el caso
insólito de un escritor disidente en un país comunista
con una producción literaria y periodística básicamente
al servicio del régimen y que, paradójicamente,
es aclamado por el Exilio y propuesto para recibir los más
altos honores, como si para ello nada más que bastara la
simpatía o incluso el supuesto talento que le atribuyen
sus admiradores y amigos.
Aquí,
por cierto, lo que se está poniendo en duda no es el talento
de Raúl Rivero sino la verdadera importancia de su obra
y la pertinencia de considerarlo un gran poeta o una gloria de
Cuba. En cualquier análisis y valoración de su poesía
hay que remitirse inevitablemente a su obra anterior a 1990. Y
no sólo porque esos libros premiados y publicados antes
de esa fecha sean parte de su trayectoria profesional y den las
claves de su poética y su visión del mundo, sino
porque les han caído los años encima.
Descontando
el discurso político y ateniéndonos nada más
que a sus valores formales, aquellos poemas de hace 20 y 30 años,
que en su momento muchos consideraban creaciones geniales, se
han descolorido y arrugado al paso del tiempo. No son ni siquiera
flores marchitas. Son un montón de abrojos.
Para
juzgar su poesía más actual, falta en cambio la
perspectiva que sólo permite el tiempo, ese crítico
implacable y definitivo que a unos consagra y a otros hunde en
el silencio y el olvido. Y además sobra el ruido mediático
que impide apreciar objetiva y sosegadamente una obra demasiado
reciente y publicitada. En lo cual seguro que ha tenido mucho
que ver la opinión de Cabrera Infante al considerarlo “el
mejor poeta cubano vivo”. Sin duda, una generosa sobre valoración
del valor real de la obra de RR, además de ser una crasa
subestimación de mucha buena poesía que hoy por
hoy se está haciendo en la Isla al margen del oficialismo.
Tampoco,
desde luego, hay que dejar para la posteridad el estudio de la
obra de Raúl Rivero, sobre el cual sinceramente pienso
que en la actualidad está haciendo muchas cosas buenas,
aunque igualmente no creo que sea para tanto. En definitiva, es
a la crítica más académica y equilibrada
a la que corresponde situarla en su justo lugar, sin el sesgo
que tenemos los que no sabemos separar al ciudadano del escritor,
pero sin el espíritu sectario de esas piñas especializadas
en la metodología del autobombo mutuo.
No
se le hace ningún beneficio a Cuba colocando a una figura
en el Hall de la Fama en razón de simpatías personales
o posiciones políticas compartidas, sin la debida justificación
de un currículum con una obra perdurable y aportes auténticos
a la cultura nacional.
Aun
cuando esté por hacerse el balance definitivo entre el
debe y el haber de la poesía de Raúl Rivero, todo
parece indicar que el saldo no es muy positivo que digamos. De
modo que hallo acertado el juicio recientemente emitido por un
bromista en un delicioso soneto satírico:
“Si
ése es nuestro mejor poeta vivo... me apunto al club de
los poetas muertos”.
La
Habana, Testimonio 69
Por Raúl Rivero
Los
barcos entran al puerto de La Habana
como gigantes ciegos
tanteándole el alma a la bahía.
A
bordo traen tractores
carros, maquinarias agrícolas
que horas después opera una muchacha en Camagüey
o un adolescente que abandonó su casa
que dejó la ciudad y se rompe las manos contra la tierra
porque el futuro
el pueblo
la esperanza.
A
bordo vienen los marinos
poseídos por sus antepasados
nuevos conquistadores
llenos de baratijas
radios portátiles, grabadoras sanyo, camisas y perfumes
a perderse en las calles del Vedado
a cambiarlas por la piel
por la noche
por la labor de Celestina que ejerce sin prejuicio
el maricón moderno.
Los
grandes barcos entran al puerto de La Habana
con sus marinos y sus máquinas
como gigantes ciegos
tanteándole el alma a la bahía.
(Del
libro Papel de hombre)
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