Por
Niyasdeen Diéguez Santiesteban
Quisiera
detener lo que me queda de esta vida en este momento incierto
en que me ahogo en aquellos recuerdos felices. La vida no empieza
con el nacimiento, decía mi abuela, la vida empieza cuando
comienzas a amar. Si tuviera que contar mi vida, lo haría
a partir de ese momento donde comencé a amar. No quisiera
pasar silente sin que los que me amaron sepan la verdad. Por
lo menos mi mejor verdad. Aunque ya no estén entre nosotros.
Esta es la confesión de una historia que no existe. La
verdad que tantos buscan detrás de sus fantasías.
Recuerdo ese momento como una historia de novela; tal vez así
lo vieron mis ojos. Quizás lo viví como un sueño...
tal vez como una pesadilla, solo sé que fue tan real
que a veces me confunde.
Para
el mundo fui el testigo mudo e invisible de una metamorfosis
abstracta, pero para otros fui un huracán de deseos.
No quiero justificar mi relación con las personas que
me amaron. Nada de eso... no lograría nada. Volvería
a caer en el mismo sitio donde comencé. Sería
injusto, tanto para mí, como para los que me amaron.
¿Me entiende?. Padre, Padre, Padre...
-Continua hijo, que Dios te escucha.
Corría el año... ya no me acuerdo, quizás
no hace falta. De todas formas corría el tiempo, como
siempre culpable de todo. Culpable de lo que se le quiera acusar:
del olvido, del desamor, de las guerras, de la paz, del odio,
de las lágrimas, del perdón, en fin, de todo lo
que se le quiera culpar, pero sobre todo del amor. De ese amor
que llega con el tiempo y nadie lo ve venir. Pero cuando se
siembra y echa raíces es muy difícil arrancarlo
sin que se destroce, aunque sea un pedazo de tu corazón.
Bueno, como le decía Padre, corría ese año,
específicamente el mes de Agosto... mes de promesas que
no se cumplen y de esperanzas que nunca llegan. Comenzaban las
clases nuevamente en mi Alma Mater, pero no me sentía
tan motivado como cuando empecé. Había sido admitido
unos años atrás en esta prestigiosa universidad,
que de no ser por ella, hubiera tenido que quemar mis neuronas
en algún otro lugar de este mundo. De todas formas no
existían muchas universidades por aquellos tiempos. Tan
famosa era la mía que no vale decir el nombre. Tan única
que volver a casa era casi un castigo. Pasaba largas horas en
el parque de las artes... no porque me gustara la poesía,
el cine, el teatro o cualquier otra manifestación metafórica
del pensamiento humano, sino porque por allí pasaban
lo mejor del género femenino universitario. Había
casi que madrugar para sentarse en uno de los asientos de aquel
místico parque...
Irónicamente
la universidad aun es nombrada, pero no como en mis tiempos
de estudiante. Ahora solo es noticias por sus famosas huelgas,
por sus rincones de relajación neuroquímicas,
por sus pequeños espacios de liberación sexual,
por la falta de recursos... por tantas cosas, que se me estremecería
el alma de no ser por que ya no tengo alma. En aquellos tiempos
estudiar era una necesidad y un lujo... ahora es una estudiar
es una especie de moda.. Bueno de todas formas, aquel inicio
de clases era un desafío.
La cantidad de gente se hacia casi infinita. Parecía
un río de viejos rostros dentro de un mar de rostros
irreconocibles. Todo estaba inundado de voces, gritos, libros,
papeles... todo se me cocinaba en la mente como un gran pastel.
Debía salirme de aquellas aulas estrechas, de aquellos
salones de conferencias, de los pasillos ensordecedores, de
los edificios enfermos, simplemente debía desaparecer
de la universidad.
Solo eran las nueve de la mañana, del tercer día
de clases y todavía no había indicios de adaptación.
