por
Alberto Pérez Giménez.
El
fenómeno del turismo sexual en Cuba arrancó a
principios de los noventa. El régimen castrista, perdidos
los fondos que anualmente enviaba la recién desaparecida
Unión Soviética y con una zafra azucarera incapaz
de satisfacer las mínimas necesidades de la inexistente
infraestructura económica cubana, puso los ojos en el
turismo como piedra angular de la nueva economía. Y fue
el propio régimen quien estimuló, como un encanto
más de la isla junto a sus playas y su clima, la «hospitalidad»
de la mujer cubana. Apoyado en inversionistas ávidos
de beneficios rápidos, en su mayor parte españoles,
los hoteles proliferaron en la otrora «Perla del Caribe»
y, a sus puertas o en sus discotecas, comenzaron a aparecer
jóvenes muchachas que en muchos casos ni alcanzaban la
mayoría de edad.
«Otras
prostitutas en el mundo se escandalizarían al saber que
una jinetera cubana entrega su cuerpo por un blue jean (pantalones
vaqueros) o por un plato de comida en un restaurante de segunda
categoría. Son jovencitas que sueñan hallar en
la promiscuidad callejera a un príncipe azul que las
libre de los apagones y el potaje de chícharos sin carne»,
escribía Jesús Zúñiga, periodista
independiente de La Habana.
En
España, la voz se corrió rápidamente, hasta
el punto de que se fletaron vuelos chárter ocupados por
«hombres de negocios» y que podían comprar
en un pueblo de Guadalajara lo que se conocía como el
«paquete cubano»: jabón de tocador, medias
de cristal, productos higiénicos.... Todo preparado por
5.000 pesetas. Los «turistas» de mediana edad, solos
y ávidos de sexo fácil y exótico se hicieron
parte del cuadro habitual en el aeropuerto José Martí
hasta el punto de que se inventó una palabra para denominarlos:
los «turipepes».
Pero
el negocio del sexo se le fue de las manos a Fidel Castro. Lo
que empezó como la aventura de unas jóvenes que
buscaban «resolver» (aliviar las necesidades diarias)
de ellas y de todas sus familias acostándose por unos
dólares se convirtió n un negocio por cuenta propia
que se ramificaba sin cesar: las «jineteras» comenzaron
a necesitar chulos para protegerse, y casas de alquiler por
horas, «paladares» (restaurantes privados de pocas
mesas) donde cenar con el «turipepe»...
Y
aparecieron las navajas por controlar el negocio, las drogas,
algún turista murió y el régimen que veía
que le entraba el capitalismo por entre las piernas de las «jineteras»,
que cada vez eran más y hasta dejaban sus trabajos como
enfermeras, profesoras o secretarias, donde apenas ganaban 200
pesos en un mes, por unas cuantas noches con los «turipepes»,
que les reportaban fácilmente 200 «fulas»
(dólares) con los que mantener a varias familias en la
Cuba de Castro...
OPERATIVO
LACRA
Y
como dice la canción, «en éstas llegó
Fidel, y mandó parar». En 1998, tras un incendiario
discurso denunciando lo que su régimen había promovido,
lanza el «Operativo Lacra»: redadas masivas contra
«jineteras» y «pingueros» (chaperos)
que se habían sumado al paisaje del atardecer del Malecón
o la Quinta Avenida. Las principales discotecas y locales son
cerradas y se les conmina a «reorientar el enfoque»
de la diversión.
En
octubre de 1998 son cerradas las discotecas del Comodoro, el
Café Cantante y el Palacio de la Salsa, y se restringe
el uso «sólo para clientes» en las salas
de los hoteles Marina Hemingway, Copacabana o Habana Libre.
La
«Operación Lacra» consiguió dos cosas:
por un lado, que la prostitución en Cuba se ejerza de
manera discreta, sin perturbar la imagen de tranquilidad que
pretende el régimen, y, por otro, que se desarrolle bajo
su control. En la actualidad, las «jineteras» ya
no tienen que mostrarse por el Malecón ni prostituirse
por una pastilla de jabón.
Ahora,
según las informaciones de la prensa idenpendiente en
La Habana, las tarifas oscilan entre los 35 y los 80 dólares,
los chulos ofrecen a sus muchachas por Internet (totalmente
controlado su acceso por el régimen) y son los empleados
de los hoteles, contratados directamente por entidades del Estado,
los que «ofertan» las «jineteras» y
«pingueros» a los «turipepes» que allí
se hospedan.
El
local especializado hoy en «sexo para turistas»
es «El Túnel», en el habanero municipio 10
de Octubre. Según María Elena Rodríguez,
de la Agencia Cuba-Verdad, «El Túnel es visitado
a diario por un promedio de 60 muchachas cuyas edades oscilan
entre los 16 y los 25 años, (...) y por hombres de entre
25 y 35 años que son sometidos a investigación
policíaca dado que el salario promedio en Cuba, alrededor
de 220 pesos. no les permite tener acceso a dicho lugar pues
sólo la entrada cuesta 5 dólares (100 peso)».
Los extranjeros entran sin problemas, «aunque a ellos
les pueden cobrar hasta 20 dólares por la entrada».
En
esa discoteca todo se vende en dólares, a precios imposibles
para la población cubana, y allí se establecen
los contactos entre los «turipepes» con «pingueros»
y «jineteras». Éstas, aún sueñan
con que alguno se enamore de ella, vuelva en otro vuelo y se
la lleve a España. Por 500 dólares, lo que cuesta
el papeleo, la «jinetera» olvidará su pasado
e intentará rehacer su vida lejos de Cuba. Aunque, eso
sí, en el aeropuerto, antes de partir, seguramente verá
llegar nuevas remesas de «turipepes» ávidos
de sexo fácil, como el que la lleva agarrada del brazo.