Rogelio
Fabio Hurtado
La vivienda. Antecedentes históricos. Leyes revolucionarias.
Reforma Urbana. Disminución de los medios de vivienda.
Microbrigada. Clientelismo. Situación crónica
de escasez. Perspectivas.
Antecedentes
históricos
Partiré,
como siempre, de mi propia experiencia y de los testimonios
recogidos de personas que vivieron la primera mitad del siglo
XX. La calidad de la vivienda disponible para las personas más
pobres era por supuesto baja, caracterizada por el hacinamiento.
Sin embargo, no era difícil ni imposible alquilar estos
locales, en los solares o cuarterías, siempre por menos
de 10
pesos mensuales, sin incluir la electricidad. Las parejas de
recién casados podían disponer de vivienda propia
de acuerdo con sus ingresos. Ya en la década del 50 podía
disponerse de un pequeño apartamento con servicio sanitario
por alrededor de 25 pesos mensuales, en cualquier pasaje de
Santos Suárez o Luyanó. En los solares, la disciplina
entre los convivientes estaba garantizada por el encargado,
persona que residía en el inmueble y representaba al
propietario. Existía la posibilidad de aplicar a los
inquilinos morosos en el pago el desahucio, pero esto no ocurría
casi nunca, pues delante del juez los moradores podían
pagar su atraso y continuar ocupando la vivienda, aún
contra la voluntad del propietario mientras cumpliesen con el
pago convenido. Tampoco era difícil encontrar para dónde
mudarse, pues la oferta de espacio habitacional solía
estar por encima de la demanda. Durante la referida década
estaban desarrollándose los repartos suburbanos con viviendas
modernas de aceptable calidad constructiva dirigidas a la población
de clase media: el Casino Deportivo, Víbora Park y Monterrey,
que creo que fue el último, junto al reparto Alamar que
comenzaba a parcelarse al Este de La Habana. Las condiciones
al alcance de los sectores más pobres no habían
mejorado, pero las modestas viviendas estaban al alcance de
los núcleos obreros. Mi punto de referencia es exclusivamente
la capital, aunque presumo que en el resto de la Isla las condiciones
no variarían demasiado.
En
el mismo 1959, el gobierno revolucionario dictó la rebaja
general de los alquileres al 50 %, medida que obviamente contó
con el apoyo de los beneficiados y la inconformidad de los perjudicados.
¿Quiénes era estos propietarios? Contrario a lo
que pudiera pensarse superficialmente, no todos ni mucho menos
eran grandes casatenientes ni ricachones platónicos.
Había
familias de muy modestos recursos que habían invertido
sus arduos ahorros en fabricar una o dos casitas o un pequeño
pasaje a cuya renta confiaban su vejez. La medida fue popular
sin dejar de ser arbitraria, desestimuló a las nuevas
inversiones. El Estado por su parte propulsó la construcción
de edificios de apartamientos mediante el Instituto Nacional
de Ahorro y Viviendas, INAV, dirigido por la capitana de antigua
militancia ortodoxa Pastorita Núñez. Este proyecto
estaba asociado a la renta de Lotería y perduró
hasta mediados de los años 60 con el reparto Camilo Cienfuegos
en la Habana del Este como su mejor fruto. Realmente no recuerdo
el método para otorgar esos apartamientos, en una urbanización
mucho más acogedora que la impuesta después en
las llamadas microbrigadas. Aún así, no constituyeron
una respuesta a la demanda que ya desde entonces se fue muy
encima de la disponibilidad de nuevas viviendas.
Cuando
desapareció el INAV, ya había sido dictada la
primera ley de Reforma Urbana que apropió todas las viviendas
rentadas, fijándole a los propietarios una compensación
vitalicia. Esta ley se implementó
de inmediato en lo que respecta a los antiguos propietarios,
pero durante muchos años fue sumamente laxa respecto
al cobro de los nuevos y bajísimos alquileres. En virtud
de posteriores enmiendas se concedió la propiedad a los
inquilinos luego de que pagasen al estado el monto fijado a
su vivienda. Muchos inquilinos se convirtieron en flamantes
propietarios, con ciertas restricciones, entre ellas la de no
poder vender ni arrendar la propia vivienda o parte de ella.
