Por
Alejandro A. Tagliavini
¿Cómo
define Fidel Castro lo que es corrupción? Es simple: basta
considerar que todo político que no pertenezca al Partido
Comunista no puede existir, no puede permitírsele "corromper"
el sistema político imperante; cualquier disidente es un
"corruptor" de la opinión pública y, consecuentemente,
merece la cárcel. A los que no entienden que no deben "corromper"
el sistema se les debe excluir de la sociedad, por la fuerza,
para mantenerla impoluta.
Lo
que sucede es que el régimen es moralmente tan débil
que, si Castro permitiera que sus ciudadanos fueran libres, su
sistema no duraría una semana. Así, para el castrismo,
es corrupta cualquier persona que no cumpla con sus esquizofrénicas
y egocéntricas directivas. Y, al mismo tiempo, no es corrupto
quien trabaje para el régimen (es decir, para Castro),
aun cuando la muerte, la extorsión, el secuestro y el terror
sea su método, al mejor estilo "Che" Guevara.
Y uno de los grupos considerados más "corruptos"
son los "nuevos ricos", los que pueden mostrar que con
el capitalismo, con la libertad, con la iniciativa privada, se
vive mejor. Según la agencia Reuters, con el supuesto objetivo
de combatir la corrupción, el régimen castrista
redobló la ofensiva contra los "nuevos ricos",
los emprendedores privados surgidos durante los años 90,
que ahora representan un peligro para el sistema comunista.
A raíz de la caída de la Unión Soviética
y la desaparición de los subsidios que daba a Cuba, Castro
se vio forzado durante la década pasada a una muy tímida
liberalización de la economía, para poder lograr
recursos. Pero ahora Hugo Chávez financia sus aventuras
egocéntricas y ya no necesita la liberalización.
Así, pocos días atrás, en los mercados de
frutas y verduras de La Habana la policía irrumpió
en busca de intermediarios (los peores enemigos del comunismo,
ya que demuestran que no hace falta ser un esclavo industrial
del Estado para hacer dinero sirviendo a la sociedad), a quienes
las autoridades comunistas acusan de "enriquecimiento ilícito".
Ahora, el Gobierno cubano intenta recuperar el comunismo y corregir
las diferencias de ingresos en una sociedad que aspira al igualitarismo
de pobres: todos pobres. "Para ellos es ideológicamente
difícil de aceptar que alguien gane dinero comprándole
a una persona y vendiéndole a otra", asegura Philip
Peters, del Lexington Institute.
Por otro caso, los dueños de restaurantes caseros –los
"paladares"– reciben permanentemente inspecciones
sorpresa. "Estamos pasando un mal momento. Hubo retiro de
licencias. Estamos rigiéndonos estrictamente por el reglamento",
que les permite tener sólo doce sillas, dijo el dueño
de un paladar. Los pequeños restaurantes familiares florecieron
en los 90, pero hoy sólo quedan 96 de los 600 que llegó
a haber en la capital cubana.
El Gobierno castrista argumenta que se trata de una nueva fase
de la campaña anticorrupción lanzada en octubre,
cuando los empleados de las estaciones de servicio estatales fueron
despedidos y reemplazados por jóvenes voluntarios, en un
intento de frenar los robos de combustible. Claro que los jóvenes
voluntarios "no son corruptos" sino "fieles al
régimen", y por su falta de experiencia prestan un
peor servicio, a la vez que el combustible, nuevamente, comienza
faltar.
Las medidas contra los emprendedores –que emergieron favorecidos
por la "libre circulación" del dólar entre
1993 y 2004– están llevando a las calles la "campaña
de austeridad", que intentó acabar el año pasado
con los desproporcionados privilegios de los empleados de las
corporaciones estatales. Y en La Habana se rumorea que la ofensiva
anticorrupción podría ser extendida a otros sectores,
como las farmacias, para acabar con la reventa de remedios subsidiados
por el Estado.
Castro habla insistentemente de los nuevos ricos de la Isla y
asegura que, con moneda fuerte en sus bolsillos, estimulan la
corrupción. El Partido Comunista, en el colmo del ridículo,
llegó a hablar recientemente del "potencial desestabilizador
del precio de las verduras": ¡vaya enemigo golpista!
Lo que Castro no dice es que la corrupción surge de la
arbitrariedad del funcionario estatal, que puede decidir vida
y obra de los ciudadanos y, por tanto, hace con los bienes de
terceros lo que le viene en gana. De hecho, Castro vive como un
príncipe medieval, y a nadie rinde cuentas. |