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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
¿Extraño a Cuba?

Por Manuel Darío


Cuánto tiempo de vida fuera de mi tierra llevo… ya lo olvidé. Un fracatán diría yo, pero hoy, precisamente hoy me lo cuestiono. Pero esa no es la pregunta, la primordial, la más importante sería: ¿Extraño a Cuba?

Me tomé una taza de café, ese poquito que siempre bebo antes de echarlo en la tibia leche y subir con las dos tazas hasta el dormitorio y colocarle en la mesita de noche del lado de mi esposa la suya. Observé tras el cristal el nuevo día, y los movimientos violentos de las hojas de las palmas de la calle me indicaron que todavía estamos bajo la influencia de un invierno que jamás vi en las cálidas mañana del invierno cubano… lo máximo fue 6 °C, un frío de mil demonios. Como se dice allá: ¡Chifló el mono! Pero acá, la nieve está a sólo 20 km.

Me vi en plena Plaza de San Gregorio con mis 6 años a cuesta, caminado del brazo de mi tía-abuela con rumbo a la escuela, las miradas escudriñadoras de aquellos niños que no dejaron de observarme aquel primer día… ¡Es cubano, no dice barco, sino bacco! Las fresas con vinagre y azúcar que solía comer mi tía, las habichuelas negras con gofio que se comía mi abuelo y todas aquellas casas que colocadas junto a la calle estrecha iban dibujando Telde.

La Habana la había dejado atrás una temprana mañana de verano -siempre es verano- partiendo rumbo a Madrid, y en azules recuerdos se convirtió todo el pasado. Pero una tarde un vuelo me llevó de nuevo a mi tierra… ¿Mi tierra? Y allí estaba todo otra vez, el parque, la playa, los amiguitos olvidados y el comentario que siempre me acompañaría… ¡Es gallego, no dice corasón, sino corazón!

Recordé las tardes de lluvia de Santo Domingo, las mulatas que deambulan las calles de la parte vieja, del boulevard de El Conde. El merengue que desde horas tempranas te despierta con una sensación vibrante en la piel y unos deseos de gritar: ¡Soy pobre, pero feliz! Caminar por aquel Malecón, que acá llamamos Paseo Marítimo y contemplar el intenso azul del Mar Caribe, dejando que la imaginación te ponga en frente aquellos galeones españoles, piratas y corsarios en plana batalla por un botín de oro y plata de su Majestad el Rey.

Puerto Rico y su Viejo San Juan, repleto de adoquinadas calles, de almas del pasado caminado junto a ti. El Paseo de la Princesa, el Hilton Hotel, la avenida Doménech, Guaynabo, la majestuosa Ponce, aquella novia de ondulante figura, mi primer auto, la oficina de diseño y los amigos que siempre me preguntarían: ¿No eres tú cubano?... ¡No lo pareces! Y junto a ellos caminaba mi vida, bañándome en las hermosas playas de blancas arenas, y verdes y cristalinas aguas.

Como si de un abrir y cerrar de ojos fuera se materializó Miami… grande, imponente, con su sol único y su aroma a café. South Beach, North Miami, Flagger y la I-95. El aeropuerto y su estrépito constante de entrada y salidas de aviones. Aquella americanita de azules ojos y su No Comprendo Spanhol! El judío que no me quiso dar trabajo y los carros que lavé para ganarme la vida… la universidad y mi segundo carro de uso. Y una vez más escuchar decir: Hi boricua!... ¿No?, quien lo diría, si hablas como ellos… ¡No, tú no eres cubano na´!

Aterrizaba en el José Martí, allá en Rancho Boyeros y todos escucharon hablar a un extranjero, y una hermosa mulata de ojos negrísimos se acercó como gavilán a su presa: ¿Lindo, quieres que te acompañe en tu visita a La Habana? De repente escucho: ¡El americano que rentó el carro desde la Florida que pase a recogerlo! y la hermosa mulata de ojos negrísimos me miró como miramos un buen bistec.

¡El de la Yuma… este es el carro! ¡Coño, que no sé guiar carros standards! Don´t guorry mai frend, te traigo uno automático, y luego de salir con el automático y unos dólares dejados en la mano del chico, recibí la llave y los papeles del seguro.

Estaba en La Habana, pero la tablilla del carro anunciaba que era un extranjero y así llegué al hotel y un amable botone cogió las maletas y tras de él fui hasta el desk del Hotel Riviera. Estaba en La Habana, el salitre del mar me lo anunciaba, el aire me lo gritaba… los recuerdos lo afirmaban, pero vi plasmar en los papeles de entrada: Americano.

Quise ver mi pueblo, el barrio de la playa donde jugué a veces hasta tarde en la noche, cuando mi madre me gritaba que fuera ya a dormir. Mis amigos no estaban, se habían marchado del barrio, habían emigrado o estaban cumpliendo Misiones Internacionalistas. Pocos vi… algunos ni me recordaban. Una vieja dijo al verme pasar: ¡A estos extranjeros si le dan lo que quieren!

En casa de un amigo, una tarde de almuerzo, luego de haber ido yo al mercado para extranjeros a comprar los alimentos, dijo con la mayor de la naturalidad: ¡Ustedes los ricos si pueden viajar a cualquier parte!... ¡¿Yo, rico?! Sí he tenido que ahorrar como un loco para poder venir acá… ¡No jodas compadre! Si ustedes ganan en un día lo que yo en un año.

Tomé un café que me hizo desear estar en la barra de La Carreta en mi Miami cálido y americano, haciéndome el chivo con tontera dejé a un lado la taza mientras continuaba la cháchara. Mas tarde, ya en el hotel pedí una mentirita: Cuba Libre y el sabor a medicina del Havana Club sobresalió por encima del hielo, saltó la verde hojita de la hierbabuena y se atragantó en mi paladar… ¡Dónde estará el Bacardí! Y me marché luego de un Thanks Mister!

Me asombré de ver como la gente seguía las radio novelas de la prohibida emisora Radio Martí, como sabían vida y milagro de los famosos de allá, del Imperio del Norte, y sin quererlo los contrasté con los cubanos de Miami, que no hay una vez que Fidel no se tire un pedo que no salgan a la calle a gritar, pero siguen con lujo de detalles todo lo que pasa acá. Puede que por aquello de la canción: Cuando salí de Cuba dejé enterrado mi corazón.

Surcaba los aires el Iberia y junto a mí la chica de la lap-top, como la nombré: ¿Tu eres puertorriqueño verdad? Te escuché hablar con la azafata… ¿Vas de visita a España o de trabajo?

Madrid estaba frío y me vi obligado a meter mis manos en los bolsillos de la chaqueta que me prestaron hasta llegar al restaurante donde íbamos a comer… Alguien del grupo dijo: ¿Cuándo regresas a Canaria? ¿A Canaria? ¿Tú no eres Canario acaso?
Una vez más pasó el tiempo, y camino de alguna parte tropecé con mis vecinas al tomar el coche y ellas con su sonrisa de mañana me saludaron… Ya cuando iba a tomar el coche les escuché decirme: Nos vamos para tu tierra una semana, si puedes de vez en vez tira un ojo a la casa. Apenas las escuchaba ¿A dónde iría? La Habana, era muy poco tiempo para lo lejos que está ¿Santo Domingo? Era lo mismo y cuando más perdido estaba en mis pensamientos, una de ellas me dijo, con la misma naturalidad de todos los que me han dicho lo mismo: ¡Vamos a Canaria! ¿De cuál isla eres?


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