Por
JESUS HERNANDEZ CUELLAR
El
ser humano, aun el más protegido, el más poderoso,
suele sentir escalofríos en los momentos de peligro. El
miedo no discrimina. Hay muchos tipos de miedo, pero hay algo
que parece obvio: el hombre que tiene miedo presenta síntomas
que reflejan ese miedo.
A
pesar de sus 43 años y medio en el poder y de su extraordinario
talento para la conspiración política, Castro no
parece ser la excepción. Como cualquier mortal pone de
manifiesto ese miedo a través de su conducta.
La
más reciente manifestación del miedo político
de Castro ocurrió hace poco cuando en cuestión de
horas impuso una modificación a la Constitución
comunista de 1976, en la que se establece que el actual régimen
político, económico y social de Cuba es "intocable".
¿Por qué tal absurdo? Muy simple, por miedo. La
prensa mundial ha dado una cobertura extraordinaria al Proyecto
Varela, un documento opositor que propone cambios en el sistema
cubano, en favor de las libertades civiles. El principal promotor
del proyecto, el ingeniero Oswaldo Payá, ha sido inclusive
propuesto para el Premio Nobel de la Paz. Su nombre circula en
todos los medios de comunicación, y el texto del proyecto
es más conocido en el extranjero que en la propia Cuba,
donde viven sus proponentes. La prensa oficialista, única
del país, no ha hecho referencia alguna a ese documento.
Hombre
de gran intuición, Castro sabe que el mundo no le cree
ya la excusa de que su larga permanencia en el poder y la ausencia
de libertades en Cuba se deban a la hostilidad de Estados Unidos.
Pero hasta ahora, no había surgido un movimiento de oposición
a su gobierno, dentro de Cuba, tan coherente y comprometido con
ideales que el mundo tiende a apoyar. El Proyecto Varela, como
todo el movimiento opositor pacífico interno, hace corto
circuito con la retórica castrista de compromiso con los
humildes de la tierra. Se sale del esquema de la fábula
del tiburón y la sardina que el régimen cubano tan
exitosamente ha difundido, en relación con sus enfrentamientos
con Washington. Ahora, ante los ojos del mundo, los débiles,
en Cuba, son los opositores internos, y los fuertes, Castro y
sus leales.
¿Cómo
se refleja el miedo de Castro en este punto específico?
La lógica indica que un gobernante que dice tener el apoyo
abrumador de su pueblo, aprovecharía esta oportunidad única
para confrontar en la arena política a esos opositores,
obligándolos a hacer el ridículo en un marco electoral
totalmente libre y bajo supervisión de observadores extranjeros.
Castro lo hizo al revés, se sometió él al
ridículo internacional al omitir a quienes se le oponen
pacíficamente, imponiendo la increíble imagen de
un presunto respaldo unánime. ¿Por qué? Por
miedo a que le ocurra a él lo que le ocurrió a Pinochet
en Chile y a los sandinistas en Nicaragua, cuando permitieron
la celebración de plebiscitos y elecciones.
Castro
está enfrascado en una lucha terrible contra su propia
historia, porque teme que la historia se repita. En diciembre
de 1956, desembarcó con un grupo de revolucionarios en
la costa oriental de Cuba. Las fuerzas armadas del general Fulgencio
Batista diezmaron horrorosamente al grupo, y Batista anunció
que Castro estaba muerto. Pero en febrero de 1957, el jefe de
corresponsales de The New York Times para América Latina,
Hebert Matthews, subió a la Sierra Maestra y entrevistó
a Castro. Ahí murió la mentira batistiana y nació
el mito castrista. Otros muchos medios de comunicación
subieron a la Sierra Maestra después de Matthews. El castrismo
había dicho hasta ahora que la oposición interna
no existía, que era sólo un grupúsculo al
servicio de Estados Unidos. Pero el ex presidente Jimmy Carter,
en su reciente viaje a Cuba, divulgó la ausencia de libertades
civiles en la isla y dio a conocer la existencia del Proyecto
Varela. La prensa mundial se hizo eco inmediatamente del tema.
