Por
Abel Sierra Madero
“Hasta
que los leones tengan (...) historiadores, las
historias de cacería seguirán glorificando al
cazador”.
Eduardo Galeano.
Introducción
La homosexualidad, tanto masculina como femenina, produce aún
en nacion cubana una gran alarma y continúa siendo un
tema que ruboriza a la mayoría de las personas.
Esta
temática se trata con eufemismos o simplemente no se
trata, y cuando se aborda, la mayoría de las veces, se
hace sobre la base de los prejuicios y la exclusión.
Si analizamos este tipo de orientación sexual desde la
perspectiva de las relaciones de género y sexo, podemos
afirmar, sin dudas, que hacia estas personas la sociedad se
manifiesta mediante el rechazo, la segregación, en fin,
el sexismo.
El sexismo es la discriminación por razones de sexo.
Ahora bien, si consideramos que el ideal histórico de
esta sociedad ha sido el hombre, blanco y heterosexual, entonces
además del sexismo ejercido sobre las mujeres, tendríamos
que tomar en cuenta el fenómeno de la homofobia, como
una actitud sexista que ha marcado las relaciones de género
y sexo y que condiciona las categorías masculinidad y
feminidad a un “deber ser” que viene manifestándose desde
los momentos de conformación de nuestra nación
y que trasciende hasta nuestros días.
Con este trabajo pretendo analizar mediante algunos discursos
de la época, el fenómeno de la homofobia en Cuba
durante el siglo XIX, aunque las fuentes nos remonten a un pasado
más lejano [1] . No espere el lector en estas líneas,
una abundante referencia a las fuentes históricas de
la época. Las fuentes decimonónicas cubanas sobre
esta temática constituyen un reto a la capacidad intelectual
del que investiga, pues pareciera que no se trata el asunto.
Es paradójico observar cómo en esta Isla, que
ha tenido un pasado histórico propicio para que en determinadas
épocas, aflore la homosexualidad, no se han producido
-hasta hace muy pocos años- muchos discursos sobre este
tema.
El siglo XIX cubano estuvo marcado por la plantación
esclavista y por las guerras de independencia. Con respecto
a la plantación, se puede decir que en el centro económico
más importante del país hasta ese momento, el
ingenio -en el período del boom azucarero en que se crea
el ingenio de nueva planta que consistía en un sistema
carcelario de hombres solos- trajo consigo en las dotaciones
de esclavos, la liquidación de la actividad sexual o
su orientación hacia otras formas [2] . Con
relación al fenómeno homosexual en la vida de
los ingenios nos comenta Esteban Montejo, El Cimarrón:
“(...) la vida era solitaria (...), porque las mujeres escaseaban
bastante (...) Muchos hombres no sufrían, porque estaban
acostumbrados a esa vida. Otros hacían el sexo entre
ellos y no querían saber nada de las mujeres. Esa era
su vida: la sodomía. Lavaban la ropa y si tenían
algún marido también le cocinaban. Eran buenos
trabajadores y se ocupaban de sembrar conucos. Les daban los
frutos a sus maridos para que los vendieran a los guajiros (...)
Para mí que no vino de África; a los viejos no
les gustaba nada. Se llevaban de fuera a fuera con ellos. A
mí, para ser sincero no me importó nunca. Yo tengo
la consideración de que cada uno hace de su barriga un
tambor”. [3]
Respecto de las guerras de independencia se puede decir que,
generalmente, en la construcción de la imagen y el mito
se presentó a los mambises como un grupo monolítico
y homogéneo en el que los valores masculinos sobresalían
a todas luces, y se presentaban como características
intrínsecas e indiscutibles, sin embargo algunas fuentes
-aunque pocas- son reveladoras de variantes sexuales y genéricas
extrañas al arquetípico y estereotipado mambí
(Nota: “mambises” eran todos los guerreros cubanos que estaban
contra España, negros y blancos).; pero la imagen que
trasciende en el epos nacional es la del héroe-hombre-heterosexual.
“Nadie puede ir a la guerra y cruzarse de brazos, porque hace
el papel de maricón.” [4] , sentencia Esteban Montejo.
Así queda planteado el modo en que deben comportarse
los varones en la guerra; la masculinidad y las virtudes guerreras
se presentan como valores análogos e indispensables en
la construcción de la imagen del mambí.