En una de mis clases... creo que era Humanidades o algo de eso,
los minutos pasaban lentos y agobiantes. Cada tic-tac de mi
reloj de pulsera era un knockout a mis nervios. Toda mi mente
iba cayendo en una crisis de desesperación, hasta que
reventé y salí del aula sin rumbo fijo. No sé
a donde iban mis pies. Solo sé que cuando el fuego de
la desesperación se apagó, me descubrí
entre embriones de poetas, prospectos de actrices, aprendices
de pintores y por supuesto toda una manada de espectadores,
entre los que me encontraba yo, sin saber como. Había
llegado al parque de las artes. Allí estábamos
todos, con unas caras de inocencia que denunciaba nuestra condición
de público. Cada uno miraba hacia todos lados, esperando
quizás reconocer alguna afiliación artística
con la que se pudieran identificar. Por mi parte no hacía
mucho esfuerzo, pues no me gustaban las artes. Ahí estaba
yo y conmigo muchos más, esperando que las artes nos
abrieran sus brazos... ahora comprendo que no me podía
abrir los brazos si yo no se los abría primero. Nunca
se los abrí y sin embargo me siento agradecido hacia
el arte.
A lo lejos se escuchaba una música de tambores, que al
principio ignoré. Tibiamente se fue acomodando en mis
oídos sin levantar la más mínima sospecha
en los demás sentidos. La música se acercaba y
era imposible ignorarla. Lento como un sueño, me fui
moviendo entre las personas. Daba la impresión de que
estaba embrujado. El mundo se esfumó a mi alrededor.
Solo quería llegar hasta ella.
La bienvenida me la dio la voz rebelde de una mujer, yo diría
un Angel convertido en mujer. Han pasado unos cuantos años...
más de lo que esperaba y aun así la recuerdo.
Dos muchachos manejaban sendos tambores magistralmente, casi
como si fueran extensiones de sus manos. Acompañaban
al Angel que fue oscuridad de mi vida y luz de mi muerte. Los
versos fluían de sus labios como palabras obligadas a
dar vida. Parecía haber sido esculpida con energía
caribeña, sus caderas reflejaban lo sensual de sus ojos
y ahí estaba yo, creyendo haberme salvado de las artes.
Me reía para mí mismo, aguantando un río
desbordado de pensamientos injuriosos. Pasaron unos minutos
antes que la bella poeta terminara la declamación musical
de su poema. No pude frenar mis instintos y me lancé
a presentarme. Así la conocí, rodeada de amigos,
de versos, de magia, de tanta pasión por la vida, que
a veces me parecía irreal. Por supuesto que era real...
tanto como la bendición de Dios, Padre.
Las primeras semanas siempre reservaba el más cercano
de los asientos. Quería tenerla tan cerca como pudiera.
A medida que mi confianza fue ganando espacio, me fui acercando
más y más. Hasta que disfrutaba de sus declamaciones
más cerca de lo que nadie jamás lo hizo. Después
de tanto esfuerzo logré que se fijara en mi, no solo
como público lejano e inerte, sino como el candidato
dulce y ciego, dispuesto a amarla.
Después de unos cuantos poemas interminables, la invité
a almorzar en un día casi apagado por la lluvia. Gracias
a la lluvia, el bolsillo se pudo adaptar al menú. En
un restaurante invadido de obreros hambrientos, pedimos dos
sopas de pollo, que si por lo menos no nos llenó, engañó
nuestros estómagos. Detallista como siempre era, me hizo
un interrogatorio minucioso de cada tema que se le antojó
preguntar. Ese día la mentira me alcanzó y me
hizo quedar en ridículo cuando me cuestionó sobre
obras universales, poetas famosos, escritores que habían
sobrepasado sus tiempos... la verdad me salvó, cuando
le confesé que no entendía nada de arte, pero
de lo que sí sabía era de lo que sentía
hacía ella. Enseguida noté en sus ojos un brillo
que no volvería a ver, hasta que mucho tiempo después
de desapareció entre mis brazos.
Esa tarde caminamos hacía el parque como si nada en el
mundo importara. Su místicidad me confundía a
veces, tenía algo misterioso en su forma de ser. Después
de mucho hablar sobre mí, entonces vino la revancha.
Le hice una avalancha de preguntas que casi me cuestan la relación.
