Jay
Martínez/Claudia Márquez
Recuerdo que de niño y después de adolescente
siempre me enseñaban en la escuela que la revolución
cubana no se podía criticar. Los errores eran producto
de la inexperiencia e inevitables a la hora de implantar el
socialismo en Cuba.
Luego,
mientras cursaba el Pre universitario, en la clase de Marxismo-Leninismo,
el profesor nos decía que íbamos encaminados a
alcanzar la fase superior del socialismo que era el comunismo
y que una vez alcanzáramos esa fase entonces toda la
teoría de Marx y Engels se materializaría y lograríamos
salir del subdesarrollo.
Se
nos decía que no existiría el dinero y que las
personas trabajarían por amor a su carrera u oficio en
bien del resto de la comunidad. Que el gobierno lo proveería
todo y cubriría todas las necesidades de la población.
Que el eslogan: “A cada cual según su trabajo y cada
cual según su capacidad”; se convertiría en realidad.
La
imagen que siempre se nos vendió de los dirigentes de
la revolución fue de sacrificio y de austeridad empezando
por el Máximo Líder que para aquel entonces siempre
se veía vestido de verde olivo, con botas, una barba
mal arreglada, sudado y con un rostro cansado y de preocupación
que daba la impresión de que siempre estaba trabajando
y sacrificándose por el pueblo.
La
invasión socialista
Los
extranjeros de aquel entonces en su inmensa mayoría provenían
del campo socialista. Se sabía que vivían mejor
que el resto del pueblo y que para ellos no escaseaba nada.
Tenían carros nuevos y compraban en las tiendas especiales
llamadas para entonces diplotiendas.
Cuando
preguntábamos a los maestros por qué para ellos
había de todo y para nosotros no la respuesta era más
o menos así: “Ellos son técnicos y profesionales
que dejan toda su familia en sus países y vienen aquí
a aportar sus conocimientos gratuitos para ayudad a la revolución
cubana y entonces la revolución tiene que brindarles
la misma comodidad que ellos tienen en sus países y que
nosotros muy pronto también alcanzaremos”.
Eran
los inicios de lo que seria el apartheid turístico en
Cuba. Los extranjeros se adueñaron de los centros nocturnos,
las bellas playas y centro de recreación, y por supuesto,
los hoteles. Los cubanos, comenzamos a sentir el complejo de
inferioridad en relación con los que venían de
otras latitudes. Ellos tenían derecho a todo y nosotros
como nacionales no valíamos nada.
Recuerdo
que no había mayor alegría que "negociar"
con los técnicos soviéticos. Los jóvenes
de la Playa de Santa Fe y áreas aledañas se esmeraban
creando verdaderas obras de arte al disecar langostas, cangrejos,
puercoespina, corales y trabajarlos sobre una base de madera
rústica de gran valor artesanal y artístico. El
"business" consistía en cambiar estos trabajos
por cualquier objeto, ropa usada o zapatos viejos, y algun alimento
enlatado; verdaderos alicientes para nuestra miseria.
Esto
se podria comparar con la llegada de los conquistadores españoles
a América cuando intercambiaban varatijas de poco valor
por metales preciosos y oro.
Para
nosotros, jóvenes que habíamos crecido en la austeridad
material más absoluta, aquello significaba el negocio
de nuestras vidas.
La
Cuba de los noventa
En la década del noventa, tras el fracaso de la caída
del comunismo en la Europa del Este, la sociedad cubana dio
un giro de 360 grados. Los turistas europeos inundaron la Isla
y la economía se abrió a los inversionistas extranjeros.
Comenzó a circular el dólar a pesar de que miles
de cubanos habían cumplido años de cárcel
por “tenencia ilegal de divisas”. El socialismo
tropical mostraba una vez más su capacidad para adaptarse
a cualquier circunstancia sin importarle los principios y preceptos
que la habían sustentado. El problema era “sobrevivir”
bajo cualquier circunstancia y el hecho de construir el socialismo
con dinero imperialista removió las conciencias de los
más ortodoxos.
Los
hoteles se inundaron de turistas y las Shoppings, una imitación
fracasada de las tiendas del capitalismo, golpeaban el rostro
de los cubanos hambrientos y carentes de las más mínimas
condiciones materiales. Se abrió una versión cubana
de los McDonalds y las supuestas hamburguesas con pan de ajonjolí
-que sólo habíamos visto en las películas
sabatinas- junto a un vaso de refresco negro gaseado que imitaba
a la Coca Cola; se convirtieron en una manera eficaz de matar
el hambre a la cubana. Pero el idilio duró unos meses
y los McDonalds se convirtieron en sitios llenos de moscas y
refresco sin gas. Los panes de ajonjolí y las hamburguesas
habían desaparecido por la corrupción y la incapacidad
del Estado para mantenerlas.