Sin embrago, durante las guerras de independencia, en esos batallones
de hombres semidesnudos otras identidades genérico-sexuales
habrían de existir. En todos los diarios es casi total
el mutismo respecto de manifestaciones de homosexualidad, pareciera
que no existía, o que había un código de
silencio en ese sentido. Las escasas veces que se referencia
se hace aludiendo a la burla. Así comenta de un general
mambí Fermín Valdés Domínguez durante
la guerra del 95: “(...) general Rosas que con sus cobardías
y sus modales afeminados, nos dio tela para reír un rato
a su costa”. [5]
En 1893 Serafín Sánchez publica su libro sobre
la Guerra de los Diez Años, Héroes humildes y
los poetas de la guerra, donde se hace la semblanza de un mambí
afeminado de nombre Manuel Rodríguez que tenía
por alias La brujita. En el texto se lee:
(...)
en la ciudad donde se crió y vivió, aún
ignoran su mérito; si alguno lo recuerda todavía
es para hablar seguramente de sus rarezas; pero allá
en los montes, en los históricos campos de la Revolución,
a los cuales el mayor número de cubanos no se atrevió
a ir, allá, repito, los compañeros de armas de
Manuel Rodríguez, sabemos que el petimetre de la ciudad
y de la clásica bomba blanca se convirtió en un
león desde el momento que aspiró al ambiente purificador
de los campos de batalla (...) En Sancti Spíritus no
conocieron más qué a La Brujita, el sastre, al
artesano de color, al paria, al condenado de la colonia esclava;
yo vi en la revolución al capitán, al libre, al
bravo, al tigre, al héroe, al hombre. En las ciudades
y pueblos menores de Cuba suele verse de los hombres solamente
el ridículo tocado de afeminada usanza; pero en los campos
unificadores y épicos de la libertad, su corazón
se revela entero y brilla su alma superior y completa [6] .
[Sic].
Serafín Sánchez, uno de los generales más
importantes durante las guerras de independencia, está
escribiendo sobre un individuo que ha sido etiquetado con el
alias La Brujita. Su valor suficientemente probado, lo sitúa
dentro del canon del combatiente, no teme a la censura. En el
texto Sánchez considera el campo insurrecto como un reivindicador
de conductas, al punto que el afeminado se traviste a la inversa
de lo habitual, o sea, el petimetre de la clásica bomba
blanca, se convierte -gracias al “ambiente purificador” de los
campos de batalla- en león, bravo, tigre, héroe,
hombre y eso lo integra a la épica nacional-liberadora.
En el texto no se excluye a La brujita, se considera parte del
proceso revolucionario, se le integra.
En su diario de guerra, escrito años después de
finalizada la guerra del 95, Ricardo Batrell comenta de un incidente
que ocurre en marzo de 1898 en la provincia de Matanzas, entre
él y su jefe en la manigua (Nota: campo insurrecto, es
el espacio donde se desarrollan las guerras, espacio rural),
el coronel Raimundo Ortega (a) Sanguily que había sido
criado de Julio Sanguily antes de la guerra.
La situación comenzó cuando el general Pedro Betancourt
quiso impedir que Batrell siguiera con Sanguily para Vuelta
Abajo tomando en cuenta su corta edad de 17 años. Inmediatamente
Sanguily le insistió al general para que el muchacho
lo acompañara, a tanta insistencia le interroga Betancourt:
“(...) tanta confianza tiene usted en ese niño- a lo
que Sanguily contestó-: Tanta General, que sin él,
creo no llevar compañero, aunque vaya toda la fuerza
conmigo” [7] . El general no accedía y Sanguily le manifiesta:
“(...) pues mire usted General, ese es el alma de mi fuerza
(...)” [8] . El general accedió y los invitó a
almorzar, almorzaron y luego de regreso al campamento Sanguily
no quiso aceptar las dos parejas de soldados que le brindó
el general para que los acompañaran. En el trayecto-
dice Batrell- “¡nos disgustamos para siempre Sanguily
y yo!” [9] [Sic] y apunta:
¡Hay
cosas que opacan el alma más varonil y enfrían
los corazones; más, cuando se es demasiado joven como
yo lo era en esa época que describo. Cuando se vive de
amor y de ilusiones. Yo vi en el cariño de mi jefe un
padre. Y en su justo reconocimiento el amigo honrado y leal,
y por lo tanto soñaba en mejores días para mí
a un oscuro porvenir, a su lado ayudándolo en las contiendas
de guerra que se me prestaba, como el más fiel soldado,
y como el más cariñoso hijo! Algo grave, muy grave
pasó entre los dos en nuestro trayecto para nuestro campamento.