Una vez más, hubo un cierto número de beneficiados,
entre otros fueron prácticamente privados de unas propiedades
que creo que sin excepciones consideraban legítimas...
En los casos de los pequeños propietarios el impacto
fue aun más psicológico, emocional que económico.
A partir de la Reforma Urbana quedó estrictamente vedado
el acceso del capital privado en el sector de la edificación
de viviendas, ya totalmente en manos del estado, quien también
se hacía cargo de las casas que dejaban los núcleos
familiares que se marchaban definitivamente del país.
Comenzó
entonces, ya en la década del 70, la construcción
de edificios multifamiliares a cargo de brigadas voluntarias,
cuyo modelo para toda la isla fue el reparto Alamar, versión
tropical de las ciudades-dormitorios ya usuales en los hermanos
países socialistas. Los inversionistas eran las propias
empresas y ministerios estatales, quienes también proporcionaban
la fuerza de trabajo, personal a quien se le ofrecía
como premio el posible otorgamiento de uno de aquellos apartamientos,
que se “ganaría” con su propio esfuerzo como constructor.
En cada edificio terminado se aplicaban unas cuotas, que concedían
la parte del león a la adjudicación directa al
personal que por ser imprescindible no podía cambiar
la oficina por la cuchara de albañil. Todos conocemos
un sinnúmero de conflictos generados por este sistema
de otorgamiento, entre ellos los de personas que arruinaron
sus carreras profesionales y a menudo su salud tras largos años
de consagración infructuosa al empeño de “coger
su casa”. Por otra parte estos repartos comenzaron bajo unos
reglamentos sumamente limitantes que se sumaban a la dificultad
con el transporte y la carencia de auténtico perfil urbano
en estos amontonamientos de pequeños edificios.
El
Estado casateniente
A
partir de esta Reforma Urbana el Estado devino en el casateniente
monopolista. Esto creó las condiciones para que la corrupción
burocrática se hiciese presente con mayor o menor impacto,
sobre todo al nivel de las administraciones municipales, instancias
potestadas por la ley para aprobar las permutas entre particulares,
que en ciertos casos eran transacciones de compra-venta enmascaradas.
Junto
a estas ilegalidades patentes la población generó
como respuesta para sus necesidades las barbacoas, auténticos
aportes a la arquitectura, que no dejan de presentar riesgos
de derrumbes mortales. Mediante este procedimiento multiplicaban
el espacio horizontal disponible, aunque sacrificaban el vertical.
Por supuesto surgen innumerables ilegalidades para llegar a
obtener la propia vivienda y luego conseguir mediante otra cadena
de sobornos, el status de legalidad
Otra anomalía asociada con esta forma de monopolio estatal
ha sido la práctica desembozada del clientelismo político.
Puesto que los organismos centrales siempre han dispuesto de
un número de viviendas “asignadas” para alojar a su personal,
el otorgamiento de estas viviendas han constituido un privilegio
de las administraciones, con facultades omnímodas para
estas reparticiones, no sujetas al parecer a ningún tipo
de control por parte de la sociedad. Los organismos más
potestados para esto han sido el MINFAR y el MININT. Este fondo
de viviendas se ha nutrido de los proyectos constructivos y
de las casas dejadas por quienes se han marchado definitivamente
del país.
Ha
sido también potestad y responsabilidad exclusiva del
Estado el mantenimiento constructivo de las edificaciones. Aunque
a partir de la creación de los órganos del Poder
Popular en 1976, surgieron las empresas municipales y provinciales
con estas funciones, sus recursos nunca estuvieron a la altura
de las necesidades, tampoco ha existido ninguna vía para
que los particulares adquieran sus materiales para proceder
a las reparaciones por su cuenta. Aunque la bolsa negra siempre
ha estado dispuesta a “resolver”, el número de derrumbes
presente en la Capital es prueba elocuente de esta insuficiencia.