Me contó casi con lágrimas, que su vida era un
calvario. Sus padres la habían mandado a estudiar a la
Universidad lejos de su casa. Estaba alejada de su tierra, de
su familia, de su gente... y tal vez su ambiente. Después
que el tiempo se ahogo en la lluvia, las palabras se fueron
esfumando una a una y al final el silencio se impuso. Adueñándose
de aquel parque donde estábamos sentados. La impaciencia
me quemaba por dentro. Cada músculo de mi cuerpo se tensaba
uno tras otro. Hasta el punto que me empezaron a temblar las
manos. Todo seguía en rígido silencio.
Le confieso, Padre, que me asusta el silencio. Más que
la muerte me asusta que el tiempo pase mudo. Siempre he sido
un adicto a las voces, la música, las palabras, pero
sobre todo a la soledad. En la soledad es donde me siento yo
mismo...
Pasaron, quizás diez minutos, en los que ninguno de los
dos aportó ni un solo comentario. Le arrebaté
una mirada de sorpresa a Angela, quien al verse descubierta
miró hacía el piso. Decidí sacarle más
que una mirada fugaz e intente besarla. Sus labios rechazaron
un primer beso, pero ante mi insistencia, me dieron la bendición
de haber probado los labios de un Angel. Al cabo de cinco minutos,
aquel rincón parecía una cueva insondable. La
oscuridad se tragó el parque, la Universidad, los árboles,
los asientos... nos había tragado vivos. El éxtasis
emocional nos había envuelto, cegando nuestros ojos al
tiempo. Todo había comenzado con una impaciente amistad,
que no perdía la fe en convertirse en algo más.
No había razón alguna para dejar que la relación
se desperdiciara. Con esta y otras justificaciones, nos las
pasamos de bar en bar y de discoteca en discoteca, cada día
superaba al anterior. Era lo que un buen físico llamaría,
fenómeno de sumación. Solo que en mi caso era
la suma de todas y cada una de las noches. Para el séptimo
día, ya no había espacio en mi cuerpo que aguantara
una molécula más de alcohol. Ni tan siquiera había
comprado los libros para empezar las clases y no tenía
ni para comprarme un refresco. Tampoco tenía la cara
para presentarme ante mis padres y explicarles que se me había
ido el dinero entre noches y tragos. Decidí entonces
buscar un trabajo. Algo suave que me permitiera complacer mis
antojos. Lo mejor sería un part-time –pensé-
algo que no requiriera mucho esfuerzo físico. La idea
era casi perfecta y digo casi por que después me arrepentiría
de haberla tomado. Bueno, en esos momentos de crisis la necesidad
era la que movía mis fuerzas. Como en todos los tiempos
la necesidad se convierte en el combustible del progreso. Así
era siempre, esperaba hasta el ultimo momento, la ultima hora
o el ultimo segundo cuando la soga casi me ahorcaba para enfrentar
la situación, en fin esperaba que la presión hiciera
volar mis fuerzas. En mis palabras esperaba como un león
el momento preciso y con unos deseos arrebatados de esperanza
enfrentaba cualquier situación. Durante los próximos
días, busqué insaciablemente hasta que las letras
se confundían y se perdían en mis ojos. Al cabo
de mucho esfuerzo, opté por contactar un viejo amigo
mío. Hombre de mundo que se conocía todos los
trabajos buenos y malos. Me recomendó como bartender
a otro amigo de él. Cuando me presenté en el bar
me pareció algo refinado para mis gustos, pero la necesidad
me empujaba. Pasé unos cuantos meses dividiendo mi vida
entre la Universidad, el trabajo y Angela. Apenas la veía.
Solo en momentos fugaces, pero intensos, nos podíamos
desprender de la realidad.
Comencé el semestre sin dinero, ni libros. Pasaba un
hambre tan africanamente tercermundista, que a veces me conformaba
con los besos de Angela. Los encuentros con Angela después
de clases se hicieron cada vez más largos y continuos.
A tal punto que pasábamos horas hablando, sin advertir
que la madrugada nos arropaba en la mayoría de las ocasiones.
Los días pasaban rápidos y cada ocasión
era un segundo en nuestras vidas. Por lo menos así yo
lo sentía. Empezamos jugando al amor y terminamos enamorados.