Pues no le hice fuego cuando cargué la tercerola prohibiéndole
que me siguiera, porque hubiera tenido que abdicar de mi glorioso
ideal de Libertad Patria, presentándome. Pues nadie iba
a creer la causa que me impulsaran darle muerte si lo hacía.
Esto le dije, y tuvo a bien no seguirme (...) [10] [Sic].
Para enfriar el corazón y opacar el alma varonil de un
hombre del siglo XIX y mambí por demás, sólo
una cosa puede haber ocurrido para que adquiriera esa connotación
de extrema gravedad como la que se alude en el relato, al punto
de apuntarle con su rifle nada menos que a su jefe: ¿Está
insinuando Batrell que su jefe tuvo inclinaciones homosexuales
con él? Aunque no se haga alusión al tema homosexual
explícitamente, hay cierta intencionalidad a que lo sucedido
sea interpretado como tal. En el texto se enfatiza que Batrell
veía al jefe como un padre y que el cariño que
este le profesaba estaba disfrazado de otras manifestaciones
afectuosas.
Según Batrell, a los tres días llegó Pedro
Betancourt al campamento y “quiso éste que le explicara
la causa de mi resolución, y me instaba que fuera a mi
puesto. Le contesté, que no podía explicar la
causa ni habían razones que me hicieran permanecer en
el regimiento 'Matanzas' á las órdenes de Sanguily”.
[11] [Sic]
Hasta el momento de este incidente, en el texto de Batrell no
aparece referencia alguna a cuestiones sexuales. Lo sucedido
entre él y su jefe resulta muy ambiguo y me hace sospechar
un tanto de la veracidad del relato. En todo el texto el autor
señala la valentía y las cualidades combativas
del jefe, sin embargo dentro del relato hay una frase casi de
pasada en la que Batrell dice que luego del citado incidente
pasó al Cuartel General como simple soldado porque Sanguily
no quiso aclarar su grado para que volviera. ¿Será
que Batrell está pretextando está situación
para enunciar que le quitaron su grado de oficial?
Lo curioso es que el mismo día de la conversación
con Betancourt, Batrell estaba a las órdenes del Coronel
Fernando Diago y a este si le contó la causa de su resolución
y a él dedicó su libro publicado en 1912. ¿Qué
motivos tendría este hombre para comentar con un desconocido
sobre lo ocurrido?
En este caso, al igual que en muchos otros, ante el historiador
se levanta el dilema entre la voz y el silencio, que en un momento
dado asaltó a los testimoniantes, dilema relacionado
con la imagen pública que ellos querían ofrecer.
Ahora bien, ¿este mutismo no estaría dado por
la incorporación de ciertos reflejos en las personas
de la Cuba decimonónica, sobre lo que se puede/ debe
o no decir respecto del sexo? Es paradójica la importancia
que le da la prensa de la época, a las cuestiones sexuales
–regulando y orientando a las personas constantemente–, es como
un leit motiv que se recalca en casi todos los números;
recordemos que la prensa es un agente importante de socialización.
Es necesario señalar que los escritos que salen publicados
en la prensa están dedicados, muchas veces a las mujeres,
en ellas se centra la atención de muchos autores. Es
muy frecuente encontrar textos sobre el modo en que deben comportarse
las mujeres; pero el tema de la homosexualidad casi no sale
a relucir.
Para el estudio de la homosexualidad en la Cuba decimonónica,
se debe tener en cuenta este silencio, aunque - como señala
Foucault respecto del sexo: “No se debe hacer una división
binaria de lo que se dice y lo que no se dice, sino que hay
que tratar de determinar las diferentes maneras de no decir,
cómo son distribuidos los que pueden y los que no pueden
hablar, qué tipo de discurso es autorizado y que forma
de discreción es exigida a unos y otros. No existe uno
solo, sino muchos silencios que son parte integrante de las
estrategias que apoyan y atraviesan los discursos” [12] .