Ante
la inminente invasión de turistas extranjeros provenientes
del mundo capitalista europeo al régimen no le queda
otra opción que permitir y tolerar la prostitución,
la droga y posteriormente en el 95 la aparición de una
disidencia como un mal necesario para demostrarle a los inversionistas
extranjeros que no éramos una dictadura totalitaria y
que se permitía la “libertad de expresión”.
Desde
el triunfo de la Revolución nunca se había permitido
que los cubanos abrieran negocios. La iniciativa privada se
había coartado por más de cuatro décadas
y la emisión repentina de licencias para trabajadores
por cuenta propia alcanzó los oficios más disímiles
desde barberos, payasos, jardineros, electricistas, carpinteros,
taxistas y pequeñas cafeterías o restaurantes
conocidas como Paladares las cuales se popularizaron en toda
Cuba y hasta los turistas las preferían por sus bajos
precios y calidad en el servicio.
Debido
a la astucia y a los deseos de prosperar que siempre ha caracterizado
al cubano y que el régimen siempre se ha empeñado
en reprimir los cuentapropistas se convirtieron en una amenaza.
El gobierno se percató de que constituían una
competencia muy fuerte para su ya deteriorada infraestructura
económica. Comenzó a multarlos y limitar la entrega
de las licencias hasta el punto en que llegó a reducir
a cantidades mínimas el número de cuentapropistas
a finales de los noventa.
Por
otro lado, la prostitución comenzó a proliferar
especialmente en las jóvenes y adolescentes cubanas la
gran mayoría profesionales que ante la realidad de ganar
cinco o siete dólares al mes preferían buscar
un extranjero para aplacar el hambre familiar y obtener 20 o
30 dólares sin importarle la procedencia o edad del turista
ansioso de piel morena y de fácil alcance.
La
prensa extranjera y el mundo comenzaron a criticar la proliferación
del jineterismo en Cuba hasta el punto de que el tirano llegó
a manifestar por la televisión de que las prostitutas
cubanas eran las más cultas del mundo. Con el tiempo
comenzó a reprimirlas y miles de ellas terminaron en
Europa casadas y con hijos y otras pasaron a las mazmorras de
Castro a cumplir anos de cárcel.
La
generación de jóvenes de los noventa creció
sin ideal político definido. Fidel Castro anciano, el
modelo comunista soviético fracasado, salarios miserables
y sobre todo, un futuro incierto aumentaron la emigración
legal e ilegal, la búsqueda de empleos en el turismo
para vivir de las propinas de los turistas y el desinterés
por cursar carreras universitarias.
La Clase Privilegiada
En
la actualidad Cuba dista mucho del ideal comunista que inspiró
a los barbudos de 1959. La clase privilegiada esta formada por
los dirigentes y sus familiares, la jerarquía del ejército
y del Partido Comunista quienes se han apoderado y administran
las nuevas empresas mixtas con capital extranjero, es decir,
el dólar.
Esta
nueva clase de ricos que se crió estudiando en Europa,
que nunca conoció lo que es la crisis del transporte
y mucho menos el hambre del Periodo Especial se erige como la
clase que dirige el presente e influirá o será
el factor determinante en el futuro de Cuba.
Aunque
el régimen siempre se ha empeñado en hacerle creer
al pueblo que la Revolución Cubana es por los humildes
y para los humildes el pueblo sabe que no es así. Las
Mansiones de Miramar y Nuevo Vedado, los autos de último
modelo, los viajes y las vacaciones en Varadero se han convertido
en las prebendas de los nuevos ricos cubanos.
Patricia
de la Guardia, la hija de Tony de la Guardia quien fue fusilado
en el sonado caso Ochoa expreso en una entrevista que ella perteneció
en Cuba a la dinastía de la Revolución y que en
muchas ocasiones le daba vergüenza que la recogieran en
auto a la escuela y prefería caminar media cuadra para
que los amigos no la vieran irse en carro.
Ramiro
Valdés, hijo, quien hoy forma parte del exilio cubano
de Miami, expreso en una entrevista radial que para el los privilegios
por ser hijo de un Comandante de la Revolución constituyeron
algo normal en su vida. Abundancia de comida, transporte asegurado,
aire acondicionado, viajes a Europa, entre otros.
La
mal llamada Revolución Cubana nunca pudo cumplir sus
promesas de igualitarismo y bienestar para todos. Con el tiempo
la diferencia de las clases sociales se ha hecho más
notoria y una vez que desaparezcan los viejos comunistas de
la Sierra Maestra a los nuevos ricos herederos de la disnatia
se les hará más difícil poder ocultar o
disimular sus estilos de vida.
Esperemos
que el pueblo de Cuba despierte de la tiranía de los
nuevos ricos. Cuba es de todos los cubanos y beneficios como
viajar, comer carne y vestir decentemente dejen de ser un privilegio
y se conviertan en una posibilidad real como en todos los países
democraticos del mundo