En el más tierno de los momentos, Angela siempre esquivaba
los finales felices. No se dejaba convencer para pasar la noche
juntos. En una de las tantas noches de perdición, le
reclamé a Angela el porqué de sus continuas esquivaciones
y entre trago y trago me presentó una versión
algo esquizofrénica de la verdad.
Su mirada cayó al suelo y según recuerdo nunca
la levantó mientras me hablaba. No sabía como
empezar, los nervios le habían atado un nudo en su garganta.
Me confesó entre lágrimas postizas que su padre
era Gineco-Obstetra o algo así y que era muy religioso
y recto. Que estaba siempre pendiente de la pureza, de sus hermanas
y de ella. Cada seis meses las hacía revisarse su virginidad.
Mientras estaban de vacaciones en su casa, les impedía
salir de casa. No sé cuantas cosas más me dijo,
solo recuerdo que la abrasé y le apagué las palabras
con un beso. En esos momentos me sentí como el más
idiota de los hombres. No entendía nada, pero tampoco
quería entender... así es el amor. De todas formas
era la más absurdas de las historias, hasta un niño
no se le creería. Pero como decía mi abuela: el
amor te pone tonto, ciego y mudo. Entonces le creí.
Una noche en que pasábamos el tiempo en su apartamento,
esperando que la lluvia cesará para salir al cine, revisábamos
unas revistas que ella tenía en la mesita de noche. Entre
fotos y artículos, nos besábamos y reíamos
sin piedad de los autores y de sus artículos. Unos minutos
después nos dimos cuenta de uno que nos llamó
la atención. Aún recuerdo el título del
articulo... “Contranatura vs. Natura”, trataba de
como veían las instituciones cívicas, religiosas
y científicas el tema del sexo contranatura... creo que
era algo así. No sé si fue el momento, las hormonas
o el articulo, solo sé que nos quedamos muy serios, mirándonos
fijamente, como si nos leyéramos el pensamiento mutuamente.
Comencé a besarla buscando la confirmación de
su mirada. Mis manos se deslizaban por sus pechos perfectos
como queriendo descubrir su esencia. Los besos en su pecho hicieron
que se excitara como nunca antes. Me pidió con las manos
entre mis piernas que apagara la luz. La oscuridad fue su cómplice,
su morada y mi perdición. Amarró sigilosamente
mis manos a sus manos y con una maestría sensual las
ató a sus pechos rebeldes... no cabe duda de que el momento
marcó mi vida. Con besos de fuegos fue quemando cada
rincón de mi cuerpo inmóvil. Sus labios eran saetas
que traspasaban la razón y mataban cualquier duda. Con
su lengua ingrata fue enjugando salvajemente mi cuerpo hasta
que casi obtuvo la dulce miel de mi ser. Solo ella sabía
detenerme en la frontera de lo incierto. Dejando unos segundos,
soltó momentáneamente mi mano derecha y colocó
mi pene en lo que parecía la salida de todos sus problemas...
y por supuestos de los míos también. Con movimientos
majestuosamente coordinados yo entraba y salía de ella...
o quizás ella salía y entraba en mi... no lo sé
Padre. Los gritos excitados se escaparon de su profunda boca
como deseos reprimidos condenados a cadena perpetua. Cada empuje
hizo girar mis deseos hasta que formaron un tornado entre las
sabanas. La barrera de lo real fue rota por un manantial tibio
de espesa ternura... no sé cuanto duro, solo sé
que hicimos el amor por primera vez... amor contranatura. Me
sentí en ese lugar que llaman paraíso. Perdone,
Padre.
Desde entonces, así era cada noche después de
terminar las clases. Ya no había justificación
razonable para que dejáramos de reunirnos. Era peor que
un vicio. Cada uno dependía del otro. Estábamos
unidos, tal como los dedos de las manos. El apartamento se nos
hizo pequeño con el tiempo. Así que en unos pocos
meses cambiamos la rutina y nos trasladamos a los bares y discotecas
sin que nada más importara. Angela solo pedía
que el sitio fuera oscuro.