A fines del siglo XVIII y principios del XIX, en Occidente,
se van creando estrategias y mecanismos que regulan desde el
poder, la actividad sexual. O sea, se activa un dispositivo
que organiza el control social del sexo, y al que Foucault denomina
Policía del sexo [13] , no en el sentido estricto y represivo
que se atribuye a esa palabra, sino como la articulación
de las fuerzas colectivas (instituciones) e individuales para
fortalecer el conocimiento sobre el sexo, y que incida en el
mejoramiento de las costumbres y la tranquilidad pública.
O sea, la represión directa también desempeña
un papel importante en este sentido e imposible de soslayar,
aunque no se manifieste solo de esta forma, sino que se regule
y reprima, muchas veces, desde formas menos visibles.
El siglo XIX recibió la impronta de la Ilustración.
“La Razón” -utilizada por las Luces para establecer el
orden- deviene ciencia positiva; es entonces cuando el ser humano
se convierte en objeto de análisis. La modernidad presupone
un contrato social y los que no estén dispuestos a firmarlo
son disidentes, a los que hay que controlar. Es en este período
cuando la medicina [14] comienza a desempeñar –en el
nuevo orden burgués- un papel importante, el control
social de los disidentes. El médico de la época
pasó a ser el juez de la salud mental de los criminales
y a constituir un instrumento imprescindible del derecho penal.
En esta época, los homosexuales, además de ser
pecadores y herejes se convierten entonces, en criminales y
enfermos, pues también eran considerados disidentes por
la Policía del sexo, del nuevo orden burgués.
Las ideas de César Lombroso -uno de los máximos
representantes de la Antropología Criminal- comienzan
a difundirse durante las últimas décadas del XIX.
Esta ciencia se basa en la frenología y sustenta la teoría
de la degeneración. Así, locos, delincuentes,
prostitutas, minorías étnicas, sodomitas fueron
degradados, excluidos, marginados, bajo los auspicios de la
ciencia [15] .
La medicina propuso un modelo de normalidad sexual en el siglo
XIX: el heterosexual. O sea, el modelo que sólo acepta
las relaciones sexuales entre personas de diferentes sexos,
modelo reproductivo en tanto condena las prácticas sexuales
que no tengan la reproducción como fin, y moral porque
utiliza argumentos “científicos” para condenar las “disidencias
sexuales”, en momentos en que la legitimidad religiosa estaba
en crisis. Si anteriormente la Iglesia había definido
muy bien los pecados relacionados con el sexo, ahora la medicina,
conjuntamente con el derecho, redefinía el concepto de
“contra natura”, y los transgresores de las normas sexuales
establecidas, además de pecadores, se convierten en enfermos.
[1]
En el siglo XVII; se dice que un capitán General, escribiendo
al rey le decía que había mandado quemar a unos
veinte amujerados y pedía a su Majestad que le diera
autorización sobre qué hacer con los demás
del mismo género. Según
Fernando Ortiz, ese es el único caso que consta de acciones
de este tipo. Ya desde aquellos tiempos la homosexualidad era
considerada un delito y se confiaba a la Santa Inquisición,
la cual corregía a estos “pecadores” con la muerte en
la hoguera.
También
se dice que en aquella época existía un islote
de la bahía de La Habana, llamado Cayo Puto o Isla de
las Mujeres, hoy Cayo Cruz, adonde se mandaban a las prostitutas
y a los homosexuales. Muchas son las fuentes que aluden a la
existencia de este pequeño islote en las afueras de la
Bahía de la Habana adonde eran enviados las prostitutas
y homosexuales.
Es
muy posible que después que se construyera la Real Cárcel
de La Habana y la Casa de Recogidas haya sido abandonado este
lugar. En la década del treinta del siglo XIX existió
un periódico titulado El Esquife Arranchador. El número
que tengo delante está dirigido por Tiburcio Campe; una
publicación de crítica política muy acucioso.
El Esquife Arranchador tiene una viñeta, al parecer,
en todos sus números que dice “con destino a Cayo Puto”
simulando los tiempos en que aquel islote cumplía esa
“importante función social”; pero esta vez los enviados
a Cayo Puto serían los corruptos políticos del
poder colonial. En el ANC aparece registrada una denuncia hecha
contra Tiburcio Campe en el Fondo Gobierno Superior Civil, leg.
651; exp. 20397.