Perspectivas
Estas
cuatro décadas sin inversión privada en el sector
de la vivienda han acumulado un déficit innegable en
la construcción de las mismas. Aún concediéndole
al Estado la probidad y las intenciones más puras, el
resultado objetivo de su monopolio está a la vista. La
solidaridad social, cuando son bienes disponibles no alcanzan
es extremadamente vulnerable a los defectos antiquísimos
de la condición humana.
El
Esfuerzo constructivo sostenido que requiere la demanda insatisfecha
de vivienda no será posible sin la participación
interesada de los inversionistas. Esto impone la negociación
entre ellos y el Estado, cuyo predominio absoluto tendrá
por fuerza que sacrificarse, como ya lo hace por propia voluntad
en otros campos de la economía nacional. En el sector
turístico, por ejemplo, el Estado acepta sin sonrojarse
la colaboración con los inversionistas, no por extranjeros
menos capitalistas.
Sería
acaso pedir demasiado que los intereses económicos particulares
y las virtudes de la solidaridad social llegasen a un equilibrio
dinámico. Para ello es preciso encontrar coincidencias
entre unos y otros y ninguna más natural que la de compartir
la nacionalidad. Claro que esto no basta. Las virtudes sociales
tienen que medirse por raseros más exigentes. No puede
bastar con aplaudir y agitar banderitas masiva y anónimamente.
Hay que participar y ejercer plenos derechos ciudadanos. El
equilibrio al que me refiero no puede resultar de un pacto firmado
en una reunión secreta. Tampoco promete nada mejor el
trato con los señores de la bolsa negra, como parece
haber ocurrido en algunos países del otrora bloque socialista.
Lo que a mi modo de ver descalifica a estos negociantes no es
el éxito relativo, sino el haberlo logrado a expensas
de la necesidad de sus compatriotas, por quienes no parecen
sentir ninguna solidaridad.
No
podemos autonombrarnos fiscales de nuestros compatriotas, sean
estos “luchadores” o sean funcionarios. Es imprescindible que
desechemos las actitudes propias de un proceso judicial, a favor
de un enfoque más abierto y también de mayor alcance.
Sentirnos acusados o acusadores bloquea y achica mucho el alcance
de nuestra reflexión. En todo caso nuestra meditación
no pretende aniquilar a nadie sino beneficiarnos todos.
Lo
indudablemente cierto es que los jóvenes cubanos dispuestos
a contraer matrimonio no disponen legalmente de ninguna opción
para fundar su propio hogar. El hecho de que esta carencia permanezca
invariable para la inmensa mayoría de ellos, no la hace
menos inaceptable. Por su importancia para la calidad de la
vida real de los ciudadanos, este tema merece ser atendido.
También
en este campo se hace sentir la carencia de información
real a la sociedad, que facilite el control por parte de ésta
de la gestión administrativa, sus proyecciones y perspectivas.
La prensa se limita a proclamar las realizaciones en líneas
generales, de manera puramente descriptiva, sin agregarle comentario
valorativo, ni otro elemento que le permita al ciudadano sustentar
un criterio propio respecto a nada. Este tratamiento se hace
extensivo a toda la actividad pública, incluidos los
deportes. Es aparentemente idóneo para los burócratas,
a quienes el secretismo como norma los faculta para hacer y
deshacer a capricho. No obstante, priva al Estado de la participación
de los ciudadanos, a quienes deja en la pasividad irresponsable,
como gente de categoría inferior. Mientras tanto, el
tiempo transcurre y las necesidades materiales se hacen más
perentorias. Al parecer, cada provincia requerirá del
azote de algunos ciclones para que la burocracia se despierte
y logre entonces los éxitos sin precedentes en las recuperaciones.
Ojalá así no sea.