Por
Santiago Botello y Mauricio Angulo
MC:
marihuana y cocaína
«Hay
pruebas muy claras de que los funcionarios de Castro están
implicados en el comercio de drogas, trafican con droga como
criminales y se benefician de la mise ria de los adictos. Me
gustaría aprovechar esta oportunidad para pedirle al
régimen de Castro que rinda cuentas. ¿Es el tráfico
de drogas simplemente un acto de funcionarios repudiados o está
sancionado oficialmente? El mundo merece una respuesta.»
RONALD
REAGAN, 20 de mayo de 1983
La
sombra del narcotráfico siempre ha planeado sobre el
gobierno cubano, pero nunca le alcanzó tan dentro como
en 1989. Acababan de caer los regímenes comunistas en
Europa, y la CIA creía tener cercado
a Castro. Tenían pruebas de la implicación en
el narcotráfico de algunos de sus jefes militares en
Angola. Gracias a su connivencia, Cuba se había convertido
en una escala segura en el negocio del narcotráfico internacional.
La ruta de la cocaína hacia América y Europa hacía
escala en sus aguas, donde los cargamentos eran protegidos por
las fuerzas del Estado cubano.
Al
conocer la existencia de estos informes, Fidel Castro reacciona
e, inmediatamente, monta un proceso sin garantías a dos
de los hombres que durante años han gozado de su más
absoluta confianza: el comandante Antonio de la Guardia y el
general Arnaldo Ochoa, uno de los cinco oficiales cubanos condecorados
como Héroes de la República. El Estado los acusaba
de narcotráfico, venta ilegal de diamantes, marfil y
otros productos durante los años en que dirigieron las
fuerzas de la Revolución movilizadas en Angola.
Después
de permanecer 23 días incomunicados, el 13 de julio de
ese mismo año, son fusilados el general Arnaldo Ochoa
y el coronel Antonio de la Guardia, junto a dos de sus más
estrechos colaboradores (los también militares Amado
Padrón y Jorge Martínez Valdés). Es el
fin de la Causa 1, el juicio contra Ochoa, un proceso rápido
y controvertido con el que Fidel Castro ponía punto y
final a las acusaciones vertidas desde Washington.
En
1989, fecha del fusilamiento, Ileana de la Guardia, hija de
Tony y sobrina de Patricio de la Guardia, también procesado
en este juicio, abandona Cuba junto a su marido, Jorge Massetti,
ex agente de los servicios secretos del Ministerio del Interior.
Quince años después de los hechos, Ileana y Jorge
siguen defendiendo que todo fue una operación política
en la que Fidel Castro, además de deshacerse de uno de
sus principales rivales en las Fuerzas Armadas, cortó
de raíz las sospechas sobre su supuesta cooperación
con cárteles colombianos. Durante nuestra investigación,
hablamos con ellos.
—¿Qué
decir del proceso? —Jorge Masetti, sentado junto a Ileana en
una butaca de mimbre en un jardín en Miami, recuerda
lo que fue aquel julio horrible de 1989—. La televisión
difundía cada día la sesión del día
anterior. Los acusados fueron sometidos a una tortura blanca
sistemática. No para obtener la verdad, es cierto, sino
para garantizar la mentira.
Esta carta de Patricio fue sacada clandestinamente de la prisión
—nos enseña el documento—. Está fechada el 5 de
octubre de 1991. Leo literalmente: «Del 12 de junio hasta
el 15 de julio, no se me permitió dormir, pues cada 20
o 30 minutos me despertaban con la apertura y un fuerte portazo
al cerrar la puerta de la celda. (...) Durante todo ese período
de tiempo que permanecí encerrado sin ningún asesoramiento
por parte de un abogado defensor, me sentía idiotizado,
con la mente embotada, como un zombi. Tenía que leer
los documentos tres y cuatro veces para comprender lo que decían.
Caí en un estado depresivo muy profundo.
Un día se me sacó en la mañana y se me
planteó que convenciera a mi familia que no buscara abogado
y que no recurriera a la comisión de derechos humanos,
que eso nos perjudicaría y que la Revolución nos
defendería como revolucionarios que éramos, que
la Revolución no aplicaba la ley de Saturno, etcétera,
etcétera».