Carter jugó el mismo papel que Matthews, en circunstancias
diferentes, 45 años después. Castro le teme mucho
a esas arenas movedizas.
Pero
hay otros muchos síntomas de los miedos de Castro. Nadie
en su sano juicio pensaría que un libro del escritor cubano
Guillermo Cabrera Infante, un disco de la guarachera Celia Cruz
o un tema del cantautor Willy Chirino, podrían derrocar
a un gobierno. Castro sí lo piensa.
Estas
personalidades cubanas exiliadas están censuradas en Cuba.
Ninguna editorial oficialista -todas son oficialistas- publicaría
y promovería dentro de Cuba un libro de Cabrera Infante.
Por otra parte, ninguna emisora oficialista -todas son oficialistas-
transmite actualmente canciones de Celia, ni de Chirino ni de
Gloria Estefan. Luego entonces, la conducta castrista obliga a
pensar que Castro le teme también, al menos, a lo que representan
estas personalidades. Después de todo, hasta en las letras
de ciertas canciones se divulgan ideas. Peor aún, las notas
que salen del saxofón de Paquito D'Rivera y de la trompeta
de Arturo Sandoval, también están censuradas en
Cuba, por miedo.
En
una película reciente sobre la vida de Sandoval, protagonizada
por el actor cubano Andy García, se presenta una escena
en que la Seguridad del Estado interroga a la esposa del músico.
Esta le dice a uno de los agentes que si la revolución
no puede sobrevivir a una cena de su familia con turistas británicos
ni al jazz, "no vale la pena luchar por ella".
La
ausencia de propiedad privada en Cuba es otro síntoma de
los miedos de Castro. En el desaparecido mundo comunista, los
gobiernos de Hungría, Bulgaria, Checoslovaquia y de otros
países de la "cortina de hierro", controlaban
los factores estratégicos de la economía, pero permitían
un cierto grado de propiedad privada, inclusive joyerías,
bares, talleres. En la actualidad, China y Vietnam han hecho notables
progresos en materia de permitir a sus ciudadanos el derecho a
la propiedad privada. ¿Por qué Castro no hace algo
igual, sobre todo después de comprobar que el estado es
un pésimo proveedor de servicios? Por miedo. ¿Miedo
a qué? La propiedad privada crea riquezas y estimula la
iniciativa del individuo, y Castro no olvida que fueron los ricos
cubanos de la década de los años 50 los que verdaderamente
pagaron su revolución, para deshacerse de una vez por todas
de la incómoda dictadura de Fulgencio Batista. Además,
la propiedad privada crea empleos independientes, y es precisamente
el papel de empleador el que permite al gobierno cubano controlar
de manera totalitaria a la sociedad cubana.
Por
último, otro gran miedo. ¿Después de 43 años
en el poder y casi 76 de edad, no sería relajante y saludable
para Castro retirarse como cualquier mortal? No. Retirarse implica
no sólo perder el poder, sino también el control
sobre su protección personal. Castro no se retira por miedo
a su propia historia represiva e intolerante. Por miedo a quedar
a merced de los cambios que podrían producirse en Cuba
después de su retiro. Por miedo a perder su inmunidad como
jefe de estado, por miedo a ser perseguido y posiblemente enjuiciado.
La
delirante realidad cubana de hoy implica una cierta cantidad de
miedo para cada cubano, pero lo sorprendente es que el mismísmo
Fidel Castro, con su inmenso poder, es presa también de
ese miedo irracional que se ha integrado de manera definitiva
a los genes de una sociedad controlada por la más antigua
dictadura de Occidente. Al no quedarle nada que destrozar, Castro
se destroza a sí mismo, porque no sólo es el victimario
de la Cuba de las últimas cuatro décadas, sino que
es víctima y victimario de sí mismo.
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