Algo me preocupaba en este huracán de sexo. No sabía
lo que era, pero algo estaba mal. A veces me confundía
su obsesión con guardar intacta su virginidad. Solo podía
saciar mi sed con su pecho casi perfecto, sus nalgas indomables
y una boca infinitamente aventurera. Cuando lo hacíamos
era tan perfecto que me olvidaba de su obsesión por la
pureza, de sus complejos. Me hacía olvidar el mundo.
Solo bastaba un trago para que Angela comenzara a excitarme.
La gente siempre nos miraba y comentaba. Por nuestra parte siempre
los esquivábamos y seguíamos en lo nuestro. Quizás
por el egoísmo ingenuo de la edad no me dí cuenta
de lo que realmente estaba sucediendo. Cada escena de amor me
convertía en un león reclamando espacio y luchando
por su hembra.
Al pasar el tiempo decidí formalizar nuestra relación...
cuan alejado de la realidad estaba en ese momento... No lo podía
imaginar. La negativa de Angela por formalizar nuestra relación
me chocaba, sobretodo si mis padres ya conocían suficientemente
de ella. La primera vez que se lo comenté llenó
de risa todo el apartamento y aunque su boca era pequeña,
su voz y su risa podían llenar cualquier espacio del
mundo. Continuó riendo por varios segundos, hasta que
se detuvo súbitamente. Sus ojos me gritaban algo que
en ese momento no podía descifrar, pero nunca se me olvidará
esa mirada de culpa que se clavó en mi mente. Todavía
se eriza mi piel al recordar.
-Padre, ¿Usted sabe que es el destino?. ¿Quién
manda en el destino de nuestros caminos?
-Dios, hijo, Dios... Pero continua que Dios te escucha
Bueno, como le iba diciendo... aquella sería nuestra
última conversación sobre el tema de mis padres
y de la formalización de nuestra relación. Solo
puedo recordar que a partir de ese momento todo fue en decadencia.
Con el tiempo Angela se fue alejando silenciosamente de mi.
Se me iba de las manos como un suspiro y no podía detenerla.\
-Padre, ¿Quién puede detener la libertad?
-Dios, hijo, Dios... Continua que Dios te escucha.
Por
mucho tiempo traté de salvar la relación. Ponía
todo mi empeño en hablar con ella. Pero nada servía.
Con el camino lleno de nubes, solo me quedaba aclararlo todo.
Lo difícil no era despejar las dudas... lo tormentoso
era lo que se escondía detrás de ese camino de
dudas. Su silencio era mi fiel enemigo y cada día iba
ganando terreno dentro mi. Siempre estaba entre los dos, devorando
lo que quedaba de una relación en estado de coma. Cubierta
con un velo de aparente inocencia, me cerraba todas las entradas
a sus pensamientos. No sabia como ganarle la batalla sin que
mis sentimientos salieran heridos.
No podía seguir jugando con el tiempo, ni podía
permitir que el tiempo siguiera jugando conmigo. La primera
parte de una táctica ciega se me ocurrió viendo
una película. El personaje seguía a la mujer a
donde quiera que se moviera. Quizás mi idea parecía
un poco obsesiva... pero como decía mi abuela, el amor
no conoce fronteras. Me alejé de ella, aparentado estar
derrotado. Ella continuó desapareciendo como si nunca
hubiera existido.
No sé como sucedió, pero me descubrí una
noche vigilando su apartamento, desde una calle más abajo.
Las horas pasaban largas mientras esperaba. No dejaba de pensar
en la salida de aquella ridícula situación. Un
laberinto de pensamientos me había encarcelado. Todo
me daba vueltas alrededor de ella. Pensaba en sus senos, en
su sexo oral, en sus nalgas, en sus manos... pensaba en todo
menos en mi. La madrugada llegó sin anunciarse y solo
las luces de los autos alumbraban mi presencia. Apenas el reloj
de mi mano izquierda marcó la una de la mañana,
la vi salir del apartamento. Iba radiante, como siempre, con
su cuerpo flotante y sus pechos punzantes. Era la hora de la
verdad. Manteniendo la distancia, la seguí hasta llegar
a una parte de la ciudad en la que nunca había estado.