—Ya
se sabe —comenta Ileana—: «Dentro de la Revolución,
todo; fuera de ella, nada». Fidel y Raúl Castro,
los amos de la isla, pusieron «fuera» de todo a
Tony, Arnaldo, Antonio y Jorge.
Los
hermanos De La Guardia eran hijos de la burguesía cubana,
dos gemelos amantes del deporte y la aventura. En 1959, a pesar
de sus estudios en Estados Unidos, optan por la Revolución
y por Castro, más por romanticismo que por profundas
convicciones ideológicas. En pocos años se convierten
en personajes importantes.
—Mi
papá, después de crear las tropas especiales,
desempeñará un triple papel. Cuando convenga,
será un hombre de negocios que representará los
intereses cubanos; otras veces actuará como militar,
y otras, como político negociador.
Tony
llegó a convertirse en el máximo responsable de
MC. La oficina MC es un departamento ministerial cuyas siglas
significan «Monedas Convertibles». Su cometido,
conseguir divisas para una Cuba estrangulada por la presión
internacional y cada vez más olvidada por las ayudas
soviéticas. Una oficina que, popular y oficiosamente,
era conocida como «marihuana-cocaína».
—De
eso se ocupaba papá —asegura Ileana—, de conseguir divisas
para la Cuba que los Castro están arruinando. Fue él
quien llevó a Ginebra los millones de dólares
extorsionados por los montoneros argentinos a unos industriales
o quien sacó de Líbano joyas y dinero con destino
a Praga. En 1979, cuando Somoza es derribado, papá está
en Managua.
Ningún
tráfico debía de serle extraño a ese hombre
que había efectuado más de cien saltos en paracaídas
y que se mantenía en plena forma a los cincuenta años.
—Pero
él no hizo nunca tráfico de drogas, de eso estoy
segura… Aunque ayudó a los narcotraficantes, les aportó
apoyo logístico. Con el visto bueno de las altas instancias
cubanas, cobrando en dólares para el Estado cubano. Lo
más ridículo de un proceso en que se les acusa
de narcotráfico y en que se habla de dinero es que nadie
se pregunte dónde va a parar ese dinero, ni que el fiscal
ni la policía se preocupen por demostrar que Ochoa o
mi papá se han metido dinero en el bolsillo.
A
Tony, el coronel De la Guardia, lo acusaron de haber organizado
17 operaciones relacionadas con la droga desde 1987 en territorio
cubano. Al general Ochoa, de haber tomado contacto con el narcotraficante
colombiano Pablo Escobar.
Esos
medios utilizados para romper el círculo del embargo
son, sin duda alguna, discutibles. Pero ¿cómo
imaginar que ese trajín de aviones y de embarcaciones
haya podido durar tres años, desde las costas cubanas,
sin que el Ministerio de las Fuerzas Armadas y las más
altas autoridades del Estado hayan sido informadas? Al menos,
tendría que existir un acuerdo tácito con el gobierno.
Otro
de los sucesos extraños que rodearon el proceso contra
Ochoa y Tony de la Guardia es que jamás se pronunciase
el nombre del ministro del Interior, Pepe Abrantes. De él
dependía directamente la sección MC, de la que
Tony era el máximo responsable. Durante el juicio, ni
Tony ni ninguno de los catorce militares juzgados mencionaron
su nombre.
—La
patente de corso incluye la ley del silencio —asegura el ex
agente Masetti—. Tony había recibido en su celda, durante
tres horas, a Fidel en persona, quien le había pedido
que no nombrara a ningún superior en la audiencia. Todo
debía quedar en familia... Nadie lo nombró, ni
sugirió ninguna responsabilidad del ministro del Interior,
pero éste también iba a ser juzgado. En aquellos
días se comentó que Fidel, Raúl y Abrantes
seguían las secuencias del proceso a través de
un espejo sin luna. A un comentario hecho por Fidel, el jefe
del MININT (Ministerio de Interior) le recordó que él
lo había mantenido siempre informado de todo, lo que
provocó la furia de Fidel y de Raúl y precipitó
su caída. A raíz de este incidente, Abrantes fue
detenido y juzgado a puerta cerrada y condenado por haber ocultado
informaciones vitales para el Estado y por la utilización
abusiva de fondos. Poco tiempo después, según
la versión oficial, moría en la cárcel
de un infarto; aún no tenía cincuenta años.