[2]
Para más información véase. Manuel Moreno
Fraginals. El ingenio, La Habana, Editorial Ciencias Sociales,
1978. Moreno Fraginals señala en su libro El Ingenio
que en la primera mitad del siglo XVIII había un cierto
equilibrio en la composición porcentual de los sexos
en las dotaciones, y un número relativamente alto de
niños, pero que a partir del boom azucarero, al instaurarse
la manufactura de nueva planta y la explotación extensiva
de tipo carcelario, se suprime casi en su totalidad la importación
de mujeres. Los sacarócratas estimaron que las mujeres
producían en una escala menor que los hombres, pero luego
de que los ingleses declararan abolido el comercio de esclavos
africanos en 1807, comenzó a aumentar el número
de mujeres negras, aunque siempre mientras perduró la
esclavitud se mantuvo el predomino numérico masculino.
El incremento de mujeres, mostró que era falsa la percepción
sobre la baja productividad femenina. En la década de
1820, en la “La Ninfa”, propiedad de Francisco de Arango y Parreño
y uno de los ingenios más productivos, toda la caña
fue cortada y alzada exclusivamente por mujeres. La carencia
de mujeres en las dotaciones de esclavos, sin lugar a dudas,
hizo que afloraran las violaciones, la masturbación y
la homosexualidad. En un informe del marqués de Cárdenas
de Monte- Hermoso, a fines del siglo XVIII, se plantea la inconveniencia
de que los esclavos queden a solas con el cadáver de
una negra, porque le pueden hacer el acto sexual. De origen
azucarero son los términos, palo (coito), tumbadero (casa
de prostitución o casa de citas), botar paja (masturbación),
bollo (vulva), paila (nalga). En este ambiente de represión,
hasta la terminología de los castigos a los esclavos
pasa a integrar el léxico sexual. Cuerazo (forma habitual
de llamar al latigazo, se transformo en coito, siendo hoy frecuentes
las expresiones, dar un cuerazo o echar un cuerazo) entre otras.
[3]
Miguel Barnet. Biografía de un cimarrón, La Habana,
Editorial de Ciencias Sociales, 1986, p.p.38-39.
[4]
Ibídem. Op. cit., p. 170.
[5]
Fermín Valdés Domínguez. Diario de Soldado,
La Habana, Centro de Información Científica y
Técnica, T I, 1972, p. 388.
[6]
Serafín Sánchez. Héroes humildes y los
poetas de la guerra, Habana, Imprenta de Rambla y Bouza, 1911,
p.p. 41-42.
[7]
Ricardo Batrell Oviedo. Para la historia. Guerra de Independencia
en la provincia de Matanzas, Habana, Seoane y Álvarez
Impresores, 1912, p.105
[8]
Idem.
[9]
Ibidem. p.107.
[10]
Ibidem. p.p 106-107.
[11]
Ibidem. p. 108
[12]
Michel Foucault. História da sexualidade. A vontade de
saber, t1, Rio de Janeiro, Edicões Graal, 1997. p.30.
[13]
Idem. p. 28. Policía: Del lat. politia, y este del gr.
politeˆa.1. f. Buen orden que se observa y guarda en las ciudades
y repúblicas, cumpliéndose las leyes u ordenanzas
establecidas para su mejor gobierno.2. [f.]Cuerpo encargado
de velar por el mantenimiento del orden público y la
seguridad de los ciudadanos, a las órdenes de las autoridades
políticas.3. [f.]desus. Cortesía, buena crianza
y urbanidad en el trato y costumbres.4. [f.]desus. Limpieza,
aseo.5. judicial.1. La que tiene por objeto la averiguación
de los delitos públicos y la persecución de los
delincuentes, encomendada a los juzgados y tribunales.. urbana.
1. La que se refiere al cuidado de la vía pública
en general: limpieza, higiene, salubridad y ornato de los pueblos.
Está hoy encomendada a los ayuntamientos y a los alcaldes.
Tomado del Diccionario de la Real Academia Española de
la Lengua del año 2000
[14]
Para más información véase: Oscar Guasch.
“Para una Sociología de la Sexualidad”. En: REIS. Revista
Española de Investigaciones Sociológicas, nº
64, octubre-diciembre de 1993. Este es un artículo muy
interesante y que me ha ayudado mucho para la realización
de este trabajo.
[15]
La Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, produjo
numerosos trabajos que tratan de explicar científicamente
la inferioridad del negro y su propensión a la criminalidad
los vicios y a la mala vida. Para más información
véase: Actas de la Sociedad Antropológica de la
Isla de Cuba, La Habana, 1966.