No sé cuanta distancia recorrí, solo sé
que me dolían las piernas. Caminando con plena confianza
por calles oscuras, Angela llegó hasta una discoteca,
que solo la había oído mencionar entre personas
homosexuales. Efectivamente era un sitio de homosexuales. No
tenía nada en contra de ellos. Me parecían personas
normales, a los cuales yo respetaba y admiraba. Toda la sociedad
los condenaba por una nueva enfermedad que había salido
en aquellos tiempos. Nunca he creído en acepción
de personas, así que tampoco creí esa teoría.
Angela pasó saludando a todos, como si ya fuera una asidua
cliente del lugar. Pasaron varios minutos, mientras me decidía
a entrar al lugar. Cuando lo hice, sentí la mirada punzante
de varias personas que me miraban como si algún extraño
estuviera invadiendo el ambiente.
La discoteca fue el universo perfecto donde se perdieron mis
decisiones y mis pensamientos. Mis ojos hambrientos buscaban
a Angela por cada esquina de aquel inmenso lugar. Misteriosamente
no la encontré. Se me había esfumado. Por un momento
pensé en retirarme, pero algún instinto hizo que
me quedara. Las horas pasaron eternas, entre tragos e insinuaciones
de hombres. El lugar se convirtió en un volcán
de gritos, cuando anunciaron la actuación de la estrella
de la noche: la Lupe. Sin haberme tomado un tequila que me habían
servido unos minutos atrás, me volteé ingenuamente
hacia lo que parecía una plataforma. Casi me caigo del
asiento, Padre, cuando vi que la tal cantante famosa era mi
Angela, mi precioso Ángel. Casi perezco buscando la paz
en mi mente. Toda mi realidad cayó golpeada por una figura.
Mi Angela era solo una transformación, un intento de
revelación, una inconformidad, una obra de sus propias
manos... una nueva verdad. El efecto fue devastador. Me doblé
sobre mis pensamientos para entender la realidad. Nunca la entendí,
solo la acepté.
Salí del lugar caminando sobre un abismo de dudas. Esa
noche puse mi vida en una balanza. En una lado estaba mis creencias,
mis principios, mi sexualidad... creaciones humanas. En el otro
lado estaban el amor, el sexo, su cuerpo, sus nalgas, sus pechos,
su boca... creaciones del cielo. Quizás la decisión
que tomé fue lo mejor que he hecho en mi vida. Esa misma
semana hablamos como jamás lo he hecho con nadie, ni
siquiera como lo hago ahora con usted, Padre. La confianza es
el cerebro del amor y la verdad su corazón, decía
mi abuela. Angela se desnudó en cuerpo y alma, aquella
tarde en que discutíamos nuestro futuro y por primera
vez me mostró su verdad... la verdad que más he
amado en mi vida.
-No
quería hacerte daño... - fue lo ultimo que me
dijo, antes que mi mirada enterrara el tema para siempre.
Al
principio no fue fácil, pero con el tiempo fui despertando
a la realidad y ya no me sabía tan mal la mágica
transformación: mi Angela se había transformado
en mi Ángel. Poco a poco dejé de soñar
con boda, hijos, familia... mi mundo se extendía a mi
Ángel. Quizás parezca demasiado simple, pero en
el momento no lo fué. No recuerdo cuanto sufrí
y tal vez nunca lo sepa. Solo sé que amé irremediablemente
a un Ángel... como decía mi abuela, no hay dolor
en este mundo, que el tiempo y el amor no sepan borrar.
Poco a poco me alejé de los amigos, de mi familia, de
la sociedad... nada parecía tener lógica. A veces
pienso que la vida es un arma de doble filo. Puede causarte
dolor si la enfrentas por su lado malo, pero puede darte poder
si la agarras por su lado bueno. Nunca pude alejarme de mi Ángel.
Estuve con él toda su vida, incluso en los últimos
segundos en que la rara enfermedad de la cual nos acusaron una
vez, se la llevó de mi lado.
Hoy padezco su misma agonía... quizás vaya al
mismo sitio donde él está. Quizás me está
esperando... tal vez lo vuelva a amar.
-Tal vez, hijo, tal vez... Descansa en paz, hijo, que Dios te
ha escuchado.