La
encarcelación y muerte de Abrantes fue un duro golpe
personal para Fidel y Raúl Castro y una irrecuperable
pérdida para los servicios de inteligencia cubanos. «Fidel,
Raúl y Pepe formaban un trío formidable y había
gran afecto entre ellos. Fidel y Raúl nunca se recuperarán
del golpe», nos comentó una persona cercana a los
hermanos Castro. A José «Pepe» Abrantes,
ministro del Interior y jefe de los servicios de inteligencia
cubanos, se le consideraba la persona más allegada a
Fidel Castro. Abrantes y Castro eran inseparables. Era su confidente
y el jefe de su guardia personal. Solían desayunar juntos
y Abrantes llevaba siempre consigo los medicamentos que tomaba
Castro. Era la puerta para acceder a Fidel, incluso para otros
ministros o generales, a los que, en ocasiones, solía
negar el paso para evitar «malos ratos» al comandante.
Muertos
Abrantes y De la Guardia, bajó la moral del MININT. Desde
entonces, algunos de los más fieros enemigos de Castro
y su Revolución son los antiguos miembros del MININT.
Antiguos agentes de los servicios de inteligencia cubanos, que
operaron en aquella época, aseguran que Fidel Castro
estaba al corriente de los negocios de Ochoa y de De la Guardia.
Oficiales como Dariel Alarcón Ramírez, también
conocido como «comandante Benigno», compañero
del Che Guevara en Bolivia, ha declarado que Tony de la Guardia,
antes de trabajar en el Departamento de Monedas Convertibles,
no había hecho ningún negocio de cocaína.
Fue en el MC donde comenzó a dar sus primeros pasos en
el narcotráfico. Asegura que Fidel Castro estaba al corriente
de todo lo relacionado con Tony de la Guardia.
Tony
era uno de los pocos autorizados a permanecer en las habitaciones
privadas de Fidel mientras el comandante se vestía o
se bañaba.
De la Guardia tenía el poder de tomar decisiones en nombre
de Castro, que éste ratificaba rutinariamente.
—Tony
tenía acceso libre —recuerda el comandante Benigno—,
y visitaba cada vez que se le antojaba la oficina de Castro.
Le bastaba con llegar allí como él solía
hacer, echándole el brazo a todo el mundo y preguntando:
«Oye, si el “Uno” está ahí, dile al “Uno”
que necesito verlo». Del mismo modo que Arnaldo Ochoa
solía llamar a Fidel «El Caballo», Tony lo
llamaba el «Uno». Y Fidel de inmediato lo hacía
pasar.
Llegaba allí con un poder que nos extrañaba a
todos. Porque normal- mente se entendía que la ayudantía
de Fidel Castro tenía un poder jerárquico. Podíamos
hacer sentar a un ministro y tenerlo horas esperando, pero eso
no valía con Tony. En esas entrevistas yo casi nunca
participaba: no era una reunión, sino una entrevista
directamente en el despacho del comandante, en la que yo no
tenía nada que ir a bus-
car. Todo aquello me sorprendía sobremanera. Cuando el
asunto salió a la luz, Fidel preguntó: «¿Pero
quiénes son esos hermanos De la Guardia?». Esa
frase se la volví a escuchar en otras ocasiones. Cuando
le parecía que alguien había dejado de cumplir
su rol histórico, se olvidaba de quiénes eran.
Eso, más o menos, significaba: «Ya que ahora no
me sirves para nada, ¿para qué te quiero?».
—Teníamos
la impresión de estar viviendo una pesadilla —los ojos
pardos de Ileana se humedecen; se emociona al recordar los hechos
de aquellos días que pasaban implacables, luchando contra
una justicia que se mostraba expeditiva y sin poder detener
un desenlace que se anunciaba trágico e inevitable—.
El proceso ante el Tribunal de Honor había comenzado
el 30 de junio; desde el 3 de julio, Granma publicaba cada día
un informe. Luego vino el proceso propiamente dicho delante
del Tribunal Militar Especial. El 5 de julio, requisitoria del
fiscal; el 7 de julio, veredicto del Tribunal Especial; el 8
de julio, confirmación del Tribunal Supremo de las cuatro
penas de muerte contra Arnaldo Ochoa, Antonio de la Guardia,
Amado Padrón, Martínez Valdés. El 9 de
julio, confirmación del Consejo de Estado. El 13... —Ileana
no puede continuar.
Su marido la consuela cogiendo su mano.
—La
sentencia de muerte parecía ineludible. Tuve tiempo para
prepararme, pero no podía impedir que me embargara la
incredulidad —las palabras de Masetti se aceleran, se golpean;
sus manos buscan un vaso de limonada sobre la mesa y bebe para
volver a contar algo más calmado—. Que hubieran matado
a Tony en el Líbano, en Chile, en Miami, en cualquiera
de los lugares donde cumplió misiones secretas; que Ochoa
hubiera muerto en Angola, Venezuela, Nicaragua o en Eritrea
se concebía y se inscribía en el curso natural
de la historia. Pero que encontraran una muerte violenta en
Cuba estaba por encima de todo cuanto podía imaginar.
Después del veredicto, aún creía que el
Consejo de Estado ejercería su derecho de gracia. Pero
el 9 de julio, reunido en sesión extraordinaria, ratificó
el veredicto. Unánimemente
Sus
miembros desfilaron, uno a uno, pronunciándose a favor
de la pena de muerte. Parecía un desfile fúnebre
celebrado por veteranos de la Revolución, dignatarios
del régimen y compañeros de armas de los condenados
para sellar con ese ceremonial macabro el juramento de corresponsabilidad
sin una sola nota falsa. Al final, Fidel puso el pulgar hacia
abajo.
—El
13 de julio, a las cinco de la mañana, me enteré
por la radio de que se había ejecutado la sentencia.
Mi padre había sido fusilado.
Mi madre recibió una tarjeta en la que le informaban
de que el cuerpo de su marido estaba enterrado en el cementerio
Colón, en una tumba sin nombre, bajo la matrícula
46.427, junto a otras tres tumbas anónimas, las sepulturas
de cuatro revolucionarios.
Durante
ese mes que va de la detención al fusilamiento, Ileana
asegura haber descubierto otra Cuba. Ella y su marido, Jorge
Masetti, optan por exiliarse. Desde París, tras acumular
pruebas y datos, se querellan contra Castro por «secuestro,
tortura, asesinato y complicidad en tráfico internacional
de estupefacientes». Pero el proceso, que fue admitido
a trámite en un primer momento, no ha cuajado. Entre
las pruebas aportadas al Tribunal, se encontraban varios testimonios
que involucraban al gobierno de Castro en el negocio del narcotráfico.
—Mi
abogado, sobre todo, ha contado con el testimonio de Juan Antonio
Rodríguez Menie y el testimonio de otras personas que
han sido filmados porque no podían viajar a Francia.
Son testimonios de ex oficiales cubanos y un fiscal de La Florida
que se ocupó de investigar el tráfico de drogas
a Estados Unidos. Todos afirman que el tráfico
de drogas que pasaba por Cuba, y que continúa pasando,
está autorizado y ordenado por las más altas instancias
del poder cubano. Además de eso, está mi testimonio
sobre las irregularidades del proceso en que fue condenado mi
padre y la resolución de las Naciones Unidas, que en
la comisión del año 95 concluyó que el
proceso había sido completamente arbitrario y que mi
tío Patricio de la Guardia debía ser liberado
inmediatamente. No se hizo.
Otro
personaje importante en este drama, que jugó un papel
casi desconocido pero clave, fue el coronel Marrero, conocido
por el nombre en clave de Angelito y el apodo de «Bombillo».
Marrero es un poderoso militar de Seguridad del Estado, cuyo
trabajo consistía en vigilar o evitar el narcotráfico.
Durante el juicio a Abrantes dijo no recordar nada respecto
al caso y no reveló nada. ¿Cómo se las
arregló el Bombillo para desconocer oficialmente lo que
pasaba y evitar ser sancionado?
Según
fuentes de la oposición castrista, el fusilamiento de
los implicados en el caso Ochoa no paró las operaciones
de narcotráfico de Cuba. Cuba siguió, aunque más
discretamente, envuelta en este negocio. El 30 de marzo de 2001
el Senado de los Estados Unidos firma un acuerdo de colaboración
con Cuba en la lucha contra el narcotráfico. Es conocido
que existe un intercambio de información y agentes entre
ambos países, pero —y siempre según fuentes de
la disidencia cubana— Cuba lo cumple a su manera. La DEA36 continúa
suministrando a Cuba información de los narcotraficantes
colombianos. Cuba, a la vez, tiene su propia información
sobre la cocaína de Colombia, pero podría estar
permitiendo su entrada a la isla.
Desde
hace años, informes internacionales siguen la pista de
una de las rutas más seguras del Caribe para introducir
droga a los EE. UU. y Europa. El escritor Norberto Fuentes,
antes mimado por la Revolución y ahora odiado, dice saberlo.
Fue amigo de Fidel y Raúl Castro y se movía con
tranquilidad en los círculos de los altos mandos militares.
Sirvió
en Angola en 1981 y 1982, por lo que Fidel Castro le condecoró
con dos medallas por sus servicios como combatiente. Al estallar
el caso Ochoa, es puesto bajo vigilancia por los servicios de
Seguridad, junto con otros amigos de Tony de la Guardia. Logra
abandonar la isla gracias
a Gabriel García Márquez, que le saca, ilegalmente,
en un avión privado. Ahora, desde el exilio, aporta pruebas
de las relaciones del narcotráfico y los hermanos Castro.
Norberto asegura haber participado en conversaciones donde el
gobierno se interesaba por los narcotraficantes y confirma la
actitud de Cuba ante los negocios de la droga.
—Cuba
está en el medio. Facilitaba las aguas territoriales
y en algunos casos permitía que avionetas cargadas aterrizaran
en Cuba y repostaran. Para pasar de Colombia a la Florida tienen
que hacer largos rodeos, son aviones que gastan mucho combustible,
DC3, DC4... La técnica que se utiliza es la del bombardeo.
Tú despegas de Colombia para situarte frente a las costas
de Cuba. Allí bombardeas el cargamento a unas lanchas
y regresas a Colombia mientras la cocaína, cargada en
aguas cubanas, sigue su rumbo.
Las
revelaciones de Fuentes implicarían la participación
directa de miembros del régimen en el tráfico
de drogas. Pero en las fechas en las que realizamos la investigación,
el régimen de Castro aseguraba que Cuba era un país
sin droga ni drogadictos. Miguel Ángel García
Puñales, director del Centro de Información de
Estudios Cubanos, nos decía lo contrario y tenía
las pruebas: durante años trabajó con los desahuciados
del régimen, con los olvidados de la Revolución.
Visitaba los hospitales, manicomios y leproserías. Escapó
de Cuba en el año 98.
No soportaba la presión del gobierno. Sus denuncias habían
calado en la sociedad internacional. Se había convertido
en un incómodo revolucionario.
—En
Cuba está claro que hay droga porque hay drogadictos…
Yo he visto como el régimen los margina hacinándolos
en hospitales especiales. Y lo que está claro es que,
en una dictadura como la de Cuba, es imposible que entre droga
en el país sin el apoyo o el consentimiento de miembros
del gobierno.
—Según
la información que yo tengo —continúa Fuentes—,
las guerrillas y los traficantes de armas se asociaron a los
traficantes de drogas. Los narcos dijeron: «Si ustedes
nos dan acceso por Cuba hacia Florida, parte del pago podemos
hacerlo en armas para la guerrilla».
Según
Norberto Fuentes, Fidel Castro habría podido utilizar
la isla para negociar y tratar con mafiosos y traficantes de
armas. Cuba permitiría una fácil entrada de la
droga por las costas norteamericanas a cambio de armas para
su revolución.